Domingo, 30 de mayo de 2010 | Hoy
MUSICA › FITO PAEZ Y LAS SENSACIONES TRAS UNA SEMANA HISTORICA
Su concierto de cierre de los festejos por el Bicentenario dejó imágenes inolvidables, que se encadenan con ese Confiá que propone su último disco. Fito se anima a lecturas artísticas y políticas, sin temor a que lo miren torcido.
Por Karina Micheletto
Dice que no bajó. Que las fotos todavía flotan, reales. Que, cuando le tocó, trató de estar a la altura de lo que estaba viviendo. Hace unos días protagonizó un momento que pasará a la historia: actuó frente a la multitud más grande que se haya reunido en el país. Dos millones de personas, de fiesta hasta las dos de la mañana, coreando, bailando, saltando, celebrando sus canciones. Fito Páez dice que se siente un privilegiado. Y hace su lectura, sin medias tintas: “Lo que pasó fue tan fuerte que es
inapelable”. “Aparecieron muy claramente los dos países, el virtual y el real. El que se intenta tirar desde la pantalla, desde diversos grupos de interés, el de la ‘crispación’, no parece muy real frente a esto que pasó”, interpreta. “Por eso la gente cumplió un papel protagónico fundamental. Vino a decir ‘muchachos, bájense un poquito del carro, que estamos acá’. Fue inesperado para todos.”
Fito tiene un nuevo disco, desde cuyo título dice y se dice: Confiá. No es en respuestas promocionales donde parece estar enfocada su energía. Le interesa, en cambio, hablar largamente del sentido de esa canción, de esa palabra, de cómo inesperadamente conecta con lo que acaba de vivir. En el living de su departamento parecen haber sólo dos cosas fijas, colocadas con amoroso esmero: al fondo, el piano, el estudio casero en el que cuenta que pasa varias horas diarias de trabajo. En la pared principal, los cuadros de su hijo Martín, de 11 años, que estallan en colores. Vuelven, su hijo, su hija, una y otra vez, en la charla con Página/12. Porque están en su vida, explica. “Y porque son los que hacen que esto se ponga cada vez mejor.”
–“La gente en la calle, qué hermosa.” La crónica de este diario rescató esa frase suya en el recital de la 9 de Julio: fue muy conmovedora la manera en que la dijo. ¿Qué se le pasó en ese momento por la cabeza?
–¡¡Uff!! Muy fuerte, sí. A mí también me llamó la atención cuando lo vi, después. Pensé: ¿qué fue esa frase allí? Y claro, era el recuerdo de la adolescencia, lo que era no poder estar en la calle hasta el ’83. Se te vienen cosas de la historia, la de todos. Uno no sabe por qué hace las cosas en una situación como ésa, es tan border que no tenés mucho control sobre lo que sucede. Pero aparecen estas cosas que son profundas. Era muy potente ver esa cantidad de gente disfrutando, un poco a la manera brasileña. Era estar en la calle siendo dueño de la calle. Eso fue lo que más me emocionó: la libertad. Es una palabra grande, pero es inevitable ir a buscarla cuando uno ha atravesado tantas coyunturas políticas y sociales. Cuando ves esa alegría, esa multitud con buena leche, sin un solo hecho de violencia... Eso no se puede explicar, está arriba de todos nosotros. Y ser parte de eso, ser el chamán de ese gran momento, fue un gran privilegio, un hecho muy conmocionante. La sensación era: ¡Qué lindo, qué bueno! ¡Se puede estar relajado y gozándola!
–No sólo lo sorprendió la cantidad de gente, sino la manera en que la gente estaba.
–Seguro, y muchas cosas me aparecieron pensando en eso. Primero, creo que la coyuntura política es algo. Esto no se podría haber dado en otra coyuntura, eso es innegable. Hay algo allí, de cómo están funcionando las cosas, que lo habilitó. Por otro lado también se comprueba que la idea de la crispación está pichicateada por los medios, es una idea que en la realidad no se comprueba.
–¿Cuál es entonces el sentido político y social que le da a la movilización de mayo?
–Para mí fue una clase de civilidad. Un gran grupo de gente le dijo a la clase política y empresarial: ‘Muchachos, estén a la altura de las circunstancias, miren que acá tenemos ganas de que funcione bien’. Ese es el trazo grueso que puedo sacar de estos días, fue una gran puesta en escena espontánea. Podemos hacer otras lecturas de lo que fue la puesta en escena de la 9 de Julio, y la puesta en escena de la inauguración del Colón, con todo ese tilinguerío. Ese contraste hacía todo muy obvio, casi burdo. Estaba todo contado ahí. Hubo otra puesta en escena de Macri con los agravios a Cristina Kirchner. No se puede hacer eso con alguien con investidura presidencial. En ese sentido, se ve también la vulgaridad de ese discurso.
–Lo van a acusar de kirchnerista.
–No, soy un ciudadano que hoy no encuentra dónde participar políticamente, pero que no por eso deja de ver cosas que para mí son claras, aunque la pantalla me diga otra cosa. Para mí este gobierno, por primera vez de una manera tan clara en los últimos 30, 40 años, evita que el reparto vaya sólo para las cien familias a las que les tocó siempre la torta. Y eso genera una gran conmoción, aparecen los conflictos, obvio, se está poniendo en duda un sistema. ¡Cómo quieren que haya ‘conciliación’, como piden en la tele, cuando los intereses son opuestos! En fin, hago estas lecturas con la mejor buena leche, pero sin venir a dar clases de nada a nadie, no es lo mío. Yo me dedico a escribir y a hacer música.
–Pero será consciente de que está ocupando un rol haciendo estas lecturas, siendo un artista popular.
–Como no tengo una mirada mesiánica de mí mismo, me siento parte del grupo. Opino, nada más: ‘Che, para mí esto es así, si la reparten entre más, se agradece, ¿eh?’. Entiendo que la política es el gran teatro, pero mi labor es intentar mirar el hueso de las cosas del corazón, y en la música intentar conocer el lenguaje y expresarme con eso. A veces eso le toca a mucha gente, a veces no. Y lo que pido, como ciudadano, es que el rigor que uno tiene en lo que hace lo tenga la dirigencia. Esos seis millones de personas congregadas en estos días indicaron que hay deseos de que las cosas funcionen bien. Lo que les estamos diciendo con esto es: “¡Muchachos, vamos, eh! ¡Déjense de joder!”.
Fito Páez sigue hablando de “aquel Bicentenario”, y no sólo de su show de cierre. Del que compartió con Litto Nebbia, León Gieco y otros colegas en el homenaje al rock argentino, de las recorridas que hizo, de la vuelta de Salgán. Y de la música, claro, del oficio y del misterio de hacerla. De cómo jura que no sabe quién escribió “Yo vengo a ofrecer mi corazón” a los 22 años. De por qué “Tumbas de la gloria” es una canción tan buena que no parece hecha por él: “Lo digo siempre en los conciertos, como una excusa para explicar los elementos que encontré ahí adentro”, dice. “Las bajadas de Piazzolla, la melodía de ‘Vete de mí’, o los acordes de McCartney, o Charly, que también me ayudaron a crear todo eso. Después de tantos años, descubro que allí estaban inconscientemente todas las cosas que me hicieron.” Otro descubrimiento que apareció con los años: “Siempre me pareció que la rima, las palabras, en un sentido me ataban en lugar de liberarme”, suelta.
–Está el chiste sobre sus canciones, que hay una sílaba que siempre sobra en la melodía...
(Risas) –¡Las fuerzo, sí! Y lo sigo haciendo, en este disco también. Pero es un tema, hay algo en la rima que personalmente me aburre. Me agota pronto.
–Qué problema para encontrar el estribillo.
–¿Sí, no? Justo me metí con un género que tiene convenciones muy claras. Hace muchos años que no trabajo con estribillos, no porque no me gusten, “11 y 6” es una de las mejores canciones que hice. Pero tenés que seguir tu corazón, aunque te digan que no vende. Si pasa, mejor, pero muchachos, no lo hacemos para eso.
Y entonces aparece Confiá, el último disco de Fito, y también la canción que lo abre.
–El espíritu de su disco conecta con esto que pasó. ¿Qué piensa de eso?
–Que las cosas son extrañas, misteriosas. Esa canción, por ejemplo: la música la hice hace diez años, hice unas veinte, treinta letras, que nunca me gustaban. Hasta que apareció “confiá”, que es la última palabra. Era la palabra clave que me faltaba, en esa chorrada de texto y melódica. Cuando me fui a grabar a La Cumbre fui sin nada. Dije: va a aparecer algo. En esa idea, “va a aparecer algo”, estaba inscripta la idea del título. Vamos a confiar en que las cosas funcionen. Se había tratado de un grupo de gente yendo a un lugar a jugar, y a confiar en lo que íbamos a hacer. Fue la primera vez que hago un álbum así, que no me pregunto tantas cosas, que soluciono los conflictos en el momento. Después aparecieron otras ideas sobre esa palabra, gente que me decía: qué bueno, es una palabra que encierra buena leche. Y después, lo que pasó hace unos días, y esa palabra... Se ve que había algo allí que había que poner en escena.
–Sus hijos parecen muy presentes en el disco, aun sin ser nombrados. ¿Es así?
–Seguro que sí. Los chicos están en mi vida, y mi vida con ellos debe haber sido una de las claves que me animaron a decir: ‘Vamos todos a una casa a grabar, dale, vamos con lo que tenemos’. Esa es la clave que tiran los hijos: que todos los días se aprende algo nuevo, que la vida se está haciendo en ese momento, de eso se trata. Los pibes te enseñan la piedra, el hueso, lo indispensable. Después, bueno, si la Rolling Stone no te nombra en lo que pasó en los últimos diez años... ¡qué le vamos a hacer!
–Su trabajo puede ser visto como poco compatible con la tarea de padre. ¿Es así?
–Para nada. Yo grabo acá en casa, mis hijos están conmigo casi todo el tiempo, lo comparten. También vienen a grabar: Para hacer Confiá nos fuimos todos a Córdoba con los chicos. Después completamos el trabajo en Trancoso, y Martín vino conmigo. ¡Ayudaba con los cables, micrófonos, por eso figura en el disco como asistente! Mis hijos saben cuando me quedo con mis amigos a la noche, conocen lo que es la vida, y tienen esa vida conmigo. Eso es fundamental para poder escribir, no pensar desde la carrera, que son siempre cosas tan mezquinas y cortitas. ¡La cantidad de veces que he escuchado ‘éste está terminado, éste se acabó’!
–¿Y qué le provocan las malas críticas, lo enojan?
–Cuando era más pibe me enojaba. Ahora ya sé cómo es: estás allí con el material y decís: uy, no, no. Pero igual hay que hacerlo, hay que vivir, salir a la calle. Y en un momento aparece aquello. Lo que dice la canción: vas escribiendo el libro, todos los días. De eso se trata.
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