Lunes, 17 de septiembre de 2012 | Hoy
LITERATURA › ENTREVISTA AL ESCRITOR NORUEGO KJARTAN FLOGSTAD
El autor de Paraíso en la tierra señala que en el mundo actual “hay que vivir como un mestizo cultural”. Y su obra lo certifica. Estuvo en Buenos Aires invitado por el Filba, que terminó ayer con una lectura magistral de Fernando Vallejo.
Por Silvina Friera
Los ojos de Kjartan –se pronuncia “Chartan”– Flogstad dibujan los paisajes que ha recorrido al compás azaroso de los recuerdos. El trazo comienza cuando un muchacho noruego de un pueblo industrial, Sauda, que exporta manganeso y otros metales, se sube al barco y se lanza literalmente a la aventura marítima. Quiere ser poeta. Pero se dedica a engrasar el motor de la embarcación, garabatea unos poemas en una libreta y, como tiene un oído elástico hacia las lenguas, escucha a los marineros españoles. Intenta captar y balbucear las primeras palabras de un idioma que, con el tiempo, manejará con la fluidez de quien se olvida que alguna vez caminó en puntas de pie. Aún no intuye que algún día, en boca de un personaje de novela, escribirá tal vez un deseo arcaico: ser una “cruza de escandinavo con indio andino”. Quién sabe si debajo de la apariencia nórdica del autor de Paraíso en la tierra (Lengua de trapo) no hay otra piel mestiza con la que anda por el mundo sin perder jamás el asombro. La duda queda oscilando en la pícara sonrisa del narrador y traductor noruego, invitado a la cuarta edición del Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires (Filba), que terminó ayer con una lectura magistral de Fernando Vallejo.
Las manos de Flogstad pretenden ordenar cada uno de los instrumentos de una orquesta improvisada a través de infinitas escalas en pueblos, ciudades, regiones y países que despliega en la entrevista con Página/12. “Estuve trabajando como engrasador en un barco mercante entre Europa del Norte y el Río de la Plata, pasando por Recife, Río de Janeiro, Montevideo y Buenos Aires. Llegué acá por primera vez en 1969 –repasa–. Vengo de un pueblo industrial y casi todos los jóvenes de entonces nos fuimos al mar; necesitábamos pasar por la prueba de la virilidad. No era tan exótico viajar; no soy el único escritor nórdico que ha viajado en un barco para conocer el mundo. Yo sabía que la literatura más interesante, internacionalmente, la escribían Cortázar, Borges, Arlt, Onetti. En aquel entonces no había traducciones al noruego ni de Cortázar ni de García Márquez. Leía en inglés y empezaba con el español.” Durante seis meses –en el ’69– pasó de Buenos Aires a Chile, subió a Perú, Colombia y México y luego emprendió el regreso a Noruega. “En ese momento fui conociendo, poco a poco, la realidad y las contradicciones de este continente”, agrega el narrador noruego con un tono templado, como si se resignara a disponer de un principio en el torbellino de tantos desplazamientos.
La ironía flirtea por su fluido español; es seca, contundente, pero deviene chispeante cuando alza los hombros y la mirada escruta, de arriba abajo, el mapa de Chile, país adonde volvió en 1971, “en plena Unidad Popular de (Salvador) Allende”, en un caso que él mismo define como “turismo ideológico”. Inmediatamente aclara que entre 1974 y 1985 se negó a pisar el suelo de este continente por las dictaduras latinoamericanas. Aunque es traductor de Neruda al noruego, no lo conoció personalmente. Cuando el narrador estaba en Santiago, el poeta cumplía funciones diplomáticas en París. “El idioma de Neruda suena bien en noruego, tiene algo fundamental, casi físico, que se traduce fácilmente”, subraya Flogstad, que ha publicado unos cuarenta libros, entre novelas, poesía, ensayos, crónicas de viajes y textos críticos sobre Cortázar, Borges, Octavio Paz, Alejo Carpentier, Rafael Alberti, León Felipe y Francisco Quevedo. En Paraíso en la tierra, el joven José Anderson –de madre chilena y padre noruego– inicia un periplo desde un pueblo minero chileno hasta su “patria perdida”, la tierra idealizada del fantasmal padre que no conoció.
–¿Por qué define esta novela como “realismo ártico”?
–Es un juego de palabras conectado con en el realismo mágico, es casi una rima. Quería decir que, aunque el realismo ártico pueda sonar frío, también debajo de la nieve, del hielo, hay algo que no está conforme con la superficie blanca.
–Cuando José llega a Noruega dice que “la palabra pobre está excluida del diccionario noruego”, pero que tienen el problema de que están “demasiado bien”. ¿Es un cuestionamiento a esa idea de bienestar que tienen como paradigma las sociedades nórdicas?
–Sí, uno puede llamarlo el “complejo del Mesías”. Las sociedades escandinavas, que pueden parecer perfectas, producen una idea de que vamos a otros lugares para mejorar al resto del mundo, para que Argentina o Chile puedan llegar a ser sociedades “ideales”, parecidas a las nuestras. Esa es una idea falsa para mí porque aunque en América latina hay problemas visibles, sin embargo tiene unas riquezas sociales que no existen en mi país, como la vida social de la calle y el trato entre las personas. Es difícil ser una especie de predicador de un tipo de sociedad que viene de ciertas precondiciones y que no existe en otras partes. Y en la novela quería criticar esta idea.
–¿Qué consecuencias tiene para la sociedad noruega ese funcionar “demasiado bien”?
–Esta cuestión explica el éxito que ha tenido la novela escandinava en el resto del mundo, porque la novela policíaca empieza en una superficie supuestamente perfecta, donde no hay problemas ni crímenes. Hasta que de repente aparece algo que no es perfecto, que no funciona. La novela policíaca tradicional viene de sitios parecidos en este sentido, de California del sur, en el caso de Chandler y Hammett; de las haciendas inglesas en las novelas de Agatha Christie. Aunque la superficie puede parecer perfecta, no es así. El año pasado –el 22 de julio– apareció en Noruega un “monstruo” que, de una manera brutal y definitiva, nos mostró que tenemos problemas. Me refiero a la masacre de Oslo, cuando un terrorista de la extrema derecha mató a 77 personas. El bienestar de una sociedad no excluye el mal.
–En un momento de la novela, José plantea que se siente una “cruza de escandinavo con indio andino”. ¿Tiene esa fantasía de ser un mestizo, como si buscara una especie de eslabón perdido?
–Eso nunca se sabe (risas). El mestizaje cultural siempre me ha atraído y se ve por todas partes en América latina. En el mundo actual hay que vivir como un mestizo cultural.
–¿En la literatura también cree que hay que ser un mestizo?
–Sí, por todo lo que he aprendido de los narradores latinoamericanos. Antes de llegar acá escribía poesía. O sea que llegué acá como poeta y volví a Noruega como narrador. Yo necesito viajar para escribir novelas; salir de lo normal y ponerme con mi historia al hombro en otra parte. Una situación desestabilizada como la del viajero es buena para escribir.
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