Domingo, 24 de febrero de 2008 | Hoy
NOTA DE TAPA
No le gusta mucho hablar de su trabajo. Quizá porque sus fotografías son tan expresivas y cercanas que no necesitan el agregado de palabras; porque son capaces de narrar sus historias sin ayuda, solas, acabadas. Pero ahora, poco antes de su gran muestra retrospectiva de ciento sesenta imágenes llamada Lo que se ve 1979-2007, quiso abrirse para una charla que es historia, balance y reflexión. Y en las palabras aparece su padre detenido en Caseros, la desaparición de su esposo Willy que de alguna manera la llevó a la fotografía, su necesidad de retratar vínculos, ausencias y amores, sus artistas favoritos, sus búsquedas. En primera persona, entonces, Adriana Lestido habla sobre sus fotos y sobre sí misma.
Texto y entrevista de Angela Pradelli y Guillermo Saccomanno
Adriana Lestido completa treinta años de trabajo al inaugurar el 11 de marzo en el Recoleta una gran retrospectiva: Lo que se ve, título que la fotógrafa toma de Sara Gallardo, una de sus escritoras preferidas. Para Lestido, el verdadero creador es aquel que cumple con el borramiento del yo en la propia obra. Importan los climas, los personajes, sus visiones. No la autoría. La suya es una obra narrativa imprescindible para comprender no sólo a las víctimas de la injusticia sino también las relaciones no siempre visibles entre lo íntimo y lo social. En opinión de John Berger, las fotos de Lestido, además de estar atravesadas por la separación, están tan llenas de narrativa y son tan íntimas que cualquier palabra sería innecesaria y, según sus propias palabras, “una tercera voz sería obscena”. Tan intuitiva como callada, Lestido no suele hablar mucho de su obra. Sin narcisismo, sin vanidad, el dolor es la materia con la que trabaja. Pero no el propio –o al menos, no sólo el dolor propio, tan de moda en estos tiempos de exhibicionismo– sino el de los otros. No obstante su reticencia a hablar de sí, durante toda una mañana de febrero, en su departamento de San Telmo, la entrevistamos y acá traducimos –como historia de vida– lo que nos contó, una alquimia cruda y delicada a la vez entre experiencia y creación, una auténtica ars poética que vale como introducción a su trabajo. Pero también como declaración de principios de una artista mayor.
1. Nací en Mataderos, en el ’55. Mi familia vivía en Avenida del Trabajo, entre Oliden y Larrazábal. En la casa había una cámara. Era de mi viejo. Chiquita, con fuelle. Pero no teníamos plata para sacar fotos. A mí me llamaba mucho la atención esa camarita y siempre la miraba. Yo estaba casi todo el tiempo con una amiga y su familia. Y su padre nos sacaba fotos. Como aficionado, claro. Por un lado ellos eran los dueños de la casa que alquilábamos, pero además fueron mi segunda familia. Porque cuando yo tenía seis años mi viejo cayó en cana por estafa. Esa familia salía los domingos y yo me colaba. A veces pienso que las fotos que hice de presas tal vez vengan de esa situación de mi infancia: la ausencia del hombre.
Mientras él estuvo preso fui muchas veces a Caseros a visitarlo. Cuando trabajaba en Mujeres presas, fui durante un año a la cárcel de mujeres de Los Hornos, y el año pasado estuve en la de Ezeiza haciendo un taller; sin embargo, desde aquellas visitas a mi padre, no había vuelto jamás a pisar una cárcel de hombres, hasta que hace poco me propusieron ir a mostrar durante dos días seguidos Madres e hijas a la cárcel de hombres de Ezeiza. Fui con proyector y pantalla, a sangre. Al entrar, pensé en mi viejo. Si él viviera, pensé. Entonces me cayó la ficha de lo joven que era. Tenía 31 años en ese momento. Yo veía a los presos de atrás, sus cuerpos estaban tensos. Pero a medida que avanzaban las fotos, se iban aflojando. Cuando terminé de pasar la serie, se levantó uno, un pesado, y me dijo: “Mire, la verdad es que la tengo que felicitar”. Y enseguida todos empezaron a aplaudir emocionadísimos. Entre las fotos que incluyo en esta muestra hay una de un cielo que parece estar incendiándose. Es del día del entierro de mi viejo. Así estaba el cielo aquel atardecer que volvíamos de enterrarlo.
2. Con Willy nos conocimos en el ’73, durante el ingreso a la facultad. Estudiábamos en Ingeniería. La militancia era su vida. Estábamos en Vanguardia Comunista. El leía a Marx, Lenin, Mao. Yo leía eso por obligación pero me embolaba. Me gustaban Simone de Beauvoir, Sartre, Cortázar y escuchaba Los Beatles, Pink Floyd y Willy me criticaba este lado, según él, pequeñoburgués. Willy se había proletarizado, laburaba en una fábrica. Yo había laburado antes con mi viejo, había sido vendedora de especias surtidas en almacenes, pero la onda de la proletarización no me la banqué: no aguanté más de un día en una fábrica textil. Después me puse a estudiar enfermería. Y laburé en un hospital. También desgrabé teóricos de Psicología. Lo hacía junto con Celeste Carballo y Martha Ferro, la periodista de policiales, protagonista del documental Tinta roja. Después de un tiempo nos pusimos de acuerdo y trabajaba una por vez dividiendo la guita entre todas. En el ’78, por seguridad, Willy se fue a vivir a la casa de un pibe compañero. Cuando lo fueron a buscar al pibe, cayó Willy también. Ninguno de los dos apareció. Los trasladaron juntos y los deben de haber matado también juntos. En ese momento él tenía 29 y yo, 23. Traté de reconstruir esos momentos. Había gente que había estado secuestrada con él y que había podido zafar. Yo quería reconstruir para recuperar algo, por mínimo que fuera. Que me dijeran con qué ropa lo habían visto, esas cosas. Un día, leí en Página/12 la noticia que denunciaba a Suárez Mason por el festejo de su cumpleaños en Argentinos Juniors. En la nota figuraba el testimonio de un sobreviviente de El Vesubio, que dependía de Mason. El tipo conocía a Willy y me contó que cuando llega a El Vesubio se reconocen y que Willy, torturado, hecho mierda, le pregunta cómo iba Argentinos Juniors. Este sobreviviente me dijo que a él le parecía que los habían matado en vuelos, porque los sacaban de a once, todos vestidos de marrón y se los llevaban. En la muestra incluyo la foto de nuestro casamiento. Es la foto que, cortada por la mitad, con él solo, se usa para los recordatorios de su desaparición. A él le dedico esta retrospectiva. Porque empecé a hacer fotos el año en que Willy desapareció.
3. Una de las primeras fotos que saqué fue con una Kodak Fiesta, en un viaje a Bariloche que hicimos con el colegio. Era mala, malísima. Hicimos un concurso de la peor foto. Y la mía salió segunda, pero merecía haber ganado. La primera foto en serio que saqué, creo, fue una de mi vieja. Con una Voightlander. Pero hay una foto de Dorothea Lange que yo considero fundante para mi trabajo: es ésa de una mujer con sus hijos en la época de la Depresión. Fue verla y decidir que iba a ser fotógrafa. Y hasta quizá venga de ahí esta foto que tomé en una manifestación en la plaza de Avellaneda, en la que la madre con el pañuelo blanco grita con su nena en brazos. La saqué durante la dictadura. Era el año ’82, hacía una semana que había empezado a trabajar en La Voz. En esa época se hacían las primeras protestas vecinales. En el diario cada fotógrafo cubría de todo. Yo era nueva pero aun así me mandaron a cubrir una protesta en Lanús en la que se sabía que iban a reprimir. En el momento de choque entre los manifestantes y la cana quedé en el medio. Estaba con el equipo, tenía poca experiencia y llevaba las lentes colgando. Me robaron el tele y el gran angular. El diario armó un quilombo. Y al otro día recuperé todo en una comisaría.
Para mí ésta es una foto que marcó mis trabajos. Todo lo que saqué después vino de ésta de la madre con la nena. La mujer no está gritando por su hijo, está gritando por su hombre desaparecido. Y la nena, por el padre. Quise contactar con esta mujer hará cosa de 10 años o un poco más pero no pude. Aparentemente participó en esos meses y después se desvinculó de Madres. Quizás ahora se dé el encuentro.
4. Amo la literatura y el cine. Creo que son los dos medios que están más cerca de la fotografía. Escribo mucho también, pero sin pretensión de nada. Son apuntes que tienen que ver con lo que me pasa, con lo que pienso. Cuadernos de trabajo. Escribir es lo que más hago. Tengo pilas de cuadernos. No paso una semana sin escribir. Narrativa, tipo diario. Si estoy cargada, escribir me ayuda a ver. La escritura me mantiene en eje. Es mi autoanálisis. Escribo para ver, para comprender lo que me está pasando. Pero llegado el momento, siento que la foto tiene vida propia y necesito que salga. La escritura, por ahora, pertenece a un repertorio de lo íntimo. Admiro la literatura norteamericana, Scott Fitzgerald, Faulkner. Y Carver, especialmente, por la manera de contar captando un instante y a la vez por su simpleza. Pero no se trata sólo de captar la fugacidad sino también de lo que se hace con eso. En fotografía creo que la imagen es sólo una parte muy pequeña. Después hay que ver cómo se acompaña esa imagen aislada, con qué otras imágenes se asocia.
5. Primero di clases en la Escuela de Avellaneda y en el ’95 empecé con los talleres. Nunca les encargo nada a los alumnos. Cada uno hace lo que tiene que hacer. Si intervengo es para sugerirles cuestiones en relación con lo que están haciendo. La verdadera enseñanza es reconocer todo lo que la vida nos pone por delante. Así como nadie cura a nadie, creo que nadie le enseña nada a nadie. El tema es crear un canal entre todos para que la sanación y la enseñanza lleguen. Sanar juntos, crear con el otro. Para mí el maestro no existe o tal vez está dentro de uno. En todo caso, el aprendizaje es ayudar a cada uno a encontrar su propio maestro.
En lo personal, tengo un gran agradecimiento por Juan Carlos Distéfano. Es muy generoso, me ayudó mucho en el peor momento. Para mí es el artista vivo más grande que hay acá y, como no puede ser de otra manera, un ser humano único. Es que no me interesa ningún creador que no me interese también como ser humano.
6. Siempre me pareció que había un misterio en el vínculo madre-hija. Siempre me obsesionó la marca materna y el rollo de todas las mujeres con sus madres. Creo que es la relación humana más compleja. Todo está ahí, en ese vínculo. Busqué a estas mujeres en mi entorno. Me interesaba observar hijas de distintas edades pero no quería que fueran tan distantes como las presas, aunque tampoco demasiado cercanas, porque es más difícil si hay un lazo fuerte.
Como me la pasé fotografiando mujeres, se me ha clasificado como “la mirada femenina”, una etiqueta que me embola. Hay muchos hombres que tienen la mirada femenina. Como hay mujeres que tienen la mirada masculina. Yo soy mujer, tengo mis conflictos, miro mujeres. Pero hay que ir más allá del género. Me interesa el conflicto humano, sea de hombre o de mujer.
Estuve tres años trabajando intensamente con las cuatro historias de Madres e hijas. Alternaba un mes con cada una. Empecé a quedarme a dormir en sus casas. A formar parte de sus vidas. Y cada vez que iba les llevaba cajas y cajas de fotos. Todas tienen infinidad de fotos.
Con ellas empezamos a hacer viajes. Fuimos a Bariloche, a Mar del Plata, a Mendoza, a Pinamar. Eran viajes que ellas solían hacer y a la vez yo agitaba para que se dieran. A Alma y Maura terminé de fotografiarlas en Roma, donde ahora viven. Para mí el trabajo con las imágenes es fundamental. Antes, con Mujeres presas había fotografiado mucho y tuve que encontrar en ese sinfín de fotos el esqueleto de la cosa. En cambio con Madres e hijas fui trabajando la edición al mismo tiempo. En esa etapa me gustaba ver las fotos sobre paredes. Tenía telgopores sobre los que iba asociando las imágenes y las historias. Poco a poco fui entendiendo hacia dónde iba, qué es lo que estaba viendo. Fui encontrando el tono, la voz. Esta clase de proyectos lleva mucho tiempo. Los momentos más altos tienen que ver con conexiones internas mías. Empecé Madres e hijas en el ’95 y terminé de editarlo en el ’98. El momento más fuerte creo que fue en el ’96. Un año denso, oscuro, de conexión muy profunda con mi vida. Ahí vino la mayoría de las imágenes.
7. Empecé a preparar esta retrospectiva hace dos años. Convoqué a Juan Travnik y Gabriel Díaz como curadores. Estuve todo el 2006 revisando los trabajos viejos, todas mis fotos, desde las del Hospital Infanto Juvenil Tobar García hasta El amor, la serie más reciente. Revisé los contactos, copié fotos que nunca había copiado y preparé nuevas ediciones. Incluí pequeños textos porque me gusta que la muestra se pueda ver desde la imagen y que disponga un recorrido desde los textos. En algunos casos son citas breves, fragmentos que guardo desde hace tiempo. Hace tres años descubrí a Sara Gallardo. Hay cosas de ella que tienen que ver con mis fotos. De hecho, el nombre de la muestra, Lo que se ve, es de ella. Hay también un par de textos de John Berger, Pizarnik, Jung y Lispector. Incluí un poema de La voz a ti debida, de Pedro Salinas, que es mi poema de cabecera. Todos son textos que, me parece, tienen mucho que ver con mi trabajo. Los ordené proponiendo un hilo conductor. Así como mis referentes fotográficos son Dorothea Lange, Robert Frank y Nan Goldin, tengo mis referentes literarios. Porque fotografiar es narrar, contar una historia. Entonces, los textos. Abro con una frase que me envió John Berger junto con un dibujo hecho por su hijo, una figura blanca que siento como la imagen de la sanación. Porque para mí la creación cura. Hacer fotos, como cualquier otra expresión artística, es sacarse oscuridad de encima y completarse de alguna manera. Es que para llegar a la luz hay que ir al fondo de la raíz. Hay que ir a la oscuridad.
El trabajo más importante fue limpiar. La creación para mí es limpieza. Dejé sólo lo que sentía que era esencial. Creo que mi primer trabajo maduro es Mujeres presas. Las madres jóvenes, el Infanto Juvenil son las primeras series, las más adolescentes, por decirlo de alguna manera. Ahora, después de todo el camino andado, las vi de otra manera e hice otra edición. Mi idea con esta muestra no era juntar ni mostrar todo lo que hice en estos años, sino dar una vuelta, recrearlo para encontrarle un sentido más hondo a mi mirada. Hace años que tengo la sensación de que voy a dar un salto. Un salto hacia no sé dónde. Hace años que tengo esa sensación, no sé hacia dónde ese salto. Un salto interno. Y hacer esto fue rebuscar en el fundamento de mi mirada. Cuál es el fundamento del ver, qué vi. Entender lo que estuve viendo para poder pasar a otra cosa.
8. Para empezar, creo en la necesidad y nada más. Es el único parámetro para mí. La necesidad es una urgencia, ordena un impulso que quiere atrapar una imagen interna. El tema es cómo encontrarla, reconstruirla, sacarla. No es que yo estoy ahí y digo acá hay algo. Por lo general, no soy consciente. Pero es como si se desencadenara el proceso o la actitud. Pongo la atención en algo. Miro algo. Y fotografío. Y en ese mirar, de pronto, empiezan a venir otras imágenes, como si el detonante estuviera adentro.
Siento que la imagen ya está armada de cierta manera en el interior. Es ahí donde surge el impulso o la necesidad. Fotografiar es reconocer esa imagen interna que la originó. No creo en la página en blanco. El blanco está cargado de cosas. Como escribir, cuando estoy fotografiando, limpiar me ayuda a entender hacia dónde voy, qué es lo que estoy tratando de ver. A veces comparo la fotografía con la escultura: encontrar la forma dentro de un bloque de piedra. Creo que el artista no es un verdadero creador cuando el yo está presente en la obra. Hay que trascender el yo. Hay que olvidarlo. Que aquello que haya visto vaya más allá de mí. Para esta muestra volví a copiar fotos y encontré algunas que nunca había editado. Y me gustó copiarlas en el laboratorio. Me gusta que esas fotografías estén, que alguien las haya hecho. Más allá de mí. Si se olvidan de mí no importa, porque están las fotos y van a seguir su camino. Lo pienso así, que es bueno que alguien haya hecho estas fotos. A veces me pasa cuando miro mis fotos: pienso que las podría haber hecho otro. Y al revés también, miro fotos de otro y pienso que podrían ser mías. Es necesario perderse para ser lo que se está mirando, para fundirse con lo que se está viendo. Que la creación baje como la enseñanza, como la sanación.
Muchas veces pensé en trabajar en formato medio, pero siempre termino con mi pequeña Leica. No hace ruido, es casi imperceptible y por lo tanto menos invasora. Ya bastante es estar mirando algo o a alguien. Encima con una cámara y un aparatazo y luces. Me gusta estar ahí pero sin interferir y que no se me note. Me gustaría prescindir de la cámara. Ser invisible.
Lo que se ve 1979-2007 se podrá visitar desde el próximo 11 de marzo y hasta el 20 de abril en la Sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta, Junín 1930, de 14 a 21. La curaduría estuvo a cargo de Gabriel Díaz y Juan Travnik. Los domingos 30 de marzo y 20 de abril Adriana Lestido brindará una visita guiada por la sala.
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