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Domingo, 15 de agosto de 2004

HISTORIETA

Minimax

Alguna vez se llamó Juan Pablo González. No había cumplido 16 años cuando ganó el premio al mejor dibujante en un concurso organizado por la mítica revista Fierro. Ahora todos lo conocen como Max Cachimba. Ya no es un niño prodigio, pero su nuevo libro –Humor Idiota– prueba que es uno de los artistas más inspirados del comic local.

 Por Martín Pérez

Con Humor Idiota, Max Cachimba ha vuelto a dar señales de vida artística. Anunciado como una compilación de las tiras que este dibujante esquivo realizó para el efímero diario Perfil, el pequeño volumen no sólo tiene tiras sino también viñetas a toda página, como la del pollo rostizado pero malabarista que ilustra esta nota. “Fue una idea de edición”, explica Max, que ha bajado fugazmente de su Rosario natal y ahora está sentado frente a un café en un bar porteño. Los editores de Humor Idiota son los responsables de una editorial independiente, Pequeño Editor, que publica bellas colecciones de libros de formato breve, en general dedicados a los niños. Con el libro de Max Cachimba parecen haber hecho una excepción. “No sé si estoy muy contento con algunas de las decisiones de edición”, se ataja el humorista. Lamenta dos cosas: que no hayan entrado en el libro todas las tiras que hizo para Perfil y esos títulos que acompañan a algunas de las tiras, que él asegura no haber escrito, pero que ostentan su letra. “Igual lo hicieron con la mejor intención del mundo”, los disculpa. No parece dispuesto a alterar su impasibilidad por nada del mundo. Con esa sonrisa que viene siempre acompañada de un silencio, Max Cachimba, de golpe, se me aparece como un hobbit dispuesto a hacer lo correcto con el tiempo que se le ha dado. Max irrumpió en la escena de la historieta local de la mejor manera posible: con su nombre real, Juan Pablo González (que era el que usaba para firmar en sus comienzos), se presentó y ganó un concurso organizado por la revista Fierro, el último gran órgano local del género. No tenía dieciséis años cuando se llevó el premio al mejor dibujante con una adaptación de un relato de Jack Vance. “Siempre pensé que gané ese premio sólo gracias a un exceso de benevolencia del jurado”, dice ahora Cachimba. “Más allá del dibujo, creo que mis virtudes eran más bien narrativas. Y que lo que premiaron no fue tanto lo que vieron como el potencial.” El jurado de Fierro busca dos manos estaba integrado por Juan Sasturain y Juan Manuel Lima, los directores de Fierro, que siempre confesaron que al poner sobre la mesa todos los trabajos enviados no dudaron ni un segundo: los dibujos del futuro Max Cachimba se distinguían claramente entre todos los concursantes.
Cachimba fue el mejor dibujante, y el ganador en la categoría guión fue para Pablo De Santis, que recién estaba dando sus primeros pasos como narrador. Lo que Sasturain y Lima hicieron inmediatamente fue reunirlos en una dupla creativa. El trabajo que hicieron juntos tal vez pueda considerarse como el epílogo más apropiado para aquella última época de oro de la historieta argentina de fines de los ‘80. Compiladas en un volumen titulado Rompecabezas (Colihue, 1995), aquellas historias funcionan como una increíble carta de presentación en la historieta local de un dibujante condenado a desaparecer (como parece haberlo hecho la historieta argentina luego del cierre de Fierro). “De esa época creo que lo que más me gusta son algunos guiones de Pablo De Santis, pero no las cosas que hice yo. Porque primero estaba probando cosas para ver cómo me sentía más cómodo, y después me la pasé cambiando para entretenerme y ver qué podía desarrollar. Así que rescato sólo las cosas más discretas. Y si estoy orgulloso de algo, es de lo que no hice: no haber profesionalizado lo mío, no haber terminado haciendo superhéroes...”
Los padres de Max, estudiantes de artes visuales, parecen haber empujado sutilmente a su hijo hacia el dibujo. Max recuerda que creció en un hogar sin televisión. “Me divertía mucho más leyendo –dice–. Leer me daba ganas de hacer cosas.” Cuesta sacarle la confesión de que de chico dibujaba sus propias historietas. Fanático de Gilgamesh y Savarese, Cachimba se confiesa como un apasionado de la ciencia ficción y comenta que, apenas creció un poco más, quiso saber cómo era eso de hacer historietas en serio. Y así fue como encontró lo que él llama su “oficio”.”Porque eso es lo que soy: un dibujante de historietas. En las otras ramas del dibujo soy sólo un advenedizo”, dice.
Ahora no tiene revista donde publicar sus trabajos, pero Cachimba multiplica los frentes: humor, pintura, dibujo animado, incluso música... “Hago de todo, pero no hay nada que haga muy en serio”, apunta. Estuvo en Fierro hasta que cerró, cuando llegó al número 100 y prácticamente clausuró una época. Para Cachimba –y para toda una generación de dibujantes–, la falta de revistas a lo largo de los ‘90 fue casi una condena mortal. La historieta es un arte que necesita de un medio; cada época de oro tuvo su gran publicación, y la generación del ‘90 apenas si creó sus revistas under, desde la mini Maldita Garcha hasta la maxi Lápiz Japonés. Max estuvo en todas. Y por fin terminó encontrando un lugar para publicar una plancha mensual en Inrockuptibles. “Lo mío ya había decantado hacia la peripecia humorística. Hacía historias con una cierta comicidad. Y la intención era no desentonar con el tono cultural de la revista.”
Dibujando para el diario La Capital o poniéndose al servicio de Pablo Rodríguez Jáuregui para sus dibujos animados, Max Cachimba siempre supo cómo ocultarse en su Rosario. “Acabo de inaugurar una pequeña muestra en un bar titulada El Buen Proceder: son unos cuadros en acrílico sobre los que intervino una ilustradora llamada Flor Balestra”, comenta casi al pasar, recordando con un gesto que en todo lo que no sea historieta sigue considerándose un advenedizo. Y con la misma desenvoltura dice que formó un grupo de música con amigos en el que toca la guitarra. Se llama Ernesto y su Conjunto, y sus shows son más bien performances. “Lo que hacemos es un engendro”, advierte. Algo consternado, cuenta que algunas de sus presentaciones, vaya a saber cómo, fueron filmadas y terminaron presentadas en una función para niños en el Museo de Bellas Artes de Rosario. Lo surreal del asunto, según Max, es que a pesar de utilizar muñecos y juguetes, lo que ellos hacen no es para niños. “Hay un soldado zoófilo, imaginate”, explica.
Max Cachimba aparece siempre donde menos se lo espera, intempestivamente, un poco como esas culturas lejanas, extinguidas sin dejar rastros, de las que cada tanto, de golpe, excavados por arqueólogos o por azar, aparecen obras o restos fulgurantes. Así sucedió cuando apareció en Perfil. “Me llamaron para hacer humor, algo que nunca había hecho”, cuenta. “Me pareció todo un desafío, por eso acepté. El punto de partida fue hacer chistes sobre chistes, trabajar dentro del código. Tratar de hacer un nuevo chiste de náufragos, por ejemplo. Con el riesgo de que saliera algo estúpido o incomprensible. Pero estoy bastante orgulloso de lo que conseguí: empecé con cosas titubeantes, hasta que al final terminaron apareciendo los chistes que componen el volumen.”
Pero cuando empezabas a encontrarle la vuelta, el diario cerró.
–Fue al revés: a los tres meses creo que había agotado las posibilidades. Así que por suerte el diario cerró rápido.
Fanático de los Hermanos Marx, Cachimba dice haberse cambiado el nombre porque Juan Pablo González le parecía una firma demasiado seria. “No me llamo Fontanarrisa”, se queja. Confiesa que intentó dar clases de dibujo, pero abandonó inmediatamente: “Soy incapaz de transmitir la más mínima consigna”. Asegura que cuando tuvo que hacer humor en Perfil comenzó a leer a Gary Larson, un humorista norteamericano “que me da la sensación de que es capaz de hacer cualquier cosa”. Y casi al pasar cuenta que sacó en España un libro con sus historietas titulado Cuarto de pollo/Llueve y que ahora está preparando otro. Título provisorio: The Great Psicolabis. “Va a tener una adaptación de la Eneida y otra basada en textos de Edmundo Rivero”, precisa. No es casual que, cuando habla de su grupo de música, Cachimba diga que “la idea no es tocar bien sino salir a tocar y que sea un caos. Transmitir diversión con esa cacofonía”. Eso es lo que ha venido haciendo con la historieta desde que apareció en Fierro. “Es que la mía esuna intención elemental: tener un tema y encontrar una manera efectiva de registrarlo y contarlo. Y esa manera no necesariamente tiene que tener un valor formal. Por alguna razón siempre estoy buscando imágenes. Me interesa ese mundo de imágenes ancestrales que parecen inconexas, pero que vale la pena rescatar.”

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