Sábado, 16 de octubre de 2010 | Hoy
IDAS Y VUELTAS DE LA PALEONTOLOGIA
Un fósil se vuelve famoso con cientos de titulares alrededor del mundo, pero luego nadie se acuerda de él. ¿Es que la paleontología sólo es generar nombres en latín y descubrir fósiles? El curso normal de la ciencia no se refleja en los medios, veamos qué es lo que sucede con un fósil mediático cuando se le ha pasado su cuarto de hora.
Por Martin Cagliani
El año pasado se dio a conocer un fósil con bombos y platillos, como si fuese la presentación de la última película de la estrella máxima del cine. Tal vez se acuerden. Uno pequeño, precioso, con forma de monito, y que prometía revolucionar la paleontología. Sus descubridores proclamaban que era el famoso eslabón perdido. ¿Ahora se acordaron? ¿No? Es el Darwinius massillae, apodado Ida.
No creo que nadie lo recuerde por más famoso que se haya vuelto por unos días. Por lo general los únicos fósiles que la gente suele tener bien presentes, como si se tratase de las celebridades del mundo paleontológico, son el Tiranosaurus rex y el mamut, seguramente gracias al cine.
La ciencia en general y la paleontología en particular funcionan de una forma compleja que suele quedar fuera de las noticias, ya que el curso normal de la ciencia no genera titulares. Sí se consiguen tapas y titulares rimbombantes cuando hay descubrimientos.
Pero claro, si uno sólo se guiase por esto podría pensar que la paleontología consiste únicamente en nombrar fósiles uno atrás del otro. A veces los periodistas, tal vez entusiasmados por los científicos, solemos exagerar esos descubrimientos diciendo que llegan a revolucionar la ciencia, para que resulten más atractivos que poner simplemente un nombre en latín y describir cómo es esa nueva criatura.
Sin bien esto genera que uno se sorprenda ante el descubrimiento, pronto se olvida el nombre del fósil. Así al poco tiempo la nueva criatura cae en el olvido mediático, recluyéndose únicamente en la literatura científica.
Es que cuando una de estas criaturas es mostrada como capaz de cambiar todo lo conocido hasta el momento, no alcanza con presentarla. La verdadera ciencia viene después. Cuando todos los científicos de la comunidad comienzan a analizar y poner a prueba lo que han presentado los descubridores.
Tomemos el caso de Ida, el fósil que les mencionaba antes: Darwinius masillae. Se lo presentó en sociedad en mayo de 2009. Se decía que era un fósil clave para el estudio de la evolución humana y de los primates. Es una criatura pequeña, similar a un lémur de la actualidad, pero con 47 millones de años de antigüedad. Se dijo que era el eslabón perdido, los mismos descubridores lo dijeron en rueda de prensa, y así titularon el documental que hicieron.
Un fósil magnífico desde todo punto de vista, ya que está en perfecto estado de conservación, y totalmente completo. Sin hablar de que aporta información clave para conocer cómo eran los primates de esa época, que por lo general son conocidos por huesos aislados, y a veces un único diente.
Darwinius había sido descubierto en 1983 en una mina de carbón de Alemania por un coleccionista privado, que se lo vendió por millones a Jorn Hurum en 2007. Claro, Hurum quería recuperar algo de ese dinero invertido, por lo que organizó una presentación del fósil a todo trapo.
Lo llamaron “El Enlace”, el eslabón perdido, el vínculo entre los antiguos primates y los primeros ancestros humanos. Permitieron que los periodistas se confundieran y lo llamasen el ancestro directo de monos y humanos, cuando en realidad en el artículo científico que lo presentaba sólo se decía que estaba cerca de nuestros ancestros en el árbol evolutivo.
Para que se ubiquen, nosotros y los monos modernos pertenecemos a una división biológica llamada haplorrinos, luego hay otro tipo de primates conocidos como strepsirrinos, dentro de los cuales están los lémures actuales. Al Darwinius lo ubicaban entre esos dos grupos, pero más cerca de nosotros. De este modo podría ayudar a comprender cómo habría sido el antepasado común que nosotros compartimos con los monos actuales.
Pero el show mediático que generó Darwinius, con súper rueda de prensa, un libro y documental incluido, desapareció pronto de los medios de comunicación, y terminó cayendo en el olvido general.
Los científicos no lo dejaron de lado, para ellos el asunto recién comenzaba, ya que al poco tiempo salieron artículos científicos que contradecían las conclusiones de los descubridores. Decían que Darwinius era un muy buen fósil, pero que no estaba en nada relacionado con nosotros o nuestros ancestros, sino con los lémures.
Sin embargo los descubridores Jorn Hurum, Philip Gingerich y colegas, permanecieron en silencio hasta hace poco, cuando respondieron a sus “agresores”. Aunque lo hicieron repitiendo lo que ya habían dicho en una carta enviada al Journal of Human Evolution.
Tras las bambalinas de los medios masivos, en las publicaciones científicas el debate giraba en derredor de si Darwinius era un haplorrino o un strepsirrino. Esto no genera titulares, pero para el mundo paleontológico es muy importante. Un lector lego en el tema podrá preguntarse ¿y qué importa si pertenece a uno u otro grupo?
Si fuese un haplorrino, como sostienen los descubridores, entonces habría estado cerca de los ancestros de los primates antropoides, o sea los monos y nosotros. Pero si es un strepsirrino, como sostiene el resto de la comunidad paleontológica, entonces habría pertenecido a un linaje extinto en otra rama bastante alejada de nuestro árbol evolutivo.
Siendo Darwinius un fósil tan completo aporta infinitas posibilidades de estudio y también hace que el debate parezca casi tonto, ya que no tendría que haber mucha duda al estudiar a fondo cada uno de sus huesos. Su anatomía debería casi hablar sola indicando a qué grupo pertenece.
Pero el debate surge porque los dos grupos de científicos en discusión utilizan diferentes métodos de comparación.
Por ejemplo: en el artículo original en el que se presentó a Darwinius, Hurum y colegas habían comparado al fósil exclusivamente con primates vivos. Para los demás paleontólogos esto parecía irrelevante, ya que las características elegidas se basaban en los tejidos blandos, que obviamente en los fósiles no se conservan, sólo quedan los huesos. De este modo pudieron encontrar muchas características en común entre Darwinius y los monos actuales.
Pero desde principios del siglo veinte que no se hace este tipo de comparación, ya que si es un fósil se compara con otros fósiles cercanos en el tiempo, y con la anatomía ósea de los animales actuales. Otros científicos compararon a Darwinius con primates tanto fósiles como vivos. Uno de ellos, Erik Seiffert y colegas, compararon 360 características anatómicas con 117 primates diferentes. Y lo que descubrieron es lo que acepta la mayoría hoy en día, que Darwinius está más emparentado con la rama alejada de nosotros, la de los strepsirrinos, los llamados adapiformes, que tenían forma de lémur.
Sin embargo, los descubridores de Darwinius publicaron un estudio, con nuevas comparaciones. Pero otra vez dejaron fuera a los fósiles, e incluso adujeron que era inútil compararlo con primates extinguidos. Según ellos, como los haplorrinos y los strepsirrinos son grupos que se establecieron en base a primates vivos, ellos debían comparar a Darwinius con primates vivos para saber si pertenecían a uno u otro grupo. No aportaron nada nuevo.
Perspectiva evolutiva
El problema es que al no utilizar fósiles en la comparación se pierde la perspectiva. Darwinius es un fósil de 47 millones años de antigüedad. Al ver características de un fósil tan antiguo que son similares con las de animales vivos actualmente, nos olvidamos de que en el medio hubo 47 millones de años de evolución, que es mucho tiempo.
Lo que parecen características compartidas podrían haber evolucionado dos veces en dos linajes diferentes y en épocas diferentes. Al comparar a Darwinius con otros fósiles se puede ver que los de nuestra línea evolutiva, posteriores a Darwinius, no tienen esas características.
Esto indica que los primates actuales no las obtuvieron de él, ni de un pariente cercano, sino que ocurrió lo que se conoce como evolución convergente, que es cuando una característica similar evoluciona en linajes diferentes y en épocas diferentes. Darwinius habría pertenecido a una rama que luego se extinguió.
Lo interesante de este debate es que muestra cómo funciona la ciencia, qué camino sigue luego de que en los medios masivos se anuncia una nueva especie. Y éste es apenas uno de los debates. Luego vendrán los que estudiarán qué comía, cómo era su ambiente, qué costumbres tendría, etcétera.
La paleontología no termina en el anuncio, éste es apenas el inicio del proceso que llevará a los científicos a comprender el pasado evolutivo. El debate y el trabajo que lleva a un anuncio tienden a permanecer en la oscuridad. Pero sólo es noticia si es nuevo e interesante. No nos olvidemos de que el ser humano ansía lo novedoso, los chismes. Los entretelones no importan tanto.
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