Sábado, 24 de junio de 2006 | Hoy
CHICOS “LA FLAUTA MAGICA”
El Grupo Babel Teatro plantea la célebre obra clásica como un “cuento de hadas”.
Por SEBASTIAN ACKERMAN
En la obra, el príncipe debe liberar a una princesa encerrada en un castillo, pedido realizado por tres hadas mágicas. Para ello debe atravesar un bosque encantado y lleva consigo un instrumento musical con poderes mágicos. Parece el estereotipo del cuento infantil, y sin embargo se trata de La flauta mágica, la ópera de Wolfgang Amadeus Mozart que se estrenó en Viena en 1791. “Los clásicos son materiales que tienen mucho juego, y para mí son para chicos. Ponés la música a los pibes y plantea un juego descomunal, por lo que es Mozart. Tiene alegría, vitalidad. Hay un príncipe, una serpiente, magos. Es un cuento de hadas. Nunca está de más hacer los clásicos para los chicos”, dice a Página/12 Gabriela Mages, adaptadora, intérprete y directora. La obra, a cargo del Grupo Babel Teatro, se presenta en el Teatro Nacional Cervantes (Libertad 815) los fines de semana a las 17.30 y en vacaciones de invierno estará de miércoles a domingo en el mismo horario.
Babel Teatro se planteó el desafío de mantener las canciones en el idioma original, el alemán, por lo que pusieron especial atención en la narración de la historia a través de los diálogos (en castellano) y las acciones de los personajes. “Había mucho riesgo –comenta Mages–, porque preferimos conservar la música cantada en alemán, como se concibió. No está traducida porque se perdía todo el juego que le había inventado Mozart al componerla. Entonces, contamos la obra desde los diálogos de los personajes y desde la estructura dramática. No importa que no entiendas alemán, te llega por otros lados. El desafío era que se entendieran las escenas en lo teatral. Y funciona”, asegura. Pasha Kyslychko, el ruso integrante del grupo, sostiene que “el desarrollo, el conflicto, el valor y las causas de los hechos los chicos lo entienden, y se enriquecen mejor que mirando una pieza arreglada donde los buenos son buenos y los malos son malos desde el principio. Eso es una cosa muy plana y es aburrida para los grandes y para los chicos también”.
Los títeres siempre atraen la atención de los chicos. Y, a veces, de los grandes. Que sea una obra de títeres, sostienen, no quiere decir que sea sólo para chicos, ya que “llegan al inconsciente del hombre porque tiene que ver con la etapa animista que todos pasamos de niños, de darle vida a las cosas. Entonces, en la medida en que vos animás y le das vida a un títere, un trapo o cualquier objeto, entrás a creer en ese código: que tiene vida”, explica Mages, y Kyslychko cuenta que al terminar la función “a veces vienen a saludarnos los adultos. Al principio nos parecía raro porque venía una señora con su nieto y el chico abrazaba a los títeres y la abuela nos saludaba a nosotros. Creo que es porque tratamos de hacer desde las imágenes, la realización estética, un trabajo muy cuidado que se armoniza con la música, que no quede desprendida”.
Mages sostiene una distinción entre el teatro infantil que denomina “masticable” y lo que ella propone desde el escenario: le gusta que una vez terminada la obra, los chicos “hagan preguntas a los padres. No estoy muy de acuerdo con ese tipo de teatro que yo llamo masticable, que es más una animación que una obra de teatro. No hay un teatro para determinada edad, eso no es así, porque si vos llevás a ver al chico una buena obra, seguro se va a fascinar y va a tener mil preguntas, y eso es lo interesante”, afirma, y concluye que el teatro “tiene un rol para el ser humano, hace a la cultura. Y no hay que olvidarse que el chico es un ser humano, porque en realidad es ése el problema: no lo tratamos como persona. A un chico uno le puede contar todo. Yo pienso cómo se lo contaría a mi hija y así adapto la obra”.
Esta versión, que obtuvo el Premio Teatro del Mundo como Espectáculo Infantil en 2004 y participó como invitado en el Festival Internacional de Teatro de La Habana el año pasado, compitió con la puesta de La flauta mágica que realizó el Teatro Colón hace dos años, “y nosotros a dos cuadras haciéndola con títeres –cuenta Mages–. Fuimos a verla, y en el programa decía que no se permitía la entrada de niños. Si yo quería llevar a un chico a ver ópera, en el Colón estaba prohibido. Y nosotros seguimos haciendo la obra y en el Colón duró poco”, dice, y sonríe.
Para Kyslychko, que la obra se presente en el Teatro Cervantes es muy bueno para los chicos, porque “tiene también su propia magia: ven un teatro del siglo XIX bien hecho. Tiene su propio espíritu, hasta sus fantasmas. Sienten el ámbito del teatro. El Cervantes tiene una atmósfera especial”, reflexiona, y Mages concluye la charla con una queja y una esperanza: “Lo que tienen todos como medio de entretenimiento es la tele, porque es un grupo reducido el que viene al teatro. No tenemos una política cultural que le permita a los pibes acceder al teatro. Ni de continuidad, que es lo importante. Nosotros nos encontramos con un espectador que tiene el televisor en la cabeza, pero uno les propone otra cosa y tiene la posibilidad de jugar, y juegan con nosotros. Y se van tarareando una canción de Mozart”, se entusiasma.
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