Lunes, 23 de noviembre de 2009 | Hoy
UNA NUEVA EDICIóN DEL ENCUENTRO FáBRICA DE FALLAS, EN FM LA TRIBU
Ya no se trata de un evento que atraiga a fanáticos de la tecnología. Este fin de semana, por la sede de la calle Lambaré pasaron toda clase de personas interesadas en salir del corsé de pensamientos predigeridos sobre la circulación de cultura.
Por Facundo García
La educación tradicional se basa en el miedo. Miedo a la jerarquía. Miedo a pensar lo que no esté programado. Y sobre todo, miedo a equivocarse. Por segundo año consecutivo, el Festival Fábrica de Fallas –que se desarrolló durante el fin de semana en FM La Tribu– embistió contra esas concepciones y, de paso, empezó a resquebrajar aquello de que “Cultura libre” es una consigna que sólo seduce a los fanáticos de la tecnología. Junto a los ya reconocibles programadores que defienden el copyleft estuvieron varios representantes de los pueblos originarios, organizaciones campesinas y hasta conferencistas espontáneos que se animaron a tocar temas como el amor libre. Los piratas, parece, están por todas partes.
En ese sentido, se insistió en que los temas de propiedad intelectual abarcan un campo que trasciende por mucho la comercialización de canciones de Shakira o la descarga de películas de Disney. Se advirtió, por ejemplo, que esta semana podría aprobarse el Proyecto de Ley (S3030/90), que pretende extender por otros 20 años –pasando de cinco a siete décadas– la propiedad de las discográficas sobre las interpretaciones o ejecuciones fijadas en fonogramas, considerando que “la producción cultural musical y nacional de las décadas del ’40 y del ’50 se encuentran seriamente amenazadas (sic)” por la posibilidad de caer en el dominio público. “Vale decir, como mínimo, que muchos artistas fallecidos, como Mercedes Sosa o Atahualpa Yupanqui, difícilmente se vean perjudicados por la difusión de su obra”, ironizó la analista Beatriz Busaniche.
Fábrica de Fallas, no obstante, dejó fluir los análisis más allá de esos ejes ya clásicos. La Cooperativa de programadores Gcoop (www.gcoop.com.ar) y la red independiente Buenos Aires libre (www.buenosaireslibre.org) ofrecieron tácticas para “ganar autonomía” a partir del uso de tecnologías alternativas y soft libre. Por otro lado, el matemático Enrique Chaparro abrió la polémica al plantear que “lo que se pone en juego” cuando se discute la privatización de datos es, en última instancia, el avance de corporaciones sobre cuestiones como la biotecnología aplicada a humanos. Desde su perspectiva, si el cuerpo es administrado como una serie de informaciones “privatizables”, se podría llegar a “la forma más perfecta de control –que sería también la más invisible–: la silenciosa intervención genética sobre poblaciones”, advirtió. Suena a ciencia ficción, pero no lo es. En octubre, la revista Science publicó un estudio en el que afirmaba que ya se han patentado usos posibles sobre el veinte por ciento del genoma humano. “Por eso hay que desbaratar la falacia que consiste en revestir de un barniz puramente técnico aquellos temas que deben discutirse públicamente”, recalcó el científico. En la misma tónica, la Fundación Vía Libre (www.vialibre.org.ar) aprovechó para presentar el libro Libres de monopolios sobre el conocimiento y la vida.
Daniel Mundo y Juan Pablo Ringelheim –ambos de la Revista Artefacto (revista-artefacto.com.ar)– sumaron a los conceptos de Chaparro turbadores diagnósticos sobre la actual encrucijada tecnológica. “Estamos en las puertas de una transformación de lo que antiguamente se llamaba naturaleza. Por lo tanto, la cultura ya no se moverá en direcciones ‘metafísicas’; sino que lo físico mismo se fundirá con la cultura”, anticipó Mundo. Ringelheim, a su vez, se basó en James Graham Ballard y Michel Houellebecq para evaluar la posibilidad de que surjan “neofascismos de consumo que, frente al aburrimiento, la angustia y el tedio que reina en nuestras sociedades, favorezcan momentáneas explosiones de locura”.
Un DVD volaba por aquí, un pendrive se enchufaba por allá. Las PC seguían copiando a lo loco mientras el Colectivo Situaciones (www.situaciones.org) presentaba ¿Quién habla?, un estudio sobre la relación esclavizante que se establece en los call centers usando la tecnología como grillete. Y así como se integraron al debate trabajadores de ese ramo, también se escuchó la voz de jóvenes que viven en las villas de la Capital cuando el grupo se refirió a un experimento que llevaron a cabo en la vía pública. Testearon si la gente se detenía a hablar con chicos de los barrios pobres. “Les pedíamos la hora y nada. Les dijimos que éramos de la UBA y tampoco, ni bola. Sólo se frenaban cuando les decíamos que éramos parte de una campaña de Adidas”, relató un morocho de zapatillas espaciales.
El intercambio no paró: hubo videoconferencias, radio en vivo, talleres con el Movimiento Campesino de Santiago del Estero (MocaSe) y el Frente de Lucha Mapuche; fotografías de la cooperativa sub y aportes de académicos como Alejandro Kaufman y el hostigado pero feliz Horacio Potel (ver aparte). Quien quisiera podía tomar el micrófono y difundir propuestas que considerara valiosas, incluyendo desde recetas hasta ideas alrededor del erotismo. Todo con la música en vivo de bandas como The Kyoto Connection, Timotteo y la recién formada Orquesta La Tribu. El panorama –hay que decirlo– no podía ser más distinto del de los encuentros “antipiratería” que propicia la industria. En vez de una sintonía uniforme, se puso en escena un mosaico de verdades complementarias. Y la libertad de cometer errores producía adrenalina, no temor. Un panelista sintetizó ese espíritu citando el Manifiesto Tardío del poeta vasco Joxe Azurmendi: “Porque éste es el último engaño:/ Nos han hecho creer/ que tenemos que justificar el querer ser libres,/ antes desde fuera, y ahora desde dentro./ Como si para ser libre/ hiciera falta permiso de nadie...”.
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