Martes, 24 de agosto de 2010 | Hoy
CINE › “H. G. WELLS: UN UTOPISTA EN EL CINE”, UN CICLO IMPERDIBLE EN EL BAC
El programa comienza hoy con El hombre invisible e incluye clásicos como La máquina del tiempo y La guerra de los mundos. Pero también habrá raras perlas como El hombre que podía hacer milagros, otro ejemplo de las convicciones del escritor británico.
“Las ficciones de Wells fueron los primeros libros que yo leí; tal vez serán los últimos”, escribió alguna vez, con admiración, Jorge Luis Borges. Precursor junto con Julio Verne del género de ciencia ficción, el escritor inglés Herbert George Wells (1866–1946) fue un utopista que creía firmemente en que las fuerzas materiales, puestas a disposición del hombre, podían ser controladas por la razón y utilizadas para el progreso y la igualdad entre los habitantes del mundo. Pero no dejó de escribir “pesadillas que deliberadamente rehúyen el género fantástico” (Borges dixit) y que fueron un vasto alimento para los estudios de Hollywood y Shepperton, a ambos lados del Atlántico. Para dar cuenta de esa influencia, el British Arts Centre (Suipacha 1333) organizó un ciclo denominado “H. G. Wells: un utopista en el cine”, que comienza hoy y se extiende todos los martes hasta el 5 de octubre, con clásicos memorables, como El hombre invisible (1933), La guerra de los mundos (1953) y La máquina del tiempo (1960), entre otros. La entrada es libre y gratuita.
Perteneciente a una familia de clase media-baja, el joven Wells, además de trabajar desde muy joven, estudió en la Escuela de Gramática Midhurst de Sussex Occidental y en 1884 obtuvo una beca para cursar biología en el Royal College of Science de Londres. Fue uno de los fundadores de The Science School Journal, una revista en la que dio a conocer sus postulados en literatura y en temas sociales. En el National Observer publicó por primera vez, en forma periódica, su novela La máquina del tiempo, con el título The Chronic Argonauts. En 1890 recibió el título de grado en zoología, de la Universidad de Londres, y entre 1889 y 1890 ejerció como profesor de la Henley House School. Contribuyó a la creación de la Royal College of Science Association y fue su primer presidente en 1909.
Cuando enfermó de tuberculosis, Wells decidió dejar sus trabajos y dedicarse sólo a la escritura. Su obra incluye más de cien títulos entre novelas y ensayos que tuvieron por tema la fantasía científica (en su honor, en 1970, se le puso su nombre a un cráter ubicado en el lado oscuro de la Luna), descripciones proféticas de los avances de la tecnología y comentarios sobre los horrores de las guerras del siglo XX. También se interesó por la realidad sociológica del momento, defendiendo los derechos de los marginados y luchando contra la hipocresía imperante. Fue miembro de la Sociedad Fabiana, de ideas socialistas y pacifistas. Wells estaba convencido de que la especie humana podía mejorar gracias a la ciencia y a la educación. Sin embargo, no cayó en la ingenuidad de muchos de sus contemporáneos, y fue uno de los primeros pensadores que advirtieron sobre el peligro de confiar ciegamente en las máquinas. Durante la última época de su vida, Wells asumió la tarea de defender en escritos y conferencias todo aquello que considerara positivo para el progreso, así como la de criticar los grandes conflictos bélicos que asolaron Europa.
Toda su obra está marcada por sus profundas convicciones. En La máquina del tiempo (1895) abordó el tema de la lucha de clases; en La isla del Doctor Moreau (1896) y en El hombre invisible (1897), los límites de la ciencia y la obligación del científico de actuar de forma ética más allá del poder que le otorgan sus descubrimientos; en La guerra de los mundos (1898) condena las prácticas imperialistas. “El hecho de que Wells fuera un genio no es menos admirable que el hecho de que siempre escribiera con modestia, a veces irónica”, puntualizó Borges.
Si bien Wells jamás desistió en su intento de crear un mundo más justo y solidario, sus últimos escritos, El destino del homo sapiens (1939) y La mente a la orilla del abismo (1945), están marcados por cierto pesimismo, surgido de contemplar una humanidad que se destruye a sí misma. Su literatura proporcionó la sustancia a muchos films a lo largo de la historia del cine, por lo que el British Arts Centre decidió dedicarle un ciclo monográfico, que comienza hoy –a las 17 horas únicamente– con una de las mejores versiones que se hicieron de su obra, El hombre invisible, dirigida en 1933 por James Whale (el realizador de Frankenstein y La novia de Frankenstein) y con el debut de Claude Rains en el papel protagónico.
El martes 31 el ciclo continúa con Lo que vendrá (Things to Come, 1936), producida por Alexander Korda y dirigida por el estadounidense William Cameron Menzies, que consiguió un film visualmente sorprendente. Y terriblemente profético, en la medida en que anticipó la Segunda Guerra Mundial. El martes 7 de septiembre está programada una auténtica curiosidad: El hombre que podía hacer milagros (The Man Who Could Work Miracles, 1936), una correalización de Lothar Mendes y Alexander Korda, con guión escrito especialmente para la película por H. G. Wells sobre una “short story” de su autoría. En esta fábula con toques de comedia, Wells hace explícitas sus ideas socialistas: Roland Young interpreta a un hombre común que, mientras asevera la imposibilidad de los milagros, repentinamente descubre que puede producirlos. Preocupado por cómo manejar su inmenso poder, recibe sugerencias, consejos y hasta órdenes de los distintos referentes de la sociedad, que están siempre teñidos de intereses egoístas. En su búsqueda de un orden más justo e igualitario, reúne a todos los hombres poderosos del mundo y les pide que por medio del diálogo y la cooperación hagan un mundo mejor, del que sean erradicadas la pobreza y la guerra.
A partir del martes 14 de septiembre llegan los films más famosos, como La guerra de los mundos (The War of The Worlds, 1953), dirigida por Byron Haskin, producida por George Pal y considerada una de las mejores películas de ciencia ficción de la década de 1950. Los efectos especiales –que ganaron el Oscar en su categoría– son tan eficaces que no han envejecido en absoluto, mientras el tono desesperanzador y apocalíptico muy pocas veces ha sido descripto en una película de Hollywood con semejante imaginación e intensidad. El Día de la Primavera está programada La máquina del tiempo (The Time Machine, 1960), todo un clásico de los Sábados de Superacción. Ganadora del Oscar a los mejores efectos especiales, la adaptación de George Pal de la primera novela de H. G. Wells narra la historia de un científico inglés de la época victoriana, que construye una máquina para viajar a través del tiempo. Este inventor, llamado igual que el escritor e interpretado por Rod Taylor, descubre que en un futuro lejano y como consecuencia de un capitalismo salvaje, la humanidad va a estar dividida en dos especies hostiles entre sí, lo cual dista mucho de la sociedad utópica que deseaba encontrar.
El martes 28 de septiembre aparece en el horizonte La isla del Doctor Moreau (1977), tercera versión de las cuatro que el cine le dedicó a esta popular novela de Wells, en este caso con Burt Lancaster en el papel protagónico, interactuando con animales salvajes en escenas de un realismo sorprendente. El ciclo concluye el martes 5 de octubre con Escape al futuro (Time After Time, 1979), escrita y dirigida por Nicholas Meyer. En esta vuelta de tuerca con toques de comedia sobre La máquina del tiempo, H. G. Wells (Malcolm McDowell) presenta la famosa máquina a sus amigos, pero no sabe que entre ellos se esconde, detrás de otra identidad, Jack el Destripador (David Warner), que utiliza el diabólico ingenio para escapar. Parte de Londres en la época victoriana y aparece en San Francisco en la década del ’70, deslumbrado por una sociedad aún más violenta que la que él podía imaginar.
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