Miércoles, 17 de febrero de 2010 | Hoy
CULTURA › EN MARZO ZARPARA LA EXPEDICION CIENTIFICO-CULTURAL PARANA RA’ANGA
Una tripulación de tres nacionalidades compuesta de antropólogos, músicos, sociólogos, artistas visuales y escritores, entre otras profesiones, subirá hasta Asunción del Paraguay por vía fluvial, para reflexionar sobre el territorio y su gente.
Moverse es mejor que permanecer. Al menos, así lo entienden quienes componen la ambiciosa expedición científico cultural Paraná Ra’Angá, que zarpará el lunes 8 de marzo desde el puerto de Tigre con destino a Asunción del Paraguay, adonde tiene previsto arribar el 31 del mismo mes. Esta “empresa flotante” retoma la tradición humboldtiana del viaje como instrumento de conocimiento y colaboración entre artes y ciencias. La tripulación argentina-paraguaya-española, que participará de este acontecimiento y remontará el Plata, el Paraná y el Paraguay –con escalas previstas en Rosario, Santa Fe, Paraná, La Paz, Goya, Corrientes, Pilar, Barranqueras y Formosa–, estará integrada por antropólogos, sociólogos, geógrafos, músicos, artistas visuales, arquitectos, escritores, historiadores del arte y de la ciencia y filósofos. Además contará con las intervenciones de un fotógrafo, un cocinero y hasta un sacerdote jesuita (ver aparte). El cineasta Mariano Llinás, los escritores María Moreno y Daniel García Helder, los músicos Oscar Edelstein y Jorge Fandermole, entre otros, son algunos de los expedicionarios que subirán al barco, esa máquina con pasado y perfil de ballena. En la lentitud de este fascinante viaje por el río –un escenario que no subyuga por lo azul, sino por el mezclado marrón–, reflexionarán sobre el territorio y su gente, y podrán registrar de primera mano las historias y vivencias regionales.
Paraná Ra’Angá es una iniciativa de la red de centros culturales de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid), liderada por el Centro Cultural Parque de España de Rosario (CCPE), y del que participan también los Centros Culturales de España en Buenos Aires, Córdoba y Asunción del Paraguay. Las editoras del proyecto son Graciela Silvestri, arquitecta, doctora en Historia, investigadora del Conicet y autora de El color del río. Historia cultural del paisaje del Riachuelo, y la paraguaya Lía Colombino, historiadora del arte, poeta y una de las directoras del Museo del Barro. La señal Santa Fe y el Canal Encuentro realizarán una serie de trece capítulos sobre la expedición, dirigida por Julia Solomonoff. ¿Cuál es el sentido de esta empresa en un mundo donde pareciera no haber “mucho por descubrir”? Hoy, ¿qué significa viajar? “Desde un lugar extremadamente marginal en el debate del pensamiento contemporáneo, como es la costa del río Paraná, disiento con la idea de Giorgio Agamben –un pensador extraordinario, por otra parte– acerca del fin de las experiencias, o del fin de poder extraer un sentido, o un relato de las experiencias. El auge de las crónicas y de los documentales en cine y en tevé y la vigencia de obras híbridas, pero de origen eminentemente experiencial, como las de W. G. Sebald o Claudio Magris, por ejemplo, no sólo refutan la idea del fin de la experiencia, sino que señalan, sociológicamente, que hay un interés en las experiencias del prójimo”, plantea el poeta y crítico Martín Prieto, director del CCPE. “Es verdad que, como anotó señeramente Claude Lévi-Strauss en Tristes trópicos, un libro que tuvimos muy presente a la hora de diseñar esta expedición, todos estamos un poco hartos de los relatos de “tantos detalles insípidos, tantos acontecimientos insignificantes. Pero detrás de la abrumadora hojarasca de la primera persona emergen experiencias individuales y colectivas que a muchos les interesa contar, en el formato que sea, y a muchos otros leer, ver, escuchar. En ese sentido, el viaje es por definición una forma privilegiada de la experiencia. Y más aún un viaje como éste”.
Uno de los objetivos de Paraná Ra’Angá es construir una o varias imágenes del río “tal como lo hemos conocido y conocemos hasta ahora”, cuenta Prieto. Para trazar esas imágenes, se convocó a un equipo de viajeros, seleccionados por Silvestri, de los tres países involucrados en el viaje, la Argentina, Paraguay y España; de distintos oficios, profesiones y artes que de una u otra manera están involucrados en el asunto fluvial. “Hay que tener en cuenta que desde Santa Fe hasta Asunción no hay calado suficiente para subir o bajar en un barco de pasajeros, por lo que salvo los profesionales de la navegación, son pocos los que han surcado esas aguas en los últimos cuarenta o cincuenta años”, recuerda el director del CCPE. “Podemos decir que aun en el trayecto donde sí hay calado, tampoco es masiva la navegación de pasajeros. ¿Cuántos de nosotros conocemos ‘la parte de atrás’ de las grandes fábricas del norte de la provincia de Buenos Aires? Acá mismo, en este Centro Cultural, que queda a la vera del río, ¿cuántos de nosotros, además de Pocho, nuestro jefe de mantenimiento, que sale cada tanto con su cuñado a pescar a la isla, hemos visto la imagen de nuestro propio lugar de trabajo desde el río? En la suma de oportunidad, objetivos y acciones, tripulantes y ruta se encuentra la novedad del proyecto.”
Silvestri coincide. “Quienes habitamos las grandes ciudades de esta cuenca hemos olvidado que vivimos al borde de ríos; ellos no suelen formar parte de nuestra experiencia cotidiana”, advierte la arquitecta. “Mucho se ha hecho para que las ciudades recuperen el río que ellas mismas negaron, pero esta recuperación –exitosa en algunos casos, como Rosario– implica generalmente, para el ciudadano promedio, sólo la recuperación del río como paisaje contemplado. No es poco, aunque resulta en una percepción distante.” Esta ausencia, reflexiona Silvestri, no se deriva enteramente de la vida moderna. “Buenos Aires, que ya era una gran ciudad a principios de siglo XX, fue bien consciente de su río. Los barcos llegaban atestados de inmigrantes, objetos y noticias; la llegada de tal o cual buque era noticia en los diarios; muchos recuerdan todavía cómo, pocas décadas atrás, era habitual remontar el Paraná hasta Asunción en viaje de placer”, repasa la arquitecta. Las viejas canciones del litoral –un folclore típico de mi infancia, en los ’60– tenían al río como protagonista, y así quienes nunca vimos una jangada o un camalote los imaginamos con esta música, asociados con las palabras que también viajaban río abajo: las del guaraní.”
En los años ’70 todavía se viajaba en barco; experiencia que implicaba una percepción de la región fluvial distinta que la que se obtiene por tierra. “Hoy, los viajes se hacen preferentemente en automóvil, en ómnibus, en avión; la infraestructura ferroviaria está casi liquidada; los puentes carreteros o los túneles subfluviales comunican ciudades que antes estaban comunicadas por lanchas. El tiempo no se puede desperdiciar, ni aun en vacaciones: queremos llegar cuanto antes a destino, y nada de lo que sucede en los bordes del espacio que atravesamos nos importa”, analiza Silvestri. “Al perderse la experiencia del viaje fluvial, con sus tiempos lentos y su relativa imprevisibilidad, se pierde también la conciencia de un territorio que el eje Plata-Paraná-Paraguay reúne física e históricamente. Se pierde, en principio, la dimensión de esta región, la escala de las intervenciones humanas ante una naturaleza que no alcanza a ser domesticada, la medida temporal del espacio. Se pierde la diversidad del camino; pueblos y orillas que nunca visitaríamos, cambios progresivos del paisaje que nunca advertiríamos, sensaciones climáticas que no son traducibles a grados Farenheit. Puede decirse, y es cierto, que estas experiencias también suceden en un viaje terrestre, pero lo que éste no otorgaría es la conciencia de habitar un territorio que tiene, por así decirlo, el agua como base. Nuestras sociedades mantienen esta condición acuática; son móviles, fluyentes, viajeras. Viajaron los tupí-guaraní antes de la conquista, viajaron los españoles río arriba, viajaron los criollos de Asunción, hijos de españoles e indígenas, para refundar Buenos Aires; viajaron los inmigrantes para fundar colonias; viajan cotidianamente los expulsados de la tierra; los fascinados con la vida de la metrópoli cuya quintaesencia parece ser todavía Buenos Aires; viceversa, viajan los que se subyugan con la naturaleza apenas dominada en el corazón de Sudamérica”.
La tradición del viaje como instrumento de conocimiento no se pierde por el viaje turístico, que era habitual en el siglo XIX. “No podemos decir que este tipo de viaje no produjera conocimiento, aunque debiéramos reemplazar la palabra conocimiento, atada al método científico, por reflexión, pensamiento, o nuevas representaciones”, aclara Silvestri. “Para dar un ejemplo conocido, el viaje de Goethe a Italia no solo legó una crónica, todavía referencia literaria, sino que la experiencia lo llevó a planteos que transformaron muchos encuadres científicos. Por supuesto, hay viajes y viajes, de la misma manera que hay congresos y congresos, artistas y artistas; los hay convencionales y olvidables, planificados sin resquicios o abiertos a los sucesos, masivos o individuales”. Muchas disciplinas, especialmente en el área de la antropología, la arqueología y las ciencias naturales, continúan haciendo del viaje un instrumento esencial. “En el mundo de las artes y las letras, la práctica viajera se acentuó en las últimas décadas, anclada en una larga tradición que no se clausuró en el siglo XX”, subraya la editora de Paraná Ra’Angá, y menciona, como ejemplos, los viajes de los modernistas de San Pablo a Minas Gerais; las travesías de la escuela de Valparaíso; e incluso en el recorrido por New Jersey de Robert Smithson. En el ámbito de las letras, en la cuenca del Plata, algunos viajeros se convirtieron en referencia de culto, como Rafael Barret, el autor de El dolor paraguayo, alabado por Borges, Roa Bastos y Juan L Ortiz. “El viaje aporta un tipo de conocimiento particular: una experiencia que no puede ser planificada en todos sus detalles, aunque se cuente con Google y GPS”, ironiza la arquitecta.
Viaje y experiencia están íntimamente relacionados, según se lee en el libro de Martin Jay, Cantos de experiencia, quien se niega a fijar un único significado para tan denso vocablo. “La idea de experiencia que este viaje convoca tiene más que ver con un tipo de saber que se alcanza colectivamente al final de un viaje. Se trata de experiencia en el múltiple sentido de ‘salida’, ‘probar’; se confía en que pueda surgir de ella algo nuevo, aun transitando espacios conocidos. Por eso el lema de la expedición: ‘errante en torno de los objetos miro’, que es una traducción bastante libre que el viajero Malaspina realizó de un verso de La Eneida”, explica Silvestri. “En este sentido, el nombre de la expedición, Paraná Ra’Angá, se traduce como ‘figura del Paraná’, lo que se presenta ante los ojos mientras se transforma. Las figuras surgirán de un trabajo necesariamente colectivo, del intercambio entre los mismos expedicionarios, desde los encargados de la logística de la nave hasta los científicos y poetas; colectivo en el sentido de la interacción concreta con el mundo que se observa y registra –animales, plantas, agua, objetos–; colectivo, porque se apoya en siglos de saber y hacer.”
Prieto propone que la tripulación del barco debe viajar en una suerte de “balanceo entre la atención y la desatención, entre el saber y el no saber”. “Es importante conocer la historia de los ríos del Plata, Paraná y Paraguay, y ya es muy interesante ir viendo, en los debates previos de los expedicionarios a través de un foro virtual, cómo los unos –por ejemplo, los literatos– desconocen la historia de los otros –por ejemplo, los biólogos–. Es decir, la reunión de especialidades, oficios y artes, tan segmentados en el mundo contemporáneo, reaviva, ensancha y llena de significados nuevos la historia y la tradición. Pero además de eso que ‘ya se sabe’, aunque no todos sepamos lo mismo, la expedición va en busca, justamente, de eso que no se sabe aún; por eso pone en juego tres tiempos en simultáneo: el pasado, la historia, todo eso con lo que nos subimos al barco, el presente puro del viaje –eso que anotaríamos en un cuaderno de bitácora, cada noche o cada amanecer– y el futuro: la convicción de que estamos transitando un espacio que está a punto de desaparecer.”
Si se revisa la historia, se podrá apreciar cómo muchas de las más insólitas creaciones humanas se han originado esquivando los protocolos habituales, rompiendo normas y fronteras tradicionales en artes y letras, inspirándose libremente en otras esferas de saber. “La voluntad holística de Humboldt, que no estaba en pugna con su ideología ilustrada, lo llevó a preocuparse tanto por los artistas que presentarían el cuadro de la tierra –a los que exigía ‘experiencia’ del lugar que iban a representar– como a buscar relaciones entre los distintos reinos de la naturaleza y del hombre que minaron el afán clasificatorio dieciochesco”, señala Silvestri. “Claro que esa especie de último ‘hombre renacentista’, fascinado por los mitos, las plantas, las piedras, los paisajes o los gobiernos, no existe más. Pero no está dicho que no pueda pensarse otra forma de relación entre los diferentes lenguajes, y todo sugiere que estas nuevas formas de contacto son inevitablemente colectivas.”
¿Se sumarán las nuevas tecnologías a esta expedición fluvial? ¿Los expedicionarios llevarán adelante un blog?, pregunta Página/12. “No recuso en absoluto la introducción de las nuevas tecnologías”, responde Silvestri. “Sin embargo, mi preocupación es por la coexistencia de diversas tecnologías. En Occidente, el convencimiento de que la introducción de una tecnología de punta barre con todo lo anterior es paradójico, ya que habla de que el determinismo cultural no está superado por nosotros. Nada nos dice que el lápiz negro HB y la computadora no puedan convivir, sobre todo considerando que la computadora está lejos de reemplazar lo que el modesto grafito puede hacer, en particular, lograr esa relación entre la cabeza, la mano, y el corazón, para decirlo con las palabras que Berger tradujo de un sabio chino. Me dedico más bien a pensar de qué manera este mundo en que la libretita moleskine, el lápiz negro, el color obtenido de raíces, la tela tejida a mano, o el barro, conviven con Internet. Habrá bitácoras abiertas a la participación por Internet, y bitácoras escritas a mano en algún rincón solitario del barco; y seguramente esta opción no se restringe a un problema etario. Muchos jóvenes redescubren técnicas tradicionales, muchos viejos se hacen adictos de las nuevas tecnologías. ¡Que ninguna profecía del futuro nos quite la diversidad!”, pide la editora de Paraná Ra’Angá, y cita a Foucault: “La nave en viaje es la utopía mayúscula de felicidad compartida, la que sea posible en el conflicto, la diferencia y la finitud”.
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