MúSICA
Sola en los bares
Después de separar Man Ray, volver a los escenarios con Charly García en el Luna Park y vivir tres años de relajado autoexilio en Córdoba, Hilda Lizarazu volvió a Buenos Aires con una hija de dos años y medio y canciones listas para grabar su primer disco solista, “Gabinete de curiosidades”. De vuelta en el barrio, habló con Radar de todo esto, y de por qué decidió dejar de llamarse Hilda.
Por Martín Pérez
Como Los Angeles, pero pobre y sin el mar. Así es como Hilda Lizarazu define Córdoba, una provincia en cuyo interior se autoexilió sin ningún complejo tres años atrás, cumpliendo con un sueño que fue creciendo dentro suyo: el de irse a vivir a un lugar con otro paisaje que el de la ciudad. “Yo creo que es un sueño que todo bicho de ciudad tiene, el de irse a vivir a una playa o al campo, de poder elegir vivir en un espacio rodeado de naturaleza”, calcula Hilda, que asegura estar agradecida de haber podido cumplir su deseo. “Pero no tenés ni idea del lugar al que me fui”, se entusiasma la cantante. Con su habitual pelo corto, ahora de decidido color cereza, la cantante habla sentada en la cocina de su casa de siempre, en pleno corazón del Palermo más de moda, al que abandonó cuando el goce de la música junto a su grupo Man Ray se le volvió rutinario, y decidió irse a vivir una historia campestre para poder contarla al volver. “Porque la verdad es que nunca pensé que me iba para siempre”, confiesa, feliz de haber regresado al mismo lugar del que partió, pero más feliz aún de haberse ido.
A pesar de haber nacido en Curuzú Cuatiá como resultado del azar de los destinos oficiales de un padre militar, Hilda siempre fue una porteña hecha y derecha desde que a comienzos de los ‘80 se apartó de un exilio materno que la instaló en Nueva York durante casi toda su adolescencia. Apenas regresó supo internarse en el under porteño de la época, primero como novia de Miguel Zavaleta, luego como fotógrafa rockera y siempre como vocecita al fondo de grabaciones encontradas de todo tipo hasta pasar decididamente al frente como reemplazante de Fabiana Cantilo en Los Twist. La década del 90 la consagró primero como la última gran voz de Charly García antes de Say No More y como la líder de Man Ray junto al guitarrista Tito Losavio, que fue su pareja en los comienzos del grupo. Un proyecto por el que luchó durante más de una década tanto por el lado alternativo como por el corporativo, hasta que lo abandonó todo para irse a Córdoba.
“Lo que sucedió es que sentí la necesidad de cambiar de paisaje radicalmente, de salir de la luz del reflector”, intenta explicar Hilda, que después de estar más de un año con la idea rondándole en la cabeza, terminó yéndose a vivir con su actual pareja a las afueras de Sinsacate, un pueblo agrícola ubicado al norte de la provincia de Córdoba, cercano a Jesús María y distante unos doscientos kilómetros de Santiago del Estero. “Me fui al interior del interior”, cuenta la cantante, que conoció el lugar gracias a una amiga museóloga, que vive en una casa centenaria y es directora del Museo Jesuítico del lugar. Justo había quedado deshabitada una vieja pulpería, y allí fue donde se instaló la pareja. “Un lugar enorme, fantástico, una casa colonial por cuya puerta pasaba el Camino Real, que es un camino de tierra que está a unos dos kilómetros de la ruta 9, la que va a La Quiaca. Pero el Camino Real es el trazado por los Incas, que llevaba hasta el Alto Perú”, se entusiasma, y asegura que cuando sus amigos llegaban hasta allá se quedaban con la boca abierta. “De mis amigos músicos fueron Fabi Cantilo, Tito Losavio y Daniel Melingo”, enumera. ¿Y Charly? “No fue hasta allá, pero yo escuchaba sus discos todos los días. Me morí con esas cintas en vivo recuperadas de Seru Giran, por ejemplo. La casa era grande, así que escuchábamos la música bien fuerte, hasta que las vacas pedían basta”, explica, y lanza una carcajada.
Olvidate de mí
Auriculares del walkman al cuello, una pelada que aún no es definitiva y tiene ciertos restos de pelo y, oh curiosidad, los anteojos negros bien guardados en el bolsillo de la camisa. Publicada a toda página tanto en el especial de la revista Rolling Stone dedicado a Luca Prodan como en el libro Aviones, del poeta Vicente Luy –uno de los integrantes de la “familia” que Hilda armó en Córdoba–, aquella foto de Luca Prodan es la primera que le viene en mente a la fotógrafa Lizarazu cuando recorreaquellos primeros años porteños del otro lado de la cámara. Suerte de Annie Leibowicz del rock argentino de los ‘80, la mirada naturalista y en blanco y negro de Hilda inmortalizó a todos los personajes de la época para la revista Humor, entre otras. “Esa foto de Luca me gusta porque creo que es uno de los pocos retratos en que aparece sin anteojos negros, mirando de frente y con una actitud relajada. Me encantaría ampliarla en dos metros por uno”, sueña.
Aunque Hilda asegura no haber hecho nunca un balance de su vida durante sus tres años en Sinsacate, sí se sumergió en su archivo fotográfico pensando en realizar una muestra de retratos de rockers de los ‘80 que nunca concretó. “Participé de una muestra fotográfica relacionada con la maternidad, pero no llegué a montar mi propia exposición, que es una idea a la que regresaré luego de terminar mi primer disco solista”, asegura, satisfecha con su pasada labor de fotógrafa. “Me gusta la mirada de la gente a la que fotografié”, señala. “Aunque podría haber hecho más cosas. Pero empecé a cantar cada vez más, y los tiempos no me dieron. A veces me siento batichica, pero no siempre se puede. La capita de golpe me empieza a quedar corta”, dice, y se ríe.
Si la fotografía la fue dejando de a poco, a la hora de terminar con su grupo con nombre de fotógrafo surrealista la cosa fue un poco más de golpe. “Recuerdo que cuando lo decidí fue subiendo en el ascensor de una radio con los demás integrantes del grupo, para que nos hicieran una nota”, cuenta Hilda, que en la ultima época de Man Ray, junto a Losavio, consideró como un triunfo seguir siendo un grupo, y no un dúo acompañado por una banda. “Siempre me proponían hacer cosas como Hilda Lizarazu y Man Ray, y yo decía: no, no; nosotros somos una banda”, recuerda, y concede que ese fue justamente el error fundamental que llevó a la separación. “Ni Tito ni yo nos atrevimos a asumir que éramos un dúo”, explica ahora. Formado a fines de los ‘80 y con un disco debut producido nada menos que por Andrés Calamaro, Man Ray sobrevivió hasta los ‘90 gracias a que un fan aportó el dinero para grabar el segundo álbum, Perro de playa (1991). Batallando desde los márgenes de la industria, a la hora de su deserción al grupo –que había atravesado muchas formaciones, pero se había estabilizado con Pat Coria en bajo y Lautaro Cottet en batería– ya le habían ofrecido renovar su contrato con la compañía discográfica. “Todos se sorprendieron cuando yo dije que no seguía”, cuenta. “Pero al final fue como una cuestión de piel, la energía ya estaba como sucia y a mí todo me hacía un poco de ruido”, intenta explicar Hilda, que no considera el final del grupo por el que batalló durante tanto tiempo como un fracaso. “Para mí no fue el final, sino el comienzo de esto que estoy haciendo ahora.”
Nuevos hippies
“Ser padre sí que es un laburo... ¡otra que hacer discos!”, dice, y jura y perjura que no se fue a Córdoba a tener un hijo, sino que se fue a Córdoba y tuvo un hijo. Una hija, para más datos. A la que bautizaron Mia pensando que era un nombre italiano, y resultó ser escandinavo. “Allá es como si fuese María”, cuenta la madre, a la que ahora se le juntan los dos trabajos, el de ser –precisamente– madre, y el de hacer un disco. “Volví a componer canciones cuando quedé embarazada”, precisa. “Con la placidez de la placenta, la calma obligada de la panza, ahí me puse otra vez a tocar la guitarra.” Cuenta Hilda que los primeros meses en Sinsacate los pasó encerrada, y escapándole a toda mirada ajena. “Cada vez que iba a un negocio y me decían Usted se parece a la de Man Ray, decía que no era yo”, confiesa. “Me la pasé jugando con eso, hasta que después de un tiempo ya me conocían todos.” En aquel principio también se negaba educadamente a cualquier nota telefónica o lo que sea, hasta que el teléfono dejó de sonar. Pero, un día, volvió a hacerlo. “Me llamaron unas chicas y me preguntaron si quería tocar. Yo venía de un año y medio de silencio total, y la verdad que la idea metentó”, confiesa la cantante, que en aquel Teatro de la Luna realizó su primer recital sola con la guitarra. “Me dije: ¿a ver si me la banco? Y estuvo bárbaro. Me acuerdo que esa noche Mia quiso mamar, así que le di el pecho y después salí al escenario a tocar”, recuerda.
Una vez roto el aislamiento, a partir de ese junio empezó a fantasear nuevamente con la idea de salir a tocar. Realizó shows esporádicamente, tanto en Córdoba como en Buenos Aires, y comenzó a armarse un nuevo repertorio con temas que fue componiendo durante sus tres años en el interior del interior. “Paisaje y ciudad”, “Primera flor” y “Microclimas” son algunos de los nombres de las composiciones que formarán parte del primer disco solista de la ex Man Ray. Que también será ex Hilda, porque ahora pasará a llamarse artísticamente Lizarazu a secas. Y el álbum también ya tiene su nombre: Gabinete de curiosidades. “Así se llamaba el museo de los reyes, donde tenían desde un huevo de ñandú hasta un cuerno de unicornio”, explica Hilda, cuyo repertorio heterogéneo es también una colección de curiosidades musicales, homogeneizadas por la misma voz. El museo Lizarazu sueña con abrir las puertas para la primavera, aunque aún no hay una compañía discográfica comprometida en el proyecto. “Si hace falta lo saco de manera independiente”, asegura Hilda, mientras hace escuchar las versiones de sus nuevos temas grabadas con los músicos que fue conociendo en Córdoba. “Allá son medio renegados de lo que tienen, y se la pasan armando guetos. Yo los fui conectando, y fueron tocando para mí”, cuenta Lizarazu, que –entre otros proyectos– prestó su voz al disco de un tecladista llamado Alfonso Barbieri y reclutó para su proyecto a Andrés Oddone, una eminencia de la música electrónica cordobesa. Aunque su reinserción porteña hizo que los músicos cordobeses quedasen allá, en Córdoba. “Quiero grabar el disco convocando a un productor para cada tema, pero hay que ver cómo termina saliendo todo. Por ahora sólo tengo los temas.”
Tierra sagrada
Para quienes llenaron el Luna Park con el que Charly García presentó el año pasado su disco Influencia, aquel show fue el que quedó como el regreso de Hilda Lizarazu a los grandes escenarios. “Yo tengo una buena relación con Charly, nunca nos peleamos ni nos dejamos de hablar ni nada”, explica. “No sé cómo explicar el cariño que le tengo. Me parece una persona brillante y lo quiero mucho. A veces lo querés matar, como a la gente que querés. Pero a mí siempre él me importó como persona. Y, además, poder cantar parte de sus hermosas melodías es todo un honor”, se desarma Hilda, que para la época de aquel Luna Park en el que Charly estrenó banda justo estaba de paso por Buenos Aires para tocar en un local de Palermo. “García se enteró que estaba por acá y me llamó, y yo le dije que era un orgullo, pero que teníamos que ensayar. Fue un show hermoso, con un repertorio bárbaro”, recuerda la exiliada voluntaria, que después del Luna se volvió a su pulpería en Sinsacate. Pero al fin de semana siguiente se reencontraba con la banda y García en el siguiente show programado en el interior. La idea de sumarse definitivamente a la banda de Charly fue descartada ya que una agenda repleta de shows internacionales no coincidía con su tranquila vida en el interior del interior.
Ya reinstalada en su hogar de siempre en la calle Honduras, Hilda cuenta que lo primero que hizo cuando se enteró de la muerte de María Gabriela Epumer fue ir a la casa de García. “No se me ocurrió hacer otra cosa”, confiesa. Durante todo ese día, Charly no paró de tocar uno de sus temas nuevos, “Asesiname”. La imagen de Charly cantando “Quiero que me maten” la persiguió hasta su hogar, donde no puede evitar revivir el recuerdo preparando un té para Radar y para ella. “¿Tan duro es ser una estrella de rock?”, se pregunta Hilda cuando surge el tema. “Porque una estrella de rock también puede ser algo lindo, una persona que tiene brillo propio y puede darle luz a los demás”, calcula, mientras se le apunta que unaestrella también es el centro de un sistema solar, con todos girando alrededor suyo atraídos por una gravedad que, de propasarse, puede terminar convirtiéndose en un agujero negro. “Es verdad: es muy difícil mantener ese equilibrio, y por eso hay tanta gente desequilibrada”, concede Lizarazu, que como siempre es un personaje que deambula entre los conceptos sin permitirse ser jamás demasiado contundente.
“No sé cuál es el beneficio de la duda, pero yo sin dudas lo tengo”, asegura, y se ve a sí misma como ese personaje que Roxana Arquette interpretaba en el corto de Scorsese incluido en Historias de Nueva York, aquella aprendiz de pintor envuelta en dudas. “Cada vez que hago algo, no dejo de pensar: ¿estará bueno esto?”, confiesa, y murmura que eso es algo que nunca le pasa justamente a Charly, que tiene una autoestima muy pero muy grande. “Ya entrando en la doctora Lizarazu, creo que eso puede tener algo que ver con una cosa de la niñez, si de chico te estimularon y te decían que todo lo que hacías era bárbaro. Y eso fue algo que a mí no me pasó”, confiesa Hilda, que no puede dejar de reírse de las doctorales conclusiones que remiten a su infancia de alumna pupila, con una semana de reclusión y un fin de semana de fiesta en fiesta, intercambiando discos de Invisible, Pescado Rabioso y Polifemo, y cantando en la guitarra temas de Sui Generis. “Mirá, al final yo tengo esa cosa de mujer pupila que siempre me juega en contra, y del otro lado mi parte vasca, que me da toda la fuerza necesaria para seguir haciendo cosas antes que vuelva la pupila y me diga que no, esto es una porquería”, bromea Lizarazu, la ex Hilda, una chica con suerte, toda una curiosidad en su propio museo. El de los sueños cumplidos.