Domingo, 23 de mayo de 2010 | Hoy
LA ESCUELA BELLEZA Y FELICIDAD, EN FIORITO
En 2003, Fernanda Laguna –escritora, artista plástica, curadora– se instaló en Villa Fiorito con un taller de arte que desde entonces funciona con solidez, haciendo de los obstáculos otro material a trabajar. En 2008 quiso empezar un taller para jóvenes. Pero esa intención se convirtió en algo más: proponer y diseñar un secundario entero con orientación artística. Este año, ya se inició en la Escuela No 49, con la muestra de las Heliografías de León Ferrari y un taller de nivelación. El que viene, si todo sale como está previsto, comenzará con su actividad plena y una visión del arte como instrumento de formación personal, como un medio capaz de permear la realidad y alterarla, pero también, como un instrumento para conectarse con los demás.
Por Claudio Iglesias
En la entrada del taller de arte que funciona como sede de la Escuela Belleza y Felicidad, en Villa Fiorito, puede verse la escultura de un pie izquierdo, emplazado monumentalmente en la esquina descampada. La pieza podría ser el homenaje de algún escultor de la zona al pie más famoso del barrio (ese que, ataviado de gran simbolismo, derrotó a Inglaterra en 1986), pero en verdad es un calco escultórico del pie izquierdo del David de Miguel Angel. Está allí como punto final de un proyecto en colaboración de Fernanda Laguna y Roberto Jacoby, y como punto de demarcación del territorio de acciones y experiencias que Laguna comenzó a generar en la zona ya en 2003, cuando abrió la sede de Belleza y Felicidad Fiorito por la que desfilaron músicos y artistas como Leo García, Nicolás Domínguez Nacif, Adrián Villar Rojas y Alan Courtis, entre otros. Tras un lento trabajo de instalación en el contexto, la Escuela Belleza y Felicidad, como se llama actualmente, ofrece un abanico de talleres para niños y adultos y comienza a expandirse a proyectos de mayor alcance, por lo que resulta una de las experiencias de trabajo artístico en zonas vulnerables más optimistas, en términos de consistencia y resultados, que puedan encontrarse en el contexto local. Y se trata de una experiencia muy imbuida, también, de una peculiar visión del arte y del ser humano.
Fernanda Laguna, conocida por haber fundado Belleza y Felicidad en 1998, desarrolló una profusa obra objetual con base en la pintura y trabajó como curadora además de escribir desde siempre novelas, poesía y cuentos. Mientras realiza unas máscaras de animales para una obra de teatro en Tu Rito (un espacio de experimentación con rituales que inició con un colectivo de artistas hace unos meses), se hace un lugar en su agenda para conversar sobre la necesidad (y las dificultades) de que los artistas trabajen directamente sobre el contexto social, la relación entre el arte y la educación y el valor pedagógico, incluso utópico, que pueden tener las zapatillas y los cortes de pelo.
Si bien los talleres se mantienen desde 2003, tratándose de un contexto como el de Villa Fiorito, la relación profesor-alumnos no está para nada libre de obstáculos, lo cual, a los ojos de Laguna, funciona más bien como un incentivo. “El taller que doy en la Escuela es todos los sábados y los chicos vienen y se quedan seis horas. Chicos de entre tres y doce años. Es difícil la regularidad porque yo no cuento con el apoyo de los padres. Pero también es increíble. En Capital Federal se ve mucho que los chicos hacen actividades extracurriculares incentivados por los padres, que los llevan, les arman el bolso, la ropa, los pasan a buscar. Tenis, piano, idiomas, karate, cualquier cosa. Pero al taller de los sábados allá los chicos van por propia voluntad. Y es impensable que un chico de diez años se traiga él solo a un taller de arte. Incluso hay chicos que no van a la escuela, porque no los mandan, pero vienen solitos al taller de literatura a aprender a leer y escribir. Y te lo dicen, yo quiero aprender a leer y escribir.”
En 2008, con financiamiento obtenido del Fondo Nacional de las Artes, Laguna contrató a Ernesto Ballesteros y Magdalena Jitrik para que den un taller para jóvenes adultos, lo que supuso otras dificultades y volvió evidente que se necesitaba de un instrumento institucional mayor. Fue ahí que Laguna conectó con la Escuela N° 49 por intermedio de Lorena Bossi. “La idea era dar el taller en la escuela como contraturno para que los chicos se engancharan más.” Sin embargo, el proceso de reorganización de la enseñanza media en la provincia de Buenos Aires generó una oportunidad de mayor alcance: proponer y diseñar nada menos que un secundario entero con orientación artística, enteramente concebido por artistas (del grupo de asesores forman parte, además de Laguna, Lorena Bossi, Inés Raitieri, Leandro Tartaglia, Mariela Scafati y Ariel Cusnir) y estructurado, también, con atención a la situación particular de los adolescentes de la zona. El proyecto primero sedujo al staff del secundario (que actualmente se encuentra en plan de ampliación edilicia y con un incremento de asistencia a partir de la Asignación Universal por Hijo) y luego al Ministerio de Educación de la provincia. La visión del equipo y los planes a largo plazo orientan una acción lenta, mediada por el voluntarismo y, también, por el aparato estatal, que este año ya tuvo como punto de partida la inauguración del secundario con una muestra de las Heliografías de León Ferrari y la puesta en marcha de un taller de nivelación para los chicos, que el año que viene ingresarán al (hasta ahora ausente de la currícula) cuarto año. Algo muy promisorio, no sólo para la educación sino para toda la práctica artística, se entresaca de la escena cotidiana de profesores que imparten conceptos básicos de geometría apoyándose en las piezas de Ferrari, cuya colaboración sin duda atrajo muchas miradas.
Pero quizás uno de los secretos del proyecto, más que en el name-dropping, se encuentre en la flexibilidad que ofrecen contextos sociales con un mayor grado de informalidad. La infraestructura de personal de la escuela, que Laguna califica como “moderna”, además de reducida y humilde (o quizás, a causa de ello) permite buscar soluciones laterales al problema del edificio hasta tanto no esté disponible el espacio de usos múltiples diseñado por el colectivo de arquitectos A77. “En otra escuela, si no tuvieran el aula, no darían el taller de arte. Nosotros buscamos la solución por el costado. Lo damos en el hall o en el pasillo.”
Por eso, en un contexto artístico en el que resulta holgadamente difícil emprender una acción institucional de cualquier tipo, los participantes de esta experiencia se encuentran, en cierto sentido, sorprendidos de su propio éxito.
¿Pero qué implica un secundario artístico? ¿Veinte horas por semana de dibujo y pinturas? ¿Clases y clases de habilidades manuales y visuales? Más bien, lo que se pone en juego es una idea de arte como instrumento de formación personal. “La idea es que todas las materias se vean desde lo artístico: producir instalaciones, ver trabajos, hablar de arte y política. Es decir, pensar en el arte también como una herramienta pedagógica y no sólo como un contenido. Sino como algo que sirve para enseñar otras materias y relacionarlas entre sí.”
“A todos nos gustan las canciones, a todos nos gustan las zapatillas y la ropa, y detrás de todas esas cosas siempre hay un artista. Porque el arte tiene que ver con el lenguaje y con la emoción y los artistas crean símbolos. Detrás de la bandera, detrás de la escarapela, también hay artistas.” Esta visionaria frase fue pronunciada por Laguna en la inauguración de la muestra de Ferrari. Lo que está en el fondo de esta filosofía es una idea del arte como un medio capaz de permear la realidad y alterarla, pero también como un instrumento para conectarse con los demás y acercarse a un público muy ajeno al sobrecargado circuito de las artes visuales. La idea, si se quiere vanguardista e incluso iconoclasta, de que el arte sólo puede vivir en el exterior y no guardado en las galerías y los museos, asume una articulación educativa específicamente institucional, donde los objetivos de cursada se alimentan de visiones utópicas.
“Al principio nos interesaba más lo pragmático, en el sentido de transmitir conocimientos que les sirvan a los chicos para una salida laboral rápida (software para diseño, etc.). Pero nos dimos cuenta de que el autoconocimiento en algún punto es más importante y más pragmático también. Porque para conseguir un trabajo, no sólo hace falta manejar una herramienta, también hace falta hablar, hace falta convencerse a uno mismo de que uno lo puede hacer. Y hace falta que se te ocurra de qué trabajar. Para todo eso necesitás saber quién sos y qué querés hacer y un taller de arte es un medio que permite generar una cabeza flexible. Por eso pensamos en un formato similar al de las clínicas de obra, de proyectos personales, para los chicos de cuarto a sexto, como para que descubras qué te gusta como individuo y poder volcarte a eso. Otra línea de los programas que estamos desarrollando tiene que ver con las habilidades sociales, saber trabajar en grupo, colaborar. Todas cosas que son más importantes que dominar una herramienta, y que además te permiten despertar la curiosidad y te dan la confianza como para pensar que algo que no sabés, lo podés aprender. A veces son chicos con situaciones familiares de mucha falta de contención y mucha marginalidad y una de las consecuencias de eso es una gran falta de autoestima. A muchos ni se les ocurre que pueden estudiar algo. Por eso es importante enseñarles que pueden aprender.”
He aquí que la parábola de las zapatillas, la ropa y las canciones tiene un sentido específico, en cuanto permite abrir el diálogo con los deseos estéticos presentes en todo adolescente. “El vestuario no es algo menor, es marcar quién sos. Los chicos se re-visten para ir a la escuela. Y la indumentaria entonces es como una herramienta para entrar en contacto y llegar a lo vivencial y lo emocional con ellos. El tema de los cortes de pelo, los peinados, es tan elaborado y dedicado. La ropa y el peinado tienen que ver con el autoconocimiento, porque a través de ellas uno se convierte en símbolo de sí mismo. Y el arte es ese sentido llevado a su máxima expresión.”
El taller que doy en la Escuela es todos los sábados y los chicos se quedan seis horas. Tienen entre tres y doce años. Es difícil la regularidad porque yo no cuento con el apoyo de los padres.
Pero también es increíble. Al taller de los sábados los chicos van por propia voluntad ¡a los 10 años! Incluso algunos no van a la escuela, no los mandan, pero vienen al taller de literatura. Y te lo dicen: “Yo quiero aprender a leer y escribir”. Fernanda Laguna
© 2000-2022 www.pagina12.com.ar | República Argentina | Política de privacidad | Todos los Derechos Reservados
Sitio desarrollado con software libre GNU/Linux.