Domingo, 13 de julio de 2008 | Hoy
HISTORIETA >LA RETROSPECTIVA DE FERRO
Ferro es uno de los grandes del dibujo y la historieta argentinos y sus tiras se publicaron durante décadas. Pero no sólo eso: es también el creador de personajes tan idiosincráticos que sus nombres se incorporaron al idioma de todos los días. Con motivo de la retrospectiva que les rinde homenaje a los 90 años, Radar reproduce fragmentos de una memorable entrevista que le hizo Juan Sasturain al padre de
Bólido y Tara Service.
Por Juan Sasturain
Laburante del dibujo y del humor, Ferro ejemplifica la tarea de los creadores que desde su lugar semanal o diario en las publicaciones porteñas hicieron, recogieron e inventaron dentro de esos medios el humor de los argentinos. En su caso, es el padre de algunas de las más hermosas criaturas de tinta china que tiene la historia de nuestro humor: Langostino, Chapaleo, Tara Service, Bólido, Cara de Angel, Pandorita, un mundo. Pero lo más importante es que no los conserva la historia sino la memoria cálida de la gente.
–Bólido fue, de todos mis personajes, el boom mayor, un verdadero golazo... A las dos semanas de su primera publicación en Patoruzú veo a dos colegialas en Constitución y una le dice a la otra: “Apurate, no seas Bólido”. Y me daban ganas de decirle: “Eso es mío, mío... “.
–Nooo. Es como el caso de Fúlmine, Avivato, Afanancio. Fueron los dibujantes quienes las impusieron. Mucha gente se confunde en eso. Bólido era un chico lerdo, un cadete, y yo se lo puse irónicamente mientras jugaba con “boludo”, que no era muy frecuente y común como ahora...
–Eso. Era inteligente, pero de carburación lenta. Servía para tractor, no para Fórmula 1... Quinterno me lo pidió para reemplazar la versión semanal de Chapaleo, que no pasaba nada. Yo estaba emberretinado en hacer un cadete chanta, caradura, de los que les daban la guita para el taxi y se iban en tranvía, pero me salía todo muy trivial. Hasta que pensé en darlo vuelta, un recurso que Quinterno me enseñó: invertir la idea. La figura la elaboré mentalmente: gordito, labio caído, jopito, corbatita con la parte más larga y fina que sobresale... Y salió redondo.
Langostino nació con el primer número de Patoruzito, en 1945, y murió con el último, ya entrada la década del ’60. Era para una revista de aventuras serias y, junto con El Gnomo Pimentón, de Blotta, y Mangucho y Meneca, de Battaglia, eran los que tenían más elementos humorísticos en la aventura.
–Me lo pidió Quinterno. Quería una historieta con un marino capitán de barco que tuviese líos con una tripulación de torpes, tipo Los Tres Chiflados. Pero yo le traje un fulano solitario, bohemio y filósofo. El nombre no es mío: se lo puso Raúl Salvador, un contable de Quinterno al que le pregunté cómo le pondría a un marinero. El apellido –Mayonessi– sí se lo puse yo.
–Un botero de La Boca que sueña con tener un barco y recorrer los mares. Mientras, cruza gente en el Riachuelo. Pero ya en la primera página o poco menos ha comprado, con las monedas juntadas, su barquito a un viejo marino y sale a navegar.
–Lo quise hacer largo, tipo chorizo, para que se le viera bien la camiseta a rayas, con muchas rayas... Las patas cortas son cómicas, por contraste...
–Es cierto, ya que nacen juntos los dos. Corina es un barquito patacho, de ésos sin identificación precisa... Tal vez estaban en mi memoria los que veía anclados en Corrientes o en el viaje por el Paraná. Es más un remolcador, algo polentita... Pero el tamaño, que se va achicando con la evolución del dibujo, indica que yo quería que fuera como una moto, un vehículo individual; acordate que Langostino hacía acrobacias, saltos mortales con Corina...
–El nombre tampoco es mío. Se lo puso López Pájaro en la redacción de La Cancha. Era el año ’42 y estábamos trabajando en la redacción de Corrientes 550 cuando llama por teléfono Muñiz, el gran dibujante, y me pregunta si no tenía una tira para presentar en La Razón. Le mentí; le dije que señor... Me dijo que debía llevar veinte al día siguiente a las diez. Así que dejé todo y me puse a trabajar. La primera idea que se me ocurrió fue un buzo, también del Riachuelo. Lo hice, y para la mañana siguiente tenía las veinte tiras. Eran las diez menos diez y salía corriendo de La Cancha rumbo a La Razón cuando me paro y le digo a López Pájaro: “Un nombre para el buzo”. Levantó la mirada del escritorio y me dijo: “Chapaleo”. Y así quedó.
–Es lo que me dijo Antonini, un hombre muy paternal, jefe de archivo de La Razón, al que me derivó Peralta Ramos: “Hijo, mire que esto es diario y tengo miedo que se rinda a los dos meses”. Estuve diecisiete años en La Razón con Chapaleo...
–Sí. Siempre apurado, pero lo hice, hasta que un día Peralta Ramos me citó; dijo que estaba cansado de que yo entregara de a dos tiras, que me daba el lujo de parar La Razón, que el último cliché que faltaba era siempre mi tira y que los secretarios se quejaban; además, que Chapaleo estaba agotado, que no daba para más tanta agua y siempre agua... Que lo terminara y le trajera un nuevo personaje. Le pedí un día más, había llevado dos tiras, para despedirlo y así fue que Chapaleo se despidió de los lectores desde la última página de La Razón.
–Junto con Tara Service, en el momento en que Quinterno consideró que Bólido no daba para más y me propuso que inventara dos cosas nuevas. Cuando se las llevé me felicitó, me abrazó y me dijo que estaba asombrado de lo que había hecho, que iban a ser dos golazos. No le gustó el nombre original de Dominga Siete y me pidió algo más femenino; se le ocurrió a Marunga Asmán, directora de Cuéntame, porque dijo que la chica era una caja de sorpresas. Se popularizó con el diminutivo de Pandorita...
–Es un yiro ...
–Sí. Revolea la carterita... Es medio confusa la personalidad, porque nunca se la vio cobrar y es una yira pour la galerie. Lo que tiene es una debilidad, ya que le gustan los hombres como loca. Por ejemplo, la deja un tipo en el primer cuadro, llora desconsoladamente como si quedara sola en el mundo, va a la casa y rompe una de las cien fotos que tiene pegadas en la pared...
–Y... usaba un sombrerito que era una frutera con margaritas. Más que nada es una veleta que se maneja con intereses eventuales: que la lleven al cine, esas cosas. La idea surgió de hacer el personaje de una mujer, porque hay muchas nenas, pero muy pocas mujeres. Duró hasta el final de Patoruzú.
–Nació en la mesa de trabajo; pensé en el tipo que todos padecemos, el técnico que te rompe todo. Por eso la imagen física del oso que desde que entra no pasa por la puerta, tira un florero... No es malo, es chanta. Y nada tonto, porque sabe ocultar su torpeza y vender imagen. La figurita es feliz; yo estaba en un momento de transición de mi dibujo. Es el otro caso en que el nombre se popularizó y sirvió para que la gente calificara a ciertos tipos.
–No. En el ’76 hice Chicle Bang para Meteoro, de Editorial Abril, un sheriff incruento, montado en una vaca, con una bolsa con rueditas donde lleva todo. Está lleno de locura y es un poco como Langostino. Tal vez lo vaya a seguir, pero sin vaca, para no interferir con La Vaca Aurora de Repetto... También hice Cacho Pan, para Jaimito Pibes, un pibe contundente, noble y bueno, pero con el cordón umbilical intacto. Tiene su barrita y andan todos en patines. Y otro es el detective Zetazeta, también para Jaimito, pero les faltó desarrollo... Ah ... y hay uno que no pudo ser porque fue en la etapa final de La Cancha pero que era bárbaro. Un arquero: Manotazo.
La retrospectiva Ferro: 70 años de puro humor se exhibe hasta el 24 de julio en el Centro Cultural de España en Buenos Aires (Paraná 1159). De lunes a viernes, de 10 a 20 hs. Entrada libre.
Los fragmentos de esta entrevista están incluidos en Buscados vivos, el extraordinario libro sobre historieta e historietistas de Juan Sasturain.
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