Domingo, 22 de marzo de 2015 | Hoy
ENTREVISTA En 1975, Patricio Contreras llegó desde Chile con su grupo de teatro, se instaló en Buenos Aires y se quedó. Ahora, casi como festejando un aniversario, estrena su obra más personal y más chilena, Patricio Contreras canta a Nicanor Parra, dirigida por Alejandro Tantanian. En esta entrevista, además de hablar del poeta centenario, comparte sus recuerdos de Salvador Allende, de su familia trabajadora, su grupo de teatro universitario de izquierda y su experiencia en la televisión, truncada por el golpe de Pinochet, además de su participación en películas medulares como Made in Argentina o La historia oficial.
Por Mercedes Halfon
En estos días Patricio Contreras está cumpliendo 40 años en la Argentina. Desde ese 5 de marzo del ’75 en el que llegó con su grupo chileno de teatro y no se fue más. Venían un poco a mostrar su última obra y un poco escapando de la dictadura que arreciaba en su país; sin embargo, el único del grupo que se quedó –era el más chico– fue él: “Me di cuenta de que esta ciudad era impresionante, como Europa pero en castellano. Y quedaba a dos horas de mi casa por cualquier apuro”. Es en esta ciudad, 40 años después, donde está haciendo quizá su obra más chilena y personal, una obra que lo coloca en un lugar central como enunciador de la lengua de su patria: Patricio Contreras canta a Nicanor Parra. El espectáculo, dirigido por Alejandro Tantanian, pone a Contreras (casi) solo en el escenario: con un lujoso traje negro y sus ojos todavía más oscuros lanzando destellos bajo el seguidor, dice los poderosísimos y arcanos, cómicos y arteros, corrosivos y emocionantes poemas de ese enorme poeta que fue Nicanor Parra. Cuarenta años después de dejar Chile.
Y hay toda una historia de Contreras antes de llegar a nuestro país, de la que no habla mucho, pero que lo vincula con la poesía, la política, de un modo que hace comprender la importancia de llegar a este aniversario y esta obra. “Vengo de una familia de clase media trabajadora. Mi madre era ama de casa, mi padre oficinista. El decía que era un cagatinta y no nos deseaba eso ni a mi hermano ni a mí. Ellos eran socialistas, pero no eran intelectuales.”
¿Cómo llegás entonces a interesarte y descubrir el teatro?
–Hará unos quince años, cuando murió mi papá, descubrí que yo soy lo que soy por obra suya. Era una persona sensible y, pese a no ser una persona culta, nos quiso dejar eso. Me estimulaba a dibujar y pintar, porque yo dibujaba muy bien y durante mucho tiempo estaba convencido de que era a lo que me iba a dedicar. Un socialista consciente de ser un trabajador explotado, admirador de Sartre. Mi viejo nos llevaba al cine a ver películas de cowboys, pero también otras en blanco y negro, cosa que nos caía pésimo a mi hermano y a mí. Porque para nosotros el cine eran John Wayne y Gary Cooper. Sin embargo, en una película en blanco y negro encontré mi vínculo con el oficio. Debería tener 14 años cuando la vi, Los desconocidos de siempre, con Gassman, Mastroianni, Renato Salvatore, grandulones haciendo cosas de chicos. Me quedé toda la noche en mi habitación haciendo los dibujos de sus perfiles, de memoria. Pocos años después me di cuenta de que fue mi manera de decidir que iba a ser actor.
Por eso a los dieciséis años ya estaba estudiando teatro y poco después de cumplir los veinte ya estaba participando como actor profesional en el grupo teatral Ictus. “Estudiaba teatro en el Departamento de Cultura del Ministerio de Educación todos esos años, mientras asistía a un taller literario, donde escribía poesía y descubría a Nicanor Parra. Después me quedaba hasta altas horas de la madrugada pintando. Era un artista, bancado por mi viejo, que fue un mecenas, como un Medicis pobre.”
Tu familia era socialista, así que debés recordar con cierta alegría el ascenso de Allende.
–Salvador Allende fue el primer presidente que voté. Hasta el año pasado, que voté por segunda vez a Bachelet. Lo vi una sola vez en un acto público, de lejos. Yo debería tener 22 años cuando asumió. Yo tenía la sensación como joven de que estábamos en el centro del mundo, de que todo el mundo nos miraba, y yo creo que es cierto que la experiencia de la vía pacífica al socialismo era una utopía, un sueño demasiado bello para ser verdad, pero en ese momento, atento a lo que ocurría en América latina, la reciente Revolución Cubana, la unanimidad que había contra la guerra de Vietnam, Mayo del ’68, era un mundo que se movía mucho. Yo creo que lo de Allende y el movimiento de la Unidad Popular ocurrió en un momento en que el mundo fue más joven que nunca. Y Chile era un país alegre. Con este chiste mundial que nos mandamos de elegir por la vía democrática a un presidente marxista.
¿Cómo entraba tu grupo de teatro en ese contexto?
–Yo fui muy afortunado, entré a trabajar profesionalmente en el Ictus, un grupo independiente que había salido de la universidad, de la Universidad Católica de Chile, luego se independizó, cuyos componentes eran todos de izquierda, lo cual le dio un sello al grupo. Sigue en funcionamiento, con altos y bajos. Teníamos posiciones como grupo, adherentes al gobierno de Allende. Habíamos tenido un programa en un canal nacional, el Canal 9, un programa humorístico medio absurdo y provocador para el Chile de aquel momento; toda la gente de más de 50 lo recuerda como un programa señero, porque tenía un formato raro y una crítica subterránea de lo que acontecía. Pocos meses antes del golpe el canal fue tomado por los trabajadores, quedó desvinculado de las autoridades de la Universidad. Seguimos saliendo al aire como pudimos, aunque había algunas pistolas, algunos palos para defender el canal por si querían volver a tomarlo las autoridades. Muy poco antes del golpe, ya no dan más los trabajadores, no podían sostenerlo financieramente y tuvieron que abandonarlo. Recuerdo eso y son imágenes extraordinarias. El gobierno de Allende estaba debilitado, el rector de la Universidad es un demócrata cristiano que no se mete. Hay que entregar el canal. Y llega un sábado, en que se hace un programa maratónico despidiéndose con todos los trabajadores en la pantalla. Se filmó en el estudio grande: conductores, artistas, animadores, técnicos. Y quedó en un largo pasillo la cámara encendida, mientras los últimos trabajadores iban saliendo. Toda la gente en sus casas viendo la despedida. Y queda ahí la cámara hasta que entran los Carabineros.
Una imagen tremenda, brutal.
–Esa imagen me conmueve porque resume muy claramente la pérdida de un sueño. La derrota. Porque fuimos derrotados. Ganaron los malos en América latina. Por eso uno ve con alegría lo que está pasando ahora, la historia no se detiene, por suerte.
Con ese mismo grupo, Ictus, cuya última obra había sido prologada por Régis Debray, llega a la Argentina. Saturados de la discusión política, deciden hacer una obra que hable sobre el amor, pero como no podían escapar a su visión, representaba tres noches de un sábado, a través de tres parejas de distintas clases sociales. La obra se estrenó en el teatro Lasalle de Argentina y, pese a las tensiones que cruzaban la época, tuvo gran repercusión: “Aquí ya estaba operando la Triple A, se percibía un clima denso –recuerda Contreras–, pero la gente seguía llenando la calle Corrientes, como lo hace hasta hoy. Se podía llenar el teatro con un grupo que venía de un país sin tradición teatral, que no era alemán ni francés, como el nuestro.” Según cuenta, “los compañeros argentinos se preocuparon en indagar de qué sector de Chile venían estos actores”, que habían podido cruzar la frontera tan fácilmente: “Con mucha delicadeza nos examinaron para saber qué éramos. Si éramos oficialistas u opositores. Me acuerdo de una entrevista que me hizo Roberto Cossa para un diario en la que con mucho cuidado nos fue llevando y, hasta donde se pudo, quedó claro de qué lado estábamos”.
Era la primera vez que salía de Chile, tenía 25 años y quería conocer Italia, de donde venían sus actores predilectos, Gassman, Sordi, pero terminó quedándose en Buenos Aires y conociendo a Juana Hidalgo, Elena Tasisto, Alberto Segado, que se acercaban al teatro a conocerlos y con quienes terminó compartiendo su vida.
Durante los primeros años en Argentina se sucedieron películas como La parte del león, de Adolfo Aristarain; No toquen a la nena, de Juan José Jusid, y algunas producciones para Canal 7. Y por supuesto también mucho teatro, obras como La señorita de Tacna, La mala sangre y la muy recordada Muerte accidental de un anarquista de Dario Fo: “Estrenamos dos meses antes de las elecciones del ’83, en el teatro Bambalinas. Fue un suceso, la obra que más hice en mi vida. Venían 700 personas por función. Dario Fo vino a verla y no lo podía creer, porque no éramos actores populares ni mucho menos. Fue en esta obra que me vio Brandoni y me eligió para ser su compañero en Buscavidas, una serie con la que me dio a conocer a la gente más masivamente. “Dejate de hacer cosas raras en el teatro, vos sos un actor cómico...”, recuerda que le dijo Brandoni y se ríe. El protagonista interpretado por Contreras era un enfermo de histriomanía, por lo que hacía cinco personajes a la vez, en cambios muy veloces. “Fuimos amenazados con muchas llamadas antes de estrenar porque a Dario Fo se lo consideraba el Anticristo. Cuando había venido antes al Teatro San Martín, los de Tradición, Familia y Propiedad le habían roto vidrios y tirado una bomba de gamexane en el estreno. Yo nunca la pasé tan bien en un escenario. Fue un homenaje a mis actores favoritos italianos, con un humor farsesco.”
Trabajaste en películas emblema de momentos históricos, como La historia oficial y Made in Argentina. ¿Qué te dejaron esas experiencias?
–Fue una gran fortuna. La historia oficial obtuvo muchísimo reconocimiento, el primer Oscar en lengua hispana, y Made in Argentina, que era una adaptación de la obra Made in Lanús, también. Mirá, yo he tenido la fortuna de hacer a los grandes del teatro, Pirandello, Beckett, Shakespeare, Eurípides, pero nunca allí la comunión que se creaba con el público era como la de Made in Lanús. Una obra imperfecta, pero con una cualidad de que la dotaba su autora, Nelly Fernández Tiscornia, de meterse en lo entrañable del dolor de muchísimas personas que pasaron por lo mismo. Tenía que ver con las partes que subsisten en todo argentino, las ganas de irse y mandar a la mierda este país, y la imposibilidad de hacerlo. Todo estaba expresado en estos cuatro personajes, con sus razones legítimas.
¿Y qué pasaba en las funciones fuera del país?
–Fue muy grande la emoción al hacerla en el teatro Martí de Madrid. Porque no sólo estábamos dando cuenta del nivel del teatro argentino, sino de uno de los momentos más dolorosos de nuestro país para el público de otro continente. La conciencia de que no éramos sólo actores, sino también ciudadanos que estábamos dando testimonio. Hubo que sujetarnos. Me acuerdo de Brandoni diciendo en el escenario: “Atención, atención, tranquilos, tranquilos”. Porque dejaba de ser artístico el trabajo y se transformaba en una catarsis. La cantidad de gente con que nos topamos que nos decía: “Yo vi la obra en España y me volví”.
Patricio Contreras cuenta que la primera vez que leyó a Parra fue a los dieciséis, cuando empezó a asistir a un taller literario, o tal vez al revés: asistió al taller porque lo había leído a Parra. Fue, en todo caso, una entrada a la poesía muy gozosa, antiescolar, antisolemne, tal cual era Nicanor Parra. “Lo que más me atrajo fue la irreverencia, que cualquiera pueda ser poeta. No hace falta ser culto, sino ser auténtico.” Un poeta que llamaba a lo que escribía antipoesía, pero no por no discutir al género, sino porque se trataba de adelantarse unos metros. Ese “anti” quiere decir “antes”: ir un poco más rápido que la escritura engolada y morosa que se practicaba cuando Parra empezó a escribir. Por eso quería acercarse con sus versos al habla cotidiana, a los chistes callejeros, los grafitis, los retruécanos populares.
Todo esto, claro, fascinó a Contreras: “En algún momento todos los chilenos nos creemos poetas, después se va viendo en el camino que no todos lo somos. Pero creo que hay una situación geográfica y un carácter dramático, entre un océano tan tremendo como el Pacífico y la cordillera de los Andes. Nos debatimos como en una cornisa, al borde de lo trágico. Entre esas dos fuerzas aparece un carácter en el que hay dosis de fatalismo pero también de humor para enfrentar la muerte, que nos envía como mensaje ese paisaje tan tremendo”.
El primer libro que leyó a conciencia “y que lo tengo acá en una mesita del living”, fue Obra Gruesa, en el ’71. “Y de ahí salen casi todos los poemas del espectáculo, que los elegí en diálogo con Alejandro Tantanian. Volví a releerlo, a ver lo que me parecía, qué no entendía, a reírme con sus ocurrencias, su sarcasmo, sus paradojas, y todo el arsenal que usa Nicanor para escribir su poesía. Me gusta eso que toma de Quevedo, un autor particularmente apreciado por Nicanor y del que se ve un rastro en ese humor tan particular.”
¿Qué creés que acerca a Nicanor Parra al teatro?
–Sus hablantes son múltiples, no es siempre Parra el que se alegra o se queja en sus poemas, sino personas distintas que son caracterizadas por un lenguaje particular, va delineando personalidades, tipos diferentes de uso del habla: el autoritarismo, la socarronería, la desconfianza, el carácter rural de gran parte de nuestro lenguaje. Es lo mismo que hacía su hermana, la Violeta Parra, con el canto a lo humano y lo divino, recorriendo los pueblos, rescatando músicas. En Chile había una tradición de cantantes ciegos, que pedían una moneda con una latita. Lo que ellos cantaban era la tradición oral. Eso fue lo que hizo Violeta en todo Chile, componiendo y nutriéndose de las tradiciones. Nicanor hizo lo mismo con la lengua.
¿Sentís que te acercás a Chile con este espectáculo?
–Siempre creí que el lenguaje determina la historia de una comunidad. Es por eso que yo me he aferrado tanto a este libro que tengo conmigo, como la forma más esencial de mantenerme vinculado al lugar donde nací. La desconfianza, el humor, la violencia, todo lo que caracteriza al pueblo chileno, aparece en Parra. Es el gran chamán de nuestra tribu. Porque tiene esa idea con la que me identifico plenamente de que el poeta no es un alquimista que transforma las cosas en oro. Es un hombre como todos, es un albañil que construye sus muros, un constructor de puertas y ventanas.
Patricio Contreras canta a Nicanor Parra, los viernes a las 20 en el Centro Cultural de la Cooperación, Corrientes 1543.
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