Martes, 27 de mayo de 2008 | Hoy
MUSICA › AHORA, MIGUEL BOTAFOGO ES DON VILANOVA
El maestro del blues local se sacó la barba, se cortó el pelo, se separó de su mujer-manager, cambió de banda y hasta dejó de llamarse Botafogo, el nombre que le había puesto Pappo en 1973. Dice que es una especie de “renacimiento”.
Por Cristian Vitale
Una milenaria teoría maya sostiene que el hombre, a los 52 años, vuelve a nacer y recorre otra vez su vida, pero en forma consciente. Puede modificar sus equivocaciones y enmendar errores porque –decían ellos– es más sabio. No muy distante de lo que Carl Jung, el psicólogo de los sueños, llamó proceso de individuación, aquel que va hacia el centro superior de la psique (la conciencia) y permite expandir el autoconocimiento, vivenciando los contenidos del inconsciente personal. Miguel Vilanova enlazó ambas teorías y le dio una salida elegante a su conversión: el blues master ya no es más Botafogo: se cortó la enorme barba, el pelo, las crenchas de mago y se distanció profesional y afectivamente de Dafne, la mujer que lo acompañó durante 26 años. “Hace años que curto terapia jungueana y Jung, como los mayas, decía que por los 50 aparecen giros y revisiones personales. Me pasó eso. Es como cuando Cassius Clay se puso Muhamad Alí, sólo que yo no tengo una guerra de Vietnam al lado, tengo apenas una guerrita”, se ríe.
–Vilanova sin barba, qué rareza.
–Puede ser..., aunque la barba nunca la tuve por una cuestión estética sino porque me daba fiaca afeitarme.
La nueva senda, entonces, implica también un cambio total en la formación de su banda y la separación del clan familiar que trabajó a la par en su último disco (Don Vilanova). Ahora lo acompañan Luciano Scalera (batería), Rafael Pravettoni (bajo), Hernán Zamora (teclado), Federico Pernigotti (guitarra) y Franco Capriati (armónica), junto a quienes concretará un ciclo durante todos los miércoles de junio en el Velma Café, además de grabar su próximo disco en estudio. “En el primer ataque se terminó todo: el nombre, la imagen..., mandé todo al carajo de un día para el otro. Venía madurando algo en mi inconsciente desde Don Vilanova, que es un homenaje a mi viejo, el tipo que me habilitaba el sótano de su peluquería para ensayar en plena época militar. Caíamos en cana, y al otro día me daba la llave igual. Don es de origen noble y el origen noble de mi padre me está pegando cada día más. Don también tiene que ver también con el don que te da Dios para poder tocar un instrumento”, sostiene.
–Lo afectivo parece una razón fuerte...
–Con Dafne, por ejemplo, nos mantenía unidos esta historia, pero en realidad no nos hacía bien ni a ella ni a mí. Cuando pasa así, hay que desvincularse..., siempre quise que fuera ella quien manejara mis asuntos, pero fue imposible mantener una independencia entre ambas cosas.
Botafogo fue Botafogo durante 35 años, hasta su último show como tal, el 1º de marzo en el Club 77 de Temperley. Así le puso Pa-ppo en la época de su Volumen 3, durante el verano de 1973. Salieron de gira y al Carpo no le cerraba presentarlo como “Miguel Vilanova, el hijo del peluquero”. “No fue por el club de Brasil –ríe Vilanova–, pero Pappo nunca me quiso decir por qué me puso así. Puede ser por un vaguito amigo de él que vivía en la calle y se parecía a mí o por el sobrino de Afanancio, un personaje de la revista Capicúa. Me inclino por ésta porque, en ese tiempo, él parecía Afanancio y yo su sobrino. Me tendría que haber sacado el apodo el día que él dejó la tierra, pero tomé conciencia tarde”, reflexiona.
–¿Cuál fue, concretamente, la razón que lo llevó a abandonar su nombre artístico, con todo lo que ello implica?
–Hay personas muy queridas para mí, que consideran que Botafogo era un personaje y no una persona, y se me acusaba de estar subido al caballo de Botafogo. Nada más lejos: si me la creyera un poco sería más famoso que Pity, pero ahora, al tener mi verdadero nombre, se acabaron los reclamos. Soy quien soy gracias a mi padre y a él nadie puede tirarle mierda.
–¿Por qué “más famoso que Pity...”?
–Hay algo central: en los afiches de los años setenta siempre se presentaban los shows con la leyenda “blues y rock and roll argentino” y, bajo ese rótulo, tocaban Manal, Almendra, Arco Iris, Pappo’s Blues. Yo soy producto de eso y necesito reafirmarlo, porque en este momento cualquier pelotudo que toca tres acordes y fuma paco aparece como una estrella, y yo que me rompo el orto hace mil y nunca me atrevería a tirarles un mensaje de destrucción y reviente a los pibes argentinos, aparezco marginado.
–Cambiaron los tiempos. ¿Tiene herramientas para afrontar el contexto?
–Ponerme en otro lugar. Antes decía “yo no”, pero ahora digo “yo sí”: mi renacimiento tiene que ver con eso..., yo también puedo ser brillante, loco: formé musicazos y por eso exijo mi lugar. ¿Cuánto más tengo que demostrar para llegar a tener espacios de difusión? Nunca una empresa vino y me dijo “quiero laburar con vos”. Siempre laburé independiente y cuando les acerqué algo no me dieron bola, mientras que en la tele Pity se tira un pedo y están todos detrás del quía como si fuera Spinetta.
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