Jueves, 21 de agosto de 2008 | Hoy
HAMLET PELUSO Y UNA EXHIBICIóN DE TESOROS SONOROS EN HARRODS
Este custodio de la memoria del cantante exhibirá, mañana desde las 17, discos de pasta, partituras, fotografías y recortes de diarios y revistas que mantienen intacto un legado musical.
Por Cristian Vitale
Unos sesenta años antes de que Internet le cambiara la llave al mundo, Gardel tenía una copia. Era 1934, un año antes de morir en Medellín, y debía presentarse en la NBC de Nueva York, pero le faltaban los guitarristas. Aquellos que estaban en Buenos Aires fueron a los estudios de Radio Splendid, se pusieron los auriculares, conectaron con la emisora estadounidense y acompañaron al Jilguero de Balvanera, en simultáneo. Fue un éxito. Hamlet Peluso, uno de sus coleccionistas mayores, da cuenta del hecho con un ejemplar del diario El Mundo en la mano, cuyo título congeló el momento para siempre. “Salió formidable, sabe”, comenta, segurísimo de sí y del suceso. Hamlet es del ’30. Tiene 78 años y, contra cualquier suposición, no es músico ni periodista ni poeta. Es un melómano a voluntad que, antes de jubilarse, se ganaba la vida como obrero de la construcción, vendedor de materiales del rubro o al frente de una pyme dedicada a techados asfálticos. “Gardel me atrapó de chico. Tenía 12 años y escuchaba sus audiciones, su voz me quedó pegada al oído: así se inyectó en mí el virus”, reconfirma.
Hamlet es uno de los tres coleccionistas que los organizadores del festitango convocaron para exponer joyitas del pasado en Harrods. La muestra es permanente, pero mañana –a partir de las 17– estará él, en persona, poniéndole el epígrafe explicativo a los discos de pasta, las partituras, las fotografías, los recortes de diarios y revistas y demás objetos gardelianos que mantienen en acto su legado. “Voy a llevar varias cosas. Usted sabe que Gardel grababa sus canciones dos o tres veces y después desechaba hasta que quedaba una... bueno, vamos a pasar algunas de esas matrices descartadas.” Peluso se refiere a las versiones perdidas de “Seguí mi consejo” y “Callejera”, ambas registradas en París en 1929.
“Hay un material contundente que sale de una comparación: su escritura es la misma en las cartas que en el testamento. Gardel era francés, además, por los estudios fisonómicos faciales. Comparamos los rostros de Gardel y de la madre, que se corresponden perfectamente. Si se hace un corte a lo largo, y se pone de un lado la faz de Gardel y del otro, la faz de la madre: se corresponden absolutamente en los dos sentidos, horizontal y vertical. Con eso, se demostró ampliamente que Gardel era francés, hijo de Doña Berta y no de cualquiera, como trató de decir gente de la vecina orilla”, sentencia el coleccionista. El virus acopiador se le metió en la sangre hacia fines de la década del ’40, cuando su padre compró un tocadiscos. “Me dediqué a buscar las primeras reposiciones de Gardel, los discos que se reeditaban; después fui consiguiendo algunos originales de la época y di con la lista de grabaciones que había hecho en la totalidad de su carrera. Ahora es fácil, pero en aquel tiempo era imposible”, dice. “Tuve que batallar de mil formas, incluso un poco por izquierda. Para conseguir algunas películas, había que pedirlas de querusa, copiarlas en el laboratorio y devolverlas antes de que se diera la proyección.” Así llegó a las canciones de película que el Morocho del Abasto filmó en Estados Unidos y Francia, “Dulce Buenos Aires” y “Melodía de arrabal”, entre ellas. O a completar un preciado material que editó en formato de libro junto a su amigo Eduardo Visconti: Carlos Gardel y la prensa mundial.
–¿Y qué opina del estado del tango hoy?
–¿El tango?... No, está muy decaído. No hay buenos valores, no surgen, y si aparecen son muy pocos.
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