Lunes, 9 de abril de 2012 | Hoy
CULTURA › MALVINAS. ARCHIPIéLAGO DE LA MEMORIA, EN LA BIBLIOTECA NACIONAL
En la megaexposición biblio-hemerográfica y documental que se inaugura hoy, se exhibirán libros y documentos originales que trazan un itinerario desde el siglo XVI hasta la actualidad. Habrá mesas redondas en las que se calibrará la problemática desde diversas disciplinas.
Hay frases que atraviesan el andén destartalado de la memoria, como el ruido de una piedra que cae, como el silbido del viento que persiste en soplar rumbo a la misma dirección, hacia Malvinas, “la encrucijada para convocar a las ánimas, la tumba nunca cerrada del todo de un fantasma inquieto”, como afirma el historiador Federico Lorenz. “Si alguien pregunta por qué murieron, contéstenle: porque nuestros padres nos mintieron.” Es uno de los epitafios para los caídos en la Gran Guerra que escribió
Rudyard Kipling, un padre que utilizó cuanto medio de presión tuvo hasta que su hijo fue enviado al Frente Occidental –murió a los pocos días de llegar–, la Pluma del Imperio británico orientada a favor de la confrontación bélica.
Una cifra, un destino y muchas voces para separar la paja del trigo. A treinta años del conflicto en el Atlántico Sur, la Biblioteca Nacional (BN) interviene visceralmente sobre el presente y el porvenir con una gran exposición biblio-hemerográfica y documental, Malvinas. Archipiélago de la memoria, que se inaugura hoy a las 19, en la que se exhibirán valiosos libros, publicaciones periódicas y documentos originales que trazan un itinerario desde el siglo XVI hasta la actualidad (ver aparte). Después de tres décadas, en un contexto donde el reclamo nacional por la soberanía está en la agenda estatal, el tópico alienta el intercambio de ideas. Semana movidita se pronostica en la BN. Varias mesas redondas de las que participarán Patricia Ratto, Carlos Gamerro, Emilio de Ipola, Vicente Zito Lema, Jorge Taiana, Raúl Alconada Sempé, Juan Gabriel Tokatlian, Ana Jaramillo y Lorenz, entre otros, calibrarán la problemática desde diferentes puertas del pensamiento y de la creación artística.
Quizá Malvinas ya no sea un paisaje invisible que condiciona el visible, como se podría pensar parafraseando a Italo Calvino. Y sin embargo aún incomoda; es “una gran pregunta, rara mezcla de orgullo, dolor y, para muchos, vergüenza”, como subraya Lorenz en su libro Fantasmas de Malvinas. En el marco de la exposición organizada por la BN se realizarán el sábado y el domingo próximos las Quintas Jornadas de Literatura y Psicoanálisis. Las series del acontecimiento Malvinas: agujeros en el tiempo, coordinadas por la escritora y psicoanalista Liliana Heer, que contará con diversos panelistas y articuladores, entre los que se destacan Noé Jitrik, Américo Cristófalo, Nicolás Peyceré, Arturo Frydman, Anahí Mallol, Susana Cella, María Pía López y Maximiliano Crespi, entre otros (ver aparte). El combo malvinense incluye un ciclo de cine, curado por Ana Amado; y la muestra Adiós sin despedida. Fotografías del Cementerio de Darwin, de Macarena Cordiviola. Los intercambios y polémicas que se suscitarán reunirán un vasto material sobre el que habrá que volver en un futuro no muy lejano. Patricia Ratto, autora de Pequeños hombres blancos y Nudos, acaba de publicar Trasfondo (Adriana Hidalgo), una “perfecta novela de guerra”, como la define Martín Kohan. Allí ficcionaliza la participación del submarino ARA San Luis en la guerra. La escritora tandilense, que junto con Gamerro y Zito Lema reflexionará sobre las representaciones de Malvinas, subraya en diálogo con Página/12 que la ficción “dice algo de lo que pasó desde otro lugar”.
Un verso de un poema de Yves Bonnefoy podría ser el imperativo categórico de Ratto como novelista: “Todo está a la espera de que una vez más se lo ate al mundo”. En Nudos emergía oblicuamente la guerra a través de uno de los personajes, Manuel, un ex combatiente que no quiere hablar, alguien “fuera de sitio” que sobrevive vendiendo ratas de juguete en una feria. “La primera ficción sobre Malvinas la escribió la dictadura militar. El relato estatal de lo que fue la guerra, ese cuento triunfalista, es una ficción concebida para ocultar lo que ocurría –plantea la narradora y docente–. Después llegaron Los pichiciegos de Fogwill y Las islas de Gamerro, donde la ficción hizo todo lo contrario: en vez de ocultar, desvelaba o descubría; usaba las palabras con el fin opuesto. Justamente fueron las ficciones las que empezaron a mostrar otro costado, una gesta un poco menos heroica, la guerra como farsa. Yo tengo esa idea de que Malvinas siempre estuvo ligada a la ficción. Primero a la ficción del relato estatal y lo que reflejaron los medios en su momento; y luego con la otra ficción, la literaria, que cumple una función diferente porque trabaja siempre desde otra cosa que uno no sabe bien qué es. La ficción tiene un cierto compromiso con lo que ocurrió, pero el atarse más o menos a la realidad es variable según las novelas que abordemos. Aunque la proximidad con los hechos reales sea mayor o menor, todas las novelas dicen algo de Malvinas. Y dicen algo nuevo y diferente.”
Los pichiciegos es un texto faro. Se sabe que Fogwill la escribió sólo en tres días, en 1982, antes de que el conflicto bélico terminara. “Nunca se deben iluminar las caras con la linterna. Al principio, cuando alguien pedía la linterna, siempre la pasaban prendida, dirigiéndole el rayo de luz a la cara. Así se producía dolor: dolían los ojos y dejaba de verse por un rato. Abajo –por tanta oscuridad–, y afuera, andando siempre de noche y en el frío, la luz duele en los ojos. Alguien alumbraba la cara y los ojos se llenaban de lágrimas, dolían atrás, y enceguecían. Después las lágrimas bajaban y hacían arder los pómulos quemados por el sol de la trinchera. Escaldaban”, se lee en el primer capítulo, anticipo de las crueldades que padecerá ese grupo de soldados, los “pichis”, una tribu de sobrevivientes. Ratto insiste con un asunto medular: las ficciones sobre Malvinas inauguran una lectura a contrapelo de la gesta épica. “Hay que recordar que los protagonistas de Los pichiciegos son desertores –-advierte–. Esa mirada desplazada no desmerece a las personas que salvaron a compañeros ni los actos de valentía que hubo en esa guerra. Las novelas no cuestionan a los argentinos que estuvieron en Malvinas, sino el entramado siniestro de la guerra. La mirada de la literatura siempre es la mirada desplazada, desde un borde, que en el caso de Fogwill es desde abajo de la tierra y desde un grupo de desertores. Esa novela no va a poder ser superada nunca; además fue escrita en simultáneo con lo que estaba ocurriendo.”
Ratto entrevistó a los tripulantes del submarino Ara San Luis y escribió Trasfondo, una novela que se incorpora a la galaxia de las ficciones que orbitan en torno de Malvinas. “Las entrevistas me permitieron profundizar sobre aquello que desconocía. Yo debo confesar que no sabía que había habido submarinos argentinos en las islas. Desde el submarino no se podía ver nada, de modo que ellos circularon bajo el mar hasta llegar a las costas de las islas sin ver nunca al enemigo, cuando uno está acostumbrado a construir gracias a la vista –explica la escritora–. El enemigo se configura dentro del submarino a partir del ruido, de lo que se escucha y de la información que transmite el sonarista. Esta característica, la ceguera de la guerra, no ver lo que en verdad está pasando, me pareció potente para el trabajo que hace la literatura. Por otra parte, el hecho de que el submarino salió con un motor averiado, con torpedos que dispararon y no funcionaron, revelaba cuestiones sobre la improvisación y la desidia. Mi novela es una versión de la guerra como si fuera pesadilla, en la que el submarino se convierte en un barco fantasma. El primer relato oficial que falsificó la guerra, afirmando que íbamos triunfando cuando no era así, inevitablemente dejó una marca muy honda sobre lo que es el relato de Malvinas. Esa marca es la duda.”
La muestra en la BN, las mesas redondas, las jornadas de literatura y psicoanálisis, ese magma que se avecina, se inscribe en un tiempo proclive a aguzar el oído. “Después de tantos años, estamos parados en un momento muy interesante para mirar lo que nos ocurrió, con la cabeza un poco más abierta, que nos permite mirar no en términos de blanco y negro, sino en escala de grises –postula Ratto–. Todavía no podemos ver en colores el pasado, pero sí en escala de grises. Hay un dolor con respecto a Malvinas vinculado con el no contar porque la sociedad en su momento miró hacia otro lado, les dio la espalda, no se interesó. La peor guerra fue la que ocurrió después. El otro día escuchaba a Edgardo Esteban, que dijo que cuando volvió lo esperaban su mamá y un perro. A los submarinistas que entrevisté los bajaron del submarino a la noche y los sacaron a escondidas en un colectivo. Las fuerzas se avergonzaban de ellos porque al regresar vivos pusieron en evidencia todo lo que estaba mal. Ese volver a escondidas, ese tener prohibido hablar de lo que había pasado, los estigmatizó. Muchos vagaron de un trabajo a otro porque cuando se enteraban de que habían estado en Malvinas los echaban. No podían conseguir trabajo porque eran los ‘loquitos’ de la guerra. Hay una herida que no cicatriza. Algo de esto había explorado cuando escribí Nudos, con ese Manuel al que le faltaba una pierna y que se había inventado otro relato y decía que había tenido un accidente en la moto porque la gente no quería escuchar la verdad. Los países que pierden una guerra no quieren oír los testimonios de esa derrota, no quieren ver a sus heridos, porque sienten culpa, responsabilidad o vergüenza.”
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