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Viernes, 6 de enero de 2012

LITERATURA › LOS BOCHAZOS DE LA ACADEMIA A LA HORA DE OTORGAR EL NOBEL DE LITERATURA

Consuelo póstumo para Borges

La apertura de los archivos de la Fundación Nobel permitió conocer que se rechazó a J. R. R. Tolkien con el argumento de que su prosa era “de segunda categoría”. También rebotaron a Graham Greene, Lawrence Durrell y Alberto Moravia, entre otros.

 Por Silvina Friera

Desclasificar archivos es como chapotear por un mausoleo. Más allá del carácter necrófilo, la benemérita Academia Sueca consigue que el asombro no se pueda silabear. Lo desgasta tanto que deviene en un asunto tedioso por lo obvio. Desde el revés de una trama ahora visible, la novedad confirma que algunos académicos, por más denuedo que hayan cultivado en maquillarse con una cosmética abigarrada de erudición, no han vacilado en descalificar, lisa y llanamente, con argumentaciones que se podrían escuchar en una cancha de fútbol sueca como “prosa de segunda categoría”. Palo y a la bolsa de los expulsados del Olimpo literario. Uno de los miembros del jurado del Nobel de Literatura 1961, el ilustre crítico Anders Österling, rechazó premiar a J. R. R. Tolkien, desenfundando un escueto y demoledor comentario. El señor de los anillos, que de la mano de sus hobbits y elfos ha vendido millones de ejemplares en todo el mundo, “no está, en modo alguno, a la altura de la narración de calidad”. En esa ocasión, el comité de los –casi siempre– polémicos galardones consagró al yugoslavo Ivo Andric por “la fuerza épica con la que traza temas y representa destinos humanos dibujados a partir de la historia de su país”.

Los documentos desclasificados y revelados por el periodista sueco Andreas Ekstrôm en el diario Sydsvenska Dagdladet, para consuelo de la tribu lectora de la trilogía de Tolkien, si esto fuera posible, arrojan otros descartes mayúsculos. También fueron bochados Lawrence Durrell, Graham Greene, Karen Blixen, E.M. Forster, Alberto Moravia y Robert Frost.

La noticia es un tajo por donde brota el tiempo. Las lapidarias sentencias escriben la historia de un inventario donde muchos “perdedores” devienen ganadores por otros medios. Las secretas deliberaciones de la Academia Sueca –acostumbrada a no mostrar su juego– no se pueden conocer hasta 50 años después de la entrega del Premio Nobel de Literatura. Una vez cumplido el requisito estipulado, la biblioteca de la Fundación Nobel abre sus archivos. Y los periodistas hurgan en los escombros del pasado. En los albores de este 2012 corresponde habilitar las compuertas para revisar lo que sucedió en 1961. Ekström, periodista sueco que lleva un lustro metiendo la mano en esta caja de Pandora sueca, dijo que ésta es la primera vez que se ha encontrado a Tolkien entre los candidatos que optaban por el Nobel. “La decisión final se hace pública sin ninguna nota añadida –explicó el periodista sueco–, pero sí se descubren la lista de candidatos propuestos y los comentarios sobre los mismos.” La candidatura de John Ronald Reuel Tolkien (1892-1973) la presentó su amigo C. S. Lewis, quien lo persuadió de que publicara El hobbit y con quien compartió debates literarios en un grupo informal conocido como Inklings.

Los académicos suecos que galardonaron a Andric (1892-1972), autor de Un puente sobre el Drina, no escatimaron el desdén y cierta perfidia en sus veredictos hacia los “perdedores”. Robert Frost, por ejemplo, fue objetado –aunque a usted, lector, le cueste creerlo– debido a su “avanzada edad”. La vejez, según cómo y cuándo se la mire, puede desplazar a los codazos del podio de arbitrariedades a la “prosa de segunda categoría”. ¿Es una premisa literaria la edad del candidato, ya sea un joven o un señor demasiado maduro? Habrá que estudiar cómo incide la biología en la calidad literaria. Todo es posible en el reino de la estupidez. El poeta estadounidense entonces tenía 86 años y murió dos años después, en 1963. Hombres rudos en la faena de bajar el pulgar, el conciliábulo académico despachó otra impugnación “memorable”. Österling calificó al novelista británico E. M. Forster como “una sombra de lo que fue”. La obra del novelista italiano Alberto Moravia, en cambio, “adolece de una monotonía general”. La trastienda de las deliberaciones revela que Graham Greene, quien nunca ganó el galardón, fue “subcampeón”; mientras que a la escritora danesa Karen Blixen, autora de Memorias de Africa, le correspondió el tercer lugar.

La moralina emerge con su carga de residuos, aunque el mundo haya cambiado. El comité sueco, que se quemó las pestañas a la hora de esgrimir sus rebotes olímpicos, opinó que Lawrence Durrell, el autor de la impresionante El cuarteto de Alejandría –compuesta por Justine (1957), Balthazar (1958), Mountolive (1958) y Clea (1960)–, aportaba “un gusto dudoso debido a su monomaníaca preocupación por las complicaciones eróticas”. ¿Dictaminaban en serio los académicos suecos o se extraviaron por la tangente de tribulaciones y prejuicios íntimos?

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En 1961, uno de los postulantes al Nobel era Tolkien. Pero fue rechazado. Lo ganó el yugoslavo Ivo Andric.
 
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