Miércoles, 20 de marzo de 2013 | Hoy
LITERATURA › COMIENZA EL FESTIVAL INTERNACIONAL DE POESíA DE CóRDOBA
Desde hoy y hasta el sábado, la Docta será sede de la segunda edición del festival, que contará con la presencia de la notable escritora uruguaya Circe Maia, quien no suele aparecer por este tipo de eventos. El encuentro arrancará con un concierto de Arnaldo Antunes.
Por Silvina Friera
El milagro de que Circe Maia esté aquí no es de origen divino. Cómo no asombrarse ante lo inefable de este acontecimiento. La poeta uruguaya no hace vida de escritora; esquiva las lucecitas de colores, la hoguera insensata donde se incendian tantas vanidades. Prefiere replegarse en su casa de Tacuarembó, intentando “estirar la mano y atraer hacia aquí todo el presente y atarlo”. Cómo no celebrar el descomunal esfuerzo de los organizadores del II Festival Internacional de Poesía de Córdoba, que comienza hoy con una performance del músico y poeta Arnaldo Antunes (ver aparte) y que tendrá como figura central, a cargo del cierre, a esta poeta infatigable en su labor de tender palabras-puentes hacia otros. “Trabajo en lo visible y en lo cercano/ –y no lo creas fácil–./ No quisiera ir más lejos. Todo esto/ que palpo y veo/ junto a mí, hora a hora/ es rebelde y resiste./ Para su vivo peso/ demasiado livianas se me hacen las palabras”, se lee en uno de los poemas que integran La pesadora de perlas (Viento de Fondo), primera antología de su obra poética que se publica en la Argentina, que incluye las conversaciones con una de sus lectoras de la primera hora: la narradora y poeta cordobesa María Teresa Andruetto.
Córdoba está de fiesta durante cuatro días –hasta el sábado–, con presentaciones de libros y muchas lecturas de los poetas invitados: Damián Ríos, Reynaldo Sietecase, Kato Molinari, Silvio Mattoni, Liliana Ancalao, Marisa Negri, Miriam Reyes, Pablo Katchadjian, Laura Pratto, Rodolfo Alonso, Susana Cabuchi, Leonardo Martínez, Amanda Poliester, Selva Dipasquale, Héctor David Gatica, Martín Araujo, Luciana Bedini, Jenny Náger, Andrea Molas y Sergio De Matteo, entre otros. “Me gusta mucho que se haga este festival, tiene mucha vitalidad. Me alegra ver cómo se cruzan distintas estéticas, generaciones y tradiciones. La gente que lo organiza, tres poetas y editores, la conozco desde hace muchos años; algunos han pasado por mis talleres de escritura. Yo me siento como una especie de ‘madre’ de la literatura cordobesa”, bromea Andruetto en la entrevista con Página/12. Acompañar a la poeta uruguaya es como soñar con los ojos bien abiertos. “Circe es una poeta extraordinaria, una de las que más me gustan de todas las épocas y tradiciones –admite–. La descubrí en los años ’80 y la leí mucho en mis talleres.”
El año pasado, Gastón Sironi (ver aparte) le comentó a Andruetto que quería invitar a Circe a este festival, organizado por las editoriales independientes Recovecos, Viento de Fondo y Caballo Negro y el blog Emma Gunst. “Le dije que para mí era un sueño la posibilidad de hacer una antología. Y se hizo. Se llama La pesadora de perlas, que es el título de uno de sus poemas y a la vez es una obra de Vermeer. Circe tiene toda una serie de poemas con la pintura holandesa; es muy fina en su percepción de lo poético. Su poesía es muy heraclitiana. Es rara, Circe: es muy sencilla y a la vez sumamente compleja. Tiene un sentido filosófico muy fuerte, sobre todo de los presocráticos, pero a la vez escribe sobre lo más cotidiano –reflexiona Andruetto–. Tengo la sensación, ahora que la he conocido personalmente el año pasado, cuando la fuimos a entrevistar con Gastón, de que ella ha elegido una manera de retirarse, no del todo, porque escribe y publica. Esta venida a Córdoba es un acontecimiento, algo muy excepcional, porque Circe se resiste mucho a salir de su casa y hacer una vida social de escritora. La obra de Circe se ha ido haciendo en medio del quehacer doméstico y alcanza un nivel poético muy alto de articulación de pensamiento sobre la corrosión del tiempo, las pequeñas cosas, la vida que se desliza sin que nos demos cuenta, la muerte... Ella logra ir a un lugar muy profundo sin que tenga la solemnidad de lo profundo.”
–En un momento del diálogo que tuvieron en Tacuarembó, Circe dice que ella siempre busca la claridad en vez de oscurecer.
–Sí, ella busca una forma clara para eso tan complejo, a diferencia de otras formas poéticas que opacan y trabajan con lo oscuro. Circe está buscando la luz todo el tiempo. Ella lee y traduce a los presocráticos y está en Tacuarembó, pero es también como si viviera en un tiempo muy lejano. Ella sabe el valor que tiene, pero juega un poco a no saber. Y yo creo entender ahora por qué. No es una coquetería ni una falsa modestia, sino que es ésa la condición para escribir la poesía que escribe, como que no parezca que está escribiendo. Evidentemente, es una elección de vida y de obra que ha hecho. Todas sus elecciones apuntan a una vida lo más sencilla posible para hacer esa obra única. Estar lejos de las vanidades del mundo, correrse de los espacios de reconocimiento y consagración, aunque lo mismo le llegan porque Circe es Premio Nacional de Literatura en Uruguay. Ella ha elegido un modo diferente de estar en el mundo. Como decía Wallace Stevens, cada poeta tiene un arco de sensibilidad fuera del cual nada existe. Cada poeta es único y elige una manera de vincularse con la palabra y construye su vida en función de eso. La vida que Circe ha construido parece muy distinta de la dimensión enorme de su obra. Y sin embargo, creo que es una condición esencial para que la obra de Circe sea así.
Entonces viene a la mente el poema “Unidad”, incluido en La pesadora de perlas: “Una pequeña tarea como ésta de/ cortar el pan y llevarlo a la mesa,/ empieza y luego acaba/–círculo de sentido que se cierra–/ la pequeña molécula de un proyecto cumplido./ ¿Trivial? Tal vez,/ pero mira dibujarse/ con perfección acabadísima/ cada gesto enlazado en el siguiente/ anillado en la suave/ espiral invisible/ que va del pensamiento hacia la mano/ del ojo hacia el cuchillo”. Diario de Poesía, Daniel Samoilovich especialmente, cumplió el papel de puente entre la poeta uruguaya y los lectores argentinos. “En una época Circe escribía una columna y hacía traducciones; y se hizo un dossier fantástico con su poesía –recuerda Andruetto–. Es por esta vía donde ella más ha circulado acá, porque de sus libros no hay ediciones argentinas.” La poeta uruguaya, en las conversaciones con la narradora cordobesa, revela que aprender un idioma es también una forma de viajar. “Una lengua es un mundo de sonidos, que a veces no nos deja entrar mucho, porque el lenguaje no se puede estudiar sin que alguien te introduzca, sin saber cómo va a sonar realmente una palabra –plantea Circe–. Siempre cuento que me enamoré del griego porque escuché un poema de Seferis, en Montevideo, en un programa de radio. Cuando lo oí, me dije ‘a este idioma yo lo tengo que aprender’; fue una chispa escuchar aquel poema de Seferis. Después empezamos a leer a los poetas del siglo XX, y nos concentramos en la poesía de Kavafis, de Odysseas Elytis hemos leído menos, de Seferis y sobre todo de Ritsos. En ellos veo que la poesía es un modo de pensamiento, porque las primeras formas de pensar la filosofía, las de los presocráticos, fueron poemas filosóficos. Las religiones aparecieron como poesía primero, ¿verdad? Se trata de un pensamiento muy antiguo, un pensamiento por imágenes, previo a lo conceptual, un pensar por imágenes.”
No exagera la autora de Lengua madre cuando afirma que el hecho de que Circe participe en la segunda edición del Festival es “un acontecimiento para la poesía nacional”.
–¿Qué aspectos de la poesía de Circe la interpelan?
–La sutileza del paso del tiempo, cómo trabaja sobre el imperceptible deterioro del día a día en la vida misma, a medida que se va viviendo. Y me interesa, por otra parte, la búsqueda de la luz. Esa luminosidad que ella alcanza para decir lo más hondo, lo oscuro, lo más difícil y a la vez también lo más lejano. Nunca suena erudita su poesía. Jamás. Si algo me maravilla es que no hay ningún subrayado retórico, ni hay una sofisticación del lenguaje. La poesía de Circe es profundamente ética también en lo que uno podría llamar “la ética del lenguaje”, en la altísima condensación, en la austeridad, en una depuración que aleje a la palabra de todos los riesgos que la poesía tiene, como el riesgo de la retórica, el riesgo de que la palabra sea vacía o se cargue de saber. La poesía de Circe es de alta nobleza en su desnudez y búsqueda de luminosidad. Es un camino personal extraño, no en su exotismo, sino en su sencillez. Muy a menudo hace milagros. De pronto en un poema habla de Plotino, pero jamás eso se impone como una barrera al poema. Ella es una gran lectora de Machado y tiene algo de Juan de Mairena. En la poesía castellana, esa es la zona en la que podría hermanar los poemas de Circe. Es una poesía muy contenida, que adjetiva poco. Es una poesía sustantiva, que renuncia, como ella misma, a toda ostentación.
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