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Viernes, 18 de enero de 2008

SOCIEDAD I

El material de los sueños

Villa Palito es histórica en La Matanza. Está situada al lado de la fábrica de Jabón Federal y bordea el Camino de Cintura. Allí, la esperanza existe. La Cooperativa Almafuerte se propuso cambiar la realidad inhóspita de vivir en una villa y crear un barrio. Un lugar en el cual la vida cotidiana de miles de mujeres, hombres y chicos fuera diferente.

 Por Laura Rosso

Surcando algunas de sus calles de tierra se observan, de una mano, las casas grises y abigarradas del casco histórico (como lo llaman); y de la otra, la parte nueva, con más de seiscientas casas pintadas de colores. Algo así como el antes y el después de un barrio con emprendimiento propio. Sin embargo, lo que más conmueve caminando por sus calles es el ahora, el hoy, el día a día que representa el trabajo cotidiano, el empuje y la sensibilidad social de muchos. En Palito, los últimos años no han pasado en vano.

Son varias las mujeres que, impulsadas por el deseo de querer erradicar la villa y planificar un barrio, tiran para adelante, se les animan a los obstáculos, se sobreponen a las dificultades particulares de cada una, agarran las palas, las mazas, las mangueras, los martillos y arrasan con lo que venga. Sus figuras no se desdibujan ni a sol ni a sombra.

Mujeres con cuatro o cinco hijos, antes desempleadas o con planes Trabajar, que se vincularon con la Cooperativa y salen adelante. Esto les implica tener un trabajo, un horario y una responsabilidad. Generan dinero, aprenden a negociar, pertenecen a una organización dentro del barrio, fundan y participan de talleres. En fin... no paran. El nivel de organización que lograron es admirable; tanto es así que han sido invitadas por otros barrios del conurbano para contar sus experiencias.

Laura tiene 27 años y es como una topadora. Hace cinco años que trabaja en Palito. Hoy es una de las coordinadoras de la administración de Almafuerte, la cooperativa madre. “Yo nací y me crié en el casco viejo, que es toda la parte donde todavía falta trabajar. Al principio, el grupo de gente que quería cambiar el barrio y cambiar la vida eran unos sesenta, toda gente de acá. El trabajo empezó hace nueve años. Yo me sumé hace cinco y ahora somos muchísimos más. Ya es desbordante el trabajo que hay, se formaron nueve cooperativas de trabajo de dieciséis integrantes cada una. Estamos a full y mi pensamiento está puesto en terminar esto; hasta que no se termine, yo no paro.”

En La Matanza, gran parte de la población vive en villas. Es el municipio más extenso y más poblado del conurbano, con más de 1.300.000 habitantes en 325 kilómetros cuadrados. La Cooperativa Almafuerte de Villa Palito armó una unidad ejecutora (por pedido de la Municipalidad) para que intervenga en otras villas y generar así procesos de urbanización y autogestión similares. El barrio logró en menos de cinco años tener una infraestructura urbana que cuenta, más allá de las casas nuevas, con una escuela, un jardín de infantes, una guardería, un centro integrador comunitario –el CIC– que se utiliza para realizar talleres y cursos, y una salita de primeros auxilios. Asfaltaron la calle Derqui y están abriendo y asfaltando nuevas calles con el objetivo de que pueda entrar una línea de colectivos. Hacen campamentos y salidas con los chicos al teatro o a ver partidos de fútbol, organizan matinés para bailar y festivales de cumbia y murga.

En la villa ser joven es tener doce años. Son pocos los que transitan la escuela secundaria.

Por eso, en la Cooperativa hay hombres que se dedican a caminar por el barrio y generarles trabajo a los chicos. Así armaron el Escuadrón de Demolición, un grupo de más de ochenta jóvenes que tiran abajo las casas viejas para construir las nuevas. Trabajan desde las ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde y reciben honorarios, que se pagan a través de un financiamiento que consiguió la Cooperativa. Luego tienen la posibilidad de subir de escalafón y pasar a tener un oficio como albañil, techista o plomero.

Foto: Pablo Piovano.

–¿Cómo integran a los más jóvenes al trabajo?

Laura: –No es fácil. Si los tengo que retar, los reto; pero también tengo la paciencia de hablarles, de ir a buscarlos, preguntarles cómo están, pedirles que vengan, les digo que los espero. Llegamos a tener un pico de casi cien pibes trabajando. Cuando yo entré a Demolición éramos cinco referentes. Manejar a los chicos cuando están entre los quince y los veinte es muy jodido. Pero en general hay un respeto bárbaro, nosotros con ellos y ellos con nosotros. Dolli tiene 35 años, tres hijos y es referente de grupo.

–¿Cómo te resulta esta experiencia?

Dolli: –Yo soy más nueva. Es lindo, pero tampoco es fácil. Yo vengo de otro barrio y aprendí rápido, con el correr de los días, yendo de un lado a otro. Ahora salgo con los chicos cuando hay alguna mudanza o alguna demolición. Cuando llegué acá, yo no salía de mi casa. Vine, me instalé y ahí quedé, hasta que empecé con esto que me sirvió para conocer gente y tener un trabajo. Las casas ya están adjudicadas de antemano: cuando una casa se está por terminar, vamos a visitar a la familia y los ayudamos con la mudanza y después se pasa a la demolición de esa casa para levantar una nueva. Somos muchas mujeres, muchísimas, nos chocamos todo el día en la calle, vamos de un lado a otro; cada una maneja un sector: algunas van a Demolición, otras acompañan a colocar los medidores de luz, otras están en el CIC, otras en la administración con los papeles, los listados y las mudanzas. La idea es que vayan aprendiendo y se releven en las tareas. El grupo de Demolición es comodín porque, además de demoler, colocan ventanas, pintan, hacen conexiones de agua, arreglan mangueras, podan los árboles, cortan el pasto.

Natalia tiene 23 y hace tres años trabajaba en Demolición: “Entré como referente directamente y no me hacían mucho caso, pero trabajábamos igual. Salíamos a la mañana, volvíamos, guardábamos las herramientas, comíamos y volvíamos a trabajar. Después vine a la administración de la Cooperativa con Laura, a trabajar con los papeles, a veces nos quedamos trabajando hasta tarde y llego a mi casa a las once de la noche”.

–¿Dónde encontrás mayor satisfacción?

Laura: –La satisfacción está en trabajar en el semillero del barrio, que es el grupo de Demolición que derrumba las casas del casco viejo para ir abriendo calles, que vayan desapareciendo los pasillos y dejar lugar para levantar las casas nuevas. También trabajar con los chicos que están en la calle, parados en las esquinas, que tienen problemas de adicción. En cada Cooperativa hay, seguro, dos o tres chicos que pasaron por Demolición y aprendieron un poco de todo y ya están trabajando como ayudantes de albañil o saben de plomería y electricidad. Nosotras trabajamos siempre a la par de los hombres, agarramos el mazón y no tenemos problema.

–¿Qué cosas suceden cuando entregan las casas?

Laura: –A veces nos vienen a plantear problemas, como que las cosas no andan. Una vez me llamaron porque no andaba la cocina, pero el tema era que estaba cerrada la llave de paso. O me ha pasado de tener que ir un día de lluvia a ver a una familia que se había quedado sin agua; llego, miro la llave de paso y estaba cerrada. Por eso pensamos en hacer un manual de uso para la casa, para aquellos que vivieron toda su vida cocinando a leña y sin luz. Y agregarle un calendario para que no quede guardado en un cajón. Enseñarles cómo usar la casa, el baño, el agua, el inodoro, los cuidados que hay que tener con la cocina, el calefón, el gas. Como la gente no está acostumbrada a tener un patio atrás, salen al pasillo a comer el asado o tienden la ropa adelante, por eso hay que explicarles... Parece una pavada, pero hay gente que no lo sabe.

“Ahora vamos por el asfalto –dice Laura y sigue dando prueba de sus objetivos–; se abrieron cuatro calles más y las demoliciones continúan. Estamos en una etapa un poquito difícil porque hay que tratar de contener al vecino que todavía no le tocó salir y convencerlo de que se van a pasar a una casa mejor, que ya les va a llegar. Mis viejos, por ejemplo, tienen sesenta y tres años cada uno y al principio se resistían; ahora no ven la hora de mudarse.”

–¿Qué significa este lugar para vos?

Laura: –Para mí es un orgullo muy grande ser de Palito y acoplarme a esto me encendió muchísimo. Ahora tengo mi casa, trabajo, vamos a hacer la plaza y cuando le pregunto a mi hija qué va a ser cuando sea grande me dice que va a trabajar en la Cooperativa. Mi mayor logro es tener un techo propio para mi hija.

La certeza de Laura reaparece constantemente. Como ella misma dice una y otra vez, su pensamiento está puesto en terminar. Un ejemplo importante de organización y de apuesta en conjunto.

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