Lunes, 24 de marzo de 2008 | Hoy
COLECCIONES DE LIBROS DE DIVULGACIóN CIENTíFICA PARA CHICOS
Paula Bombara, escritora y bioquímica, coordina y edita “¿Querés saber?” (Eudeba) y “Divulgación” (Norma), donde se plantea la necesidad de mantener la rigurosidad de los conceptos, pero con el mínimo lenguaje de “jerga”.
¿Cuántos quisieron en algún momento de su niñez ser científicos para descubrir algo importante? Hace 20 años eran muy populares los kits de “ciencia” para chicos. Unas cajas rosadas que traían dentro frasquitos con distintos químicos y minerales y un pequeño manual de instrucciones para hacer experimentos. Hoy esas cajas siguen existiendo, pero las formas de hacer realmente atractiva la actividad científica para la gente se multiplicaron (o quizás siempre estuvieron allí esperando a que se decidiera llevarles el apunte). Uno de esos medios es un esfuerzo intenso de la misma comunidad científica por escribir, adaptar y editar textos de divulgación para chicos y adolescentes.
Paula Bombara, escritora y bioquímica (UBA), coordina y edita “¿Querés saber?” (de Eudeba) y “Divulgación” (de Norma), dos colecciones de divulgación científica para chicos, a las que distingue de los manuales. “Un libro de divulgación puede ser una forma más profunda de comunicar conocimiento. Los manuales se arman pensando en las currículas de todo el país, que no son todas iguales –señala–; cada tema tiene pocas páginas, pero nosotros podemos darnos el lujo de tener 32 páginas en el caso de los chiquitos, de 100 páginas en el de los grandes, dedicadas a un tema”, explica.
Canales de cable, libros de matemática best-sellers y la creación de un Ministerio de Ciencia y Tecnología son señales fuertes de cambio en cierta idea de las ciencias como “aburridas” o “secas”. La divulgación científica para chicos sigue ese derrotero: ya no se limita a aburridos libros de texto y documentales soporíferos que sufrir en “la hora de naturales”.
–¿Qué hay que tener en cuenta para editar libros de ciencia para chicos?
–Hay que tener muchísimo cuidado en el discurso porque se debe mantener la rigurosidad de los conceptos, pero con el mínimo lenguaje de jerga científica. Hay que explicar conceptos que todos los científicos aprendemos con un léxico en la facultad, y llevarlos a la vida cotidiana para que los chicos los entiendan igual. Eso es lo que más tiempo nos lleva. Al escribir la colección de Eudeba para los más chiquitos, la principal limitación que encontré fue el vocabulario. Si bien este va creciendo y uno puede aportar una cantidad de términos a lo largo del libro, tampoco podés abusar de eso.
–¿Y con chicos un poco más grandes?
–En la otra colección, la de Norma, se trató directamente de inventar un discurso que no estaba. Había un hueco, porque tenías textos que intentaban ser para preadolescentes, pero todavía con mucha ilustración, cuando desde la literatura vemos que pueden leer 800 páginas de un Harry Potter, o 150 de cualquier novela de un autor nacional. Nos propusimos “inventar”, adaptar un discurso escrito por un científico, a un libro con su lomo, 100 páginas, pocas ilustraciones, que fuera ameno.
–Volver “amena” la ciencia.
–Es que no nos podemos dar el lujo de aburrir, si un libro de divulgación se cierra, no se vuelve a abrir, no es una novela.
–Pero igual los chicos se enganchan mucho con los libros de ciencia.
–Cuando uno entra en el colegio, y antes también en el jardín, tiene montones de preguntas por contestar. Y si te dan la oportunidad y te las contestan, con toda la rigurosidad científica que se puede, la curiosidad más que apagarse irá encendiéndose. Yo me hacía la pregunta de por qué los adultos no leen divulgación. Pregunté en las escuelas que fui a visitar por las novelas y todos me dijeron que esos textos están escritos de una manera que no se entiende. De ahí que yo me focalicé en conseguir un discurso que se entendiera. Si empezás a leer algo y no lo entendés, lo dejás: sea divulgación, ensayo o novela. Lamentablemente, la comunidad científica no está demasiado entrenada para escribir divulgación.
–Pero usted es científica, y trabaja con un equipo de científicos para producir las colecciones.
–Pero hay muchos colegas que se hacen una ensalada y no pueden decirte qué investigan. Como divulgadores, los científicos tienen que expresarse en el lenguaje cotidiano con el que viven cuando salen del laboratorio.
–Que se note que no son marcianos.
–Los chicos tienen hasta cierta edad, aunque por suerte cada vez menos, esa imagen del científico como rodeado de tubitos de colores. La idea es sacarles esa imagen y ponerles enfrente que el científico puede ser igual a sus padres, sus tíos, sus abuelos, como todo ser humano.
Las preguntas de los chicos abarcan un abanico enorme: astronomía, animales, por qué salen los hongos, y mil consultas más. Algunos temas son espinosos para los científicos y para los padres. “Cuidamos que los dibujos respeten el espíritu de la ciencia que está representada en el libro. En el libro de arqueología, la arqueóloga pedía por favor que no dibujáramos un gorrito beige tipo Indiana Jones. Ella me decía ‘los arqueólogos argentinos que investigamos la Patagonia, lo menos que estamos es con gorrito beige, nosotros estamos con gorro de lana, ¡si hace frío!’. Yo siempre pido a los autores que dejen ver cómo es su trabajo cotidiano, para que el chico, además de leer, piense si tiene ganas de hacer eso cuando sea grande.”
Informe: Andrés Valenzuela.
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