Viernes, 30 de septiembre de 2011 | Hoy
TEATRO
La sumisión, el secreto y la locura como condimentos de historias protagonizadas por mujeres que en apariencia están destinadas a quedar relegadas a los márgenes de lo que se supone importante.
Por Paula Jimenez
El borde está presente en todos lados. Desde el título mismo, en el que la palabra “ambas” señala una confusión o, más bien, una convivencia entre esto y aquello, entre lo ajeno y lo propio. “Cuando voy de vos hondo estoy en mí”, diría la poeta Diana Bellessi de esta mutua correspondencia, de la creación de este espacio común que nunca, o casi nunca, en Mujeres de ambas clases, las protagonistas transgreden. Ellas se mueven, caminan y se calzan y descalzan incómodos zapatos de taco en un piso de cuadrante damero, incómodo en la rigidez de su blanco y negro, en el que cada tanto aparece una media baldosa gris, un borde indeterminado, alguna sombra. Sí: la escenografía es elocuente, y ni hablar del vestuario. Los uniformados camisones que visten las tres actrices están en el límite con lo invisible, pero también con lo borroso, hechos con una tela de esas que no cubren, pero tampoco permiten ver. Al comenzar, la voz en off del actor Osmar Núñez advierte algo: hay historias, relaciones, subjetividades no destinadas a ocupar un lugar central. Un planteo moderno e interesante, a la vez que paradójico. Porque las historias que aquí se cuentan, pasadas por el filtro de la sumisión, el secreto o la locura, no serán el foco de una mirada social que elige a sus actores con la lupa del poder, el éxito, la corrección política, pero sí serán el objeto de un teatro como éste, dispuesto a encontrar en el margen las diversas formas de centralidad sobre las que se apoya el mundo. Una mujer amante de su hermano, otra que se aleja del sometimiento de su padre y es sometida por su marido, una joven autista que conecta intensamente con un núcleo de amor y belleza que la aísla de todo, una médium que busca conseguir a través de los espíritus lo que no encuentra por ella misma en la tierra: historias descartables, de esas que todos, todas, conocemos. Y hete aquí la paradoja: ¿quién de nosotros, nosotras, está en el centro la totalidad del tiempo? El centro, una utopía, a la vez que una realidad. Una realidad para quien no ha tenido que exiliarse y vive todavía en su tierra. Una realidad también para quien abandona su cultura y se convierte en la extraña de exóticas costumbres, de principios éticos imposibles de sostener. Una realidad para quien no puede volver a un país que ya no existe. Estar o no estar en el centro: en el mundo de hoy parece ser esa la cuestión. En las cinco obras breves que conforman Mujeres..., características como el origen, la sexualidad, la posición social o el nivel educativo de los personajes, atraviesan la trama e inciden en el planteo principal de los poéticos textos de José Sánchez Sinisterra (con dramaturgia Anabel Cristóbal). Las preguntas y las afirmaciones van y vienen y las cosas no se terminan de decir, hasta que se dicen con una inapelable contundencia que, de pronto, ordena, como en la vida, una sucesión de hechos inentendibles. Entonces todo resulta sumamente claro y los personajes se abren como una flor, sin secretos, ante los ojos del espectador. Pero ninguno de estos recursos bastaría si no estuvieran sostenidos por maravillosas actuaciones como las de este elenco de españolas: Arantza Alonso, Ruth Pallejá y Zaida Rico. Por otra parte, su directora Dora Mileo demuestra en Mujeres de ambas clases su gran talento: un sentido de la austeridad y el despojamiento que le permite a la obra alcanzar un brillo intenso a través de la conjugación de todas las artes que en ella confluyen, desde la poesía hasta la iluminación. Un brillo que no busca encandilar.
Mujeres de ambas clases, La Carbonera, Balcarce 998, domingos 20.30, hasta el 27 de noviembre.
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