Domingo, 5 de febrero de 2006 | Hoy
MúSICA > NEIL DIAMOND HACE UN DISCO INESPERADO
Misterio: ¿quién es realmente Neil Diamond? O mejor dicho: ¿qué es realmente? ¿Un músico kitsch detrás del injerto capilar y el jabot? ¿Un músico cool detrás de un gran personaje? ¿O un gran compositor detrás del músico cool detrás del personaje kitsch? Puede que el inesperado 12 Songs no dé respuestas definitivas, pero sí pistas contundentes: Neil Diamond es un chiflado convencido de estar elegido por Alguien para Algo. Y resulta que ese algo son 12 excelentes canciones sobre la fe, el amor, vivir la vida my way.
Por Rodrigo Fresán
Hace unos años se estrenó una película muy idiota con los todavía más idiotas Jason Biggs, Jack Black y Steve Zahn y la cada vez más talentosa y bella Amanda Peet titulada Saving Silverman. Un típico subproducto generado por el éxito de los Hermanos Farrelly de la que no tendría sentido alguno hablar si no fuera que –al igual que lo que sucedía con el uso de Jonathan Richman en Locos por Mary– allí aparecían las canciones de Neil Diamond y, finalmente, el mismísimo Neil Diamond en un cierre triunfal y live y, claro, idiota. Y acaso lo único que se recordará de ese montón de celuloide es que, lateralmente, allí latía algo que ya sabíamos: la imposibilidad de resolver un enigma apasionante. Y ese enigma es si Neil Diamond es cool o kitsch; si se ubica entre los grandes o es apenas un agrandado; si se trata de un sentimental o un sentimentaloide. Y acaso lo más importante de todo: si no estará un poquito chiflado.
12 Songs –disco en el que es reinventado y corregido y aumentado por el manosanta de las consolas Rick Rubin– no hace más que profundizar la gran incógnita.
BRILLA TU, DIAMOND LOCO
Porque a lo largo de varias décadas, Neil Diamond (nacido como Noah Kaminsky en Brooklyn ’41) ha dado muestras sobradas de ser un tipo raro a pesar de tratarse de un producto supuestamente mainstream. Alguien que comenzó como escritor de canciones para otros –entre los que se contaron Cliff Richards y “The Monkees” con su triunfal y tantas veces versionada “I’m a Believer”– en esa escuela/empresa que fue el célebre Brill Building para acabar haciendo realidad el sueño del nerd de escritores y triunfar como superestrella (oír el apoteósico Hot August Night de 1973). Todo esto sin privarse de brotes freak como el soundtrack de Jonathan Livingstone Seagull (Juan Salvador Gaviota, para nosotros); el patológico ego-trip fílmico junto a Laurence Olivier que fue The Jazz Singer; la arqueología autobiográfica en los muy buenos y recargados discos titulados Beautiful Noise (producido por Robbie “The Band” Robertson en 1976) o Three Chord Opera (2002) recordando sus comienzos de compositor a sueldo. Y no olvidar su último y bizarro hit de 1982: “Heartlight”, una sentida oda al pecho luminoso del E.T. de Steven Spielberg.
Una forma fácil de quitarse la dificultad de encima sería afirmar que Diamond es el equivalente musical a eso que en Hollywood y detrás de las cámaras se conoce como “un hábil artesano”. El tipo de director de cine que hoy te hace una de Bond y mañana una con guión de Neil Simon y mañana, quizá, si hay suerte, será redescubierto por los franceses. Pero no. Diamond es más que eso. Diamond es el autor de “Cherry Cherry”, de “Kentucky Woman”, de “Girl, You’ll Be a Woman Soon” (reinventada por Urge Overkill para que la baile Uma Thurman en Pulp Fiction), de “Holly Holly”, de “Love on the Rocks” y de tantos clásicos del karaoke borracho. Diamond es, claro, la voz de Diamond: un instrumento duro y brillante. Y Diamond es, también, el placer más o menos culposo de nombres...
RICK EN EL CIELO CON DIAMOND
...entre los que se cuentan el de Rick Rubin, productor famoso por retocar y enaltecer carreras como las de los Red Hot Chilli Peppers, Donovan, Mick Jagger, Tom Petty, Shakira o, por encima de todos, Johnny Cash, a quien reinventó para la serie American Recordings. Está claro que Diamond no paga al contado como Cash, pero aun así, lo que le hace Rubin –quien ya confesó sus ganas de trabajar con U2, quienes hoy por hoy necesitan de sus servicios y de su service como pocos– es ejemplar e inteligente, y lo hace sin traicionarlo o hacer trampa, puliendo los peores rasgos musicales del artista. Rasgos que son, también, los que mejor lo definen. Rubin –con invitados como Billy Preston o Brian Wilson (en un bonus-track) y parte de los Heartbreakers de Tom Petty– instrumenta con gusto pero no censura la pomposidad de “Create Me” (digna de unos de esos musicales de Brodway à la Rice & Webber; porque Diamond es uno de los pioneros del arte de actuar canciones); ni atenúa las ganas locas de Diamond en cuanto a que “Hell Yeah” sea entendida y consagrada como su propia “My Way”; o que en “Man of God” Diamond vuelva a insistir con eso de que él ha sido elegido por Alguien para Algo “aunque nunca haya aprendido a rezar”. Está todo bien, parece decirle Rubin. Y es que a Rubin siempre le gustó Diamond y así, en una reciente entrevista, apuntó: “Es uno de los grandes songwriters norteamericanos. Para mí –y mucha gente se ríe cada vez que digo esto, pero no me importa– él es el Bruce Springsteen antes de que existiera Bruce Springsteen. Neil hace la suya. Siempre siguió su propio camino. De algún modo es un personaje que no encaja en ninguna historia o moda. Es un outsider y un insider al mismo tiempo. No hay muchos como él”.
CENIZAS Y DIAMOND
Y Rick Rubin tiene razón en esto último. No hay muchos como Diamond porque parecerse a él –de algún modo lo mismo ocurre con otro raro de culto, el ibérico Raphael– sería caer en el ridículo. Diamond empieza y termina en sí mismo y –más allá de lo mersa y de lo cursi– 12 Songs y Rubin triunfan al revelarnos, por una vez, cuál es su muy particular genio. Eso que se siente en “Oh Mary”, o en la digna de Leonard Cohen “What’s It Gonna Be”, o en la muy mex “Captain of a Shipwreck”, o en la amorosamente amenazante “I’m On to You”, o en ese standart instantáneo que es “Evermore”. En resumen: el trabajo de alguien que cree en su trabajo pero, por encima de eso, cree en sí mismo. Porque no olvidarlo nunca: Diamond es el tipo que –luego de grabar su parte en el concierto/despedida de The Band que se transformaría en el film/álbum The Last Waltz– salió sonriendo del escenario y a un Bob Dylan que esperaba entre bambalinas, le lanzó un “A ver cómo superás eso”. Y los dylanitas aseguran que Bob tembló y que fue entonces cuando decidió grabar el muy nealdiamondesco Street Legal. Quién sabe. ¿Qué importa? Lo que sí vale es que ahí afuera hay un american psycho que saca este disco –que no llega a ser una resurrección en toda regla como la de Oh Mercy o Time Out of Mind– al que una crítica de The New Yorker definió, acertadamente, como “casi radical en su falta de ironía y su buena y clásica conducta”. Un tipo que, cualquier noche de éstas, en el centro de sus conciertos, entre una canción y otra, le ordena a su público que se abracen entre ellos y que se juren amor eterno aunque no se conozcan. Y que, cuando su propuesta es recibida con risitas nerviosas, comenta: “No entiendo de qué se ríen... El amor es algo muy serio”. Y lo dice sin reírse. Y después Neil Diamond sigue cantando. Y el misterio permanece.
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