Jueves, 25 de septiembre de 2008 | Hoy
LITERATURA › “EN SOCIEDADES MáS ORDENADAS UN ARGENTINO SE ABURRIRíA”
“Hay que trabajar la ficción en ese punto en donde las cosas pueden ser reales o imaginarias”, propone el escritor, que en su libro va más allá de lo autobiográfico para dibujar personajes que atraviesan la historia argentina reciente.
Por Silvina Friera
Al caminar por Carlos Calvo resulta imposible no sumergirse en el túnel del tiempo que propone esa calle de Monserrat. Los negocios, las vidrieras y los edificios –ajenos a esos liftings que le cambiaron la cara a otras zonas– podrían ser la escenografía de una película en blanco y negro de fines de los ’60 o principios de los ’70. En ese barrio, tan cerca del centro y tan periférico, tan bizarro como gótico, donde vive Daniel Link, quizá no sería nada extraño cruzarse con un tal Alvaro, el sufrido astrólogo, tataranieto de la Pulpera de Santa Lucía, o Ben, el encargado del Bar Mágico. ¿Se escaparon de las páginas de la novela Monserrat o son clonaciones del costumbrismo barrial que incluidas en la ficción se mueven en el difuso pasaje de las invenciones linkianas? Por ese umbral se desplazan los relatos de La mafia rusa (Emecé), el nuevo libro de Link. La que aparece al entrar en el departamento del escritor es Tita Merello, la morocha argentina “de mirar ardiente”, una gata que olfatea con displicencia a las visitas. Ella es la “buena” de la familia; la “mala”, Cartulina, se supone que está atrincherada debajo de una cama y no dará señales de vida durante la entrevista con PáginaI12.
“No soy un escritor muy disciplinado, porque no vivo de mi escritura literaria”, admite Link. “Mis libros venden poco; no podría comprar alimentos para las gatas con lo que gano de derechos de autor. Tengo que trabajar para mantener a esa negra y a la otra gata que Dios sabe dónde andará. Como no tengo método, el estímulo me resulta necesario. De pronto puedo estar dos semanas sin escribir porque no tengo ganas.” El estímulo, entonces, que suele emanar de la realidad no implica, aclara el escritor, que por el conflicto con el campo “me ponga a escribir un cuento con chacareros”. El postulado linkiano parte de la incerteza: “Escribo porque no sé”. La mafia rusia es sensible a esta inestabilidad, a la oscilación entre lo biográfico y lo ficcional, lo ensayístico y lo narrativo, que habilita que el libro pueda ser leído como relatos sueltos o como una novela. “Al principio creía que iba a ser autobiográfica, pero la autobiografía es un género que no me gusta, no puedo hablar mal de mi mamá porque está viva, y otras cuestiones me llevaron a que tomara momentos de mi vida y los relacionara con el presente, lo que me permitía comparar esos cortes temporales. Lo interesante es dejar funcionar la cabeza”, explica. “Si veo por la ventana que pasa una persona, imaginarme la historia de esa persona es importante, porque es alguien que no comparte mis circuitos, mi visión del mundo. Entonces busco entender adónde va, de dónde viene, qué tiene en la cabeza, lo que naturalmente te lleva a la invención. Uno escribe cuando surge una pregunta. No necesariamente la vas a contestar al escribir, pero la vas a complicar, a ampliar.”
–En varios relatos aparece con potencia el imaginario peronista. ¿A qué atribuye la fuerza que sigue desplegando en la literatura argentina?
–Es prácticamente imposible prescindir, en términos de una concepción o una definición de lo político, del imaginario del peronismo. El imaginario político argentino coincide con el peronismo, por adhesión o por rechazo. En mi caso, intento colocarme muchas veces a la mayor distancia posible, tratando de ignorar que el peronismo es algo, porque al ser históricamente tantas cosas es difícil saber a qué nos referimos cuando hablamos de peronismo. Esas relaciones que uno entabla con el imaginario peronista van variando históricamente. Soy una persona que ha crecido en el medio de esas tensiones, de modo que tampoco puedo ignorarlas. En ese sentido, me atraviesan y me constituyen, inclusive como contradicciones que no podría fácilmente resolver. Mis padres nunca fueron peronistas. Mi madre es de tradición radical, cordobesa, y en Córdoba hay una suerte de orgullo antiperonista histórico. Mi papá era de Buenos Aires y trabajó en la Fundación Evita sin ser peronista. Tuvo que afiliarse al partido para trabajar, pero no era una persona que tuviera convicciones peronistas.
–¿Pero habría mayor afinidad con el peronismo desde esa condición de infancia pobre que se establece en uno de los relatos?
–En algún momento en ese cuento o comienzo de novela autobiográfica digo que al no tener nada me veía obligado a inventar juguetes y cosas por el estilo... Es lo que hago al escribir, inventándome un pasado. Hay un deseo de recuperar ese imaginario infantil, y ese imaginario es peronista por esa idea de los Reyes Magos, del regalo, la bicicleta, las figuritas, lo que fuere. La idea de recibir esos dones, de tenerlos o no tenerlos, es extremadamente fuerte en la infancia. Esto tiene que ver con esa constitución clásica de lo que era el imaginario peronista y el estado de bienestar, con la Fundación Evita, con darles a los pobres lo que nunca tuvieron. Sobre todo en esta parte del peronismo histórico, que no viví, hay una dimensión mágica que me parece memorable. Hasta puedo llegar a sentir nostalgia de algo que nunca viví, que para mí nunca existió. Esto no significa que adhiera a la política del peronismo clásico ni mucho menos; significa que puedo liberarme al encanto que tiene ese tipo de ensoñación.
“Hacer de la necesidad virtud... es el mandamiento de los que no tienen nada: aprovechar hasta el último y recóndito resto de dentífrico o de detergente es algo que aprendí en mis primeros años”, señala el narrador de “Yo fui pobre”, en uno de los momentos más bellos e intensos del libro. Cuando se descubre en el complejo e inconsciente proceso de cortar el tubo de la pasta para dientes para recuperar las últimas moléculas de nada, el protagonista advierte: “Lo mismo hago cuando escribo: escarbo hasta el más ínfimo átomo de nada”. Link cuenta que hay frases que lo marcaron. “Me acuerdo siempre de una: ‘Kafka escribe como un perro que escarba su madriguera’. Es una metáfora muy fuerte que está relacionada con esa idea del perro obcecado royendo un hueso hasta pelarlo”, plantea el escritor. “La lectora más rigurosa que tengo, mi mamá, todavía no leyó el libro. Es probable que cuando lo lea, no acepte el 80 por ciento. Después de esa charla seguramente tendré más hipótesis. Uno nunca sabe qué aspectos de lo que recuerda están más o menos ligados con el recuerdo de otras personas. Los recuerdos son caprichosos.”
–Dos momentos históricos aparecen con énfasis: el 12 de octubre de 1976 y el Cordobazo. ¿El hecho de estar fechados es para que se acerquen al “documento”, al estilo Walsh?
–No, no se trata de poner en escena nada testimonial. En el caso del Cordobazo, es muy raro que una persona de mi generación haya estado; da la casualidad, como cuento en el relato, de que tuve la dicha de participar de esa conmoción que fue el Cordobazo sin entender absolutamente nada. Me gustaba recuperar esa idea de Stendhal del personaje que está en medio de la guerra y no lo sabe. Quería reponer ese no saber: “Yo estuve ahí, pero no sabía que estaba ahí”.
–La frase final de ese relato sobre la dictadura: “La tristeza del testigo de algo de lo que nunca podrá hablar con dignidad”, ¿es una postura estética sobre el abordaje de la dictadura militar?
–Es más bien ética que estética. No puedo decir que fui testigo, pero quienes sí pueden decir “yo fui testigo” nunca van a saber exactamente de qué fueron testigos. Lo fundamental es que la voz se sostenga: qué significó la dictadura para quienes fueron detenidos, para quienes sobrevivieron a los campos de concentración, quienes vivieron en la clandestinidad; qué significó para aquellos que no les pasó ni una cosa ni la otra. En el lenguaje es donde estaría la fuerza del testimonio. No sé lo que estoy diciendo, pero lo importante es decirlo, más allá de las certezas. Lo testimonial es un tema que no nos va a abandonar, y está bien que no nos abandone porque hay cuestiones sin resolver. Tal vez haga falta el pensamiento, la imaginación, el procesamiento de varias generaciones para ver qué harán con todo eso. Esas heridas están ahí, como voces que siguen susurrándonos cosas. Falta revisar qué obras de teatro había, qué películas se estrenaban, qué libros se publicaban, cómo funcionaba la sociedad civil. Eso no se ha hecho de manera sistemática. Yo terminé la secundaria en el ’76, de modo que mi primera experiencia de juventud la hice bajo la dictadura. Y fui al cine, al teatro, leí libros. Ese mapa que habría que trazar es el mapa de la resistencia, del cual uno participó de manera más o menos consciente, y puede resultar útil para describir cómo la sociedad encontró formas para seguir organizándose. Cómo se pudo seguir pensando. Yo viví muy mal ese período de algarabía mundialista del ‘78, sobre todo porque a esa altura sabía muy bien lo que estaba pasando. Ese trabajo alguien lo hará algún día, aunque creo que hace falta un equipo de investigadores japoneses que tenga una mayor distancia.
Los ojos de Tita Merello se entretienen observando las volutas que forma el humo del cigarrillo de Link. “La dimensión de lo imaginario fue muy impugnada por el siglo XX, y esa impugnación fue exitosa”, afirma el escritor. “Hay que trabajar la ficción en ese punto en donde las cosas bien pueden ser reales o imaginarias, en ese tránsito, en ese pasaje, en ese momento en el cual no sabés si algo es cierto o es una invención. Siempre trato de trabajar en ese umbral, con mayor o menor éxito.”
–¿Por qué postula en uno de los relatos que la pereza es una potencia revolucionaria?
–La ética capitalista es la ética protestante del trabajador convencido. Si uno se abandona a la pereza, el capitalismo se derrumbaría, que es un poco lo que sucede en la Argentina, que está al borde de la revolución o de la desaparición; todo depende de que seamos optimistas o pesimistas, pero siempre está en ese margen crítico porque efectivamente es un país que hace de la pereza su lema. Los presidentes no trabajan, los gobernadores no trabajan, los diputados no trabajan, todo el sector de la política no trabaja, y uno se pregunta en qué momento se van a dar cuenta de que tienen que trabajar. Me pareció que se podía reivindicar la pereza, que desde la Biblia fue censurada como la madre de todos los pecados, como una potencia revolucionaria.
Link subraya que la falta de garantías es lo que muchas veces vuelve interesante ciertos procesos. “La Argentina nos resulta desesperante la mayor parte del tiempo y al mismo apasionante, muy atractiva, porque nunca podés dejar de pensar. Dejaste de pensar dos meses y estalla todo. Este año sería ejemplar en este punto, o te vas de viaje tres días y cuando volvés hay algún escándalo. Todo el tiempo pasan cosas intensas. Es nuestro karma; en sociedades más ordenadas nos aburriríamos con el régimen de intensidad que tenemos.”
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.