Viernes, 30 de noviembre de 2007 | Hoy
CULTURA
Con una risita estereotipada al final de este título bien puede imaginarse a un villano o villana de dibujos animados; o a los mismos responsables de Google, el motorde búsqueda más importante de la red capaz de imponer contenidos y hasta conseguir la supremacía de la lengua inglesa sobre la pluralidad de idiomas en el mundo. La filósofa francesa Barbara Cassin analiza este fenómeno y alerta sobre el discurso “evangelizador” de esta empresa que está muy cerca de, justamente, dominar el mundo.
Por Verónica Gago
Quién no buscó su propio nombre alguna vez en Google, curioseando su posible inscripción, repetición o inexistencia en el planeta virtual? Como versión posmoderna del espejo encantado, Google nos devuelve –en un ejercicio de narcisismo a través de la pantalla– algo de nuestra apariencia en ese mundo inmaterial y extenso que es la red. Si googlear se ha convertido en uno de los verbos corrientes es porque muchas de las búsquedas –de vagabundeo o de investigación por Internet– tienen en Google su motor, su guía, su ordenamiento. Precisamente de este fenómeno desconfía la filósofa francesa Barbara Cassin, en la medida en que Google –principal motor de búsqueda del mundo– deja de lado “no sólo la pluralidad entre lenguas sino también la pluralidad de cada lengua”. Pero, sobre todo, Cassin cree que Google se presenta como un intento de “evangelizar el mundo”, con consignas similares a las de George W. Bush a la hora de justificar sus invasiones militares. Invitada al país por la Biblioteca Nacional y el Centro Franco-Argentino (UBA), Cassin –especialista en filosofía griega– expuso las tesis principales de su libro Google-moi. La deuxième mission de l’Amérique (“Googleame. La segunda misión de América”) que pronto será editado en castellano por la propia Biblioteca Nacional y la editorial Fondo de Cultura Económica.
–¿Yo googleo, tú googleas, nosotros googleamos...?
–Hoy, cuando queremos saber algo, lo buscamos “naturalmente” en Google, que es el principal motor de búsqueda del mundo. Y los resultados son impresionantes. Yo traté de investigar esos resultados. Una de las razones por las que comencé este libro es casual, a partir de algo que me pasó. Una vez iba a un velorio con alguien que no conocía, pero que dijo conocerme porque había buscado mi nombre en Google: me dijo que me había googleado. Inmediatamente me pregunté qué es lo que esa persona podía saber de mí tras haberme buscado en Google. Me busqué yo misma y encontré que había tres Barbara Cassin: una oftalmóloga norteamericana que escribió un diccionario del ojo, que me impresionó porque yo justamente escribí un Diccionario de lo intraducible (un vocabulario europeo de las filosofías) y también otro libro –relativo a otro tipo de visión– que se llama Ver a Elena en todas las mujeres. De modo que sus cosas y las mías estaban completamente mezcladas en Google. Pero además aparecía una tercera Barbara Cassin, capitán de la marina neocelandesa que había estado en Sudáfrica en el mismo tiempo en que yo también había estado allí para estudiar la Comisión de Verdad y Reconciliación, así que se leían una serie de actividades que ella había realizado en Sudáfrica que parecía que podría haberlas hecho yo porque también estaba en ese país, en ese momento. En fin: era imposible separar una Barbara Cassin de otra. Esto me llevó a pensar cuál es el tipo de fiabilidad de la información que aparece en Google.
–Pero hubo también un intento de intervenir en la discusión política sobre el proyecto de Google de digitalizar libros, ¿verdad?
–Sí, también hubo otra razón menos anecdótica. Fue debido a un coloquio sobre bibliotecas en el momento en que Google quería lanzar Google Print (el servicio de Google para realizar búsquedas en el contenido de libros). Estaban allí los representantes de la Biblioteca Nacional de Francia y de Google Europa. Y éste último definió el proyecto Google con dos frases: “Nuestra misión es organizar toda la información del mundo” y “No ser malvados”. Son dos frases atemorizantes que traté de analizar en todas sus consecuencias.
–¿Esto sería lo que Google define como su “misión”?
–Bush y Google tienen puntos de acuerdo en la noción de evangelización, en promover la democracia, conducir la guerra del bien contra el mal, apuntar a lo universal, tener objetivos de largo plazo y decir que toman en cuenta la dispersión mundial. En Google, el sentido de confundir bien y democracia, al igual que en el discurso de Bush, es completamente económico. Si vemos cómo Google entró en China y aceptó la censura de su gobierno, queda claro que lo fundamental es este interés económico. Por eso hablo de segunda misión: la primera es la democracia “a la” George W. Bush, y luego viene la de Google. Ambas, bajo el lenguaje de la civilización, protagonizan una batalla económica y despliegan intereses parciales que se hacen pasar por universales.
–Desde esta perspectiva, ¿Internet queda absorbido por Google?
–No son la misma cosa. Google es un motor de búsqueda norteamericano que no se confunde con Internet, pero sin embargo se está convirtiendo en una plataforma enorme que compra cada día más y más servicios en la web, como Google-Earth, Google-Images, YouTube, telefonía móvil, etcétera. Google, si bien no es lo mismo que Internet –que es capaz de otros usos y prácticas–, revela mucho de la web.
–Su principal crítica es que no se trata de un modo de democratización cultural...
–Nuevamente son dos cuestiones: Internet y la democracia cultural y, por otro lado, Google y la democracia cultural. Voy a hablar de esto segundo porque Google se presenta como campeón de la democracia cultural. Creo que si esto es así entonces debemos redefinir a qué le llamamos democracia y a qué le llamamos cultura. Mi punto de partida es la filosofía griega y, entonces, desde allí considero que lo que Google propone es una democracia cultural sin democracia y sin cultura. Porque para Google la democracia es la democracia del click: un click = un voto. Para esto hay que empezar explicando cómo funciona una página de Google, donde el corazón es una jerarquía de apariciones que se ordena según la cantidad de visitas que haya tenido cada página y la cantidad de links que llegan a ella. Cuando Google dice que no hace el mal se refiere a que el ranking de apariciones no se puede vender o comprar como publicidad sino que se consigue por cantidad de clicks. Las publicidades a su vez aparecen al margen, según el perfil del cliente. Pero es un modo doble de marketing.
–¿Qué quiere decir democracia entonces?
–El gran descubrimiento de Google es que considera los links que llegan a un sitio, por eso cada link a su vez se transforma en un voto. Es una ponderación que hace que el sitio al que lleguen más links, vale más. Esta jerarquía es tomada por Google como democracia virtual: a más opiniones de que algo es bueno, eso se convierte en bueno. Y las cosas más fashion se vuelven las más votadas. De modo que la propiedad de las cosas surge de un criterio de cantidad y la democracia se vuelve una cuestión de cantidades de opinión. Yo creo que la cultura es más bien una posibilidad de aprendizaje, lo que los griegos llamaban paideia. En cambio, en Google se encuentra lo que todo el mundo y uno mismo cree que es bueno: no hay posibilidad de cambiar, de aprender otra cosa, de hacer otras preguntas.
–¿Esto se solucionaría con motores de búsqueda alternativos?
–En primer lugar necesitamos la pluralidad, capaz de dar cuenta de atenciones y búsquedas diferentes. Lo importante es cómo pensar una multiplicidad, de usos, de investigaciones, etcétera. Wikipedia en cierta medida es un intento de esto.
–¿Exitoso?
–Wikipedia es una idea extraordinaria justamente porque es interactiva. Los resultados son difíciles de apreciar positivamente. El precio de la interactividad es que justamente se puede encontrar cualquier cosa y muchas manipuladas. Hubo escándalos incluso por informaciones subidas por la CIA. Por otro lado, reúne las opiniones más comunes, la doxa. Por ejemplo, un especialista en Platón que busque en Wikipedia no encontrará nada. La forma de evitar esto sería recurrir a una comunidad de expertos, pero esto va en contra de la idea misma de Wikipedia. El problema de la web es justamente la masa de información que contiene y por eso mismo los motores de búsqueda tienen un papel tan fundamental.
–¿Cuál es el falso multilingüismo que usted llama gloobish?
–Google trata de mantener una pluralidad de idiomas y hacer una plataforma para cada país, pero sobre la base del gloobish (global english). Las diferentes lenguas no son sólo “gustos” o “preferencias” (linguistic flavors) como ofrece Google sino modos diversos de percibir el mundo. Este problema se ve claro a la hora de traducir. Yo hice el ejercicio de traducir una frase con la opción de Google que dice “Traduzca esta página” y el resultado es atroz. Escribí en francés: “Y Dios creó al hombre a su semejanza” y pedí traducirlo al alemán, luego al francés y luego nuevamente al alemán. Finalmente decía: “Y el hombre a su semejanza creó a un dios”. Google no maneja el orden de las palabras ni las preposiciones. Podría decir que no es una cuestión de un idioma u otro sino de la cultura gloobish, que no tiene realmente en cuenta las diferencias.
–¿Cuál es el desafío de las bibliotecas nacionales frente a las bibliotecas virtuales?
–Me gustaría que Google u otros motores numericen las obras que ya no pagan derecho de autor para que sean accesibles a todos. Pero accesible quiere decir estructurado. Y esto no lo puede hacer Google. Las bibliotecas nacionales son las que tienen todas las competencias en la estructuración de los contenidos.
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