Lunes, 13 de junio de 2011 | Hoy
LITERATURA › LUCíA PUENZO HABLA DE WAKOLDA, SU úLTIMA NOVELA
La escritora y directora de cine trazó una controvertida disección literaria de la personalidad del médico y criminal de guerra alemán. “En la medida en que muchos nazis vinieron a vivir al país y entraron en contacto con argentinos, también es nuestra historia”, dice.
Por Silvina Friera
”Las peores catástrofes siempre empiezan así: sin que uno las vea venir.” José, un alemán que dice que es veterinario y antropólogo, perpetuo fugitivo, obsesionado con la pureza de la sangre y los genes, mastica esta sentencia retrospectiva. La clave para sobrevivir está en evaporarse sin dejar rastros. En eso anda, escapando de los sabuesos del Mossad, en el verano de 1960, cuando en el camino a Bariloche se cruza con Lilith –rubia, blanca y de ojos claros–, una nena de doce años que, por su pequeño tamaño, sin llegar a ser una enana, parece de ocho o nueve. Desde su metro treinta de altura, ella lo enfrenta con desparpajo. El encantamiento –aterrador por donde se lo mire– es mutuo: el desconocido le inspira confianza. Y la seduce con sus modales. No es la primera vez que un “espécimen monstruoso” –admite José al radiografiar a la criatura–- lo excita de esa forma. El lector sabe en las primeras páginas de Wakolda (Emecé), la última novela de Lucía Puenzo, que José es nada menos que Josef Mengele, apodado “el ángel de la muerte”. La cortesía de José subyuga a la madre de Lilith, embarazada de gemelas. Con los cazadores de nazis mordiéndole los talones, a Mengele le conviene ocultarse en la hostería que la familia deberá administrar. Dispone del dinero suficiente para pagar una habitación y financiar la fabricación de muñecas junto al padre de Lilith; además de un apabullante andamiaje de conocimientos científicos que le permitirán, a pesar de la reticencia inicial, someter a la nena a un tratamiento a base de inyecciones con hormonas de crecimiento.
El criminal nazi que intentó modelar genéticamente a Alemania –no viene mal mencionar las esterilizaciones masivas, las vivisecciones y los intentos frustrados por alterar el color de la piel con inyecciones subcutáneas, entre otros pormenores de la maquinaria de experimentación y exterminio– intenta en la novela proyectar ese ideal de perfección en las muñecas arias. Quizá Puenzo intuye que en Wakolda trazó una penetrante y controvertida disección literaria de la personalidad de Mengele. “Insólitamente –cuenta la escritora y directora de cine en la entrevista con Página/12– entré a esta novela por el temor que me produce el costado más oscuro de la medicina; cómo la medicina, que es tan importante y puede ser luminosa y sanadora, tiene un umbral de oscuridad cuando se mezcla con el poder. En algún punto, la máxima expresión de esto es Mengele, el médico que encarna ese contacto perverso con la ciencia.”
Puenzo escribió el primer capítulo de la novela sin saber hacia dónde se dirigía con la trama. En muchos libros históricos leyó que el genocida nazi había convivido con una familia argentina en el Sur, pero no se sabía en qué situación. “Hay diferentes versiones sobre cuándo Mengele estuvo en Bariloche; algunos dicen que fue con su mujer, pero no en el momento en que lo empezó a buscar el Mossad –explica Puenzo–. Lo que me dijeron diferentes historiadores fue que ése es el período más misterioso de Mengele acá, porque se le perdió un poco la pista y no se sabe bien qué pasó. Y hubo otro dato, que a mí me dio el hilo por dónde escribir: él estuvo en contacto con la manufactura de muñecas; en algunos libros dicen que trabajó en una juguetería, en otros que hizo muñecas. Como no se sabe bien, me pareció que era un terreno para hacer ficción. Mengele haciendo muñecas era la cima de la perversión, ¿no? Cómo puede ocurrir que un tipo que se pasó décadas tratando de modelar genéticamente a una nación, después decida trabajar con muñecas. Este fue el punto de arranque.”
–Hay escenas en que se narra cómo Mengele experimenta con las muñecas, como si buscara desplazar el horror del campo de concentración al cuerpo de las muñecas. ¿Le costó escribir estas partes?
–La escritura de esas escenas fue muy perturbadora; como no sabía hacia dónde iba, al principio me esforzaba por el detalle, por aquellas acciones minúsculas que permitieran entender cómo se construye el vínculo entre Mengele y una adolescente. Ese vínculo, que a mí también me perturbaba, lo fui descubriendo pasito a pasito. Esta es la novela que más tiempo y trabajo me llevó porque era un material difícil: me atraía, pero me generaba cierta cuota de inquietud. Al mismo tiempo, lo más interesante era que Mengele fuera muy carismático.
–¿Por qué?
–Estos monstruos son más monstruosos porque no los ves venir. Si tuvieran un cartel en la frente que dijera “soy peligroso”, sería más fácil. Mengele era muy apuesto; hay muchos testimonios que dan cuenta de lo agradable y sensible que era. Había una atracción de él hacia los niños y de los niños hacia él; los chicos confiaban mucho en él. Eso era lo que me parecía más perturbador, ese camuflaje que no permitía que se viera lo perverso y lo peligroso que era. A mí me incomodaba generar en ciertas instancias una especie de empatía con Mengele. Sé que es una novela incómoda, me di cuenta mientras la escribía. Como Lilith está enamorada de Mengele, sabía de antemano que era lo políticamente incorrecto que se puede hacer con un personaje como Mengele.
Víctima de “el ángel de la muerte” en Auschwitz, donde habría sido esterilizada, Nora Eldoc es un personaje real que irrumpe como una heroína trágica hacia el final de Wakolda. “Lo que se sabe de Nora es poco: que estuvo en Bariloche, que se la vio bailando en una fiesta con Mengele, que apareció muerta y algunos plantean que era una esquiadora y no tenía nada que ver con la cacería de nazis; pero llegaron agentes de la Embajada de Israel, certificaron su muerte y se llevaron ciertos papeles. Nora también es un campo para las conjeturas. Había ahí un umbral entre la ficción y lo histórico que me parecía muy interesante”, subraya Puenzo. “El personaje de Nora es una justiciera que se pasó años cazando nazis. El hecho de que quedó estéril por los experimentos que hizo Mengele aparece en algunos libros, pero en otros no. Son cuestiones que los historiadores admiten que no se podrán saber jamás porque le perdieron el rastro. Y ni siquiera saben si ése era su verdadero nombre.”
–Hacia el final de la novela, Nora le pregunta a la madre de Lilith si realmente quiere saber quién es José. ¿Intentó plasmar cierta omisión o negación de la familia sobre lo que pasaba, algo así como “en algo raro anda este hombre, pero mejor no me meto”?
–La información que se manejaba en 1960 no es la misma que manejamos ahora. No existía la red mediática que tenemos hoy; Bariloche estaba muy aislada, pero además no se tenía conciencia de lo que había pasado en los campos. Me refiero a la medicalización del nazismo y al uso central que la ideología nazi hizo de los médicos. Y que no era algo tangencial sino todo un aparato construido para modificar la raza. Esta información no se manejaba entonces. Aunque la familia sospecha que José tuvo un alto rango en la guerra, no deja de ser un médico y no un militar. Esto desorienta más, porque no tienen en claro el nivel de culpabilidad que puede tener Mengele. Pero sí perciben la red de complicidades de la comunidad alemana en Bariloche, que fue ocultando a muchos criminales nazis como si tuvieran un trofeo y un orgullo. En el colegio Primo Capraro hay fotos de la fundación y se pueden ver a los chicos haciendo el saludo nazi. Hubo un ocultamiento gradual que después se transformó en vergüenza.
Dos muñecas atraviesan el engranaje de la novela: Herlitzka, paradigma de la pureza; y Wakolda –nombre de la mujer del legendario cacique Lautaro–, emblema del mestizaje y portadora de un misterio que aceitará las cavilaciones y conjeturas del lector. “No sabemos qué es lo que le saca Mengele del vientre; pero creo que de una manera inconsciente está vinculado con lo intangible, con el costado más místico”, admite Puenzo, en cuyo horizonte cercano está la filmación de la novela, a fin de este año o principios del próximo.
–Ese misterio, que funciona tan bien en la novela, debe ser un gran obstáculo o problema para la película, ¿no?
–Totalmente, fue todo un trabajo de reescritura para desplazar lo intangible al margen y que la trama que mande esté más en el campo de lo real: al final, a Mengele lo viene a buscar el Mossad. El primer problema de la escritura del guión fue cómo eso que funcionaba en la literatura resultaba imposible en el cine. Recién terminé la segunda versión del guión y ahora estoy pensando en los actores. No tengo a nadie confirmado todavía.
–¿La novela se está traduciendo al alemán?
–Sí, pero antes, cuando la leyeron sin saber si la iban a publicar, pusieron un grupo de investigadores a chequear información.
–¿Cómo explica ese “control” sobre un texto que es ficción?
–El tema es muy interesante y complejísimo. Como confío mucho en la editorial alemana porque me ha publicado varias novelas, quería ver qué entendían de lo que escribe una argentina. Hubo sutilezas mínimas que me comentaron, pero se tomaron la molestia de chequear dato por dato. En la medida en que muchos nazis vinieron a vivir al país y entraron en contacto con miles de argentinos, también es nuestra historia. No es sólo la historia de los alemanes. Quieras o no, los perturba mucho el hecho de compartir esa historia y se preguntan cuál es la significación que le vamos a encontrar a ese cruce.
–Esta cuestión de chequear dato por dato, ¿podría ser interpretada en el marco de la culpa que cargan los alemanes por el nazismo?
–Creo que caló muy hondo la culpa con la que cargan los alemanes; yo lo percibí estando allá con cada persona que hablaba, con las posturas que tomaba. Cuando estuve en Berlín, presenté el guión de la película ante unas 60 personas de todas las edades y regiones de Alemania. Pude ver las reacciones que provocaba. Los perturba porque es un territorio desconocido y enseguida se les enciende la alarma, porque no se han filmado mucho este tipo de historias. De Mengele hay una película, Los niños del Brasil, en la que Gregory Peck hace de Mengele, que es el gran estereotipo del malvado.
–El umbral entre la vida y la muerte, se dice en una parte de la novela, Mengele lo conocía de memoria. ¿Qué papel cree que cumple la medicina en Wakolda?
–La medicina dispara hacia el pasado y hacia el futuro. Hacia el futuro con la exploración de la genética y cómo se traduce en el presente. Lo que ocurre hoy con los médicos, en relación con la genética, es que los pone en un lugar casi divino de decidir las técnicas de fertilización asistida y transformarse en algo así como en dioses. Ya en los ’60, cuando empezaron a trabajar con las hormonas de crecimiento, entramos en un terreno hipercomplejo, que es la ética médica. Y también dispara hacia el pasado porque los médicos, en cierto sentido, se conectan con los chamanes del mundo premoderno, cuando la medicina estaba relacionada con cuestiones mágicas y la gente creía en el poder de la persona para sanar. En el caso de Mengele, cuando un médico encarna el lugar de alguien que puede matar, se genera un cortocircuito, porque uno tiene asociado al chamán, al mago de la tribu, al médico, como alguien que te va a curar y que nunca te va a dañar. Hace poco me mandaron un documental muy interesante de un psiquiatra norteamericano que entrevistó a todos los médicos que tuvieron algún tipo de complicidad con el nazismo y que trabajaron en los campos de concentración. Lo que a él le interesa estudiar fue cómo esos médicos llegaron a matar, cómo se produjo ese salto que consistió en transformar a médicos en asesinos.
–¿Cómo se dio ese salto?
–La meta del nazismo estaba clara desde el principio: ellos sabían que, tarde o temprano, iban a matar. Había una idea en toda Europa –y en Estados Unidos estaba aceptada–, que era la esterilización. El primer paso que se dio es que no nacieran más individuos de “raza degenerada”; para eso se planteaba la castración. Ese paso los médicos lo dieron con bastante facilidad. De ahí a la eutanasia, que es el próximo paso, directamente matar gente, el salto era más difícil. Pero inventaron tecnologías que no los pusieron en contacto directo con la muerte; por eso las cámaras de gas y lo que experimentaron estaba camuflado como algo que serviría a la medicina.
–Esa obsesión de Lilith por crecer, ¿cree que prolonga hasta la actualidad una idea de perfección que se aproxima a ese ideal de la pureza cercano al nazismo?
–Yo me junté con muchos médicos, porque necesitaba para la novela tener detalles de la dosis de hormonas de crecimiento que se debería aplicar y cómo era el proceso. Un médico me dijo que el tratamiento que en mi novela le hace Mengele a Lilith no es muy diferente del tratamiento que le hicieron a (Lionel) Messi para que creciera cinco centímetros; es la misma hormona de crecimiento. Son tratamientos que se modernizaron y se siguen usando. Las sociedades totalitarias y asesinas cruzan la línea... Pero nada de lo que ocurrió me parece tan lejano.
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