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Domingo, 9 de noviembre de 2008

CINE › ENTREVISTA CON STEVEN SODERBERGH, DIRECTOR DE CHE, EL ARGENTINO

“Era un intelectual y un combatiente”

El autor de Erin Brockovich y Traffic estrena el jueves en Buenos Aires la primera parte de un díptico sobre el revolucionario, que encuentra al héroe en su apogeo, en ruta hacia La Habana. “Pensé que era un proyecto sin fin, eterno”, asume.

 Por Luciano Monteagudo

La voz llega serena y pausada desde Los Angeles. No parece la de un director hiperkinético, que en estos días está finalizando dos películas simultáneamente –algo habitual en él– y que a la vez encuentra tiempo para promocionar Che, el esperado díptico sobre Ernesto Guevara, del cual el próximo jueves se estrenará en Buenos Aires la primera parte, titulada Che, el argentino. “¿Usted vio sólo la primera parte o las dos?”, es lo primero que pregunta Soderbergh, antes de comenzar la entrevista telefónica. Cuando se asegura de que el cronista vio el film completo, tal como él lo concibió, se tranquiliza. “Yo creo que lo mejor es ver las dos partes juntas, como un todo, y así la vamos a presentar acá en los Estados Unidos, pero lamentablemente en la mayoría de los territorios a los que ha sido vendida la película se va a tener que ver en dos partes separadas, por razones de distribución.” La primera parte de Che encuentra a Guevara victorioso, en el apogeo revolucionario, con Santa Clara rendida a su pies y en ruta hacia la celebración del Año Nuevo de 1959 en La Habana. Y la segunda, en cambio, en la soledad de la selva boliviana, poco antes de su muerte. En la entrevista exclusiva con PáginaI12, el director de películas tan diferentes como Erin Brockovich, Vengar la sangre, Traffic y la serie de comedias de La gran estafa habla de Che –que tuvo su estreno mundial en mayo pasado en el Festival de Cannes– como de un único film.

–¿Cuál fue el disparador de la película? ¿Qué lo decidió a hacer este díptico sobre el Che? ¿El guión, el actor, el personaje?

–Ocho años atrás, yo estaba trabajando en Traffic y Benicio Del Toro y la productora Laura Bickford empezaron a hablarme del Che, a entusiasmarme con el proyecto y de repente me encontré diciéndoles que sí, sin saber muy bien por qué. Fue un sí un poco intuitivo, salvaje, pero al mismo tiempo sentía que habría sido muy estúpido decir que no. En verdad, ellos sabían que un “no” era casi imposible. ¿Cómo resistirse? Aunque debo confesarle que hubo más de una vez en la que me pregunté por qué diablos había aceptado. Es que el desarrollo del proyecto llevó muchísimo tiempo. Primero, fue difícil poner el guión en forma. Fue más difícil todavía conseguir el financiamiento. Porque en aquel momento al que me refiero no había nada, teníamos apenas la idea, el deseo.

–¿Y cómo fue el proceso hasta llegar a la película terminada?

–Bueno, ésta es una de esas películas en las que el tema a uno lo puede tragar, uno puede estar investigando sobre el personaje toda una vida, si eso es todo lo que te interesa. Pero cuando vi que íbamos en esa dirección empecé a fijar plazos, a poner fechas: una fecha para terminar el guión, otra para empezar el rodaje. Porque sentí que de otra manera el proyecto podía no tener fin, hacerse eterno.

–¿Conocía ya al personaje, leyó los diarios del Che?

–Sí, por sobre todas las cosas, lo que más me interesó fue la lectura de los textos del propio Guevara. También tuvimos la oportunidad de entrevistar a mucha gente que lo conoció personalmente: su familia, la gente que peleó junto a él en Cuba y en Bolivia... Pero básicamente fue un tiempo dedicado a la lectura. Como usted sabe, hay muchísimo material, no sólo sobre el Che, sino escrito por el propio Guevara. No sólo sus diarios. Guevara siempre estaba escribiendo. Y para mí lo más importante era eso. Pero en determinado momento hay que dejar de leer y empezar a hacer, a tomar decisiones. Porque si hay algo que siempre tuve claro es que no estaba trabajando en una tesis sino en una película y teníamos que decidir qué fragmentos de esa vida queríamos contar.

–¿Y cómo fue que decidieron elegir la estructura final de la película, que trabaja sobre momentos tan dramáticamente opuestos: el de la victoria en Cuba y el de la derrota y la muerte en Bolivia?

–En este proceso de lecturas, descubrí que lo que realmente me fascinaba del personaje era, a su vez, su fascinación por la guerra de guerrillas. Incluso el Che escribió todo un libro sobre el tema. Y era obviamente un tema que lo apasionaba y sobre el cual tenía mucho para decir. Es verdaderamente muy inusual encontrar a un hombre con la capacidad intelectual que tenía el Che y que, al mismo tiempo, se involucrara tanto, con tanto detalle en la lucha física. Eso fue lo primero que me atrajo del personaje: esa fusión entre un intelectual y un combatiente. Porque hay muchos que son o una cosa o la otra, pero el Che era ambas a la vez. Esta combinación me intrigaba mucho. Allí entonces empecé a enfocarme en estos dos períodos de su vida que pasó luchando en la selva, en Cuba y en Bolivia. El segmento de su famoso discurso en las Naciones Unidas, en Nueva York, apareció después. Y para mí se volvió interesante porque es el Che en el apogeo de su fama, está en el interior de la bestia, en el epicentro del capitalismo, y da este discurso increíblemente duro frente a toda la Asamblea de las Naciones Unidas. Es realmente increíble, la gente ya no habla más así. Y ahí vi la oportunidad de dar cuenta de ese otro aspecto de su vida. Yo no quería que en mi película anduviera corriendo en medio de la selva dando discursos o hablando de ideología. Pero en Nueva York, él primero y yo después, para la película, encontramos que era el lugar y el momento perfecto para hablar de ideología. Yo quería, en cambio, que las conversaciones en la selva fueran acerca de temas prácticos, cotidianos, acerca básicamente del problema de la supervivencia. Y por eso supe también que ese discurso en Nueva York tenía que estar en la película. Era demasiado apasionante como para no incluirlo.

–¿Para ese momento se documentó con material de archivo?

–Sí, vi material, pero me sorprendió que no hubiera mucho. La verdad es que había pensado que podíamos llegar a usar imágenes de archivo, y de paso ahorrar un poco de dinero, pero lo cierto es que había muy poco y no nos servía, salvo para darnos una idea de lo que fue su presentación en las Naciones Unidas.

–¿Cómo fue el trabajo con John Lee Anderson, el autor de la que quizá sea la biografía más completa del Che y que figura en los créditos de la película como asesor histórico? ¿En qué etapas participó?

–La ayuda de Anderson fue muy, muy importante, en diversos sentidos. Primero, porque nos facilitó el acceso y nos puso en contacto con mucha gente que había conocido personalmente al Che: él fue nuestra garantía, les explicó que el nuestro era un proyecto serio y que podían confiar en nosotros. Y después le pedimos a Anderson que leyera todas y cada una de las versiones del guión (y fueron muchas) y que nos diera su opinión. Fue una fuente magnífica, era como contar con una biblioteca ambulante. Y su opinión nos importaba mucho, porque no inventamos nada, todas las escenas que están en la película sucedieron en la vida real. Quizás estén comprimidas, pero Anderson era capaz de hacernos ver cómo habría reaccionado tal o cual personaje, la actitud correcta, la personalidad de cada personaje. Especialmente, nos preocupaba la relación entre el Che y Fidel, que es fundamental.

–¿Cómo se sintió trabajando con un elenco panamericano, con actores de todo el continente hablando en castellano?

–Me encantó la experiencia. El idioma no fue un problema para mí, sino más bien para los mismos actores y para sus entrenadores. Como no podíamos filmar en Cuba, reclutamos a actores de habla hispana de todo el mundo para que hicieran, en su mayoría, de cubanos. Y como usted sabe, el acento cubano, su musicalidad, es muy específica. E incluso hay matices de entonación dentro de Cuba misma, dependiendo de dónde proviene y qué educación tuvo, y esto dice mucho de cada personaje. Y ésa fue la parte más difícil, en la que nos ayudaron, por supuesto, los cubanos que participaron del proyecto.

–¿Y el trabajo con Benicio Del Toro?

–Después de tantos años de desarrollo del proyecto y de investigación, hablamos muchísimo entre nosotros, así que cuando llegó el momento de filmar ya no necesitábamos hablar mucho, ya sabíamos qué teníamos qué hacer y nos conocíamos muy bien. Estábamos listos y eso fue bueno porque la agenda de rodaje fue muy apretada, no había tiempo que perder, nos movíamos muy rápido. Así que cuando hablábamos de algo ya no era sobre el personaje (sobre el cual nos habíamos dicho todo), sino más bien sobre algún aspecto técnico o físico del trabajo.

–Después de todas estas charlas, ¿a qué conclusión llegó usted, en lo personal, sobre el Che Guevara?

–Bueno... (suspira). No creo que él me hubiera tenido demasiado aprecio.

–¿Por qué?

–Seguramente me hubiera encontrado tonto. En la sociedad que él estaba construyendo no había, realmente, un lugar para gente como yo. Hubiera apreciado quizá mi capacidad de trabajo, pero no mucho más. Si hay algo que nadie le puede negar a Guevara es su conducta, él se manejaba por una única serie de reglas. Mucha gente, de muchos países muy diferentes entre sí, tiene dos o más reglas de conducta. Y él no creía en eso ni se comportaba de esa manera. Tenía una serie de reglas, se apegaba a ellas y esperaba que todos también se sometieran a ellas. Eso es algo muy infrecuente en alguien que llega a las esferas de poder a las que llegó el Che. Pero justamente lo interesante de Guevara es que a él no le interesaban el poder, ni el dinero. Lo que quería era construir una sociedad en donde la gente no fuera explotada. Todos tenemos que recordar el contexto y la época en la que él vivió y lo que sucedía en América latina cincuenta años atrás. A mediados del siglo pasado, todos o casi todos los países del Caribe y de América del Sur estaban gobernados por alguien controlado por los Estados Unidos. Y eso ya no es más así, y eso es bueno. Cuando el Che creció y cuando viajó por el continente, había en su mayoría dictadores a quienes Estados Unidos guardaba en el bolsillo. Y de allí, creo, nació su ira.

–¿Ese fue, para usted, el primer motor de Guevara?

–Sí, porque él vio cuál era el resultado de esa política. Había mucho enojo. Y lo que el Che pudo hacer fue convertir esa ira en acción, de una manera muy organizada. Esto fue algo en lo que coincidieron todos con quienes hablamos y lo conocieron: que no podía tolerar la injusticia.

–¿Qué piensa de la decisión del Che de ir casi solo a pelear a Bolivia, considerando que toda la segunda parte de su película trata sobre esta última etapa de su vida?

–Todavía es un misterio para mí por qué él pensó que eso iba a funcionar. La única explicación que le encuentro –y por eso también hicimos la primera parte– es que pensó que si lo habían logrado en Cuba también se podía lograr en Bolivia y en otros países. Pero había tantas y tan significativas diferencias entre las dos realidades que no deja de sorprenderme que haya pensado que su acción en Bolivia podía llegar a tener éxito. La diferencia más importante era Fidel. En Bolivia, no tenían un Fidel. No había un líder local en quien la gente creyera y confiara. Y que pudiera servir como un punto focal para la revolución. Cuando estos tipos se subieron en México al “Granma”, Fidel ya era famoso, un héroe para el pueblo cubano. Me parece que el Che no quiso reconocer que una figura equivalente era necesaria. O quizás el Che creyó que él mismo podía ser esa figura, pero si fue así evidentemente se equivocó.

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Steven Soderbergh entrevistó a la familia y la gente que peleó junto al Che en Cuba y Bolivia.
 
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