Viernes, 2 de febrero de 2007 | Hoy
Ha hecho gala de un antifeminismo acérrimo. El argumento que detalló a Newsweek: “Si me reconozco como feminista estoy hablando de una categoría política y le doy una categoría al machismo. Los machistas no existen, existen los mediocres que discriminan. Por lo tanto, no creo en el feminismo como un ejercicio militante. Creo en la defensa de los derechos de la mujer, en la representación de los derechos del niño, en la defensa de las minorías, pero no bajo el rótulo de las feministas. Al contrario, tenemos que plantear como discriminadores y como mediocres a todo aquel que intente relegar a la mujer por el solo hecho del género”. No puede decirse que sus primeras armas como legisladora provincial se hayan visto beneficiadas por los mecanismos de acción positiva que inauguró la Ley 24.012, de Paridad en la toma de decisiones (su primer mandato, como diputada provincial por Santa Cruz, fue en 1989, la ley fue aprobada en 1991), pero sí podría sospecharse que parte del clima favorable que rodea a las mujeres políticas de actuación legislativa debe algo al cupo, vale decir, una medida nacida estrictamente de sectores feministas.
“No es feminista y no suele mantener vínculos que tengan que ver con solidaridad de género –sostiene Zuleta Puceiro–. Tampoco ha usado ese discurso para crecer políticamente, lo que ganó, lo ganó por sí misma. Y acá hay que notar algo: la mayoría de las mujeres argentinas está en esta línea, el discurso de género es propio de minorías ilustradas. Ella trabaja sobre la mayoría silenciosa, allí no tiene problemas. No es una vamp ni una mujer que dispute espacios a los hombres, y las mujeres la ven como confiable.”
Cristina, dice un entusiasmado Artemio López, tiene “la mirada puesta en la política nacional. Si sos una figura política con proyección nacional, esos temas son secundarios: la gente quiere saber y escuchar cosas más allá del género, a ninguna mujer política se le demanda que ponga el género por delante de la política nacional”. En la renuncia a actuar políticamente desde identidades de género radicaría la ganancia y podría aventurarse otro modelo de participación y construcción política. Quevedo opina: “En primer lugar, creo que vivimos en el mundo un reingreso de la mujer a la política. El ingreso existe a partir del siglo XVIII, pero hablo de reingreso por lo siguiente: la política tiene un gran componente de seducción. Perón era un seductor, el primer Alfonsín era un seductor. Las mujeres políticas compitieron con los hombres en el mismo plano que los hombres, como si tuvieran que ser tan fuertes como ellos. Ahora, en cambio, parecería que se viene el tiempo de otro tipo de rasgos en las mujeres políticas, de cultura política y seducción y carisma en el sentido weberiano. Necesariamente esos rasgos tienen que ser distintos.” La diferencia también puede estar en ese charm que algunas de sus antecesoras y contemporáneas se han negado a ejercer. “Cristina es la primera que rompe ese modelo más habitual, con lo que aparece, por un lado, cierta incomodidad, y por el otro una seducción: ella es una morocha argentina seductora en el sentido que las militantes de los 70 eran seductoras. No es la seducción femenina de la pobre desamparada, al contrario, ella se posiciona como mujer de carácter fuerte en lo político y, a la vez, de una imagen muy seductora.” López coincide: “Su figura femenina también es un valor, y se diferencia del estereotipo masculino”.
La belleza, ¿puede ser herramienta para acumular poder político? La senadora María Laura Leguizamón, compañera de bloque de Cristina, dice que ha escuchado insinuaciones al respecto, que “concentrarse en su belleza es frivolizar su figura, no es justo. Las que venimos de una sociedad donde la política fue muy machista siempre sabemos que para la mujer ha sido muy difícil que se nos respete y valore en el rol del poder que te da el voto popular”.
En ese ser “muy femenina, arreglada, coqueta”, Mora y Araujo encuentra una clave de adhesión: “Juega a su favor; que sea firme y hasta peleadora se combina con esa imagen femenina, con lo cual no produce rechazo en las mujeres”. Los recuentos han demostrado que, a la hora de los votos, Cristina logra favores de varones y mujeres, que no es posible realizar en su electorado una lectura de género sino, más bien de clase (mayor adhesión a menor nivel socioeconómico).
Aunque pueda parecerlo, Cristina no está tan sola en el universo de las mujeres políticas argentinas en cuanto a decisiones estratégicas. En los últimos años, las mujeres visibles en el peronismo y la centroizquierda han preferido volcarse a cuestiones ajenas al estereotipo: no la salud y la acción social, sino asuntos penales, económicos, energéticos, comerciales... Entre ellas y Cristina Fernández, hay una diferencia notoria: ella es absolutamente reconocible para la opinión pública.
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