Domingo, 4 de mayo de 2014 | Hoy
Cuando el pasado 2 de abril se cumplió un año de la trágica inundación de La Plata, entre los actos de conmemoración y duelo se presentaron en sociedad dos libros nacidos con la urgencia de dejar testimonio sin eludir el compromiso literario: la antología de poemas La Plata Spoon River, recopilada por Julián Axat, y Agua en la cabeza, un conjunto de crónicas, cuentos y poemas de autores e ilustradores platenses.
Por Damián Huergo
El pasado miércoles 2 de abril en La Plata, a un año exacto de la peor inundación que sufrió la ciudad en su historia, la plaza pública se llenó de escritores y poetas. No fueron los únicos, ni los protagonistas: sólo una parte más de la multitud que se instaló en el centro de la Plaza Moreno para gritar su verdad y mostrar la fuerza de la presencia. En los costados, como si fuesen los palcos de honor de un coliseo gigante y contemporáneo, permanecían vacíos y en silencio el Palacio Municipal, la Casa de Gobierno de la Provincia y la Catedral, que cada tanto hacía sonar una campanada. La jornada fue convocada por el Colectivo Desbordes, un colectivo de colectivos, una red que busca aunar las diferentes situaciones de agite que ocurren en la ciudad. Desde la tarde hasta la noche hubo música, lecturas, muestras de fotos y testimonios de las víctimas de la inundación. Dentro de ese marco político, social y cultural se presentaron dos libros urgentes: La Plata Spoon River y Agua en la cabeza. El primero es una antología de poesía que incluye a poetas locales, de Capital, del interior y de países limítrofes. En cambio, el segundo es una mixtura de ilustraciones, cuentos, crónicas y poemas, realizado sólo por autores platenses, sean nacidos y criados como adoptivos. Ambos libros –que cruzan autores y camaraderías– están marcados por lo imperioso, por el estímulo del encuentro, por darle a la tragedia una memoria en presente, una carnadura tan real y necesaria como la escritura.
“Ser visto por última vez en los cuartos en el agua / cuando la noche es tan política como el día. / El agua entró en La Plata, nadie / lo esperaba y vino igual / se llevó todo: autos, muebles, perros, también / mi vida”, recitó el juez Luis Arias en la Plaza Moreno, frente al poder político y judicial de Buenos Aires y del municipio. El poema pertenece simbólicamente a Raimundo Eliseo Aguirre, uno de los 89 fallecidos –según certificó el propio juez Arias– en la catástrofe desatada por el azar de la naturaleza y, sobre todo, por la impericia y ambición de los inefables. Vale aclarar que los versos fueron escritos por el poeta Emiliano Bustos y están incluidos en la antología La Plata Spoon River, ideada y empujada por el poeta y defensor juvenil Julián Axat.
Axat investigó desapariciones –y posibles muertes– de chicos y adultos que no aparecían en el listado oficial. Luego fue apartado de la misma causa judicial que se había encargado de abrir y sostener. Su inquietud por la pesquisa de la verdad continuó en el terreno literario. La primera noche que volvió de la zona del desastre, buscó en su biblioteca Spoon River Anthology de Edgard Lee Masters. Lo releyó con un éxtasis particular, mezcla de epifanía, rabia y cansancio. Al día siguiente pensó que podría usar tal estructura (entretejida por epitafios de un cementerio inventado en un pueblo de Illinois) para nombrar y darles voz a los fallecidos que la maquinaria de ocultamiento político-policial se empeñaba en ignorar.
Sin embargo, a diferencia de Lee Masters, Axat no escribió todos los poemas del libro, ni propuso imitar la forma de epitafios. Por el contrario, abrió la convocatoria para que participen diferentes poetas y narradores. Los enfrentó –como artistas– al desafío ético-político de asumir el nombre y la identidad de un muerto; a darle voz, lenguaje, a través de la escritura de un poema en verso libre.
La Plata Spoon River tiene la forma de un poema coral, colectivo, que corre el eje de lo obvio. Es decir, rompe con la neutralidad del artista festejada por las miradas canónicas, para lograr que sean los poetas –al dar una cifra de fallecidos extraoficial– quienes impongan un hecho político en la arena pública.
El escritor Juan Bautista Duizeide navegó –durante meses– por los océanos Atlántico y Pacífico, en petroleros desguazados. También pescó por el Banco de Burdwood, al sur de las Malvinas, rodeado de amigos soviéticos, previo a la caída del Muro. En la actualidad pasa –al menos– un cuarto del tiempo que permanece despierto remando en el Río de la Plata y sus afluentes. Sin embargo, la única vez que le tuvo miedo al agua, según sus palabras, fue en tierra, en su barrio, en su casa, el día de la inundación del 2 de abril de 2013.
Una vez que lo más grave había pasado y lo único que quedaba por hacer era empezar la reconstrucción, Duizeide le propuso a Club Hem Editores –que a su vez hizo coedición con la editorial Pixel– armar una antología sobre la inundación. La idea era que los relatos alcancen toda la zona afectada, desde los asentamientos hasta el margen de los arroyos Maldonado y El Gato (donde nacieron los desbordes), pasando por los barrios del Gran La Plata hasta el casco urbano. Para abarcar tal dimensión se convocó a treinta autores y a treinta ilustradores que hayan vivido la experiencia del acontecimiento. Un total de sesenta hombres y mujeres que hayan tenido lluvia en la cabeza, barro en los pies y –quizá por ello– tuviesen la voluntad para reinterpretar la desolación que el agua les dejó.
Como dice Federico Lorenz en el prólogo: “El mayor peligro que encierra la lectura de este libro es que parezca bello, y sin embargo lo es”. En Agua en la cabeza hay cuentos –como “La carpa negra”, de Mercedes Galera, o “En la tumba de flores con agua”, de Facundo Arroyo– que logran traficar imágenes poéticas sin estilizar artificialmente la tragedia, ni banalizarla en la belleza de la descomposición. A la vez, la pena, la densidad del gris, del cielo encapotado, es la paleta que tensa el ritmo de la lectura de estos textos breves. Una pesadumbre nostálgica, como ocurre en el poema “Casa en el fondo del mar”, de Martín Raninqueo, donde un recorte de diario sobre la guerra de Malvinas dentro de una lata Canale ata dos temporalidades trágicas, cruzando símbolos que se superponen y desintegran por el paso del agua; de un agua que arrastra demasiada historia como para exculparla de ser natural.
Tanto La Plata Spoon River como Agua en la cabeza integran distintas estéticas, generaciones y regiones, aun cuando incluyan –en gran parte– autores de una misma ciudad. Como sucede con la mayoría de las antologías, son libros desparejos en su contenido. Sin embargo, tal variación no entorpece la lectura, ni la curiosidad por la totalidad.
La aparición –en simultáneo– de ambos libros puso en circulación a más de cien autores que se animaron al compromiso. Más de cien cosmovisiones que buscaron instalar a la “espuma de la política” nombres e historias como verdades. Poetas, escritores, ilustradores y periodistas que se encontraron en un mismo cuerpo textual luego de una tragedia compartida. No con el afán de ingresar a algún tipo de lista consagrante sino para asentar que el roce con el otro es más necesario que el grito indignado en soledad.
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