Sábado, 9 de octubre de 2010 | Hoy
FRANKFURT. LA MUESTRA AUSENCIAS Y LA PUBLICACIóN DE LA ANTOLOGíA LA RAZóN ARDIENTE
La frase de Juan Gelman oficia de perfecta síntesis para las emociones que dispararon en la Feria del Libro la exposición del fotógrafo entrerriano Gustavo Germano, y la presentación del libro que recopila textos de escritores víctimas de la dictadura militar.
Por Silvina Friera
Desde Frankfurt
El mediodía gotea lento. El sol del otoño acaricia el alma. Un organillero, en el centro de Frankfurt, le da duro y parejo a la manivela. Una bella y triste melodía con acordeón de fondo, sobre la que asoma una pátina de nostalgia en algunos argentinos, imprime un ritmo ondulante a la caminata sobre el empedrado. Las paredes de la iglesia San Pablo –donde funcionó el primer Parlamento alemán, en 1824– están revestidas por fotografías de la muestra Ausencias, de Gustavo Germano. Esas instantáneas captan con intensidad conmovedora la dimensión del terrorismo de Estado. El fotógrafo entrerriano que reside en Barcelona fotografía las pérdidas desde esta materia escurridiza que es la vida cotidiana. Hay una dupla de imágenes de la que todos hablan. Impresiona. Clara Atelman de Fink está en el comedor de su casa. Sonríe, de pie. Al lado está su hijo, enceguecido por el sol. En la otra imagen –réplica de ese instante de felicidad–, la grieta del paso del tiempo se dibuja en ese rostro que ya no puede reír. Clara tiene dos heridas que son una y la misma: su ojo derecho ya no está. Su hijo tampoco está. La mano de esa madre se posa sobre el respaldo de una silla vacía.
Germano, que tiene un hermano desaparecido, logra un diálogo fecundo entre el pasado, el presente y lo ausente; conforma un tejido de instantes atravesados por un desgarramiento que sólo se puede recomponer desde una posición empeñada en reflejar lo microscópico, como si sólo con ese gesto-desplazamiento pudiera esquivar olímpicamente cualquier tipo de golpe bajo. Al reproducir la misma foto-escena, treinta años después, sin el familiar o amigo desaparecido, la presencia de la ausencia emerge con una nitidez amplificadora. El presente es un agujero negro sin fondo. El fotógrafo se pregunta, con razón, cómo alguien no hizo antes un trabajo como éste durante la inauguración de la muestra y la presentación de La razón ardiente, antología bilingüe de escritores víctimas de la dictadura que incluye textos de Miguel Angel Bustos, Roberto Carri, Haroldo Conti, Diana Guerrero, Héctor Oesterheld, Roberto Santoro, Francisco Urondo y Rodolfo Walsh, y trabajos periodísticos y críticos de Horacio González, Rodolfo Mattarollo y Mario Goloboff, entre otros.
“Esto que ha hecho Gustavo me parece absolutamente excepcional: ha fotografiado la pérdida y me ha provocado un impacto –confiesa Juan Gelman–. No conozco a las personas fotografiadas, familiares de los desaparecidos, una palabra espantosa porque oculta cuatro procesos (el secuestro de personas inermes, su tortura, el asesinato, y la desaparición de sus huesos), pero yo he tenido pérdidas semejantes y considero que todos aquellos a los que eso les ha ocurrido somos vecinos de los territorios del dolor.” Ausencias ha recorrido muchos países, pero el poeta afirma que “debería verse en ochocientos” porque “muestra de una manera silenciosa lo que pasó en la Argentina en la más reciente dictadura militar”.
Gelman subraya que se alegra por la publicación de la antología bilingüe. La desaparición de los escritores antologados “produjo un tajo en la continuidad de la cultura argentina, un tajo que tarda en cerrarse; son tejidos rotos que llevan tiempo recomponer”. El poeta pone un ejemplo contundente: la obra completa de Paco Urondo se publicó recién veinte años después de su de-saparición. Un murmullo creciente –alemanes que recorren la muestra y charlan sin reparar en que también se está presentando un libro– enoja al poeta. Y hay que ver cómo la gota de los retazos de conversaciones rebasó el vaso de la paciencia del poeta, cuando pregunta “qué pasa” con un tono afilado. Cuando la excepcional algarabía alemana cede paso al silencio, Gelman retoma el hilván de sus pensamientos. “Tuve el privilegio de ser compañeros de escritura y de combate de dos grandes poetas –Francisco Urondo y Miguel Angel Bustos– y de dos grandes escritores como Haroldo Conti y Rodolfo Walsh. Pero hay más desaparecidos; en muchos casos se han encontrado poemas escritos por jóvenes. Nadie sabe si tal vez hubieran llegado a ser grandes poetas; así como hay 145 periodistas desaparecidos; el tema es que cada mes agregan nombres”, agrega Gelman en la frontera de una emoción que le roba las palabras. “Yo estoy muy sacudido por esta exposición; les ruego que disculpen la incoherencia.” Germano abraza a Juan y no lo suelta hasta que el caudal de ese impacto, de esas imágenes que hablan, interpelan y sacuden, se relaja.
Eduardo Jozami plantea que una antología tiene que ver con la forma de “conjugar la unidad en la diversidad”. Las figuras de Walsh, Urondo, Conti deben estar. Y están. Pero también se torna imperioso rescatar –para que no vuelvan a “de-saparecer”– la poesía de Bustos y de Santoro y la figura “bastante olvidada” de Diana Guerrero, socióloga y ensayista, autora de Roberto Arlt, el habitante solitario, un trabajo fundamental que “fue visto retrospectivamente como la mirada de Masotta con lo que sería la mirada de Piglia”. El director del Centro Cultural Haroldo Conti y autor de una premiada biografía sobre Walsh menciona el texto “arbitrario” y “polémico” de Carri –Isidro Velázquez: Formas prerrevolucionarias de la violencia– que refleja cierto espíritu de los años ’70. “Esta antología muestra que no éramos todos iguales ni pensábamos lo mismo –aclara–. Esa uniformidad debería ser repensada un poco. Bustos era militante marxista del PRT (Partido Revolucionarios de los Trabajadores) y busca a Marechal para que le haga el prólogo de Visión de los hijos del mal, quien rescata el carácter metafísico del poeta. Bustos pensaba que la poesía tenía un origen divino, pero también que no era bueno resistirse a la militancia.”
El modo de concebir la antología, la diversidad de autores y de pensamientos, se conecta con las formas del recuerdo sobre los desaparecidos. “Tenemos el derecho a pensar en otras circunstancias; podemos volver a pensar en lo pensaban aquellos escritores que hoy le rendimos homenaje”, agrega Jozami. El director de Casa Amèrica Catalunya, Antoni Traveria, recupera otra pena que está en el aire: las Abuelas de Plaza de Mayo no ganaron el Nobel de la Paz. Pero se intuye que pronto llegará. Traveria repasa el proyecto de Germano y lo inscribe en esa “presencia continuada de la ausencia” que va de las primeras fotos que llevaban las madres en sus pancartas hasta los recordatorios publicados por Página/12, “ritual colectivo que propone el diario para ver a quién recordamos hoy”. Mario Goloboff, responsable de motorizar la antología, reflexiona acerca de la trascendencia que tiene este libro en la trama cultural argentina. “Al cortar sus vidas el terrorismo de Estado, sumó la herida imposible de resarcir para la literatura argentina toda. Las muertes han privado a la cultura de los ricos y seguros aportes que era dable esperar, a la luz de lo que venían haciendo en sus años de adolescencia y juventud.”
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