Viernes, 21 de marzo de 2008 | Hoy
NOTA DE TAPA
Periódicamente se tienen noticias de nuevos nietos o nietas que recuperan su identidad biológica y empiezan el camino de recuperar también su historia, su familia, ese relato del que fueron protagonistas en ausencia. Pero todavía son muchas las historias incompletas como las de Clara, Virginia y Laura. Tres mujeres que, lejos de desesperar, decidieron apoyar la búsqueda de sus hermanos o hermanas a través de los organismos de derechos humanos y comenzaron a utilizar herramientas alternativas –mensajes lanzados a la web, medios de comunicación– con la esperanza de fundirse alguna vez en ese abrazo tan deseado.
Por Noemí Ciollaro
Hay un único lugar donde ayer y hoy se encuentran y se reconocen y se abrazan. Ese lugar es mañana”, escribió Eduardo Galeano, flecha que siempre apunta a la esperanza. ¿Lo habrá hecho pensando en Clara, Virginia y Laura? No lo sabemos, pero igual vale.
Clara busca a Victoria. Virginia busca a Martín. Laura busca a Mariana.
Sus mensajes lanzados en la web navegan como botellas en el mar y entrañan el inagotable deseo de reconocerse y abrazarse con sus hermanos nacidos en cautiverio hace casi 32 años. Los transcurridos desde el 24 de marzo de 1976 con el inicio de la dictadura militar más demencial padecida en el país, cuyos delitos aberrantes incluyeron la apropiación de bebés paridos en campos clandestinos y arrancados a sus madres detenidas-desaparecidas.
Clara, Laura y Virginia no integran la agrupación Hermanos, aunque mantienen vínculos con Abuelas de Plaza de Mayo y otros organismos de Derechos Humanos que desde un principio las apoyaron y orientaron en su búsqueda. Sus mensajes que circulan en todo el mundo a través de Internet son una iniciativa surgida a partir de la idea de que sus hermanos o quienes los conozcan encuentren semejanzas en las fotos o en las historias que muestran y devuelvan la respuesta tan anhelada a sus direcciones de correo electrónico.
Las tres han formado sus propias familias y tienen hijos. Las tres reconstruyen las historias de sus padres detenidos-desaparecidos. Las tres, en algún momento de las entrevistas con Las/12, traen entre sus manos los retratos queridos. Esas imágenes eternamente jóvenes de mujeres y hombres que, a poco de iniciada la dictadura, comenzaron a recorrer el país y el mundo de la mano de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo.
Clara Petrakos, hija de Constantino Petrakos y María Eloísa Castellini, tenía nueve meses cuando su mamá fue secuestrada en noviembre de 1976. Su foto preferida preside el living de su casa en Martínez, papá, mamá y Clara sonrientes en una escena familiar cotidiana. “Es la foto que más quiero porque aquí estamos los cuatro. Mamá ya estaba embarazada”, dice y revela un dato que la imagen no proporciona, pero que le transmitieron sus abuelos.
“A mamá la secuestraron de un jardín de infantes bonaerense donde era profesora de música y ese mismo día la patota la llevó a Capital, a nuestro departamento a esperar a mi papá. Papá llegó y vio a dos personas en la puerta del edificio y siguió de largo, se fue. Yo estaba allí con la hermana de mi mamá, vivíamos juntos mis padres, mi tía y su compañero. Mi tía se enteró por la gente del jardín que se habían llevado a mi mamá y le avisó a mi abuelo. La patota se quedó toda la noche en casa esperando a mi papá, y como no llegó se volvieron a llevar a mamá y nos dejaron a mi tía, a mi abuelo y a mí. Perfectamente nos podían haber llevado a todos. Mi tía les dio a entender que yo era su hija, como una forma de protegerme”, relata Clara uniendo los datos que recogió de la memoria familiar y de los ex detenidos-desaparecidos.
“Hace relativamente pocos años me encontré con Cristina Comandé y me contó que mamá estuvo en el proto Banco, frente al Vesubio, que después fue El Banco. Yo sólo sabía que mi mamá había estado en Banfield pero eso me revela que de noviembre al 28 de diciembre del ‘76 estuvo ahí. De enero a marzo no se sabe, no hay testimonios de Banfield. Después, por Adriana Calvo, sé que estuvo en el Pozo de Banfield donde nació mi hermana en abril del ‘77, y que mi mamá le puso Victoria de nombre”, precisa.
La mirada de Clara se opaca cuando habla de su papá griego, Constantino Petrakos, “lo de él está más en investigación, en marzo del ‘77 se va a Europa y las noticias que se tienen son hasta fines del ‘77, luego se pierde todo rastro. La gente que estuvo con él ya murió. Yo un tiempo quedé con mi papá hasta que se fue a Europa. Después me criaron mis abuelos paternos”.
Hoy Clara tiene 32 años, hace 12 que encaró la búsqueda personal de sus orígenes, de la historia y la militancia de sus padres, las respuestas que no encontraba a tantas preguntas que a veces la desbordaban.
“La familia siempre estuvo en la búsqueda –subraya– yo empecé alrededor de los 20 años, por una suma de cosas. Mis abuelos eran griegos y de Grecia se fueron a vivir a Orán, en Salta, a un pueblito chico, con mucha gente griega, y todo lo que pasó creo que ellos no llegaron a entenderlo, es muy difícil desde otra cultura y desde un pueblo pequeño venir a Capital, ver lo que pasaba, me criaron sin explicarme las cosas y con mucho temor, con mucho miedo. De chica aunque sabía más o menos mi historia no la tenía muy clara, tampoco ellos sabían explicarme ni qué era la militancia, ni qué había pasado con mi mamá y con mi papá, era todo confuso.”
Al cumplirse los 20 años del golpe del ‘76 muchos hijos que rondaban sus propios 20 años sintieron la necesidad imperiosa de saber más, de revolver cajas con fotos y documentación, de hablar con quienes, sin ser familiares, habían tenido contacto con sus padres. Clara, cuyos padres militaban en el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP), sintió esa necesidad.
“A mis 20 años explotó la burbuja en la que yo vivía. Dentro de las cosas que pincharon la burbuja una es que fui mamá a los 20 años, a la misma edad que mi madre me tuvo a mí, eso fue muy fuerte, creo que la maternidad nos hace querer saber sobre nuestro nacimiento, sobre la historia familiar, en este caso sobre qué pasó con mamá, con mi hermana. Para esa época me llamó Mariana, de Abuelas, por el archivo biográfico, vio que yo no sabía mucho y me invitó a Abuelas, me orientó en la búsqueda, es la nieta de Rosa Rosinblit y la tenía clarísima. Empecé a hablar con gente, a meterme, a preguntar; iba mucho a Abuelas y veía cómo se buscaba, quería ayudar y leyendo me fui enterando de todos los casos. Advertí que en los primeros casos de los chicos ubicados había una participación muy activa de la familia, que cuanta más gente está buscando más posibilidades hay de encontrar, algo que era obvio, que era muy importante que yo hiciera una búsqueda propia, más allá de la búsqueda de Abuelas”, recuerda.
A poco de iniciar su búsqueda personal, Clara recibió un dato, finalmente falso, acerca de una chica que, le aseguraron, podía ser su hermana, concurrió a todos los lugares que le mencionaron sin lograr ubicarla “estaba complicadísima y una amiga me dijo que hiciera pública la búsqueda, ella me ayudó, primero publicamos la búsqueda en Página/12, como los recordatorios, pero pidiendo ayuda para encontrar a mi hermana. Eso produjo notas en varios medios y gente que se acercó a testimoniar, como Gustavo Caraballo que había estado con mamá. Y luego reparé en cómo circulaban las cadenas de mails y entonces hice uno, ‘Busco a Victoria’, que es el que reenvío cada tanto a todos lados, y al que me pueden responder quienes sepan algo. No inventé nada, en realidad adapté a mis necesidades cosas que ya existían”.
“Yo estoy en contacto con los organismos de derechos humanos, pero a mí me gusta estar en contacto con personas, con Maco de Antropólogos; con distintas chicas que trabajaron o trabajan en Abuelas, gente de Conadi. Yo me relaciono mejor así, mi contacto es con personas. Nunca me integré a un organismo ni quise hacerlo, siento que mi búsqueda es personal, tanto por mi hermana como por la historia de mis padres, pido ayuda de personas y también ofrezco lo que yo pueda hacer en relación con la búsqueda de otros. Es que yo no sirvo para integrarme, porque quizá un organismo tiene varios objetivos, estará incluido el mío pero también tiene otros, yo me siento mejor con mis tiempos y mi búsqueda personal, me siento más libre así”, asegura.
“Desde que tengo memoria supe la verdad, mi abuela Delia Giovanola, la mamá de mi papá que es quien me crió, me lo decía bien claro, vos sos hija de desaparecidos, se los llevaron y a vos te dejaron durmiendo; y tenés un hermano que vamos a buscar siempre, siempre”, relata Virginia Ogando, hija de Jorge Ogando, empleado del Banco Provincia, y de Stella Maris Montesano, abogada, secuestrados en su casa de La Plata por el Ejército, en la madrugada del 16 de octubre de 1976.
Stella Maris estaba embarazada, y de acuerdo con el testimonio brindado por la ex detenida-desaparecida Alicia Carminati, con quien compartía la celda en el Pozo de Banfield, dio a luz el 5 de diciembre de 1976 a un niño a quien llamó Martín, que le fue quitado por los captores bajo la promesa de que lo restituirían a la familia. Martín, hermano de Virginia Ogando, aún está desaparecido, al igual que sus padres.
“Mi abuela Delia siempre fue una mina repolenta, primero estuvo en Madres, fue de las primeras, y luego se fue con Abuelas porque entendió rápidamente que la búsqueda era de mi hermano, no de mis padres. Es muy lúcida y tiene 82 años. Todos los jueves iba a las rondas de Plaza de Mayo y me llevaba. A mí no me gustaba, iba a la plaza a jugar con las palomas. Crecí siempre con la verdad pero sin involucrarme en la historia, como si fuera la historia de otra persona. Yo no hablaba del tema, no se lo contaba a nadie, pero mi abuela siempre bocona, decía ‘la nena es hija de desaparecidos’ y yo no quería ese papel, me chocaba, no lo asumía para nada. Hasta que a los veinte y pico se produjo solito un click.”
Lo primero que se le ocurrió a Virginia para la búsqueda de su hermano Martín fue ir en 1997 al programa de TV “Gente que busca gente”, de Franco Bagnato, fue idea de un compañero de trabajo.
“Mi abuela vio que era la primera vez que yo iba a accionar y me acompañó, fue muy shockeante para ella, durante la entrevista hizo una parálisis facial nerviosa, no podía cerrar un ojo. Tomaron el caso, salí al aire. Después me casé y me fui a vivir a Saladillo y el canal me siguió a Saladillo. Al año siguiente me volvieron a sacar porque no había habido ninguna respuesta.”
Virginia trabajaba en la sucursal de Saladillo del Banco Provincia, como su papá, hoy, a los 35 años, lo hace en la sede de La Plata y participa en la Coordinación de Derechos Humanos, creada por el banco para restituirles a los familiares de los empleados desaparecidos todos los derechos correspondientes. A Martín Ogando, afirma la entidad, le mantienen el puesto de trabajo que perteneció a su padre antes de su desaparición forzada.
“Un día estaba en la sucursal de Saladillo trabajando y una señora me dice que tiene que contarme algo fuera del banco. Salimos a la calle y me relata que su marido había fallecido y que ella le había prometido decirme que conocía a un chico que vivía en Mar del Plata, que había un enorme porcentaje de posibilidades de que fuera mi hermano. Había sido adoptado, lo escondían bajo los asientos del auto cuando lo sacaban de su casa. Me decía que era rubio de ojos celestes, con pecas y rulos, como yo. Volé a Mar del Plata, lo ubiqué pero no me acerqué. Al día siguiente lo esperé frente a su casa y lo encaré, le dije quién era yo, le conté mi historia y que pensaba que podía ser mi hermano. Era muy parecido a mí, muy parecido a mi papá comparándolo con sus fotos.”
Virginia cuenta la historia con expresividad, reviviendo el momento, la alegría y la ansiedad que le produjo el encuentro y la posibilidad de que ese chico fuera realmente Martín. “Me contó que le habían dicho que la mamá era prostituta y lo había entregado en adopción, y que su historia no le cerraba. Pero no me coincidía la fecha para nada, había tres años de diferencia, pero eran tantas las ganas que hicimos el ADN. Formamos un vínculo tan fuerte, me ilusioné tanto.”
Pero el ADN fue negativo y a eso se sumaron más malas noticias, “resultó no ser buena persona, manipuló toda la situación para sacar rédito de mi familia, se puso de novio con mi prima y preguntaba de la parte económica. Mi prima me lo contó el mismo día que yo iba a buscar el resultado del ADN, le decía que esperaba que yo no hubiera gastado la plata de la reparación que le correspondía a él. Una cagada total, pero también una experiencia para aprender a no andar por la vida golpeando puertas y preguntando ¿vos sos mi hermano?, y seguir dándome la cabeza contra la pared”.
Un tiempo después, Virginia se separó de su marido y se instaló en La Plata, ingresó en la misma sucursal del banco en la que había trabajado su papá y encontró a gente que le hablaba de él. Poco más tarde se puso en contacto con Hijos y con Hermanos, “era como hablar el mismo idioma”, asegura.
En 2005 Clara Petrakos le pasa a Virginia datos sobre un chico que podía llegar a ser su hermano y vive en Pinamar .
“Lo fuimos a ver con chicas de Hijos, y me dijo que todo bien, pero que no se iba a hacer el ADN porque él a sus viejos no los iba a cagar, me criaron con amor, me ocultaron que soy adoptado pero no los voy a cagar de ninguna manera, me dijo. Le dije que lo pensara, y la semana pasada me llamó al celular para decirme que estaba saliendo del Durán de hacerse el análisis. Ahora habrá que esperar tres meses hasta que estén los resultados. No sé, está adoptado ilegalmente y nació cinco días después que Martín, no sé, eso está bien, pero es enorme, altísimo, tengo en mente que no es.”
Virginia tiene dos hijos de 7 y 8 años, trabaja y necesita dedicarles tiempo. Piensa que por la búsqueda los dejó un poco de lado. “Ya no sigo en Hijos, aunque mantengo contacto con ellos. También estoy tratando de conocer más de la militancia de mis padres, no pude conocer a nadie que supiera darme datos de eso. Por un tío sé que papá siempre le entregaba un material Estrella Roja, pueden haber sido del ERP, pero no lo sé con certeza, sí sé que tenían compromiso social. Trato de andar despacio, junto cosas para mostrarle a mi hermano y como Clara, mando correos a todas partes buscando a Martín y trabajo mucho en la Coordinadora de Derechos Humanos del banco, estoy donde quería estar, donde estaba mi papá.”
“Soy Laura, hija de Susana Nora La Spina y Jorge Néstor Cena. Nuestros padres fueron secuestrados por la dictadura militar entre el 15 y 20 de noviembre de 1976 en La Plata. Mamá estaba embarazada de vos y esa misma noche naciste en una comisaría. Tres días pasaste con ella. Mamá te puso el nombre Mariana, que es tu verdadero nombre. Luego te llevaron y nunca más supimos de tu paradero. Nuestros padres están desaparecidos. Yo te busco desde hace años, sos mi única hermana y mi deseo es que estemos juntas. Quiero que sepas que tenés una familia que te espera y te ama, y a pesar de que nunca te vimos, sabemos que estás viva. Ojalá que si alguien sabe algo de vos nos ayude a encontrarte.”
En esta apretada síntesis, Laura Cena relata, vía correo electrónico, la historia de su familia nuclear, esperando que arribe a algún puerto que le devuelva noticias de Mariana. Siguiendo el ejemplo de Clara y Virginia, golpea puertas desde el espacio virtual.
Laura que tenía 2 años cuando secuestraron a sus padres, también fue a “Gente que busca gente” en 2001, pero no obtuvo resultados. De su mamá supo, por compañeras sobrevivientes, que dio a luz la misma noche en que fue detenida, el nombre de su hermana, Mariana, y que los captores se la sacaron a la madre diciéndole que la llevarían a la Casa Cuna.
“De papá supe que en un supuesto enfrentamiento en Boulogne lo mataron a él y a sus compañeros. En el año ‘85 exhumaron sus cuerpos y ahora yo estoy esperando que me entreguen el cuerpo de papá que está en Antropología Forense para hacer el ADN. De mamá no sé más nada. De Mariana ni una palabra, por eso es que hago las cadenas de correos electrónicos”, relata.
Los padres de Laura eran delegados en la fábrica SIAP, y militantes del PCML, hasta que el 25 de marzo de 1976 la planta fue tomada por el Ejército. Laura estaba con sus papás en el momento del secuestro y la dejaron con unos vecinos.
“Mis abuelas siempre buscaron a mis padres y a mi hermana, siempre hicieron todo lo que había que hacer, y cuando ellas ya estaban viejitas, continué yo con la tarea. En noviembre del año pasado empecé con los mails por mi hermana. Nunca estuve en Hijos, me manejé mucho con Chicha Mariani que busca a su nieta y que era amiga de mi familia, siempre me orientó para hacer todas las cosas y seguir la búsqueda. Ella me guió muchísimo a partir de la muerte de mi abuela materna, mi abuelo paterno ya había fallecido y mi abuela de papá estaba mal, con desequilibrio emocional. He tenido mis pausas, porque a veces hay altibajos que una no los puede manejar, pero siempre me levanté y seguí. Tengo mis dos hijos chiquitos y me necesitan mucho también”, afirma.
En 2001 Laura declaró en el Juicio a la Verdad por sus padres y su hermana, “recién empezaba el juicio cuando me tocó declarar, me preparé mucho, me informé y me enteré de cosas que no sabía, eran cosas que yo escuchaba cuando hablaban mis abuelas, pero realmente no sabía mucho, no me decían mucho en aquél entonces, pero a los 8 años yo ya sabía bastante, es increíble cómo asimilaba lo que escuchaba siendo tan chica. Los abuelos siempre me protegieron mucho”.
Laura relata que su abuela materna se murió pensando que su hija iba a volver, que cada vez que tocaban el timbre decía “ahí llega tu madre”.
“Nunca me decían nada llorando, actuaban con entereza, me decían que había tenido una hermanita y que la estaban buscando. Y de chica una no era como los nenes de ahora que preguntan todo, y tampoco yo pensaba tanto. La familia de mamá siempre fue alegre, la de papá es más reservada. Yo me parezco a la familia de mamá, soy más extrovertida, más impulsiva. De política nunca se hablaba, ni palabra. Cuando quise saber más, lo obtuve a través de mi abogada, no en la familia. Y cuando declaré en el juicio, inmediatamente quedé embarazada, antes no podía, de ninguna forma.”
Laura tampoco milita, ni está integrada a Hijos o Hermanos, prefiere hacer su búsqueda de esta forma. A veces, cuando está jugando con sus hijos, echada en el piso, con la nena encima y el más grande corriendo alrededor, piensa que ella no tuvo eso con sus padres, piensa en lo que se perdió. Y llora. Pero más tarde se recupera y sabe que de la manera que sea, seguirá buscando.
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