Domingo, 16 de diciembre de 2007 | Hoy
NOTA DE TAPA
En los años ’70, la España franquista vivió una experiencia extraordinaria: el estallido del movimiento estudiantil contra la dictadura, la lucha obrera, las comunas, el hippismo y el arte conceptual, el surgimiento de teatros, editoriales y librerías independientes, el despertar de una contracultura en Barcelona y el resurgimiento de Madrid. Con todo ello, el movimiento libertario vivió su apogeo entre 1976 y 1978, y sus efectos se desperdigaron por toda España, hasta dar forma a eso que en los ’80 se conoció como La Movida. José Ribas fue testigo privilegiado de esa época y fundador en 1974 de Ajoblanco, una revista independiente que llegó a vender 100 mil ejemplares y se convirtió en abanderada de valores como la ecología, el humanismo, la sexualidad libre y el pensamiento libertario. Ahora, treinta años después, publica Los 70 a destajo, un libro en el que enhebra memorias personales con reflexiones colectivas para tejer un tapiz de aquellos años que liberaron a España.
Por Miguel Rep
–Yo dejé Barcelona y me fui a Madrid cuando no quise convertir Ajoblanco en una gran empresa que hiciera productos y tratara a los lectores como consumidores. En aquel momento vendíamos más que El País y sabía cómo hacerlo. Queríamos montar una editorial de libros, teníamos a varios de los nuevos autores, íbamos a montar una revista de viajes, pionera. Toni Puig preparaba una revista de revolución pedagógica; yo acababa de lanzar La Bañera, de nueva literatura, y Alfalfa de ecología, estábamos en una situación inmejorable. Pero yo no quería transformar un colectivo libertario en una gran empresa de comunicación que tuviera que hacer estudios de mercado para manipular a los lectores. Los lectores eran lo mejor y los que habían escrito sus inquietudes en la revista. Esa fue la clave de Ajoblanco.
–Me salieron todo tipo de enfermedades. Primero tuve una varicela y luego una hepatitis cuando yo nunca había estado enfermo. En Madrid me encontré con el origen de la movida que no se llamaba “movida” sino “nueva ola”.
–La llegué a vivir como una obra de teatro o un carnaval, me divertía aquella expectación, pero fui espectador... aunque estuviera en el centro pues viví junto a Cecilia Roth, Gorka de Duo, Marta Oliveras, Quico Rivas, Vico Fernández-Cuesta. Pero no me impliqué.
–Me convertí en mirón y sólo participaba a través de una psicoanalista argentina exiliada que trataba a jóvenes aristócratas que se drogaban y vivían en el opuesto a la educación recibida. Aquello era un totus revolutum muy abierto, pero las conversaciones que mantuve con ella fueron como si estuviéramos haciendo el psicoanálisis a la movida.
–Sí, mantuve una relación muy intensa con mi amiga argentina. Con otra amiga común, Marisa Arés, monté una editorial de la movida, se llamaba Puntual, y publicó el libro de Miguel Bosé, novelas de Nuria Amat y Lourdes Ortiz, que era mujer de Fernando Savater, de quien yo era buen amigo. Una tarde la pasaba con él charlando, otra en el estudio de fotografía de Pablo Pérez Mínguez, donde se hacían las tapas de los discos y donde Almodóvar se vestía de mujer. Luego ibas al piso de Las Costus, un par de pintores kitch, que era como un club de locas y locos en que Alaska y los Pegamoides eran los reyes absolutos de aquel supermercado de colores. Cuando la libertad se convirtió en una epidemia, se abrieron locales como Las Carolinas, un club duro en que tocaron por vez primera Santiago Auserón y Radio Futura. El Sol, un lugar mítico en el que veías a Paco Umbral charlar con Alaska o Rockola y la nueva ola se convirtió en moda y movida.
–No, ni tampoco anarquistas, ellos eran prepunk-punkpospunk, pero todos teñidos de terciopelo de colores. La movida fue el grito de libertad de una ciudad que había estado oprimidísima y con unos tremendos celos de lo que había pasado en Barcelona en los ’70. Madrid reventó de golpe contra la represión causada por los grupos de extrema derecha callejera y contra la concentración del poder político franquista que duró hasta el ’79. Cuando llegué en septiembre del ’79, una tarde estaba con un grupo de argentinos en el café Comercial. Entraron los guerrilleros del Cristo Rey con cadenas y a un argentino le abrieron la cabeza porque se suponía que todos los argentinos eran exiliados y estaban contra los militares.
–Y le abrieron la cabeza a un médico... yo viví mucho en Madrid la movida con argentinos..., pero con profesionales que habían huido del golpe...
–Sí, pero les gustaba y decían: “Bueno, España por fin se libera del catolicismo”, pero era todo como un carnaval que duró como tres años, fue muy interesante hasta que se masificó y fue utilizado por los socialistas. Pero el origen fue fascinante porque había conocido a toda esta gente en los ’70 desde Barcelona yendo a Madrid.
–También había habido en Madrid un movimiento anterior aglutinado en el Ateneo Politécnico que la policía franquista cerró cuando empezaba a dar buenos frutos. Fue un centro de agitación muy importante. Así que cuando fui a Madrid a Almodóvar ya lo conocía... había mucho intercambio.
–La libertad y el disparate.
–En Barcelona había creencia, y compromiso. Aunque finalmente ganó el humor y todo el país se convirtió en una inmensa movida en la década de los ’80. Fueron dos tiros certeros para cambiar España de arriba abajo. Supuso una revolución de las costumbres y de la vida cotidiana sin precedentes que América latina no tuvo. El machismo en España es una cosa que se bajó de golpe, y hubo mucha bisexualidad, tanto en la movida como en Barcelona... La gente perdió los papeles, fue una época muy libre, veías a los europeos alucinados.
–Sí, pero en Madrid la gente que tomaba heroína no se pinchaba, la snifeaban. En cambio, en Barcelona los jovencitos que cayeron a final de los ’70 se pincharon de entrada, estaba todo más provocado por la policía para acabar con la alternativa de los ateneos libertarios.
–Soy muy inquieto, muy activo y bastante coherente, no he cambiado mucho mi manera de pensar. El viaje iniciático que hice a Grecia con mis compañeros de un grupo poético de la universidad cambió mi vida; éramos cinco personas con una extracción económica, ideológica y familiar diferente. Yo venía de una familia burguesa conservadora y muy culta. Mi padre era una persona compleja y muy poco autoritario en su actitud y su educación... él te dejaba hacer... “solamente aprenderás haciendo”. Lo que sí me aconsejaba era la no violencia. Probablemente porque en España, en las décadas del ’10, ’20 y ’30, hubo mucha violencia... Además, a su padre lo mató una bala perdida de un anarquista en la estación de tren cuando él tenía 6 años y era el mayor de cinco hermanos, o sea que lo marcó. Pero yo, básicamente, en ese viaje iniciático, a una inquietud social que siempre tuve se le une ya una inquietud cultural y clara de ser escritor. Yo recuerdo que estaba leyendo La Odisea, y ya había leído bastante... en esa época encontrabas los libros cuando los encontrabas. Además recuerdo que leí mucho surrealismo, Dadá, Lowry y sobre todo a la Beat Generation, y es curioso porque los leía a través de editoriales argentinas –como pasó con Capote– y me gustaba mucho Artaud por la unión de arte y vida, ¿no? Yo buscaba unir la creatividad a la vida, no a los libros ni a las teorías y, de alguna manera, en ese viaje iniciático, leyendo La Odisea en un barco, yendo a la isla de Delos, Mikonos, vi un grupo de delfines saltando y... no sé...
–Pues... Convertí un delfín en sirena y me dije a mí mismo, como si me lo dijera la sirena: “Primero vivir y luego escribir”. Y es lo que he hecho: primero he vivido –también he leído mucho– y yo creo que finalmente los ecos de todos los escritores que leíste quedan en ti, te van impregnando y desarrollando el lenguaje y te fijan imágenes.
–Ah, bueno..., el poder es algo que nunca me ha interesado, dominar a unos u otros, yo creo que tienen mucho más riqueza la diversidad, la pluralidad... no creo en banderas, en himnos ni en Estados porque te obligan a ser y pensar de determinada manera.
–Bueno, España es un conjunto de pueblos del Mediterráneo. Creo que el mercado, antiguamente el ágora, era el lugar de encuentro donde se juntaban distintos pueblos, varias lenguas, varias culturas e intercambiaban. Entonces por suerte, España es muy plural... pasa lo mismo con los catalanes porque somos muy mezclados, pero más bien he salido afuera, he buscado gente diferente. Creo que en este momento en Cataluña hay una gran diversidad. Primero por la inmigración española que vino a Cataluña y, segundo, toda la inmigración que es lo que la salva porque la hace cosmopolita, abierta y plural. Entonces no creo en ese nacionalismo cartón piedra que te dice el catalán es tacaño, cerrado, no me gustan los nacionalismos ni ser nacionalista y creo que ése es el gran problema de España porque reducen lo que antes era mezcla; yo creo que la sociedad va por un lado y lo institucional va por otro.
–Para mí hay mucha variedad... En Argentina llegó gente de todas partes, además están los indígenas... entonces a mí me parece muy rica esa variedad... después tenemos en común el idioma, para mí el castellano es un arma y es un arma que no tiene fronteras. Veo que hay muchas peculiaridades, pero yo creo que hay que mezclarlas.
–Bueno, porque son países más jóvenes y porque la gente es más abierta y porque están más acostumbrados a mezclarse. Ha llegado gente de Alemania, de Turquía, de Siria, de España, de Suecia, Italia, más los guaraníes, los mapuches... entonces claro, todo eso conforma una pluralidad.
–No... porque yo creo que en España en este momento lo que va mejor es Madrid; con su libre comercio es la comunidad que más se ha desarrollado junto a Valencia, y son no separatistas, a pesar de que hablan catalán. Yo creo que es al revés: el separatismo es la decadencia del pueblo, yo creo que tanto Cataluña como el País Vasco están en una situación de decadencia frente a otras comunidades.
–Bueno, yo separaría la ciudadanía de las instituciones. Yo creo que la ciudadanía en Cataluña es abierta, entonces no sigue las consignas del poder político.
–Creo que la democracia parlamentaria está muy gastada porque los políticos defienden más intereses de lo que la gente realmente quiere o necesita, ¿no?
–Kerouac estaba integrado en una nueva forma de vida, lo del boom no es una nueva forma de vida, es una nueva forma de escritura. Detrás de Kerouac y de todos los beats en realidad había una rebeldía: priorizaban la espontaneidad, la aventura, el viaje, la vida como un gran viaje en donde no podés institucionalizarte nunca en ningún punto, rechazaban el poder... entonces te influía más porque en realidad era más filosofía que literatura. También criticaban el consumismo... Ginsberg, Aullido sobre todo, es una diatriba total contra el consumismo, lo establecido.
–En aquel momento no, yo creo que en Latinoamérica hay ahora mucha diversidad, no hay solamente una corriente más experimental, o más literaria, o más de lenguaje, o más de nihilismo; frente a lo social se nota que hay en Latinoamérica muchísima variedad, ¿no?
–Yo creo que sí, fue una forma nueva de narrar, sobre todo del castellano, que estaba muy estancado... Por ejemplo, yo leí poca literatura española en relación con la literatura latinoamericana porque estaba muy estancada, costumbrista. Y buscaba otra cosa. La literatura española me interesa más ahora. Ahora puedo entender más a Baroja, a Inclán, que antes.
–Yo creo que han pasado muchas cosas gracias a la influencia de la literatura latinoamericana y también gracias al intercambio con la inglesa, italiana, la alemana, la norteamericana... Se ha producido un cambio, hay diversidad, es un poco lo que pasa acá: cada escritor es un mundo. Se ha renovado el lenguaje, los temas, hay desde novela social hasta experimental... Hay Vila-Matas, hay mucha diversidad. Además, en este momento ya no hay tanta nacionalidad. Es decir que te puede influir muchísimo alguien como Bolaño, que a mí me gusta mucho. Los detectives salvajes es una de las novelas que más me han marcado en los últimos años. Me interesa su mundo, su forma de narrar y además es una literatura viva, no es una literatura de libros. Hay mucha lectura atrás, mucho aprender el oficio, pero lo que te describe son desgarros, aventuras, amoríos, lugares, ambientes, entonces yo lo considero un escritor muy completo dentro de la literatura que me gusta a mí. Que es la literatura que voy a intentar hacer ahora que he decidido no más Ajoblanco, ni tanto activismo, aunque muchas veces no puedo parar con el activismo, pero ya es hora de elaborar mis libros. Por haber acumulados mis diarios, las cartas, los papeles, el archivo de Ajoblanco, tenía que escribir sobre esta época porque ha sido muy maltratada, muy manipulada por la gente que pasó la transición pero muy poco explicada por la gente que la vivió y protagonizó el cambio de costumbres en mi país, de hábitos y mentalidad, que acabó con el nacional-catolicismo. Así que yo me sentí un poco obligado a hacer eso. Yo viví los ’70 de una forma muy apasionada y en un lugar muy estratégico, pero ahora tengo ganas de hacer ficción.
–Tendría que volver a ese viaje iniciático... porque cuando recuperas tu sensibilidad... mis ideas son un poco denuncias. Yo soy libertario y mis temas siempre serán, bueno, el amor, el engaño, la amistad, la traición, la sexualidad. No me preocupa tanto la muerte, hay escritores que están muy ligados por la idea de la muerte. A mí la muerte me preocupa como la desaparición de seres queridos, pero la mía nada porque pienso que el día que desconecte estaré desconectado, ¿para qué voy a preocuparme de algo que no voy a sentir? Tal vez me preocupa más el envejecimiento, el deterioro o la putrefacción... me gusta mucho la literatura en momentos límites, situaciones extremas, es ahí donde se manifiestan con mayor intensidad las pasiones o las habilidades o las reacciones.
–O la ideología, claro... lo que llevás dentro del fondo... pero no sé qué voy a hacer... estoy en un momento muy peculiar, muy duro... en España nadie creía que yo pudiera acabar este trabajo y la primera sorpresa fue ver sobre la mesa las 600 páginas muy trabajadas. Ha sido una renuncia a lo que yo más quiero, que es vivir la vida porque he tenido que volcarme hacia adentro. Porque si bien se habla mucho de su aspecto político, social o de crónicas es un libro literario. Hay un trabajo literario muy fuerte porque yo tenía que hacer atractivo un momento, tenía que hacerlo como una novela de aventuras, salen muchos personajes de mí, de gente que está viva y que habla tal como entonces. El ejercicio para conseguir eso ha sido una locura pero lo he hecho. Ahora tendría que buscar cómo matar definitivamente ese trabajo que ya está hecho. Estoy trabajando en un libro que está bastante hecho y que se llama Amada América, que explica un poco qué me ha pasado en ese mundo, qué he encontrado ahí...
–Los he pasado en México, en Perú y en Bolivia...
–En completo dominio de mis estados.
–No, sólo acá, porque la naturaleza acá es brutal, las personas son muy distintas, y además las experiencias límite se vivieron con indígenas, en otras culturas. En Amazonia me dejaron entrar en una comunidad donde entran muy pocos blancos y tuve que comer cerebro de mono, y bueno, la repugnancia es muy intensa por la cultura que yo he dejado que me tomara porque para ellos era muy importante que lo comiera... un homenaje por algo que habíamos hecho: sacar una petrolera o algo que estaba jodiendo su espacio, ¿no? Y entonces fue curioso porque vencí esa repugnancia.
–No era cortesía, era que yo había ido allá y esta gente me daba lo mejor que tenía, entonces yo tenía que agradecer; no podía mentirme porque no les podía mentir, porque además ellos son muy sensibles y hubieran sabido que yo estaba mintiendo; hubo un reto conmigo mismo muy fuerte y lo vencí. Y luego también bajando en Bolivia de los Andes en una avioneta con un vendaval terrible... Aquello fue... quizás me salió una valentía tremenda: el jesuita o ex jesuita que era un teólogo de la liberación que se había pasado a teología indigenista estaba muerto de miedo y a mí me salió una enorme fuerza de que no iba a pasar nada y le cogí de la mano y estuve inalterable porque... en un momento nos despeñamos porque estábamos entre rocas y además dando vueltas...
–No, no tenía miedo.
–Claro.
–Yo creo que en los momentos de gran indignación. Cuando yo estaba en Londres, fue en el ’85, estaba la Thatcher y para mí fue volver al franquismo: me encontré con una fascista que se estaba cargando a los mineros, la huelga de los mineros. Fue cuando la BBC hacía algunos reportajes de dos horas sin anuncios sobre el sida, con lo cual estuve un año sin tocar a nadie, muerto de miedo, pensé que tenía sida... es la histeria inglesa que te la contagian... es terrible cómo los anglosajones manipulan a su población a través del miedo, la histeria y la paranoia. Y a mí me marcó, yo tuve que volver a España con una auténtica obsesión de pánico...
–No, yo creo que ahí, al ver ese horror de mundo capitalista, sórdido, gris, la Thatcher se cargó todas las subvenciones a la cultura joven. Yo fui a vivir a una comuna a través de un músico que era el hijo del alcalde comunista de Badalona, un pueblo industrial al lado de Barcelona. Allí había ingleses y un paquistaní que tocaban y no sé qué, estaban todos medios subvencionados por pequeñas becas y pequeñas historias, y todo aquello se fue al suelo, tuvieron que volver todos porque se acabó la Academia, la cerraron porque estaba subvencionada... todo se caía. Y fue realmente una situación muy angustiosa. Acababa de publicar una novela –-El rostro perdido–, que además no estaba del todo acabada, una semana después de que se muriera mi madre y un año después de que se muriera mi padre.
–Mis padres eras muy abiertos. No eran timoratos. Ellos creían que tenías que construir tu religión, tu moral, tus valores, pero sin dar lecciones a nadie.
–Yo creo que sí, mi papá era un personaje muy ético.
–Mi mamá era más imaginativa, le gustaban el arte, el teatro, el cine, tocaba el piano, los dos tenían mucha vida interior. Probablemente yo por eso no me he casado, porque ella era tan perfecta y tan absoluta, y mis hermanas son muy mayores, así que yo viví con ellos una historia muy diferente de la que vivieron mis hermanos. Luego me fui, pero viví siempre muy de cerca su historia de amor; además les gustaba ir solos los dos. No eran muy de cosa social, que sí podían hacerlo pero se divertían más sin los otros... Y mi padre me llevó a la montaña de pequeño y en la montaña me enseñó muchas cosas. Porque, por ejemplo, cuando yo tenía 9 años, me dejó una semana viviendo en una cabaña pequeña con pastores que, para colmo, eran republicanos y vivían en medio de la frontera, entre la legalidad y la ilegalidad.
–’58, ’59 o ’60...
–Por las historias que me contaban, algunas de las cuales recuerdo vagamente... historias de bandoleros catalanes del ’17, ’16, cuando los bandoleros eran catalanes que luchaban contra el rey, pero no tanto por nacionalismo sino por ir en contra del poder imperial.
–Mi papá tenía mucho sentido del humor, era muy divertido. Quizás yo lo he perdido... lo que pasa es que toda la lucha del Ajo, sobre todo el segundo Ajo, que ha sido una lucha muy fuerte con la publicidad, la distribuidora... Esa doble vida de, por un lado, hacer de editor y, por otro lado, hacer de redactor, me ha creado cierta amargura. Ajoblanco me ha absorbido mucho tiempo y mucha energía, se ha llevado noches de parranda porque tenía que estar muy despejado para resolver ciertos asuntos.
–No, porque para mí la religión siempre fue algo más místico que doctrina. Yo creo que la religión vivida como experiencia mística, soñar con imágenes, vivida de una forma casi metafísica, te va muy bien para la creatividad literaria o para la creatividad social o política.
–Sí, claro, el misterio, ¿no? De todas formas, con lo del Ajoblanco y el libro, creo que he buscado demasiado explicarlo todo... y cerrado un poco las puertas del misterio. Por eso me interesaría hacer otro viaje iniciático como el que hice. Lo que pasa es que es muy difícil el viaje porque el turismo ha desbaratado todo.
–El misterio, ¿no? Es difícil viajar; podés transportarte de un lugar a otro y visitar, pero lo que es viajar... Me gustan mucho los trenes, en los trenes recupero eso. La primera vez que vine a Buenos Aires, María Moreno me habló de Plaza Miserere y del Once, me fui al Once y me subí a un tren para ir a Paraguay. Casi no me di cuenta: no tomé la decisión, el tren me tomó a mí. Siempre tuve una fascinación con los trenes, quizás porque de pequeño me iba después del colegio, en tren, a un pueblo por los Pirineos; era mi libertad, mi paraíso, hacíamos teatro con amigos, éramos felices. De ahí asocio al tren con libertad y felicidad.
–Yo creo que sí, aunque la libertad también puede ser infelicidad, pero ser feliz y libertad me parece que da felicidad. Creo que con libertad podés ser feliz, pero sin libertad no podés.
–Hombre, la sexualidad. Cuando yo era muy joven tenía todo estructurado: una carrera, la novia, una familia parecida a la mía; estaba todo pautado... y luego de pasar una serie de situaciones me hice bisexual, entonces me di cuenta de que para poder salir de ese mundo, en aquel entonces tenías la posibilidad de meterte en casa de otro, que además te abría las puertas, porque en España lo que más buscaba la gente, más que la sexualidad, era la comunicación y abrir puertas. Y yo descubrí que a través de la homosexualidad te abrías unas puertas impresionantes.
–En aquélla...
–Era todo la culpa, el miedo, el temblar. Es que no se buscaba tanto la sexualidad como sí la aventura de ir a parar a un barrio obrero, un pequeño apartamento de un obrero que te contaba toda su historia, tú le contabas la tuya y era un choque de...
–De culturas... y era la única manera porque era clandestino...
–No, era una cosa apasionante, yo llevé ese secreto durante cinco años más o menos, y no buscaba el morbo, era encontrarte en una situación extrema. Y eso me ayudó muchísimo en Ajoblanco porque además tuve suerte o intuición y entonces algunos de estos obreros que luego despidieron, que eran líderes sindicales, luego montaron librerías, distribuidoras; también era una manera de rebeldía, de reventar el huevo, lo cual me ayudó mucho en un momento y luego me desayudó en otros, porque el huevo se volvió un tema muy conflictivo, pero el arranque fue brutal y me ayudó mucho a desclasarme.
–Más que los libros porque es real, no es teoría, vos lo viviste, lo estás experimentando. Hubo mucho de esto en el ambiente underground; se torteaba mucho, pero lo mío fue más buscar la esencia... ¿Qué es esto? No me lo planteé, ni lo planeé, ni tuve la inclinación. Ocurrió. Lo que pasa es que el hábito crea la inclinación también...
–Una forma, sí. La salida del franquismo provocó situaciones delirantes. Tal vez por eso los ‘70 fueron tan ricos, porque la gente reventó, el país reventó y la gente cambió... Todo el cambio de España fue en cinco años.
José “Pepe” Ribas ha escrito el libro Los ’70 a destajo desde el futuro de aquella década. Y nosotros lo leemos ahora, en el futuro. Pepe Ribas tenía 23 años cuando, junto a Toni Puig, editó en su Barcelona natal el primer número de Ajoblanco.
Esta revista fue la vocera de una juventud libertaria y contracultural. Cuando apareció el número uno, Franco aún vivía. Gracias a Dios, o a Durruti, o a quién sea, la publicación lo sobrevivió largos años. Tuvo tres etapas. La primera, del ’74 al ’80, la segunda, del ’87 al 2000, y hubo una tercera apuesta en el 2004, de vida muy corta: dos números.
Celebramos la aparición de este libro en nuestro país, un país que nunca, nunca, tuvo una experiencia ni remotamente parecida a la de Ajoblanco.
En 1974 en España había una dictadura, aquí una democracia frágil con un líder anciano repatriado. En el ’75 allá las cosas empezaron a cambiar. Se vislumbraba una lucecita, mientras aquí oscurecía para acabar en el apagón general del ’76. Allá se luchaba por la libertad, aquí, ningún resquicio. Allá estaban el Ajoblanco y Star, aquí agonizaban Satiricón y Crisis, y con dificultades respiraba El Expreso Imaginario. Ningún punto de contacto. Mientras en Madrid aparecía El País, en Buenos Aires fenecía La Opinión. Nuestro país expulsaba a una generación de compatriotas, muchos hacia España, quienes engrosarían las filas de lectores del libertario Ajoblanco, seguramente sin salir del todo del destino presidiario que les había tatuado la Argentina.
Yo nunca fui, ni por edad ni posibilidades, de Ajoblanco. De aquella década en la península cayeron, sí, ejemplares de Star, su prima underground, con páginas llenas de comics pletóricos de punkismo y no future. Sospecho que Ajoblanco le ganó una pulseada: hubo futuro. No el ideal de los libertarios, los tolerantes y los solidarios, pero el nihilismo desesperado no triunfó.
Tampoco cumplió su sueño el Ajo: el Pacto de la Moncloa, la muerte de Lennon, la CIA, el PSOE, las drogas duras, los yuppies y el sida fueron realidades que dinamitaron aquella comunidad que se utopizaba desde la revista. El autoritarismo mutó en otra cosa y a los ateneos libertarios les pegaron encima un afiche de American Express.
El Ajoblanco de los ’80 sí fue muy leída en Buenos Aires y ejerció fuertes influencias en capillas intelectuales formadoras de opinión. Pero no es ésta la etapa que nos ocupa. El libro Los 70 a destajo es brillante narrándonos la transición española vista desde aquel bando bonito y nos cuenta también los micro y los macromundos de la derrota.
Pepe Ribas lo escribe desde una distancia llena de afecto (¡siempre hay afecto en su pedido de revolución!) y compromiso. Lo hace con todos los nombres de los implicados sobre la mesa, exponiendo su propio cuerpo, sus vaivenes y sus dudas. De aquel incendio que provocaron, aquí se ven los destellos. Este libro no es para nada un museo.
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