Domingo, 31 de julio de 2016 | Hoy
EN FOCO > FRANZ KAFKA
Trazos austeros, fragmentos de sombras y líneas desplazándose con ambigüedad por el vacío. Relieve y juego secreto. Los dibujos de Franz Kafka siempre parecieron un ejercicio adicional que sumaba misterio al enigma de su literatura. Todos los dibujos de Kafka, los que se conocen y fueron publicados, los dibujos a lápiz, a tinta y pluma y tinta y pincel se reúnen en Franz Kafka: dibujos (Sexto Piso), un volumen con edición a cargo de Niels Bokhove y Marijke van Dorst, de excelente factura y rigor en la información disponible sobre la relación del escritor con la plástica.
Por Paula Pérez Alonso
Veo los dibujos de Kafka y me dejan sin aliento, y pienso en la importancia del aliento para alguien como Kafka, que murió de tuberculosis y sufrió problemas pulmonares gran parte de su vida. No puedo no asociarlo a otro asiduo residente en sanatorios, Thomas Bernhard, por los mismos motivos, y que escribió una novela que llamó El aliento. Imposible no emparentar a Kafka con Bernhard también en la dedicación completa a su obra y en que los dos, de una manera explícita, se propusieron que su literatura fuera “el hacha que quiebre el mar helado dentro de nosotros”.
Es el aliento de Kafka lo que le da forma vital a la pincelada entera y segura que traza sus dibujos. Antes de decidirse por la literatura consideró ser artista plástico y manifestó la convicción de su deseo: “Mis dibujos no son imágenes sino una escritura privada” y “Los dibujos son rastros de una pasión antigua, anclada muy hondo” y “La pasión está en mí. Desearía ser capaz de dibujar. Quiero ver y aferrar lo visto. Esa es mi pasión”. Y más: “Intento cercar lo visto de una manera totalmente propia”.
Se sabe que otros escritores se dedicaron también al dibujo o a la pintura con mayor o menor afición e intensidad: Lewis Carroll, Dostoievski, W. B. Yeats, Evelyn Waugh, Sylvia Plath, William Faulkner, St. Exupéry, Dino Buzatti, Goethe, Gogol, Flannery O’Connor, Henry Miller, Bruno Schulz, Vladmir Maiakovski, Thomas Hardy, Patricia Highsmith, John Berger, Roberto Bolaño y Jesse Ball; incluso Borges dibujaba en algunos de sus manuscritos.
Sorprende que no sea tan conocido el Kafka dibujante. Su amigo Max Brod, el albacea literario más famoso de la historia, consideraba que Kafka era un artista de especial fuerza y personalidad y que resultaba injusto calificar sus dibujos como “curiosidades”. Este libro lo demuestra. Entre los cuarenta dibujos que conforman la preciosa edición de Niels Bokhove y Marijke van Dorst publicada por Sexto Piso, encontramos los seis más difundidos que han ilustrado varias de las ediciones de sus libros de cuentos y que Brod describió como “las marionetas negras de hilos invisibles”. Lo que sorprende es lo desconocidos que son los otros, que lo muestran como un gran dibujante. Es evidente que podría haber imitado con facilidad a cualquier otro artista (esto se nota en la naturalidad del trazo y la variedad de registros que elige); se lo puede clasificar de expresionista o encontrarle parecidos con Egon Schiele, Paul Klee, George Grosz, Marc Chagall, pero su impronta es singular, su autor es la misma persona que escribió los textos más enigmáticos de la literatura occidental hasta hoy.
A pesar del desánimo que le produjo su profesora mediocre en la escuela primaria, que sólo los hacía copiar y que, según el mismo Kafka, malogró su talento, nunca decayó su interés en el dibujo y la pintura. Le gustaba frecuentar a un grupo praguense de pintores llamado “Osma” (“los Ocho”), que admiraban a los franceses, en especial a Gauguin y a Cézanne. A él también lo fascinaban Van Gogh, Grosz y Seurat y los dibujantes japoneses, y participaba en los debates en torno a los límites de la representación en el arte. Toda su vida estuvo atento a sus distintas manifestaciones, tanto a lo consagrado como a lo nuevo, y disfrutaba de comprar obra de sus amigos de juventud. ¿Quién podría imaginar que dos pintores de ese grupo intentaran convencerlo de que posara como modelo vivo para desnudos? Uno imagina a Kafka como un escritor sin un cuerpo físico porque su cuerpo era su imaginación y su literatura, y sin embargo…
Mientras estudiaba Derecho, tomó clases de dibujo, de historia del arte, de arquitectura, de escultura cristiana, y cuando se aburría en las tediosas materias de la facultad se dedicaba a garabatear dibujos que llamaba “pintarrajos” y que Max Brod guardó con celo y la certeza de que su amigo era “un joven genio”. Aunque su opinión acerca de sus dibujos fue ambivalente y contradictoria (en cartas a su novia Felice Bauer le dice que le va a enviar unos dibujos para que tenga con qué reírse y años más tarde, mirando en retrospectiva, llega a considerarse un “gran dibujante”), accedió a que Brod propusiera a su editor berlinés uno de sus dibujos para ilustrar la tapa de un libro de cuentos y más tarde un poemario. El editor finalmente no usó el dibujo porque era irreproducible por cuestiones técnicas (hoy ese dibujo es inhallable) y Kafka sintió ese rechazo como si fuera un juicio de valor estético. Pronto se recuperó de su decepción y siguió dibujando con regularidad hasta su muerte, mientras Brod coleccionaba hasta los garabatos estrujados en el tacho de basura con la idea de publicarlos como un cartapacio, pero nunca lo hizo.
En este volumen se imprimen, por primera vez, todos los dibujos de Kafka que se conocen y se han publicado. Cada uno va acompañado de un texto; en algunos casos aparecían juntos en los cuadernos de Kafka y forman parte de ellos, en otros los editores han elegido un texto afín y entrecomillan el título para diferenciar esta intervención. No se puede imaginar una edición más cuidada en su diseño, disposición del texto y de los títulos y en la necesidad de brindar una información exhaustiva. Las indicaciones que se detallan al final de libro tienen en cuenta el título, la técnica, el formato, la fuente, la datación, la ubicación del original, la primera impresión. Los dibujos van en la página impar y en la par sólo los acompañan el título, el número y el texto. La gracia con que está concebido y plasmado el libro es una celebración a la materia delicada que se hace pública.
Los cuarenta dibujos son muy diversos: algunos a lápiz, otros a tinta y pluma (la misma con la que escribía, la Soennecken), o tinta y pincel. Desde los primeros, que arman una serie: “El pensador”, “Hombre entre rejas” y “Hombre con bastón”, “Hombre con cabeza sobre la mesa”, “Hombre ante un espejo de pie”, “Hombre sentado con la cabeza baja” y “Esgrima”, pasando por “Corredores”, “Tres corredores” y “La bailarina Eduardova...”, que permanecen en estado de devenir, hasta “Solicitante y noble mecenas”, el extraordinario “Hombre huraño de traje negro”, “Dos que esperan”,”Mamá Kafka leyendo” y un “Autorretrato”, todos trazan un mundo misterioso.
Al ver los dibujos hechos con una única pincelada no puedo dejar de evocar la agudeza de Benjamin al destacar “el gesto” de Kafka como el elemento decisivo, el acontecimiento y el hecho de que a medida que creció su maestría estilística fue renunciando a adaptarlos a situaciones normales, a explicarlos. Estos dibujos son gestos, potentes en su ascetismo. Y también es fácil reconocer en ellos la fascinación del autor por el arte pictórico japonés, sincrético y contenido, si bien seguramente se dedicó a observar los ideogramas y la caligrafía japoneses, que derivan de los chinos, más excesivos, y es imposible no relacionarlo con el haiku, otro gesto. La caligrafía ejerció una influencia profunda en la práctica de la pintura.
Kafka es un artista que no cubre toda la superficie del papel sino que trabaja con el vacío. Esta tensión con el vacío me hace pensar en Alberto Giacometti y sus figuras que siempre se recortan contra algo y, en esa aparente fragilidad, adquieren una fuerza y una contundencia conmovedoras (una actitud existencial). ¿Giacometti habrá conocido los dibujos de Kafka? En los dibujos de Kafka el vacío es un elemento activo, central, es parte de la obra. El vacío tal vez sea el origen y la fuente permanente del deseo, y el ritmo determine una composición y una forma, tal como sucede en la caligrafía japonesa. Los dibujos de Kafka tienen muy pocos trazos y mucha expresividad, y son geniales porque transmiten un espíritu y un carácter condensado en esa pincelada al mismo tiempo firme y delicada y de clara energía vital.
Nada en Kafka es predecible o evidente. Dice Kafka sobre sus dibujos en las Conversaciones con Gustav Janouch: “Es una escritura gráfica muy personal, cuyo sentido, pasado cierto tiempo, no puedo descifrar ni yo mismo”. Siempre es una tentación citarlo porque él es quien más ha orientado a sus múltiples exégetas, aunque no creo que haya querido ser descifrado. Devienen inesperados estos dibujos que se gozan con el mismo humor que se leen sus cuentos: forma, movimiento, color y relieve, y también el arte de no decirlo todo, de sostener el misterio, su carácter enigmático. Una gran inteligencia creativa. Un maestro.
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