Viernes, 24 de agosto de 2007 | Hoy
LITERATURA › LA PEREGRINACION DE JUAN TERRANOVA
El autor reflexiona sobre su crónica de una procesión a Salta, las necesidades del mercado de libros sobre religión y la falta de una tradición crítica en el género.
Por Julián Gorodischer
Se consagró como cronista de fe cuando ya estaba arriba del micro rumbo al Cerro de los Milagros (en Salta), donde la virgen se expresa a través de María Livia, su médium, allí donde la dinámica de la procesión podría estar adhiriendo al turismo menos pensado (aunque no comparta con aquél el carácter recreativo). Juan Terranova, autor de la crónica La Virgen del Cerro (Sudamericana) y de las novelas El pornógrafo y El bailarín de tango, propone desde su texto dar testimonio de lo incognoscible; el in situ canónico para el género se abandona cuando lo que está en juego es la creencia en el milagro; la ironía que destilan sus novelas y sus escritos de blog (elcocinero salvaje3.blogspot.com) aquí ceden paso a un tono neutro en el que el mirón retrocede para que aparezca el peso propio de “la peregrinación”, a la que atribuye un poder narrativo y una singularidad entre los fenómenos de masas que anticipan una continuación para su saga personal, tal vez con un protagónico para San Cayetano.
El resultado de su viaje y su narrativa es la aparición de un extraño e inclasificable libro anfibio (dice) que ocupa los estantes de Religión/ Espiritualidad en las principales librerías, aunque proponga en su interior una teoría de la creencia, una puesta en serie de la Virgen con otros santos, una reflexión metodológica sobre la adaptación de la forma al contenido; libro anfibio que brilla con su celeste new age y su santa aureolada en la portada, que no excluye a los fieles entre los posibles destinatarios, pero que podría decepcionarlos o sorprenderlos gratamente (según el caso) apartándose de la doctrina Víctor Sueiro para narración de milagros/ apariciones/ creencias y hasta inaugurando la referencia a las páginas web como fuente –a veces anterior o en reemplazo de la experiencia– del cronista de intramuros. “¿Si La Virgen... es de los primeros libros que legitiman el rol central (el cambio en las fuentes) de Internet en la crónica? Después de dos peregrinaciones al hilo sentía que podía usar lo que quería sin culpas.... Hice la peregrinación escribiendo, tomando notas; después repuse cosas de mi memoria. En mis otros libros también está el registro; estoy obsesionado con registrar el presente. Trato de fechar todos los textos; tal vez dentro de unos años eso no esté o estará de otra manera. El blog me ayuda a cuantificar el tiempo, para saber qué estoy haciendo en un momento dado.”
–¿Le interesa la procesión como forma adaptada del turismo contemporáneo: encarnada en la combi, la vianda, la excursión, el guía, la dilución del yo en el grupo?
–Turismo se entiende como algo placentero. Este viaje, en cambio, es una peregrinación, una experiencia de introspección muy fuerte. Incluso hasta la gente que va frívolamente encuentra un momento de aburrimiento, de contención, mientras que el turismo de hoy logra que no te aburras nunca: te tienen que estar pasando cosas todo el tiempo. En la peregrinación ves mucha gente que no cree en nada, que está bautizada pero que nunca practicó y que de repente ve la luz: es fuerte, pero no explosivamente fuerte; es como un murmullo que se va sumando.
–Su libro, como crónica sobre la fe, se incorpora a los estantes sobre “Espiritualidad”, como si el mercado la encasillara inmediatamente en la adhesión o el servicio...
–La Virgen... no es un libro new age. Pero no hay una tradición de crónicas de fe: Sueiro, el único exponente, es un lego. Agarra ángeles, y cuenta libros sobre ángeles en los que aparece como protagonista. Es una especie de converso que hace libros con anécdotas. En Bendita tú eres discute con su ángel personal, en un género que inventó y que no tiene ningún punto de ajuste con la realidad. Es una ficción muy blanda, muy porosa, que se deshace.
Como “voto de pobreza”, definió la escritora y periodista María Moreno al registro imperante en La Virgen... cuando presentó el libro; lo fundamentó en el hecho de que el autor “procede a la manera de su objeto”, se despoja y cede protagonismo, renuncia al goce de la descripción minúscula, de la personificación de héroes y conversos, incluso al relato de ese evento sobrenatural que sí pudo haber vivido al sentir un llamativo aroma a rosas, ligado a la aparición de la virgen. No se deja llevar por la tentación de pasar revista a la masa alienada, suprime los restos del elitismo que podrían haberlo marcado –recuerda– en su paso por las aulas de la carrera de Letras (UBA); excluye la demagogia celebratoria tan afín a las narraciones de realidad sobre fenómenos de masas, protegidos por la corrección política en boga. “La fe es más interesante que el cinismo –toma partido Juan Terranova–, reírse de todo el mundo todo el tiempo se agota. Yo viví momentos de fe en el cerro que me conmocionaron; me levanté a la mañana y vi al tipo arreglando su silla de ruedas como si fuera un auto. ¿De dónde sacaba la fuerza? Escuché las historias truculentas de la esposa de un hombre con cáncer, tranquilizada porque la Virgen estaba ahí. Hay que meterse con eso, entenderlo y tratar de retratarlo como uno lo ve. La fe es interesante para el cronista: en la cancha te gusta más un partido que otro; pero en la fe hay dos lugares donde pararse. ¿De qué lado te parás?”
La austeridad en la metáfora y la opinión, la valoración controlada, la mesura en la descripción y la ausencia de la primera persona podrían resumirse en la figura de una cámara de documentalista de tipo clásico, justificando la operación en el peso propio del tema, en línea (aunque no haya visto la película) con el documental Jesus Camp, de Heidi Ewing y Rachel Grady, como si la masa mística no se adaptara a un “yo” demasiado expresivo. “Era la forma de escribir este libro –sigue–, sin faltar el respeto. Ya lo dijo Georges Steiner: ...era una historia lo suficientemente buena como para que yo apareciera.” Tal vez la dificultad de la crónica (o su fantasma) haya sido el temor a que ese aroma a rosas se hiciera más profundo, a que lo sobrenatural se presentara, cuestionando cualquier forma de distanciamiento o prescindencia. “Yo no quiero ver a la Virgen –afirma Terranova–. Si se me aparece me caga la vida. La fe, como decía San Pablo, es la opacidad: es no ver. Los peregrinos están como locos queriendo ver a la Virgen. Pero a mí me gusta la fe; cuando te va bien, es un estado de gozo.”
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