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Jueves, 9 de octubre de 2008

LITERATURA › LA POLéMICA QUE DESATó EL SECRETARIO DE LA ACADEMIA SUECA

Todos en contra del dueño del Nobel

“Estados Unidos no participa en el gran diálogo de la literatura: son demasiado sensibles a las modas”, dijo el académico, una semana antes de la entrega del Premio Nobel de Literatura.

 Por Silvina Friera

Un viejo proverbio dice que “el hombre es esclavo de sus palabras y dueño de sus silencios”. ¿Cómo exonerar al secretario permanente de la Academia Sueca, Horace Engdahl, uno de los responsables de conceder el Premio Nobel de Literatura, después de haber lanzado un exabrupto tan peligrosamente nazionalista (sí, con zeta), que sólo admitiría una mirada más indulgente si lo hubiera dicho un taxista sueco? Aunque este impertérrito académico desconozca el lunfardo rioplatense, hay situaciones propicias para el gran deschave. Engdahl, experto en literatura francesa, mostró la hilacha en una entrevista con la agencia Associated Press, pocos días antes de que se falle en Estocolmo, el próximo jueves, el máximo galardón de la literatura mundial. “Estados Unidos es demasiado insular, está demasiado aislado. No traducen lo suficiente y no participan en el gran diálogo de la literatura. Ese tipo de ignorancia los limita. Son demasiado sensibles a las modas de su propia cultura de masas.” Envalentonado vaya a saber bajo qué nuevo subterfugio teórico escandinavo, no identificado aún por estas tierras tan periféricas, habló con una impunidad ilimitada. “Obviamente en todas las grandes culturas hay literatura sólida, pero no se puede obviar el hecho de que Europa sigue estando en el centro del universo literario mundial y no Estados Unidos.”

Lo que no se puede tolerar es la supina ignorancia de quien se jacta de ser dueño de algún tipo de conocimiento que antaño se asociaba a la sabiduría. Lógicamente, los comentarios de Engdahl no causaron mucha gracia del otro lado del Atlántico. “Sería deseable que el secretario permanente de una academia que pretende ser sabia pero que históricamente ha pasado por alto a Proust, Joyce y Nabokov, por mencionar sólo algunas de sus omisiones, nos ahorrara lecturas categóricas”, respondió, ofuscado, David Remnick, director de la revista The New Yorker, en la que publicaron las mejores plumas estadounidenses del siglo XX.

La ira de los norteamericanos se justifica si se repasa el nutrido seleccionado de once autores que fueron premiados con el Nobel: Toni Morrison (1993), Joseph Brodsky (1987), Isaac Bashevis Singer (1978), Saul Bellow (1976), John Steinbeck (1962), Ernest Hemingway (1954), William Faulkner (1949), T. S. Eliot (1948), Pearl S. Buck (1939), Eugene O’ Neill (1936) y Sinclair Lewis (1930). Pero además, ya que el secretario permanente de la Academia Sueca necesita imperiosamente estudiar “literatura norteamericana”, si no quiere llevarse la materia a marzo, se podría agregar a un puñado de escritores ignorados olímpicamente por la Academia, como Francis Scott Fitzgerald, Mary McCarthy, Flannery O’ Connor, Carson McCullers, John Cheever, Raymond Carver, Arthur Miller, J. D. Salinger y Norman Mailer, entre otros.

Lo único cierto (y comprobable) del misil que lanzó Engdahl es que los propios escritores estadounidenses se han quejado de la falta de traducciones en un país en el que apenas el 3 por ciento de lo que se publica procede de otras lenguas. “Los propios escritores hemos hecho una llamada de atención al mundo editorial. Necesitamos más traducciones”, aseguró Michael Roberts, director ejecutivo de la asociación de escritores PEN American Center. Sin embargo, este desdén hacia las traducciones no puede ni debe confundirse con el estado de salud de la literatura estadounidense, que hace apenas tres semanas lloraba la pérdida de David Foster Wallace, considerado uno de los grandes innovadores de la narrativa norteamericana.

“Los escritores estadounidenses están en la vanguardia del diálogo literario. Hay preocupación por lo que ocurre dentro y fuera de Estados Unidos y eso se refleja en los libros. El intercambio cultural da fuerza a la literatura y en la estadounidense la influencia de la inmigración es muy fuerte. El resultado es un tipo de ficción vibrante y excitante”, argumentó Roberts, quien también señaló que los escritores estadounidenses son los principales “embajadores” de la literatura extranjera en Estados Unidos. “Philiph Roth lleva toda la vida descubriéndole a Estados Unidos grandes autores europeos”, ejemplificó Roberts, labor que comparten ahora autores más jóvenes como Junot Díaz o Francisco Goldman, que han contribuido al descubrimiento en Estados Unidos del chileno Roberto Bolaño, todo un fenómeno editorial en el país. Harold Augenbraum, el director ejecutivo de la fundación que administra el National Book Award –uno de los premios literarios más prestigiosos de los Estados Unidos– confesó que le gustaría mandarle una lista de lecturas al endeble académico sueco.

La rancia defensa eurocéntrica del académico sueco lo llevó a afirmar que Europa atrae al exilio literario porque “respeta la independencia de la literatura”, lo que la convertiría en un continente artísticamente seguro. “Cientos de autores que tienen sus raíces en otros países trabajan en Europa porque es aquí sólo donde ustedes pueden escribir en paz, sin que los golpeen hasta morir. Es muy peligroso ser escritor en algunos lugares importantes de Asia y Africa”, advirtió Engdahl. Kwame Anthony Appiah, académico africano y profesor de filología en Princeton University, aseguró que es largo el historial de los escritores estadounidenses que son influenciados por otros autores extranjeros. “¿Ha disminuido la presencia estadounidense en el mundo literario? Eso no es lo que parece cuando uno va a las librerías europeas –respondió Appiah–. Siempre me sorprende cuántos libros en librerías alemanas e italianas son en realidad traducciones del inglés americano.” Y agregó: “El gran diálogo de la literatura no está aconteciendo solamente en París y Frankfurt... Asumo que incluso Engdahl acepta conmigo que tampoco se arraiga en Estocolmo”.

En medio del revuelo, el habitualmente hermético Engdahl intentó enmendar su incorrección, anacrónicamente nacionalista, con un breve comunicado por escrito en el que afirmó que la nacionalidad de los candidatos no desempeña ningún papel en la decisión de la Academia: “El Premio Nobel no es una competencia entre naciones, sino una distinción para escritores particulares”. En el mundo de la especulación, no faltan quienes conjeturan que las declaraciones del académico sueco fueron una cortina de humo o una pista falsa para desorientar a los apostadores. Si esto fuera así, cualquiera de los eternos favoritos estadounidenses, como Joyce Carol Oates, Philip Roth y Don Delillo podría llevarse el galardón. Según la casa de apuestas británica Ladbrokes, Claudio Magris encabeza las preferencias, seguido de cerca por el poeta siriolibanés Adonis (seudónimo de Ali Ahmad Said) y el israelí Amos Oz.

Como en los últimos años no se ha tenido en cuenta a América del Sur, algunos medios periodísticos volvieron al ruedo con los dos eternos candidatos latinoamericanos: el peruano Mario Vargas Llosa y el mexicano Carlos Fuentes. También entre los más citados se encuentra el francés Jean-Marie Le Clézio, la novelista alemana de origen rumano Herta Müller, o el poeta surcoreano Ko Un, que cotizan en alza en los círculos literarios suecos. Estados Unidos puede ser potencia olímpica, pero últimamente le cuesta llevarse el oro en la literatura.

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“Europa está en el centro del universo literario” (Engdahl).
 
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