Martes, 10 de junio de 2008 | Hoy
CINE › ENTREVISTA CON SANTIAGO OTHEGUY, DIRECTOR DE LA LEóN
El cineasta filmó su historia de deseo y violencia entre dos hombres en condiciones extremas, que incluyeron la falta de electricidad y “depender de las subidas y bajadas del río”.
Por Oscar Ranzani
Santiago Otheguy, residente en Francia, donde estudió cine, vino hace unos años a la Argentina con Juan Solanas a filmar Nordeste, film que marcó el debut en la realización del hijo de Pino. Durante el rodaje, Otheguy, que trabajó como camarógrafo, conoció a dos de los actores –a esta altura– casi fetiches del Nuevo Cine Argentino: Jorge Román (El bonaerense, Nordeste, Felicidades) y Daniel Valenzuela (Mundo grúa, La ciénaga, Crónica de una fuga, Un oso rojo). Otheguy les propuso participar en un cortometraje que después se terminó convirtiendo en un largo y su ópera prima, La León, ficción con pinceladas de documental que transcurre en la tercera sección del Delta, un territorio prácticamente virgen al que no se accede por otro medio de transporte que no sea una embarcación. “En lancha colectiva se tardan cinco horas, de acuerdo a muchos factores, y en lancha rápida son más o menos tres horas”, cuenta Otheguy, para dejar en claro que se trata de una zona prácticamente impenetrable, motivo que generó todo tipo de dificultades para la filmación.
“No hay electricidad (recién en la segunda etapa del rodaje empezó a llegar), no hay teléfonos, no hay señal de celular, no hay hospital, dependés de las subidas y bajadas del río”, relata Otheguy acerca de su aventura cinematográfica que se estrena este jueves. La trama de La León transcurre en ese paisaje, donde el Turu (Valenzuela) es una especie de puntero que maneja la única lancha que llega a la zona y que, según describe el director, es “el personaje poderoso, ya que hace el lazo entre todo este lugar y la ciudad”. El Turu trata despectivamente a Alvaro (Román), un hombre al que “no se le conoce ninguna mujer” y que le despierta, en principio, una profunda intolerancia. Alvaro, parco de carácter, es un junquero solitario, amante de los libros en un territorio salvaje y que parece desentonar entre los habitantes de la región. Al menos así lo ve el Turu, que lo siente como una amenaza.
La León lleva el nombre de una embarcación real y fue filmada en blanco y negro con la participación de actores no profesionales: los propios isleños. La ópera prima de Otheguy obtuvo una mención especial de los Premios Teddy en el último Festival de Berlín por su “temática homosexual”. “Es impresionante el juego de encasillamientos que se crea”, se sorprende Otheguy. “La León fue tomada por todo un sector europeo como una película gay. Yo creo que no, o en todo caso no me interesa que lo sea. ¿Qué es una película gay? ¿Qué contiene? Una película militante me imagino. No tiene nada que ver con esto. Pero, al mismo tiempo, que el Festival de Berlín haya considerado que la película es digna de representar el combate por la diferencia me parece fenómeno”, sostiene el realizador.
–¿Uno de los objetivos era mostrar cómo nace y se profundiza la violencia?
–Sí. A mí me gusta el cine donde se muestran mecanismos. Fue muy curioso ver cómo en este lugar tan pobre, tan precario, con tan poco por qué pelearse (todos tienen más o menos los álamos que necesitan, todos pescan, todos cortan juncos), y siendo una sociedad muy homogénea, surgen de manera más transparente las pulsiones y los conflictos.
–¿Cómo trabajó con los actores esa tensión creciente de los personajes?
–De manera diferente en cada uno. Pero tiene mucho que ver con el río, con las fuerzas de la naturaleza, como algo que es irreversible, como una corriente que no puede volver atrás: es calma y majestuosa pero todo el mundo sabe que en sus profundidades pasan otras cosas, sobre todo como un encadenamiento de causas y consecuencias. Toda causa trae una consecuencia y es irreversible. La causa y la consecuencia no tienen vuelta atrás, como un río o la corriente. Y ésa es la tensión creciente.
–¿Por qué decidió filmarla en el Delta?
–Buscaba un lugar que fuera un desierto y esta parte del Delta resultaba un lugar árido. Además, es la idea que trabajamos con la directora de fotografía: que fuera una película árida. También lo elegí por su potencial poético, por la cuestión del sedimento: el Delta es un lugar que se mueve todo el tiempo, que no tiene ley. Al ser sedimentos son cosas que están todo el tiempo cambiando. Es un lugar sin fronteras muy establecidas que me parecía que tenía mucho poder alegórico. De ahí, después sale el ritmo de la película. Es el lugar el que te dicta el ritmo, los tiempos y el lenguaje mismo que vas a usar. En general, a mí me inspiran primero los paisajes. Esta película tenía un juego pulsional que quería tratar y busqué dónde ubicarlo.
–¿Y por qué en blanco y negro?
–Porque el soporte tiene un efecto muy importante. Supongo que haciéndolo de entrada en blanco y negro crea en el público una predisposición más a la fábula, a algo más atemporal, más distanciado. Era un lugar muy exuberante, la naturaleza podría haberse fagocitado todo el proyecto y el blanco y negro la mantiene a distancia.
–Es un film con pocos diálogos pero que dice mucho con las imágenes y los climas. ¿Por qué buscó transmitir intensidad de otra manera que no fuera la verbal?
–Tenía la posibilidad de hacer una primera película y lo que más me urgía era experimentar el lenguaje del cine. No me parece que el diálogo sea lo más cinematográfico en sí, dentro del abanico de posibilidades expresivas que te da el cine. Por otro lado, porque una vez elegido el lugar, ese lugar me impone sus tiempos, sus rostros. Y la gente del río es de poco diálogo. Existe mucho cine contagiado por la literatura y el teatro. Todo lo que se siente en la película no es necesario que venga por los diálogos.
–¿Cuánto aportaron las vidas y las costumbres de los isleños al “efecto realidad” de La León? Si bien es una ficción, hay instancias documentales.
–Porque el cine que a mí me gusta es el que deja rastros de algo. Hay algo muy curioso, porque la gente de esta sección del Delta nunca fue al cine, no tiene televisión. No tienen una relación con la imagen ni la sensación de una pose, no quieren transmitirte una imagen mediática. Van a tratar de transmitir qué es lo que saben hacer con precisión. Entonces, el viejito no va a decir: “Filmame acá o así”. Te va a decir: “Yo corto junco así”. Cuando vas a tomar ese cachito de realidad tenés que dejar rastros de algo. Entonces, se impone una distancia en la cámara, un tiempo, ciertas responsabilidades porque uno está dejando arqueología de algo.
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