MUSICA › CAREL KRAAYENHOF
Un holandés en el planeta del tango
Se hizo célebre como “el músico que tocó Adiós Nonino en la boda de Máxima Zorreguieta”, pero el historial de Kraayenhof lo relaciona con dos grandes del género, Piazzolla y Pugliese, a quien homenajea con su Sexteto Canyengue.
Por Karina Micheletto
El hombre tiene una carta de presentación marketinera, y así lo anuncia la compañía grabadora: es “el bandoneonista holandés que interpretó Adiós Nonino en la boda de Máxima Zorreguieta”. No es para menos: después de aquel toque de suerte, Carel Kraayenhof se hizo conocido mundialmente, vendió cientos de miles de copias de su disco Tango Royal, y otro tanto del que bautizó, claro, Tango Máxima. Y todo desde un país al que hasta entonces no había llegado la fiebre del tango. Pero al parecer Kraayenhof tiene otras cartas que acreditan su condición de tanguero: con su Sexteto Canyengue se dedica a cultivar el estilo de Osvaldo Pugliese, con quien en vida llegó a compartir varios shows y encuentros. Cuando Piazzolla lo escuchó tocar, lo invitó a participar del musical Tango Apasionado, que montó en Broadway. Con estos dos padrinazgos a cuestas, fundó el Departamento de Tango del Conservatorio de Rotterdam, donde actualmente dirige con Leo Vervelde la Orquesta Tanguera de Rotterdam. Sus CD ya están editados en la Argentina y hoy a las 21 se presentará con su Sexteto Canyengue en el teatro Alvear (Corrientes 1659), dentro del ciclo Discos Vivos, con entrada a sólo 2 pesos. El jueves a las 20.30, además, participará del homenaje a Pugliese que se hará en el Centro Cultural San Martín, con entrada gratuita, junto a músicos que integraron la orquesta del maestro.
En su casa de Noord Beemster, una pequeña localidad cercana a Amsterdam, Kraayenhof tiene armada una suerte de museo dedicado al género, donde atesora discos, libros, fotos y objetos especiales, como una bufanda que le regaló Pugliese. El músico habla un buen español y tiene los suficientes modismos incorporados para despedirse de la charla telefónica con un “un gustazo”. “Tocaba el piano desde los 8 años, y más tarde la verdulera. Pero nunca tuve la posibilidad de un gran instrumento con fuelle. Un día un amigo argentino me dijo: ‘Tenés que tocar el bandoneón’, y me trajo uno de Buenos Aires”, cuenta el holandés. “Yo conocía el sonido por un disco de Juan José Mosalini y estaba totalmente fascinado. Pero pensaba que, con 26 años, era muy tarde para aprender este complejo sistema.”
–Lo presentan como “el bandoneonista de la boda de Máxima”. ¿Eso es bueno o es malo para su carrera?
–En general, es bueno. No sólo porque me hizo muy famoso en mi país: lo más importante es que pude difundir el tango y el bandoneón. Ese día dos millones de holandeses lloraron con esa muchacha argentina que se emocionaba con el tango. Y eso es mucho, porque mis compatriotas no lloran tan fácilmente.
–¿Cómo lo contactaron?
–Simple: averiguaron y yo fui el único bandoneonista en Holanda del que tuvieron referencias. Con ellos quedó una buena relación, de vez en cuando nos hablamos por teléfono, son gente muy macanuda. Máxima se está dedicando a investigar sobre créditos para pequeños emprendimientos de desarrollo, y ahora se va a Brasil y Argentina por ese tema. Eso me gusta de ella.
–¿Qué pasó en Holanda después de su Adiós Nonino nupcial?
–En mi país nadie sabía lo que era un bandoneón hasta antes de la boda. Después de escucharme, en el tranvía, en el tren, por todos lados, la gente me paraba, me abrazaba, me decía “yo también lloré”, me preguntaban por el tango y por el bandoneón. Lo más lindo fue que un periodista, muy holandés él, calculó que con todas las lágrimas que se vertieron ese día los holandeses podían llenar la cancha del Ajax. Realmente fue una conmoción.
–¿Cómo llegó a conocer a Pugliese?
–Cuando él vino a Amsterdam, en el ’85, yo toqué como telonero suyo con el cuarteto Tango 4, cuando recién habíamos empezado. Para el ’89 yahabíamos formado el Sexteto Canyengue, con el que nos dedicábamos totalmente al estilo Pugliese, y ahí compuse un tema para él, Clavel rojo, que actualmente forma parte del repertorio de Color Tango. Lidia y don Osvaldo nos invitaron a Buenos Aires y nos presentamos con ellos, desde ahí quedó una amistad muy grande, hace poco estuvo Lidia en un homenaje a Pugliese.
–¿Qué fue lo que lo fascinó de Pugliese?
–Fue casi como un abuelo muy querido y respetado, un hombre íntegro que dedicó toda su vida a la música popular con una modestia impresionante. Era un genio en el sentido musical, alguien muy preparado también en otros géneros como el clásico. Como músico enriqueció mucho el tango en su estructura, por su manera de arreglar y de poner ritmos folklóricos en el tango. Siempre me emocionó la fuerza de su orquesta, con los bandoneones que casi tocan percusión. Y, pedía que no lo llamaran maestro: “Soy nada más que un tornillo en la máquina tanguera”, decía.
–Suena extraño que diga todo esto un holandés.
–Quizá porque desde lejos se puede ver y admirar con más profundidad. Aquí hicimos un estudio muy profundo de Pugliese como hombre y como músico, pasé mucho tiempo con él y con Lidia en mis visitas a Buenos Aires y en sus visitas a Holanda, y también con Roberto Alvarez, de Color Tango, que fue mi maestro.
–¿Y Piazzolla?
–Tuve la suerte de que me convocara para la gira del musical Tango apasionado, y cada momento fue como una inyección de tango. Aprendía sólo de observarlo: Piazzolla era muy inquieto, casi como un chico de siete años, con mucha energía, siempre estaba en la búsqueda de otras formas, todo el tiempo estaba componiendo, pero también actuando y haciendo giras. Lo vi escribiendo en hoteles, obsesivamente, y un poco él me dejó el deseo de hacer lo mismo: dedicarme a la composición y al tango, obsesivamente.