Viernes, 17 de abril de 2015 | Hoy
CULTURA › EL ENCUENTRO CON JOHN MAXWELL COETZEE EN EL MUSEO DE ARTE LATINOAMERICANO
El Premio Nobel de Literatura disfruta los vínculos que desarrolló con la Argentina; la velada del martes propició un vaivén que incluyó a Beckett, Dostoievski, el flamante PEN local, la libertad de expresión y sus lecturas favoritas.
La íntima cercanía vibró como la epifanía de una noche inolvidable en el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba). El diálogo encendió la llama fraterna de John Maxwell Coetzee, un tímido entrañable que anda suelto por esta ciudad con la que cada vez está más unido por las vueltas de la vida y de la literatura. El Premio Nobel de Literatura está dirigiendo la cátedra Literaturas del Sur en la Universidad Nacional de San Martín (Unsam), una actividad que implicará que viaje a este país dos veces al año y por la que cobra, para asombro de muchos, lo mismo que cualquier titular de cátedra argentino. El autor sudafricano estuvo por primera vez en 2011 en el Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires (Filba), volvió en 2013 para inaugurar la 39ª Feria del Libro con una conferencia magistral sobre la censura y el año pasado regresó para leer las cartas que intercambió con el escritor estadounidense Paul Auster.
La frutilla del postre de este vínculo que se afianza es la edición de su Biblioteca Personal por el sello El Hilo de Ariadna, a la manera de lo que hizo Borges, doce títulos elegidos y prologado por el propio Coetzee. La escritora Anna Kazumi Stahl, coordinadora académica de la cátedra, le preguntó por esta relación durante la presentación de Cartas de navegación, un librazo de 733 páginas que despliega una selección de artículos de crítica literaria que el autor de Vida y época de Michael K escribió entre 1970 y 1990 sobre Samuel Beckett, los universos de Franz Kafka y la mitología estadounidense del Capitán América, entre otros temas, enlazados con una serie de entrevistas realizadas por el crítico sudafricano David Attwell. “Argentina tiene un público lector que se toma muy en serio los libros y que lee de manera inteligente; es un país extremadamente acogedor para mí y me gusta mucho visitarlo”, confesó Coetzee.
Antes del comienzo del diálogo, la escritora Luisa Valenzuela, presidenta del PEN Argentina, inauguró la nueva etapa de esta institución en el país y le dio la bienvenida a Coetzee, vicepresidente del PEN Internacional. “PEN ha dejado de ser un club para convertirse en un centro más abierto e integrador, más consciente de los problemas mundiales que se presentan con respecto a la libertad de expresión”, subrayó la escritora, y precisó que PEN es una comunidad de 25 mil socios en 104 países integrada por gente de letras, periodistas, editores, humoristas, narradores orales, traductores, antropólogos y blogueros literarios. “Creemos en un encuentro por encima de políticas y partidismos de cualquier índole. Nos interesa la diversidad y solo nos preocupa la polarización que va contaminando el encuentro de gente de opiniones diversas”, advirtió la escritora y anunció que el próximo viernes 24 estará en la 41ª Feria del Libro en una mesa titulada Libertad y responsabilidad de la palabra. “PEN es un observatorio que se hace presente donde la palabra y sus emisores se ven vulnerados. En febrero de este año tuvimos nuestra propia Cumbre de las Américas, donde fuimos a reclamar por la represión a la prensa y las muertes de periodistas y estudiantes en México, Honduras y Nicaragua”, recordó Valenzuela y luego presentó a Coetzee como un escritor que “explora los márgenes de la imaginación hasta casi rozar con delicadeza las fronteras de lo inefable”.
Coetzee sumó su voz a la de Valenzuela. “El trabajo que PEN hace detrás de escena en nombre de los escritores y de los periodistas es indispensable. PEN utiliza una diplomacia silenciosa, pero a veces también organiza protestas para que las violaciones más horrendas a la libertad de expresión lleguen a los oídos del público”, subrayó el escritor sudafricano que después leyó su “Discurso de aceptación del Premio Jerusalén” (ver recuadro), incluido en Cartas de navegación (Doubling the Point), la primera traducción del libro al español realizada por un “quinteto” de traductores compuesto por Elena Marengo, Mariana Dimópulos, Lucas Margarit, Cristina Piña y María Julia De Ruschi. Kazumi Stahl mencionó el ensayo Recuerdo de Texas (1984) y le preguntó qué importancia tuvo Estados Unidos en su vida. El autor de Elizabeth Costello (2003) llegó a la Universidad de Texas cuando tenía 25 años. Antes había trabajado como programador de computadoras en Inglaterra. “Había comenzado a sentir que las computadoras me estaban arruinando la mente y escribí a distintas universidades para ver si aceptarían a un programador de computación fracasado para sus programas de literatura. De Texas me ofrecieron materias de arte, seis horas por semana, y poder estudiar para alcanzar un doctorado. Siempre sentí gratitud a Texas por abrirme esta puerta”, dijo el escritor. “Tenía mucho tiempo libre, leí muchísimo, y lo que no esperaba era encontrarme con los manuscritos de Samuel Beckett. De hecho escribí mi tesis doctoral utilizando este material que había descubierto.” Entre idas y vueltas regresó a Estados Unidos, pero pronto tuvo la sensación de que ese país se estaba transformando en algo menos estimulante. “Estados Unidos en sí mismo y la academia americana han perdido algo. Uno podría decir que se ha llegado a una especie de neoliberalismo, pero no estoy seguro de eso”, reflexionó el Premio Nobel de Literatura.
Coetzee no estaba tan familiarizado con el trabajo de Beckett hasta que se encontró con los manuscritos de Watt. “Me pareció el libro más gracioso que he leído en mi vida. Su comedia es una comedia que yo llamo ‘comedia intelectual’, una parodia filosófica intelectual. Después empecé a descubrir otras novelas. En particular creo que la trilogía de novelas Molloy, Malone muere y El innombrable son las mejores y han tenido un efecto muy profundo en mí”, reconoció. “Escribí bastante sobre Beckett en los ’60 y los ’70, siempre intentando descubrir el secreto que existía en su prosa, esa atracción que me llevaba a leerlo. Intenté distintas formas de análisis lingüísticos para descubrir el secreto de la prosa de Beckett. Pero ese interés se fue o me interesé en otras cuestiones. Lo que descubrí más recientemente de otros críticos de Beckett es que todo estaba frente a mis ojos. Beckett es irlandés y si uno quiere saber cuál es el secreto de esta atracción hay que ir a Irlanda.”
Uno de los ensayos más extraordinarios del “libro rojo de Coetzee”, esta bellísima edición de Cartas de navegación, es “Confesión y dobles pensamientos: Tolstoi, Rousseau, Dostoievski”, escrito en 1985. “El tema confesional está muy presente en mi ficción”, admitió el autor de Esperando a los bárbaros. “Lo que me interesa es lo que pasó con la verdad en una era posreligiosa o en una era donde la gente siente que si miente va a tener alguna consecuencia. Me interesa la gente que dice mentiras en situaciones de confesión, en otras palabras cuando alguien dice ‘ahora les voy a contar la verdad’ y ahí dice una mentira. No es necesariamente una mentira consciente, pero no es la verdad. Dostoievski es el mayor analista de la confesión posreligiosa y lo que la gente hace habitualmente cuando Dios no los mira y quieren contar la verdad. Lo que a la gente le interesa es jactarse de maneras indirectas. Un ejemplo de esta jactancia sucede en la novela Los poseídos o Los endemoniados cuando un hombre le dice a un cura que tiene una confesión terrible para hacerle: ‘Violé a una niña de doce años’. El cura le dice: ‘¿Estás seguro de que lo estás confesando o te estás jactando para parecer un gran criminal, te estás jactando de algo que la gente común no tiene el coraje de hacer?’. Dostoievski es el emblema más alto en el análisis de motivos retorcidos por los cuales las personas creen decir la verdad pero no pueden.”
Hay otro libro más de Coetzee que lanzará El Hilo de Ariadna. El buen relato. Conversaciones sobre la verdad, la ficción y la terapia psicoanalítica –vale aclarar que sale primero en Argentina antes que en inglés– reúne las conversaciones del escritor sudafricano con la psicoanalista británica Arabella Kurtz. “Este libro se pregunta si es necesario vivir bajo el dogma de la verdad. No puedo quizá vivir en relación a lo que los demás cuentan, particularmente si nuestros amigos colaboran y no nos detienen para presentar este ser propio falso”, afirmó Coetzee. A la luz de la crisis en Europa y el atentado terrorista a la revista francesa Charlie Hebdo, Kazumi Stahl quiso saber qué opina el escritor sudafricano sobre el derecho a la libertad de expresión. “Lo que sucedió en París es la expresión extrema de la crisis de la libertad de expresión, que afecta a los periodistas más que a otras personas que trabajan en los medios. Todos conocemos la historia de Salman Rushdie y lo que le pasó a él como resultado de la publicación de su novela que hirió la sensibilidad de ciertas personas.”
“¿Qué pienso sobre la libertad de expresión? No creo que el derecho a la libertad de expresión sea un derecho humano como el derecho a la vida”, postuló el autor de Desgracia. “Los seres humanos tienen un derecho a la vida, nacen con ese derecho. El derecho a la libertad de expresión es un derecho constitucional, que está escrito o no en la Constitución o en la legislación de una nación. Las crisis sucede cuando hay gente que no puede ver esa libertad de expresión como derecho y entran en conflicto con otras personas criadas en una nación en la que esto fue constituido en su Carta Magna. No lo llamaría como un choque de culturas, pero pareciera ser un choque que va a suceder de manera indefinida por cierto tiempo. Y sin duda genera la necesidad de autocensura en personas que no quieren morir en pos de su libertad de expresión.”
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