Domingo, 6 de abril de 2008 | Hoy
FINAL PARA UN RECORRIDO EDITORIAL QUE ABARCO 30 AÑOS
Beatriz Sarlo, su directora, argumenta que la publicación “no merece sobrevivirse” y que “algo ha comenzado a fallar, y es mejor reconocerlo ahora”. Así, el número 90 pone el punto final a una revista que supo ser usina de pensamiento y análisis.
Por Julián Gorodischer
La revista Punto de Vista se retira después de 30 años de reinar en su campo: fue una de las más conocidas e influyentes entre “las académicas”, un espacio que de la mano de Beatriz Sarlo propuso una articulación eficaz entre la reflexión analítica y la realidad argentina de las últimas décadas. La fundaron en 1978 Beatriz Sarlo junto con Ricardo Piglia, Carlos Altamirano y Elías Semán. El origen fue en plena dictadura. “Había que comenzar a hacer algo enseguida, incluso sin esperanzas y peligrosamente”, recuerda Sarlo en el editorial del número 90, en el que se despide de los lectores. Se reunían en forma casi clandestina proyectando cómo editarla. Ya nacida, se afianzó como formadora de opinión y fue uno de los pocos lugares en que los intelectuales podían pelearle a la dispersión.
Sus ex advierten que la transición hacia la democracia trajo nuevos conflictos. Debían encontrar un perfil ya no meramente “oposicional”. Se agregaron nuevas firmas, algunas de las cuales volvían del exilio: Hilda Sábato, José Aricó y Juan Carlos Portantiero. En Punto de Vista se habló por primera vez de autores que luego serían referencias constantes en los programas de las carreras humanísticas: Raymond Williams, Pierre Bourdieu, Richard Hoggart, con pistas para pensar la cultura y la historia incluyendo en el análisis al intelectual y el papel que éste debería ocupar en el contexto de su época.
“A fines de 1982, con el comienzo de la transición democrática –recuerda Sarlo–, debimos aprender de nuevo casi todo. Por ejemplo, cómo hacer una revista que ya no fuera solamente el medio que un grupo mínimo de intelectuales inventó para atravesar la dictadura; aprender cómo se hace una revista...” “Quizás un problema que tuvimos –admite Hugo Vezzetti a Página/12– fue que no supimos traer gente joven. Sí en la parte de cine, ahí se incorporó mucha gente nueva, pero no en otras áreas temáticas. Un poco por el prestigio de la revista, quizá costó siempre la incorporación de nuevas personas que escribieran.”
Durante los ’90, Punto de Vista fue un oportuno, foro donde pensar las fisuras, las zonas liberadas, los núcleos de poder del menemismo: la revista siempre fue temporal, coyuntural, arraigada a los sucesos-hito de la historia argentina reciente: la guerra de Malvinas, los indultos, la corrupción, la crisis de 2001. El aggiornamento, la inauguración de un sitio web (Bazar americano), la tirada de más de 2500 ejemplares se dieron cuando ya estaban en sus filas Adrián Gorelik (actual subdirector), Ana Porrúa, Federico Monjeau y Rafael Filipelli. La triple renuncia de Hilda Sábato, María Teresa Gramuglio y Carlos Altamirano, en 2004, provocó un cimbronazo interno e incluyó desde disensos por el estilo de la conducción (como argumentó Sábato) hasta la toma de partido por la renovación generacional. “Cuando el cuadro de posiciones está congelado, como ocurre desde hace años en Punto de Vista, el debate, por tolerante que sea, se vuelve estereotipado: siempre nos encontramos representando la misma pieza”, explicó Carlos Altamirano, antes de partir, en una carta abierta.
“Se puede hacer una revista con diferentes grados de inclusión, pero el deseo de revista es indispensable. Ese impulso tenía un fondo colectivo que hoy percibo un poco debilitado, distraído”, cierra Sarlo su editorial del número 90, donde también publica el ensayo Melancolía e insistencia de la novela, una nueva pieza de su iluminadora serie de críticas sobre literatura argentina reciente con el foco en Luis Chitarroni, Aníbal Jarkowski y Leandro Avalos Blacha. “Entiendo que Ana Porrúa y Rafael Filipelli no deben sentirse descriptos por estos dos adjetivos. Pero no alcanza...”, señala. “Podríamos seguir produciendo buenos índices y recibiendo buenos artículos, pero algo ha comenzado a fallar y es mejor reconocerlo ahora, cuando no se ven consecuencias, que en un capítulo decadente. Una revista que ha estado viva treinta años no merece sobrevivirse como condescendiente homenaje a su propia inercia. Por eso el número 90 es el último.”
Informe: Andrés Valenzuela.
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