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Lunes, 25 de octubre de 2010

CULTURA › JOSEFINA LUDMER Y SU NUEVO LIBRO, AQUí AMéRICA LATINA

“Hoy ya no se puede pensar con categorías estáticas”

En sus “ensayos”, la crítica propone “una reflexión en movimiento”, buscar palabras y formas para ver y oír algo del nuevo mundo. “Percibo que en las ciencias sociales, también en la literatura, es difícil pensarse latinoamericano en la Argentina”, sostiene.

 Por Silvina Friera

En la mesa familiar siempre se cuenta la misma anécdota. El buen pibe –hijo de inmigrantes judíos a quien mandaron a estudiar medicina a Córdoba– mira las prolijas y enormes arcadas y los extensos pasillos que rodean una plazoleta interna. No está allí –con 18 años, a fines de la primera década del siglo pasado– para deleitarse con el paisaje de la manzana jesuítica. Hay densidad en el aire que se respira; estalla la Reforma Universitaria. El buen pibe está enlazando la estatua del obispo Trejo junto con otros jóvenes. Intenta tirarla. Lo agarran y lo echan a patadas de la facultad. Su hija, Josefina Ludmer, resume la historia como las aves migratorias que desarrollan un agudo sentido del tiempo al volar de un presente a otro. Como buena hija de su padre, se encargará de desmontar otro tipo de momias sagradas. ¡El fin secreto, la ganancia y el beneficio perseguidos por la especulación es dar la vuelta al mundo! La entonación exclamativa de este enunciado está en las primeras páginas de Aquí América Latina (Eterna Cadencia), extraordinaria pieza que conecta, superpone, sobreimprime y fusiona lo real y lo ficticio, lo público y lo privado, la crítica y la literatura, todo lo pensado y modelado por la insaciable avidez intelectual de la prestigiosa crítica, que acaba de recibir el Doctor Honoris Causa de la Universidad de Buenos Aires. El último y esperado texto de Ludmer invita a sumergirse en un itinerario de lecturas, encuentros y conversaciones –diseminados en su placentero diario sabático– que interrogan el hilo de una suposición.

“El mundo ha cambiado –supone la crítica–; estamos en otra etapa de la nación, que es otra configuración del capitalismo y otra era en la historia de los imperios. Para poder entender este nuevo mundo (y escribirlo como testimonio, documental, memoria, ficción), necesitamos un aparato diferente del que usábamos antes. Otras palabras y nociones, porque no solamente ha cambiado el mundo sino los moldes, géneros y especies en que se lo dividía y diferenciaba. Esas formas nos ordenaban la realidad: definían identidades y fundaban políticas y guerra.” La batalla de Ludmer en este libro subtitulado “Una especulación” es buscar palabras y formas para ver y oír algo del nuevo mundo. Advertido desde el principio, el lector no se encontrará con un “ladrillo” tradicional de la crítica literaria, de ésos que queman las pestañas con solo mirarlo de lejos. La autora usa –según explicita en la introducción– “la literatura como lente, máquina, pantalla, mazo de tarot, vehículo y estaciones para poder ver algo de la fábrica de realidad”. Este gesto implica descartar la lectura por categorías como obra, autor, estilo, escritura y sentido. El sistema de exploración de Ludmer coloca el acento en los modos de fabricación de la realidad en la imaginación pública. “Todos somos capaces de imaginar, todos somos creadores, como en el lenguaje igualitario y creativo de Chomsky –subraya–. Así especula la especulación desde América latina.” Así especula Ludmer –“la agitadora del tiempo”–, fusionando temas o conceptos aparentemente antagónicos –“realvirtual”, “realidadficción”, “públicoprivado”–, desarticulando oposiciones y clasificando temporalidades y sujetos globales –Héctor Libertella, César Aira y Sergio Chejfec– en una de las cuatro posiciones del sistema literario que ella inventó: los experimentales, los resistentes, los “hiperliterarios del 2000”.

La tentación de plagiarla es fuerte; de plagiar una interjección que intercala en su nuevo libro cada vez que se encuentra con amigos –Héctor Libertella, Luis Chitarroni, Tamara Kamenszain, Martín Kohan y Cristian Ferrer, entre otros– o cuando en la “realidadficción” de la serie televisiva Okupas encuentra la temporalidad de lo cotidiano. ¡Felicidad! Ludmer llega tan fresca y sonriente –como siempre– al bar de nombre piazzolliano, próximo al Jardín Botánico. El formato de su libro es la yuxtaposición de dos modos de hacer crítica. La primera parte –titulada “Temporalidades”– pone a prueba su propia imaginación con retazos de un diario verdadero que llegó a tener 500 páginas y que empezó a trabajar acá, en ese año cero que fue el 2000, cuando se tomó un año sabático de la Universidad de Yale (Estados Unidos), de la que ahora es profesora emérita. La segunda parte –“Territorios”– explora el espacio para desatar los nudos de algunos de los conflictos centrales de América latina. “Lo fundamental del libro es que propone una reflexión en movimiento y no pensar con categorías estáticas. ¿Cómo plantear una reflexión en movimiento? Bueno... hay que moverse”, dice Ludmer.

–En América latina, especular para usted es tomar una posición estratégica crítica. ¿Sería también un modo de “negarse a perder”?

–No (piensa). Especular es tener un pensamiento no puro; me refiero a la relación con el primer mundo, cuando se dice que no hay filosofía en América latina, como si no pudiéramos pensar por estar en una posición subalterna. Especular es propio de lo marginal que tiene la región; es una crítica a cierto pensamiento argentino que intenta ponerse al mismo nivel de Europa o de Estados Unidos, literariamente hablando.

–¿Especular sería, entonces, la tentativa de pensarse latinoamericano, por ejemplo?

–Sí. La idea es pensar por imágenes, como si fuera, por un lado, un pensamiento bastardo, y por otro lado un pensamiento que puede ser más moderno, más avanzado que otro tipo de reflexión. Percibo que en las ciencias sociales, también en la literatura, es difícil pensarse latinoamericano en la Argentina.

–¿Cómo explica esa dificultad?

–El problema es que se percibe solamente desde afuera; cuando estás sumergido acá, no lo ves. Cuando vivís afuera y te tratan como latinoamericano, “sudaca”, latino o hispano son los otros los que te definen. Entonces tomás conciencia. Por eso el movimiento del diario es que yo vengo al país y después me voy. La idea era marcar un sujeto actual y ciertas posiciones como “adentroafuera”; posición fronteriza que me interesaba reflejar en el diario, y en la literatura también porque está todo el tiempo, por lo menos en la literatura que llamo “post Aira”, un escritor que plantea un antes y un después. Y quise ponerme yo también en esa posición fronteriza. Por más que ahora se dice que América latina está saliendo muy bien de la crisis económica, sigue siendo considerada una región emergente y sigue respondiendo a esa clasificación. Dicen que los países emergentes están saliendo bien de la crisis, pero son países emergentes. La idea es romper con esa clasificación, darla vuelta.

–En una de las entradas de su diario postula que la temporalidad de mercado es mucho más rápida que la temporalidad política, que la velocidad del neoliberalismo aplasta al estado latinoamericano y lo reformula. ¿La temporalidad política de estos últimos años está reformulando al estado?

–Sí. Ese corte que propongo es de los años ’90, cuando se produjo la entrada brutal del neoliberalismo. El estado se desnacionalizó y perdió todo, especialmente el estado argentino que no se quedó con nada; mientras que el estado brasileño y el chileno se quedaron con las industrias centrales: el petróleo o el cobre. En Argentina hubo un quiebre de lo que llamo nación-estado, aunque a partir de 2004, 2005 se buscó recomponerlo. El tema es cómo se reformula la nación desde el punto de vista del estado, una de las cuestiones que me parecen dignas de pensar. En esta reformulación pongo los festejos del Bicentenario y algunos otros acontecimientos políticos y económicos. Lo más fuerte del Bicentenario fue lo simbólico, pero no hubo discurso, sino imágenes, algo también digno de analizar. Hablé con algunos historiadores –que no me dieron demasiada bola– sobre esta forma de mostrar una historia y una identidad en imágenes y no en palabras. Los festejos del Bicentenario me parecieron adaptados a los nuevos tiempos, pero insuficientes. Creo que no fueron suficientemente analizados porque se trata de volver a poner la nación adentro de la gente. Y afuera también. El fenómeno posterior al 2001 es un proceso en que el estado y la nación plantean relaciones diversas donde se intenta volver a conectarlos de algún modo.

En su afán de esbozos teóricos que siempre aguijonean al lector, Ludmer trabaja un campo literario más allá de autores y de obras. “Cuando estudiás sólo un autor, se encierra la literatura y no se la piensa en un campo mayor; por eso siempre dentro de la facultad los críticos tienen el problema de cómo constituir contextos. Para mí el campo es el lugar donde habría que poner la literatura en cada momento para saber de qué se está hablando, sobre todo cuando uno quiere ver el presente. El campo literario es simplemente de qué se está hablando en la sociedad también”, subraya. “Cuando miro lo que se está produciendo ahora, me doy cuenta de que representan de un modo constante los años ’70, que parecen ser la obsesión del presente. Nuestro presente se define en relación con el imaginario de los ’70. Ese es el campo literario hoy, pero si me encierro en un autor no lo veo. Mi crítica a la categoría de autor y de obra es que no te deja ver el campo literario. La literatura es palabra sin imagen, entonces esa palabra sin imagen te da un saber o una información muy específica: de qué se habla, cuáles son las tensiones, cuáles son los debates.”

–Después de ver la obra de teatro Cachetazo de campo escribe que no puede decidir si la lengua de ese teatro es oscura o directa. ¿Cómo leer, entonces, esa lengua?

–Yo recibo un mensaje y si no lo entiendo bien hay algo que me moviliza y me pregunto por qué no entiendo, qué pasa, qué tipo de retorcimiento tiene esa lengua para que no la entienda. Ese no entender estaba en todos y yo me preguntaba si estaba planificado ese retorcimiento, si era a propósito ese hermetismo, como un procedimiento para insertarse en la cultura.

–¿Sería como el caso de Héctor Libertella y su política de lo ilegible contra el mercado?

–Exacto, la política de lo ilegible contra el mercado, pero al mismo tiempo en el interior del mercado; un modo de insertarse en el mercado desde otro lugar, que es lo que se ve hoy en las editoriales independientes respecto de las editoriales monopólicas; todos esos juegos son juegos del mercado mismo porque no hay un “adentro-afuera”; es todo adentro. En los ’70 pensábamos que había afuera del capitalismo, del sistema, pero eso no existe más.

–Es curioso que siendo tan inquieta y buena lectora diga que la poesía es algo que la deja perpleja, que no sabe qué decir cuando lee un poema.

–No aprendí, no me interesó, me aburre... Yo empiezo a leer poesía y llega un momento en que la abandono, quizá porque requiere otro tipo de atención, otro tipo de lectura. A mí me gusta que me cuenten, mi posición es que me cuenten; pero el contar implica pasado. La poesía como presente me pide un esfuerzo y un saber que no tuve en mi formación.

–En el libro afirma que hay dos memorias: una local –la memoria de los ’70– y una memoria global, la de los ’90 con los atentados a la Embajada de Israel y la Amia. ¿Por qué no se superponen o se piensan juntas estas memorias?

–No entiendo por qué no se superponen; la comunidad judía bajó la lucha. La memoria de los ’70 siguió su cauce jurídico y político, pero los atentados no tuvieron justicia. El punto es por qué en una memoria se da la justicia y en la otra no. Lo que me preocupa es que la gente me lea y reaccione, que no lo tome sólo como una mera descripción; es un cuestionamiento al tratamiento de la memoria. La cultura está cargada de memoria, incluso hay más memorias de otras épocas en este presente. Yo estoy trabajando con lo que viene después, con el post de los ’70, que es el presente hecho de temporalidades diferentes. Todavía somos post ’70, también post ’90, aunque con menos carga histórica.

–¿Cómo recibió la noticia del doctorado Honoris Causa?

–Es difícil porque son reconocimientos que les dan a los viejos y entonces te sentís la anciana que va a recibir el premio de su vida (risas). Te avejentan un poco; yo prefiero un premio estímulo, suena mejor. Mi papá fue un típico hijo de inmigrantes judíos que estudió en la universidad; él participó en la reforma universitaria. Yo me considero un producto típico de la universidad argentina, como mi padre. Soy argentina ciento por ciento.

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“Nuestro presente se define en relación con el imaginario de los ’70”, señala Ludmer.
Imagen: Bernardino Avila
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