Jueves, 22 de agosto de 2013 | Hoy
CINE › COMIENZA HOY LA II SEMANA DE CINE DOCUMENTAL ARGENTINO
Desde hoy y hasta el 28 de agosto, en el Espacio Incaa Km 0 Gaumont (Rivadavia 1635), se exhibirán, en carácter de preestreno, siete documentales con temáticas que van desde chicos en situación de calle hasta un homenaje al cantante Federico Moura.
Por Oscar Ranzani
El crecimiento que ha experimentado el cine documental en los últimos quince años es notorio. A tal punto que el género, que en la Argentina abordó en sus inicios temáticas políticas, con el correr de los años fue cobrando amplitud y corriendo sus horizontes. Así se consolidó, por ejemplo, el documental social, y con la ampliación de derechos en el país, algunos audiovisuales comenzaron a dar cuenta de las nuevas realidades, como sucedió con los trabajos referidos a temáticas de género o sobre las problemáticas ambientales. Muchos de estos cambios fueron motivo de inquietud por parte de los cineastas nucleados en la Asociación de Directores y Productores de Cine Documental Independiente de Argentina, entidad más conocida por sus siglas: ADN. A raíz de la buena respuesta que tuvo el ciclo organizado el año pasado, ADN ideó la II Semana de Cine Documental Argentino, que se desarrollará desde hoy y hasta el miércoles 28 de agosto en el Espacio Incaa Km 0 Gaumont (Rivadavia 1635). Siempre en el horario de las 21, se exhibirán, en carácter de preestreno, siete documentales que trazan un panorama de la vitalidad que tiene el género en la actualidad (ver recuadro).
En 1999, la cineasta Alejandra Grinschpun dictó un taller de fotografía en el Centro de Atención Integral a la Niñez y Adolescencia (Caina) destinado a chicos en situación de calle. A partir del vínculo generado con ellos y de tomarles fotos en los lugares donde estaban, Grinschpun comenzó a filmarlos. En esa tarea la ayudó Laureano Gutiérrez, quien es el productor de Años de calle, el documental de esta directora que podrá verse en el Gaumont. “En ese primer momento, la cámara era un poco una herramienta para conectarme y vincularme con ellos, casi una excusa”, reconoce la documentalista. En 2004, volvieron a filmarlos, ya pensando en hacer una película, y en 2010 encararon la última etapa, con apoyo del Incaa y con un equipo de rodaje profesional. Ambos pensaron que era importante poder mostrar los tres momentos en la vida de los chicos “porque nos parece importante contar sus historias a través del tiempo, hacer un corte diacrónico de las mismas y no ver nada más que un instante, un hecho en la vida de ellos, como suele suceder”, relata Grinschpun. Gutiérrez comenta que, años después de filmarlos en 1999, la pregunta que ambos se hacían era: “¿Qué será de las vidas de estos chicos?”. Y la idea de conocer la respuesta “nos pareció interesante y por eso decidimos que no iba a terminar en 2004, sino que necesariamente teníamos que tener una tercera etapa, con todo lo que ello implica, como decidir no terminar una película y posponer la finalización cuatro años”, explica Gutiérrez.
Años de calle refleja, entonces, historias de un grupo de chicos en situación de vulnerabilidad social a lo largo de doce años de sus vidas. Cuando empezaron la filmación, los protagonistas eran pequeños, pero, ¿cómo ven ahora ellos mismos sus propias realidades? “Lo interesante es que ellos, ya siendo adultos, pueden verse ahora y también verse antes”, cuenta Gutiérrez. Una de las historias que abordan es la de una joven que tenía 18 años y que no quería pensar más hacia adelante. “Con 18 años había decidido no pensar más en el futuro porque cada vez que lo hacía, eso no se daba. Y ahora es muy interesante ver que cuando hablamos del tema del paso del tiempo, ella dice: ‘No pienso más en el pasado, pienso en el futuro y le doy para adelante’. Es interesante ese punto de vista que, de alguna manera, también habla de ese paso del tiempo en ella y lo interesante es poder mostrar ambos”, señala el productor.
Grinschpun considera que el objetivo de su documental es luchar contra la estigmatización de la pobreza y a favor de la inclusión social. “Básicamente, lo que creemos es que por estar cerca de estas historias y por conocerlas más profundamente, entendimos un montón de cosas que, en general, no se conocen, no se comprenden porque estamos siempre viendo hechos como, por ejemplo, un pibe que afanó, o cuestiones que cuando uno puede entender de dónde vienen estos chicos, cuáles son sus historias detrás, qué cosas han tenido que vivir, qué cosas la sociedad les ha podido ofrecer y qué cosas no, uno empieza a entender que hay grises, que no son blanco ni negro, que no son ni malos ni buenos”, entiende la directora.
Miguel Colombo tiene 35 años y su abuelo Ludovico, un italiano que llegó a la Argentina, después de pelear en la Segunda Guerra Mundial, falleció cuando el ahora cineasta tenía cinco. Sin embargo, desde pequeño no pudo conocerlo porque vivían “en provincias distintas y las familias estaban separadas”, cuenta Colombo, quien creció escuchando historias de su ancestro: que había estado en la Segunda Guerra Mundial, que había sido partisano, que había vivido en el desierto, que había reciclado unas ruinas jesuíticas (una construcción que se suponía que era un molino de oro en medio del desierto). “Todo eso en la imaginación de un niño fue creando un mito”, reflexiona el cineasta. Y el hecho de no haber podido conocer al famoso abuelo, lo agigantaba más todavía. Colombo siempre tuvo una gran intriga sobre quién era realmente Ludovico. Años después, estudió cine, y como la vida de su abuelo parecía de película, le resultó inevitable pensar en indagarla. Así nació Huellas, el documental de Colombo que, en primera persona, relata la historia de su abuelo y que podrá verse en el Gaumont.
Mientras hacía la investigación, el cineasta descubrió que había un montón de secretos familiares que iban más allá de la vida de Ludovico. “Incluso, casi hubo un punto de giro en mi búsqueda, porque cuando empecé a buscar a mi héroe de la resistencia partisana me enteré de que él le habría contado a un montón de gente que había sido nazi. Entonces, ahí se multiplicó la intriga”, cuenta Colombo. Al principio, no estaba convencido de hacer el documental, pero reconoce que la investigación para concretarlo fue la herramienta para acercarse a esa familia que no había conocido y encontrar su lugar en ella. El director coincide en que, a partir de la historia de vida de su abuelo, el espectador puede recorrer parte de la historia mundial: “Contando historias muy particulares también se cuentan historias que nos involucran a todos. Por más que todos somos individuos muy diversos, hemos recorrido historias y tenemos patrones de comportamiento y sociales. De hecho, la familia nos influye a todos y los lazos y vínculos familiares nos forman desde la primera infancia. Eso nos sucede a todos. Entonces, contar una historia familiar iba a reflejar eso necesariamente”.
Huellas también lo ayudó a reelaborar su propia historia familiar porque creció muy apartado, en un núcleo familiar muy pequeño: “La película fue un tránsito personal importantísimo hacia reubicarme en todo ese mapa y en esa novela familiar y construir una identidad mucho más firme”. El director admite que esos procesos ocurrieron a nivel inconsciente. “Pero sentí una solvencia personal, después de haber terminado la película que, incluso, me permitió armar mi propia familia ahora –confiesa–. Eso es algo que pienso a posteriori. La película fue todo un proceso de tránsito y maduración”, concluye Colombo.
Víctor Cruz tiene un hermano boxeador y un tío que también practicó ese deporte, y, aunque el cineasta nunca se calzó los guantes, en el pasaje de su niñez al mundo adulto era casi un rito poder juntarse a ver y hablar de boxeo con su familia. “Uno crecía cuando se sentaba a ver boxeo los sábados y los domingos”, relata Cruz, quien, a partir de esa experiencia, realizó el documental Boxing Club, que podrá verse en el Gaumont. Para concretarlo comenzó a visitar gimnasios como el Almagro Boxing Club y, entonces, pudo conocer “las relaciones sociales que se tejen adentro”. “Si hay una cosa que a mí me gusta del boxeo es que, a pesar de que parezca violento y despiadado, esa violencia está hipercodificada, es un rito y no termina siendo tan violento como el mundo real”, explica el director acerca de los códigos de ese deporte. “Los códigos son todo. El gimnasio es el lugar más seguro que hay, no hay ninguno que se haga el loco. Los boxeadores se tiran una cantidad de trompadas arriba del ring y después se van y se dan un abrazo. La violencia está codificada a ese escenario que es el ring, con reglas claras sobre cosas que no se pueden hacer. Eso es algo que en el mundo real no existe”, señala el director, que filmó su película en el gimnasio que está debajo de la estación de trenes de Constitución, más precisamente en un sótano de la Plataforma 14. “El entorno violento es absolutamente patente: afuera del gimnasio, arriba en la superficie, es un lugar jodidísimo. Abajo, las reglas son absolutamente claras”, explica Cruz.
Con Boxing Club, Cruz se propuso contar cómo son las relaciones dentro de un gimnasio y cómo en un deporte que es tan individual, lo colectivo es fundamental para construir un boxeador. En ese sentido, el documental no hace tanto hincapié en lo deportivo, sino más bien en el aspecto social. Por eso, no realizó un seguimiento de los boxeadores fuera del gimnasio. “Mi apuesta fue que en ese micromundo empiezan a suceder cosas y se evidencian problemáticas sociales e individuales. En el documental está desde el boxeador profesional hasta un chico que está en situación de calle y que su gran preocupación es qué va a comer cada día y cómo se las arregla para eso. Y le permiten practicar y ejercitarse, pero no subirse al ring porque tienen miedo de que se lastime porque su alimentación no está controlada como la de otras personas que practican este deporte de manera más asidua.” De ese modo, el gimnasio se transforma en un ámbito donde confluyen distintas realidades. “Pero confluyen de una manera armónica, jerárquica y con la necesidad de uno por el otro”, entiende el director.
Los boxeadores sobre los que Cruz fijó su mirada y su cámara “son obreros del boxeo”, según su propia definición. “Los que retrato no son los campeones heroicos que logran un título, dar el salto y salir de su contexto social. Son tipos que, como cada uno de nosotros, tienen su trabajo: el de ellos es ir y cagarse a trompadas. Esa es la gran diferencia, pero son trabajadores.” Si bien los boxeadores no suelen ser expresivos, porque un gimnasio no es el lugar más adecuado para ir a demostrar las emociones, por el tiempo que Cruz compartió con ellos y como su vinculación era constante, empezó “a descubrir cuáles son las ansiedades, los miedos, los temores y con qué están relacionados”, concluye el documentalista.
Cruz es también el productor de La toma, documental dirigido por Sandra Gugliotta, que tendrá su preestreno en el Gaumont. Durante 2010, la directora de Un día de suerte y Las vidas posibles estaba filmando un documental en la escuela secundaria Nicolás Avellaneda, con la idea de mostrar cómo se transmiten los patrones de género en los establecimientos de educación media. Una vez que Gugliotta ya había concretado vínculos con los estudiantes, “surgió el conflicto por las condiciones edilicias de la escuela y después las tomas en más de veinte colegios en septiembre y octubre de 2010 que tuvieron en vilo a la ciudad”, cuenta Cruz. Y lo bueno de esto “era que nosotros estábamos adentro con las cámaras y pudimos registrar todo el proceso de toma de conciencia y de politización de los chicos, y todo el aprendizaje que hicieron para llegar a la decisión de la toma, lo que pasa después de las tomas, cómo cada uno saca conclusiones, y la capacidad de los chicos para poder organizarse, accionar para poder corregir y reflexionar a partir de eso”, explica Cruz.
La figura del recordado Federico Moura, líder de Virus, una de las bandas emblema del rock argentino de los ’80, es abordada por Sergio “Cucho” Constantitno en Imágenes paganas, documental que homenajea al gran cantante y compositor fallecido el 21 de diciembre de 1988. También los músicos son los protagonistas del documental El latir de los llanos, de Eduardo Sánchez. Un grupo de ellos descubre un viejo long play de más de cuatro décadas que recorre la historia del caudillo riojano Angel Vicente “Chacho” Peñaloza. Y en conjunto deciden convocar a otros músicos para hacer nuevas versiones de esas canciones y que, de esa manera, la música estreche la mano con la historia. Finalmente, completa la programación de la II Semana de Cine Documental Argentino el trabajo de Fito Pochat y Javier Olivera, titulado Mika, mi guerra de España. El film aborda la figura de Mika Etchebéhère y su marido Hipólito, ambos militantes marxistas argentinos, quienes en busca de la ansiada revolución realizaron un viaje por la Patagonia, Berlín y París, hasta que se dirigieron a España y decidieron alistarse en el bando republicano durante la Guerra Civil Española. Mika fue la única mujer con grado de capitana en esa fuerza.
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