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Martes, 14 de junio de 2016

CULTURA › A TREINTA AñOS DE LA MUERTE DE JORGE LUIS BORGES

La biblioteca, el laberinto, la infinita presencia de un nombre

Esther Cross, Jorge Consiglio, Federico Jeanmaire, Oliverio Coelho y Carlos Gamerro analizan el universo borgeano, que no se agota en la mera revisión por el aniversario. ¿Cuál es el peso y la influencia del autor de El Aleph en el panorama argentino de hoy?

 Por Silvina Friera

“El Borges de carne y hueso no está, pero su literatura tiene una vigencia como si estuviera vivo”, sostiene Consiglio. Foto: DyN

“Las emociones que la literatura suscita son quizá eternas, pero los medios deben constantemente variar, siquiera de un modo levísimo, para no perder su virtud. Se gastan a medida que los reconoce el lector. De ahí el peligro de afirmar que existen obras clásicas y que lo serán para siempre.” Las interpretaciones de Jorge Luis Borges, a 30 años de su muerte en Ginebra, se leen con fervor, con una misteriosa lealtad, pero también como un acto de fe que reclama dar un salto más allá de la iglesia borgeana. Página/12 convocó a Esther Cross, Jorge Consiglio, Federico Jeanmaire, Oliverio Coelho y Carlos Gamerro para polemizar sobre la obra de Borges y su influencia. Cross (Buenos Aires, 1961) dice que el autor de Historia universal de la infamia marcó una diferencia. “Borges inventó a sus precursores, como él mismo dijo de Kafka, pero también a su progenie. En pro o en contra, hasta en el intento de evitarlo, es una referencia. Escribió en un idioma argentino, sin neologismos, con palabras apropiadas del español más clásico. Sus poemas ingleses son ingleses y argentinos. Dejó una imagen, como un legado: el escritor tiene toda la literatura a su disposición y en sus lecturas y asociaciones se va gestando a sí mismo. Dicho esto, hay espacio para girar fuera de su zona de influencia, cuando satura, y ese espacio está en los márgenes. Hay escrituras paralelas a la suya, que fluyen por canales alternos –Roberto Arlt, Manuel Puig, Alejandra Pizarnik y Rodolfo Walsh–. Son muchas por suerte, y una es una cruza voluntaria: lee y escribe bajo esas influencias, incluso la de Borges, como él mismo hubiera dicho”, explica la autora de El banquete de la araña, Radiana y La mujer que escribió Frankenstein.

Un sol lejano

“El Borges de carne y hueso no está, pero su literatura tiene una vigencia como si estuviera vivo”, subraya Consiglio (Buenos Aires, 1962). “Borges tomó ciertos tópicos que inevitablemente, si escribís, vas a transitar también. Por ejemplo, la cobardía y la gallardía, que me interpela muchísimo. Hace poco empecé a escribir un texto y me di cuenta de que estaba reescribiendo ‘El sur’, ese relato en el que a Juan Dahlmann le agarra una septicemia y va a un pequeño pueblo. Sabe que va a morir, pero no puede dejar de agarrar el cuchillo y salir a la intemperie a batirse, que nunca se sabe si es una fantasía o no. Lo que es seguro es que el tema del honor es clave. Todo el que escribe está bautizado por Borges para discutirlo o por una cuestión más filiatoria. Los que nacimos en los 60 –pero también los que nacieron en los 70 y en los 80– estamos demasiado lejanos de su influencia. Pero la generación de Ricardo Piglia, de Juan José Saer o de César Aira, como vanguardia, necesitaban matarlo para intentar pararse estéticamente en otro frente; es la vieja instancia de ‘matar al padre’. Borges sigue siendo como una especie de sol lejano y nosotros escribimos en el lejano resplandor de ese sol”, compara el autor de El bien, Pequeñas intenciones y Hospital Posadas. “Sin embargo, está muy presente en la literatura argentina y algo tenés que hacer con él. ¿Qué hacés con Borges cuando escribís? Es algo que se resuelve escribiendo. ¿Qué hacés con un escritor que es ‘la’ literatura, un escritor que trabaja con la síntesis, con la economía, que tiene una lectura impresionante de los ingleses? Tiene que haber una instancia en la que intentás neutralizarlo a través de la pura escritura. La fuerza del lenguaje dirá”.

Mecanos coloquiales

Jeanmaire (Baradero, 1957) cuenta que nunca padeció el peso de Borges. “Soy de una generación que disfrutó más a Borges en vez de sufrirlo. Lo que cambió un poco con los años es mi percepción. Lo que más me interesa hoy es el trabajo muy sutil que tiene con lo coloquial. En esa vieja historia de qué es lo argentino o no, creo que lo argentino está en la lengua. En esto, como en otras cosas, Borges es un maestro que no tiene esa cosa que tenía en la década del 20, cuando quería meter lo argentino en todas las palabras, sino que lo hace con mucha más delicadeza, y te deja un saborcito a que es tremendamente argentino, aunque esté hablando de otra cosa”, plantea el autor de Miguel, Una lectura del Quijote y Tacos altos, entre otros libros. “Antes sentía una fascinación filosófica por esa capacidad para crear mundos muy complejos y precisos. A los 15 años leí Ficciones porque me lo había recomendado una profesora de la secundaria, y no entendí nada. Viste cuando leés algo que te gusta, pero terminás de leerlo y te preguntás: ¿qué es esto? Cada uno de sus cuentos, sobre todos los de la década del 30 y del 40, son mecanos perfectos. Eso era lo que más me gustaba de Borges. Hoy me interesa mucho más cómo mete lo coloquial en esos mismos mecanos. En El hacedor hay un relato muy cortito, ‘Argumento ornitológico’, que deben ser 7 u 8 renglones, sobre una persona que está viendo pasar pájaros y cuenta uno, dos, tres, cuatro… y no sabe si puede contar todos los pájaros que está viendo. En el medio de ese cuento completamente metafísico, hay un paréntesis y dice ‘digamos’, que es una marca de la clase alta porteña: ‘digamos tal cosa’. Esté hablando de lo que esté hablando, Buenos Aires está en la lengua”.

Más allá de la efeméride, Coelho (Buenos Aires, 1977) no cree que haya demasiado Borges. “La vigencia de un escritor no depende de la cercanía respecto a su muerte. A veces es la inversa: el paso del tiempo permite que su obra se vaya asentando y pueda ser leída de otra manera. A Borges, con el paso de los años, se le fueron perdonando muchas cosas, sobre todo sus posiciones políticas, que él fue repensando. Ahora hay una visión más omnisciente. El Borges que existe hoy en día es irrefutable y se volvió definitivamente un clásico. Como Kafka. A medida que Borges está más vigente que nunca, su influencia en otros escritores ha ido disminuyendo. Ya no hay escritores borgeanos, excepto algunos casos que al ser voluntariamente borgeanos pecan de anacrónicos y muchas veces están asociados a un artificio libresco, como Alberto Manguel”, advierte el autor de Promesas naturales, Un hombre llamado Lobo y Bien de frontera. “Borges instaura un modo de leer la literatura universal para la Argentina, que es un modo muy fino que no tuvo parangón en América Latina porque hizo coincidir dos tradiciones: la europea y la nacional. En realidad, no la hizo coincidir, sino que inventó una confluencia que sólo se dio en Borges de un modo cabal y perfecto. Creo que hubo otros intentos en Latinoamérica que no terminaron de cuajar”, analiza Coelho, y agrega que la irradiación de un escritor cuando está vivo es muy distinta a cuando está muerto y es sometido a un largo proceso hermenéutico. “Ya no está Borges para aclarar sus dichos, para dar entrevistas, cuando la generación del 70, o sea la mía, empieza a publicar. Yo empecé a publicar en 2000 y me acuerdo que en ese momento me parecía que Borges había muerto hace mucho, tanto como ahora. En ese momento, no era consciente de que mientras Borges estaba vivo, yo también”.

“Somos todos borgeanos”

Gamerro (Buenos Aires, 1962) acaba de publicar Borges y los clásicos (Eterna Cadencia), seis ensayos sobre el autor de El Aleph. “En Borges confluyen las líneas principales no sólo de la literatura argentina anterior, sino también tradiciones que son fuertes para la lengua: Borges es el gran lector y traductor del siglo de Oro. Si uno piensa que los dos momentos fundamentales de la literatura en lengua española son el Siglo de Oro y la literatura latinoamericana de mediados del siglo XX, el puente entre ambos momentos, el que permite leer y usar toda la tradición en lengua española, el que permite seleccionar y descartar lo que sirve y lo que no, es Borges”, afirma el autor de Las Islas, El secreto y las voces y La aventura de los bustos de Eva. “Borges incorpora la literatura del mundo a la literatura argentina, hace cosas que parecían impensables, como hacer lecturas novedosas de Homero, Dante, Shakespeare, Cervantes, Kafka y tantos otros, que no sólo son significativas para los lectores argentinos, sino también para los poseedores de esas tradiciones, para los italianos, para los ingleses, para los españoles”.

“Borges es un lector muy generoso que se mete y se deja llevar por sus lecturas –sea la Ilíada, alguna obra de Shakespeare o el Quijote–, y escribe textos generados a partir de esas lecturas y hace que esos clásicos vuelvan a vivir, como lo hizo con el corpus de literatura anglosajona. Es rarísimo que un escritor sudamericano agarre una literatura que casi ni los ingleses leían. Y claramente la siente viva porque la vincula con nuestra literatura y nuestras vivencias. Los anglosajones de Borges, cuando rascás un poquito con la uña, se les aparece el chiripá: son cuchilleros o gauchos de la Europa medieval”, reflexiona Gamerro. “Los cuentos de Borges se fueron metiendo en el inconsciente de la literatura y de la cultura al punto de poder decir que somos todos borgeanos sin saberlo. No podés ya no sólo pensar la literatura, sino pensar sin ciertas figuras, frases o ideas de Borges. La literatura no refleja una realidad, sino que crea modelos que luego la vida imita. Borges es inseparable de la realidad argentina porque la realidad argentina se ha ido volviendo cada vez más borgeana”.

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