Viernes, 12 de diciembre de 2008 | Hoy
TENDENCIAS
Mujeres independientes que se quiebran los domingos a la tarde por falta de caricias conyugales, compradoras compulsivas de objetos de diseño, hábiles estrategas en la búsqueda de novios que nunca llegan, amigas fieles y confidentes; ésa es la imagen que devuelve el espejo de los libros escritos por y para mujeres, un nicho casi bulímico que el mercado ha llamado chick lit y que genera tanto éxito como pronto olvido.
Por Natali Schejtman
Lo vemos, lo olemos, lo sentimos. El mercado ya no le habla a una ama de casa ni a una joven naïve que busca –y que declara buscar– a su príncipe azul. Las revistas, los programas de televisión y también los libros afilaron el target de la mujer consumidora y ahora vemos a una Nancy Dupláa interpretando a una abogada fálico-exitosa que grita no saber cocinar un pollo, o secciones de recetas semanales que trastrocaron los criterios de “necesidad”, “sencillez” y “practicidad” barnizándolos con pinceladas de placer y hedonismo. En tanto, las novelas rosas se volvieron fucsias estridentes y lo que se narra allí es una sucesión de dificultades y sinsabores coyunturales, o bien la profundización de aquello que le escapa a la feliz foto familiar. En algunos géneros, además, esto se suma al retrato detallado de los momentos de diversión, a una clara descripción de la ciudad en este momento y al éxtasis autogestionado, dirigidos a una especie de nueva receptora que se siente interpelada.
Claro que aquí los clichés también existen y los estigmas se reformulan. ¿Pero qué se edita hoy, en la Argentina y en el mundo, bajo el implícito título de “Literatura para mujeres”?
Para empezar, una novedad de impronta argentina sobrevuela en el viejo y conocido mundo del chick lit. Aquel género rotulado por Cris Mazza y Jeffrey DeShell al publicar su antología Chick lit: ficción postfeminista en 1995 y que conoció la masividad con una periodista gordita llamada Bridget Jones, inventada por Helen Fielding y llevada dos veces al cine y con cuatro amigas neoyorquinas comandadas por otra periodista, Carrie Bradshaw (hechas serie y película). Mujeres automantenidas, de profesiones vistas como creativas y glamorosas –periodistas, diseñadoras de moda– que combinan como finas dosis de un brebaje infalible la realidad de las espectadoras con su aspiración, lo que una generación de mujeres es con lo que quisiera ser. Sus amigas son todo, el amigo gay es la mezcla perfecta de chica y chico, los sueldos son abultados y les alcanzan para comprar zapatos con nombre y apellido; les encanta el sexo y no siempre lo relacionan con el amor, ven pasar candidatos sin sentirse juzgadas por eso. Pero a veces, caen: el patrón apologético de la amistad y del sexo libre se ensombrece un domingo a las 17 pm cuando falta la caricia conyugal, sus trabajos poderosos y envidiables no les dejan tiempo para “lo que realmente importa”, su independencia furiosa las deja insatisfechas y débiles. Ese es, más o menos, el mundo del chick lit, con unas cuantas variantes que se han desplegado en más de 10 años de libros best seller. Y éste sería su ADN: “Me llamo Samantha, tengo 29 años y en la vida he horneado un pastel (...). Lo que sí sé es modificar un contrato financiero y ahorrarle a mi cliente 30 millones de libras”, como dice la protagonista de La reina de la casa, criatura delineada por Sophie Kinsella, autora de la serie Loca por las compras. También están los libros que intentan “educar” el gusto por la moda y por los lugares más exclusivos de las grandes ciudades, como El diablo viste Prada (llevado al cine con el nombre de El diablo viste a la moda) o Las rubias de la 5ta avenida, dos exitazos con protagonistas más y menos huecas, nerviosas y planas. Y sí, una agilidad admirable. Por supuesto, en todos estos casos la paradoja es evidente: si fueran hombres los embanderados en todos los items que defienden estos libros, la crítica censora sería, directamente, punitiva.
Pero queda claro que si la identificación es una de las búsquedas del género, la producción local tenía que hacer algunas adaptaciones. Tal vez es un círculo vicioso: ellas escriben, venden de a montones y pueden seguir manteniendo esa vida tan brillante para contar. Pero aquí, como es sabido, ni la creatividad se paga tan bien ni tampoco, hay que decirlo, culturalmente las mujeres son tan marqueras. Afortunadamente, varias de las novelas argentinas publicadas bajo estas premisas esquivan las características más irritables del género.
Sudamericana ha sacado bajo uno de sus sellos una colección de chick lit local. Florencia Cambariere, editora de la colección, explica las principales diferencias con la importada: “Quisimos hacer chick lit local, entre otros motivos, para lograr una mayor identificación de las lectoras argentinas. Si bien las mujeres del chick lit son posfeministas bastante glamorosas, resulta bastante improbable que alguna argentina use zapatos de 400 dólares como Carrie Bradshaw. Pero, además, una de las diferencias principales es el lenguaje, además del contexto social. En las novelas argentinas hay una apropiación del lenguaje que no es el mismo, hay un código en el lenguaje que es mucho más nuestro. Por otro lado, en las traducciones hay una inverosimilitud que pesa mucho a la hora de leer”.
Casi todas narradas desde una primera persona furibunda, el resultado varía en cuanto a su relación con el cliché y con esa faceta de manual de la mujer independiente que valora la amistad, pero en gran parte para poder hablar con sus compinches de sus aventuras y búsquedas amorosas. Algunas, sin faltar a las pautas, mencionan el aborto o se meten en los temas con mayor dramatismo, pero sin perder nunca decibeles. Todas cumplen con las características del entretenimiento –si no hay primera persona habrá mucho diálogo– y la ambición de llegar a un público tal vez no muy lector. Tenemos que hablar, escrito por la crítica de teatro Celia Dosio, cuenta la vida de tres mujeres insatisfechas que a la misma edad, y habiendo sido compañeras del colegio, viven realidades diferentes: una es madre y está achatada por la vida de ama de casa, la otra es una loba del derecho y la tercera una soltera que sí, busca un novio. En clave más de comedia y con situaciones desopilantes, Los enredos de la srta. Pacman, de Marina Macome, se pasea por distintos registros y plantea momentos extremos.
Verónica Schulman, autora de Sábados de súper acción (con una tapa que muestra la caricatura de una mujer depilándose mientras ve la tele y tiene un pote de helado de compañía), narra en su primera novela el mes a mes de Moro, una estudiante de Letras de la UBA de casi 30 años, muy clase media y psicoanalizada que intenta resolver los verbos problemáticos de su vida: como diría Freud, amar y trabajar. La escritora cuenta que se enteró de la existencia del género después de haber empezado a acumular sus anécdotas relacionadas con el universo femenino y no fue mucho lo que tuvo que hacer para adaptar el anecdotario a una novela costumbrista femenina: “traté de hacer un enfoque diferente de los vínculos. Uno a veces quiere a los amigos y a veces no los quiere, somos complejos. Por otro lado, también aparece mucho el tema de los fracasos amorosos. Eso humaniza al género”.
Para Lidia María Riba, editora de V&R, estos libros están narrados por un personaje que podría encontrar su antecedente en Jo, la protagonista de Mujercitas, que resaltaba entre sus hermanas porque no estaba corriendo detrás de los jovenzuelos y le gustaba observar y leer (aunque también los hombres). “En la novela rosa daba la sensación de que la mujer se completaba a sí misma cuando encontraba el amor. Acá, más allá de que la problemática aparece, el vínculo con un hombre es más bien una consecuencia del encuentro de una chica consigo misma, de una búsqueda en la que no depende de él.” La editorial se dedica a un curioso segmento: el del chick lit para adolescentes y preadolescentes, o sea que vende libros que gustan a madres y a chicas. La genealogía fue la siguiente: la editorial sólo se dedicada a los libros para regalar y agendas. Después de las crisis de 2001, el juego se abrió e incluyeron libros para adolescentes que pronto se fueron volcando hacia cierta clase de autoayuda con títulos como Si él ha roto tu corazón o Guía para amarte a ti misma y vivir mejor tu adolescencia. La ficción ideal que complementaba este catálogo era la literatura para adolescentes que en otro momento podía encontrarse en sagas como Las mellizas de Sweet Valley o similares y que hoy se hace llamar chick lit teen o tween (preadolescente). La autora elegida fue la vendedora Kathy Hopkins. En su colección Chica Canela, por ejemplo, cuenta (en castellano más bien neutro) las andanzas de India Jane, chica que relata su vida en primera persona, con un fuerte contenido de me mira o no me mira, relaciones sociales en general, belleza y descripciones detalladas de la ropa que se ponen y cómo les queda. La editorial también ha desarrollado títulos made in argentino: “Para elegir los títulos que publicamos, nos fijamos en preservar ciertos valores, si bien no se desconoce que existe el mundo de las drogas o el alcohol. Hay una alusión a los temas que les van a interesar de grandes. Tampoco gira tanto en torno de las marcas. Hay moda y preocupación por estar en determinado círculo pero que no tiene que ver sólo o principalmente con el dinero”, explica Riba.
Pero cuando se habla de literatura para mujeres, no todo es chick lit. O tal vez al revés: en todo podemos encontrar un dejo de chick lit, precisamente porque los géneros van haciéndose impuros, porque las problemáticas se repiten y porque los escritores (y el mercado editorial) se nutren del escenario en el que viven. Además, si conocemos las pautas del chick lit, la lectora moderna y con recursos a la que apunta, su característica “entretenida”, sabemos también que por otro lado el fenómeno de la literatura de, sobre y para mujeres se mezcla con la expresión en primera persona confesional que es marca de los tiempos. Ambas variables definen la proliferación de más títulos que nacieron como poscostumbristas, lúdicos o ensayísticos en un blog y se convirtieron en un libro: Quiero un novio, de Lorena Bassani, recopila una extraña y zigzagueante búsqueda enardecida que atrajo a cientos de miles de lectores a leer su recorrido en busca de alguna pareja. Ciega a citas, de Lucía González, comienza con la protagonista escuchando de rebote una apuesta entre su mamá y su hermana, próxima a casarse, que consiste en si la pobre –triste, gorda y eterna solitaria– iría o no en pareja al casorio, convirtiéndose dicha apuesta en un desafío para encontrar ella, en nueve meses, alguna pareja. Lo que sigue es un desfile de personajes para evaluar y contar, además de la pompa con la que salió publicado el libro, como un concurso para que los lectores contaran anécdotas de sus citas.
Diríamos: las mujeres de hoy no tienen tiempo para nada, pero sí para escribir al detalle cada cosa que les pasa, como señala la burla machista la afición por el teléfono.
Sin seguir a rajatabla el decálogo del género que en un momento se conoció como chick lit y que hoy es varias cosas a la vez, de esta literatura orientada a las mujeres forman parte un tono y una agenda de preocupaciones femeninas y autóctonas que emergen cada vez más. La madre que exige, el novio que no aparece, la comida que angustia, la plata que no alcanza, las exigencias estéticas que denigran, la escritura que no sale, el cuarto propio que se convirtió en lavadero, todo eso zumba y molesta, y todo esto se trata con más o menos honestidad, con más o menos snobismo, con más o menos estereotipos fálicos y no muy genuinos.
No es sólo en pos del amarillismo periodístico sugerir que hoy podrían releerse pinturitas de Dorothy Parker, Clarice Lispector y Lorie Moore como semillas muchas veces vapuleadas y pisoteadas por un género que, sobre todo en Estados Unidos, aparece como una producción en serie. Digamos que si ellas supieron indagar en la complejidad del universo femenino y convertirlo en materia literario con sensatez y sentimientos, a la vez plantearon aristas problemáticas que son consideradas modelos para contar
al público masivo: “El chick lit tiene algunas pautas rígidas, sí, y hay gente que compra estos libros con voracidad. Pero podemos encontrar cosas del chick lit mezcladas en distintas autoras del siglo XX. Dorothy Parker o Clarice Lispector varias veces se meten con temas que hoy son característicos del chick lit, porque en realidad son cuestiones de género”, explica Cambariere.
Por otro lado, así como hay escritura girly banal y frívola, muchas veces está sometida a un mayor prejuicio por considerarse que hay temas femeninos que de por sí son banales. Son pocos los que hablarían de una literatura para hombres al mencionar a un escritor como Nick Hornby, cuarentón autor de Fiebre en las gradas, Alta fidelidad y Un gran chico, mordaz detentor de la crisis de la masculinidad del siglo XXI y observador –acaso a su pesar– del machismo que se esconde en la clase media culta y curiosa. (Si bien el término Dick-Lit existe.)
Lo cierto es que hay una tendencia a señalar que los libros escritos por mujeres son para mujeres y que los temas de mujeres sólo les interesan a las mujeres. En tanto, son muchos los productos ofrecidos en las diversas ramas del mercado que prefieren mantener una segmentación y desarrollar la idea de secreto compartido.
También en esta parte del año, una antología viene a reforzar la idea de una nueva lectora, al mismo tiempo que el énfasis de la apuesta editorial, a sabiendas de que la mujer consume indiscutidamente más ficción que el hombre. Son las Historias de mujeres infieles, compiladas por Natalia Moret y Santiago Llach para el sello Emecé.
El libro agrupa cuentos intensos y sorprendentes en su mayoría de escritoras contemporáneas como Romina Paula, Cecilia Pavón o Carolina Aguirre (autora de Bestiaria, otro ejemplo de biblografía) y de otras generaciones, como Silvina Bullrich, Ana María Shua o Silvina Ocampo. Por momentos extremos y formalmente osados, los cuentos desmenuzan desde aristas de lo más diversas la idea y la práctica de la infidelidad femenina. Consciente de que tanto por la temática como por las autoras y la tapa, el libro puede llegar a atraer más a las mujeres que a los hombres, Santiago Llach manifiesta, por cómo está circulando, que la antología se toma como algo más “comercial” de lo que realmente es: “Eso favorece y a la vez desfavorece, porque también opera como un prejuicio. Me da la sensación de que si bien es una antología de literatura de calidad está funcionando por fuera del medio literario. Está vendiendo más en las cadenas, por ejemplo, y menos en las librerías más independientes”. Llach, por otro lado, se muestra interesado en que los hombres puedan leer ese libro.
Hacia esa dirección apunta la crítica y escritora Elsa Drucaroff, que prefiere evitar los rótulos de quién es el destinatario para qué novela, tanto entre hombres y mujeres como entre adultos y niños. Además, se esfuerza en separar los tantos, evitar los prejuicios y buscar en todos los géneros, sin distinciones “prestigiadas”, dónde hay escritores y escritoras de valor: “Para pensar este tema creo que hay que separar entre las políticas mercantiles de una editorial y el hecho mismo de la literatura. Bioy Casares escribía policiales de gran calidad teniendo en cuenta el éxito editorial que tenían. Hay que mirarlos, porque a veces la existencia de un género dará cosas estúpidas y mediocres y a veces dará cosas buenas. Los nuevos géneros con objetivos comerciales pueden ayudar a que escritores con talento demuestren su calidad”. Ella misma explica que le debe la publicación de sus novelas –la última El infierno prometido: una prostituta de la Zwi Migdal– en parte a la moda editorial de la novela histórica de mujeres, y que en todo caso estuvo en ella la necesidad de salirse de los corralitos impuestos.
Pero también, Elsa se detiene en lo que es la experiencia femenina como material narrativo: “La experiencia femenina era una experiencia para la cual no había muchas palabras. Ni a los hombres ni a las mujeres les resultaba interesante. En los últimos años, con el discurso alrededor de los derechos de la mujer o personajes como Hillary Clinton, las mujeres empezaron a poder contar su historia con una gran demanda”. Experta en literatura contemporánea, Drucaroff cita el libro Cera negra, de Andrea Rabih, escritora ya fallecida, como uno de los tesoros ineludibles para sumergirse en el universo femenino sin etiquetas, e invita a buscar desprejuiciadamente y sin atender a las marcas: “Advertiría sobre los peligros tanto de someterse de lleno a leer todo cuanto el mercado impone leer como de rechazarlo todo, en cuyo caso también me pierdo lo que puede haber ahí”.
Escritura y lectura de género fueron temas de los que se ha ocupado la literatura. La chica que lee como apartada, la chica que escribe como una excepción. En la humareda de prejuicios arraigados y a veces indiscernibles que rodea a todo lo que la mujer hace, hay una realidad que tal vez haya legitimado el mercado, de manera siempre ambigua. Lo cierto es que nuevas voces femeninas están hablando, desde el enigma y desde el griterío. Habrá que prestar atención para atender a qué es lo que dicen.
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