Domingo, 18 de septiembre de 2011 | Hoy
Leonardo Oyola y una adaptación de los comics de superhéroes a las necesidades, leyendas y costumbres del conurbano bonaerense.
Por Alejandro Soifer
En abril de 2003 la DC Comics (editora de los títulos de Superman y Batman entre otros) publicó Superman: Red Son del reconocido guionista Mark Millar. El relato, enmarcado en una colección especial de historias contrafácticas conocida como “Elsewords” (Otros mundos), planteaba un mundo en el que Superman, escapando de la destrucción de su planeta natal, en vez de aterrizar recién nacido en un pequeño pueblito de Kansas, había caído en una granja colectiva de la Ucrania soviética durante la Guerra Fría, donde había sido criado bajo los ideales del leninismo. Uno de los mayores símbolos de la cultura estadounidense se convertía así en paladín de la URSS, heredero de Stalin y creador de una utopía/distopía socialista con rasgos orwellianos.
En Kryptonita, Leonardo Oyola toma la misma premisa de base y redobla la apuesta: ¿Qué hubiera sucedido si Superman hubiese caído en medio de La Matanza? Mientras que en la saga Red Son el Superman soviético mantenía los valores de respeto a la vida humana, honestidad y búsqueda del bien común que caracterizan al superhéroe, en la encarnación argentina del personaje lo encontramos como líder una súper banda de criminales pesados del Oeste. Herido de muerte por un ataque a traición de El Pelado (líder de otra banda, némesis de nuestro súper-delincuente y traspolación del archivillano original Lex Luthor) con una botella de cerveza de envase verde (¿la Kryptonita?), Pini o Nafta Súper (tal su nombre de guerra), llega a la guardia de un hospital donde le toca atenderlo al narrador, más burócrata corrupto que médico hipocrático.
Pronto irán llegando los otros miembros de la banda, una suerte de remasterización criolla y pasada por el western-conurbano de todos los SuperAmigos, para bancar al héroe caído y garantizarse su sobrevida tomando como rehenes a nuestro narrador y otra médica. Los SuperAmigos en versión “mala vida” se apoderan entonces del relato: la travesti Lady Di (Mujer Maravilla), Ráfaga (Flash), Juan Raro (Detective Marciano y a la vez homenaje a Olaf Stapledon y su libro del mismo nombre), Faisán (Linterna Verde) y El señor de la Noche (Batman).
Del lado de enfrente los villanos, en esta encarnación, los oficiales de policía que vienen a matar a Nafta Super y sus secuaces: Corona (el Jóker como un negociador policial desquiciado) y Cabeza de Tortuga (Doomsday, el villano que en la saga de 1992 La muerte de Superman efectivamente mató al superhéroe), un agente aparentemente invencible de un grupo de operaciones especiales de la policía. Entre las tensas negociaciones, los desbordes de los secuestradores y el recuento de aventuras pasadas transcurre la narración.
Si hay un relato que nunca falta en las historietas de superhéroes, es el del modo en el que éstos consiguieron ser quienes son. La novela de Oyola reconstruye ese origen secreto para su reversión del mundo de DC Comics en la clave de un tipo de novela policial de Conurbano que cultiva con notable habilidad para la reproducción de un dialecto del oeste del Gran Buenos Aires infiltrado por jerga tumbera.
En ese sentido, reescribe escenas clásicas de los comics originales (realiza una reversión bastante fiel de la saga mencionada acerca de la muerte de Superman ubicando la acción en una villa) e imagina algunas nuevas con un Nafta Súper cuyas aventuras y poderes especiales se construyen como una mezcla de leyendas contadas por sus compañeros de fechorías y un posible delirium tremens del narrador sobrepasado por la situación, el sueño y la presencia maligna de un diablillo paraguayo y amarillo (a quien suponemos el remix del villano Mr. Mxyzptlk).
Haciendo gala de un vasto dominio de la cultura de masas, el autor construye una novela donde se entremezcla la cumbia con el pop acaramelado de Katy Perry, con el reggae local de Los Cafres, Queen y la banda de sonido de Flash Gordon. Lo dicho: la cultura alta (de arriba, del Hemisferio Norte) llevada al barro espeso e intoxicante de la transculturación en la cultura baja (del Hemisferio Sur) del conurbano bonaerense.
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