Domingo, 1 de febrero de 2009 | Hoy
Eloísa Squirru escribió la biografía de Rafael, uno de los más brillantes animadores de la cultura alta argentina cuya obra ha quedado oculta.
Por Damián Huergo
Tan Rafael Squirru!
Eloísa Squirru
Elefante Blanco
326 páginas
El hombre tiene los labios cerrados, la nariz chata, las cejas negras y tupidas. Su pelo es crespo. Lo lleva tirado hacia atrás como si avanzara con viento en contra. Su mirada es dura, sólida y oscura. Sus ojos negros enfocan hacia el costado; hacia algo que el hombre mira con atención, y que el lector / espectador no alcanza a observar. Así retrató Antonio Berni el rostro de Rafael Squirru en 1962 –en agradecimiento por haber enviado sus obras a la Bienal de Venecia–. Y así, misterioso y huraño, lo encuentra su hija en la cama de una sala de Terapia Intensiva de un hospital de Buenos Aires. Eloisa Squirru regresó de Italia para cuidar a su padre en los últimos meses de agonía. Alterna la vigilia en el hospital con las visitas al “mítico estudio de Rafael en la calle Santa Fe”. El estudio, que Eloisa encuentra venido abajo, es un mundo que desde su infancia tuvo vedado. Es el secreto paterno. Allí, en una caja de cartón rodeada por cuadros de Quinquela Martín, de Pérez Celis y de Guillermo Roux, encuentra los archivos personales de su padre. Durante su estadía en Buenos Aires, Eloisa Squirru contrata a un arquitecto para restaurar el estudio, con la esperanza de que Rafael pueda volver a habitarlo. A la vez, con sus papeles en la mano, comienza a pensar en una publicación biográfica. En ambos casos el objetivo es reconstruir.
En Tan Rafael Squirru! –con su mezcla de biografía, memorias familiares y crónica histórica–, la reconstrucción tendrá dos partes que irán creciendo a la par. En la parte pública del personaje, la autora busca “rescatar del olvido” la trayectoria de Rafael Squirru y su rol como animador cultural en la segunda mitad del siglo XX. Eloisa Squirru cuenta la formación universitaria de su padre en Edimburgo; su paso como director del Mamba; su estadía en Washington como director de Asuntos Culturales de la OEA; sus trabajos como crítico en el diario La Nación; y, sobre todo, sus tertulias con artistas y escritores de la talla de Borges, Leopoldo Marechal, Fernando Demaría, y otros intelectuales y poetas con quienes mantuvo una asidua correspondencia, tales como Thomas Merton, Henry Miller, Alejandra Pizarnik y Miguel Grinberg.
A la par que Eloisa Squirru enumera los méritos y galardones de su padre, va montando la segunda parte del libro, la de puertas hacia adentro. Mediante la escritura de los recuerdos, la autora busca la validación –y por momentos el reemplazo– de la experiencia directa.
Tan Rafael Squirru! está compuesto por anécdotas, fotografías, poemas, y por la trascripción de casi un centenar de cartas que le aportan al libro un carácter polifónico. La variedad del material que la autora recopila, le permite al lector acceder por varias puertas al pensamiento contradictorio de su padre. Rafael Squirru es el hombre que en representación de la OEA inaugura un monumento a la memoria de J. F. Kennedy vestido con un poncho argentino; es el lector voraz de Keyserling, pero el hombre al que Victoria Ocampo no protege bajo su falda por su “criollismo empedernido”; es quien promueve al “Hombre Nuevo” pero a la vez condena a la Revolución Cubana. Sin embargo, en Rafael Squirru la contradicción es otra faceta de la coherencia.
Sobre el final del libro, el lector puede intuir qué es lo que está mirando Rafael Squirru en el retrato de Berni. Rafael Squirru observa el pedazo de historia del que fue parte, sus movimientos, su dinámica. Y si el lector/espectador mira con atención su boca, encontrará en sus labios una sonrisa similar a la de la Gioconda; una sonrisa de satisfacción, por haber sido coherente, a lo largo de su vida, a una convicción: la de su clase.
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