Miércoles, 8 de julio de 2009 | Hoy
LITERATURA › ELSA OSORIO Y CALLEJóN CON SALIDA, SU NUEVO LIBRO DE RELATOS
La autora cuenta que el disparador de esta serie de cuentos fue el juicio por el que el “arrepentido” Scilingo fue condenado a 640 años de prisión. Y relata el modo en que asume diferentes ópticas, incluso aquellas de los personajes más reprobables.
Por Silvina Friera
Scilingo, el marino “arrepentido”, asiente con la cabeza cuando declaran los testigos y se toca a cada rato el zapato. Aún no sabe que será condenado a 640 años de prisión por delitos de lesa humanidad, secuestros y torturas. En la sala de la Audiencia Nacional española, un personaje argentino, Ezequiel, invención de la escritora Elsa Osorio, que estuvo en Madrid en 2005 siguiendo de cerca ese histórico juicio, piensa que el hecho de que se esté juzgando públicamente a uno de los asesinos de la dictadura militar argentina era inimaginable apenas un par de años atrás. Escuchar a los sobrevivientes de distintos campos de detención narrar cuál era el plan siniestro de las tres armas es casi increíble. Parece sólo el preludio de una obra que se empezará a escribir entre todos; Ezequiel, entusiasmado, augura que “en un tiempo los tenemos a todos en el banquillo, y en la Argentina”. Una vez más la ficción, en manos de la escritora, es la bisagra que anticipa ese sistema nervioso en acción que es la realidad. Este relato, titulado “Llanto”, integra la docena de cuentos de Callejón con salida (Planeta), el nuevo libro de Osorio en el que reúne los dos principales vectores y tempos de su narrativa: el andarivel de lo fantástico y alegórico con la línea más realista de la recuperación de la memoria; los años ’70 con los ’90 y el presente.
Cuando publicó A veinte años luz, primera novela sobre la apropiación de menores, que salió primero en España en 1998, justo cuando se conoció el primer caso de una hija de desaparecidos –Paula Cortassa– que comenzó a buscar su identidad por iniciativa propia, como Luz en la novela de Osorio, la escritora sintió que explotó un tapón y comenzó a escribir muchos cuentos, algunos incluidos en su nuevo libro. “Yo tenía relatos escritos hace muchos años en los que estaba ‘hablando’ de la necesidad de no olvidar, pero con una aproximación diferente, como si quisiera disimular porque alguien me prohibió escribir sobre esos temas. Con la novela hubo un antes y un después de la palabra, la necesidad de llamar a las cosas por su nombre. Yo trabajo mucho sobre hechos reales. Invento personajes de ficción pero sobre las realidades que me cuentan o que percibo en el aire, como fue el robo de niños”, explica Osorio a Página/12. En “Las cartas de Juan”, el primer relato de Callejón con salida (que pronto se editará también en España, Alemania, Holanda, Italia y Francia), varios amigos de Gabi le escriben cartas a nombre de Juan, supuestamente desaparecido; el giro del realismo hacia lo fantástico se plasma en unas líneas tan breves como asombrosas que Gabi les envía a sus amigos hacia el final del cuento. En “Siete noches de insomnio”, Laura, una médica argentina que reside en Valencia con su marido, se reencuentra con su torturador, Pepón, veintiséis años después. Ahora él lleva una “apacible” vida como electricista y Laura cree que no puede desperdiciar esa oportunidad de hacer justicia, de poner las cosas en su lugar. En “La película de Mónica”, la ex mujer de un apropiador, Oscar repasa imágenes y frases que erizan la piel de los lectores: “Cuántos hay que tienen huérfanos de subversivos y justo a nosotros nos tenía que tocar esa abuela insistente”, recuerda Mónica que le dijo Oscar. Este relato se mueve siempre en el filo de la navaja porque esa mujer que por momentos cuestiona lo que hizo su ex, “ese montoncito de miseria”, ante su muerte no puede evitar una mirada amorosa y compasiva.
“La escritura es una salida; la verdad que yo tuve esa suerte. En este libro pude juntar un tejido con mis relatos sobre la recuperación de la memoria. ¿Cuál es el tiempo de hablar de ciertas cosas?”, se pregunta Osorio. “En mi caso fue cuando tuve la necesidad de hacerlo, hacia fines de los años ’90. Así como hace diez años sentí la enorme necesidad de hablar de los chicos robados, de la identidad arrebatada, quizás ahora hay otras cuestiones que poco a poco empiezan a salir a la luz, como las preguntas acerca de las responsabilidades. Yo no creo en el olvido, creo que la salida para la sociedad es por la vía de la Justicia.”
–¿Qué recuerda del juicio a Scilingo y de qué modo ha capitalizado esa experiencia en sus ficciones?
–Yo miraba a Scilingo y veía, como el personaje del cuento, que se tocaba el zapato y asentía cuando declaraban los testigos. Fue un momento de esperanza, no tan maravilloso como uno esperaba, pero habilitó una salida en esa encrucijada que se vivía entonces. Ese cuento lo subtitulé “Drama de enredos” porque lo trabajo igual que una comedia de enredos. El final es una carcajada porque me parece que a veces hace falta festejar la vida. Hay algo que se extiende de este cuento a todo el libro y es la posibilidad de sacar algo afuera. En realidad todos los personajes se encuentran en una situación que aparentemente no tiene salida, como si estuvieran encerrados, pero la salida se encuentra en la Justicia o en las peripecias que les hago atravesar a los personajes. Es cierto que soy una persona optimista, pero no me olvido de los horrores que vivimos. Me parece que nuestra sociedad está encontrando salidas. Hay cuentos que no tienen que ver específicamente con los ’70; no me gusta escribir con el dedo en alto tratando de decir lo que está bien o está mal. Prefiero escribir intentando ponerme en diversas ópticas, aunque algunas resulten muy incómodas. Mis personajes no se tiran en la cama a llorar, siempre hay una posibilidad de acción.
Osorio confiesa que hubo un cuento que estuvo a punto de sacar del libro, “La película de Mónica”. “Tiene que ver con un caso real que me contaron, y me obsesioné con esa historia. Estando en España me enteré de un apropiador que vivía en Barcelona y que tenía otros hijos. A partir de esa información mínima, se me ocurrió que podía escribir un cuento en donde me encontraba con la ex mujer de este tipo, que era el jefe de seguridad de la Mercedes-Benz, y que ella podía confesar. Después de varios años con esta idea en la cabeza me puse a escribir; me imaginaba que la mujer iba a estar furiosa con su ex marido, pero en el relato aparecía mucha ternura hacia él. Me daba bronca y dejaba de escribir. ‘Este cuento no va’, me decía. Hasta que en un momento me planteé que iba a dejar que esa loca hiciera lo suyo. A mí me producía problemas ese cuento, pero cuando lo estaba terminando me enteré de que el tipo había muerto. No sé realmente lo que pensaba ella, pero intenté ponerme en su cabeza. A veces, cuando un personaje se impone, te permite comprender ciertas cuestiones. Me parece importante meterse en la esquizofrenia de un personaje; meterme en algo que no sé si mi cabeza podría imaginar, pero sabía que tenía que intentarlo.”
–Hay otro personaje tan complejo como revulsivo, que es el narrador de “Padre y patriota”, que termina entregando a su hijo para “cumplir con su deber”.
–Podría decir que ese personaje está emparentado con otro personaje, El Bestia de A veinte años Luz. Me pregunté si era posible comprender escribiendo, que es una manera de comprender, cómo esta gente podía hacer lo que hacía; cómo podían jactarse de “reconocer a un subversivo a cien leguas de distancia”, cómo fue identificando a los amigos del hijo, y dice que “caían como moscas al dulce”, o cómo se queja de que todo estaba bien hasta que su hijo se juntó “con esos comunistas de mierda”. Escribir ese cuento fue como meterme en el corazón del mal. Hay muchísimos cuentos que he escrito desde esa perspectiva y que no he publicado. El desafío consistía en sumergirme en el funcionamiento de la cabeza de alguien que me resulta lejano, ajeno y reprobable, pero que necesito explorar como posibilidad de empatía desde lo literario. Es un personaje siniestro, pero que existe, aunque cueste muchísimo mirarlo. Después de publicar A veinte años luz no sabe la cantidad de gente que me decía: “Yo sé quién es El Bestia, es fulano, es mengano...”. Quizás ése sea uno de lo cuentos más duros que he escrito.
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