Domingo, 24 de febrero de 2013 | Hoy
Por Thom Yorke
Si vas a ser vegetariano, realmente te tienen que gustar las lentejas. Si no, estás jodido.
Todas las paredes son fantásticas mientras el techo no se caiga.
Mi padre siempre me enseñó a esperar que alguien viniera en la curva por el carril incorrecto de la ruta, directo hacia mí. Siempre tenía que asumir que ésa iba a ser la situación. Trataba de enseñarme a ser muy desconfiado de la gente –a no confiar–. Creo que lo llevó demasiado lejos cuando era chico. Eso es algo que tuve que desaprender.
Es mucho más fácil confiar en la gente hasta que te prueban que estás equivocado.
Empecé a cantar porque no pude encontrar a ningún otro. Todos a los que se lo pedí eran unos malditos idiotas.
Cuando empezamos a ser soporte de R.E.M eran shows en los que a veces la gente pedía sólo pollo para la cena y eso medio me jodió la cabeza.
Estuve mucho en el hospital cuando era chico porque nací con el ojo izquierdo cerrado y tuvieron que sacarme músculo del culo para armar un párpado que se abriera. Así que pasé cuatro o cinco operaciones, desde muy joven. Creo que empecé a protestar cuando cumplí 5 años. “Mirá, tenés que hacerlo –dijeron mis padres–. Si vas, te compramos lo que quieras, ¿sí? ¿Qué querés de regalo?.” Y les pedí un enterito rojo. Y me compraron un enterito rojo y me fui contento al hospital inclusive sabiendo que iba a estar bajo anestesia general, despertarme y vomitar por todos lados. Amaba ese enterito rojo. Lo usé hasta que me quedó demasiado chico y resultaba ridículo.
El respeto es, cuando uno está teniendo una discusión política con alguien, justo antes de decirle fascista, dar un paso atrás y preguntarse cómo puede ser que haya llegado a ese punto de completa ignorancia y estupidez.
Cuando era estudiante, el banco solía cortarme la tarjeta de crédito todo el tiempo. Mis cheques se la pasaban rebotando. Siempre estaba llamando por teléfono al banco. Fue muy satisfactorio, después de firmar un contrato discográfico, ir al banco y pagar toda mi deuda. El banquero vino del otro lado del mostrador a darme la mano y lo mandé a la mierda. ¿Cómo reaccionó? Creo que estaba acostumbrado.
Cada vez que voy al cajero automático y me pregunta cuánto dinero quiero, pienso, “todo el que me pueda dar”.
Me voy a la librería del pueblo, compro tres o cuatro libros de poesía, me siento en un café y leo un rato. Es como estirar los músculos antes de entrenar.
Mi abuelo venía a nuestra casa en el campo, agarraba una de las bicicletas y desaparecía. Venía cuando oscurecía y no teníamos idea de adónde había ido. Si se encontraba con alguien, le preguntaba dónde quedaba el mejor nightclub. Hizo eso hasta que cumplió noventa años.
Ya no me siento decepcionado. Pero siento la presión del tiempo que pasa.
Los chicos te enseñan a alegrarte, lo que me vino muy bien porque yo no era muy alegre en ese tiempo. Para mi humor fueron una bendición.
Creo que lo que enferma a la gente muchas veces es la creencia de que los pensamientos son concretos y de que uno es responsable por ellos. Cuando la verdad, por lo menos lo veo así, los pensamientos son lo que el viento sopla dentro de la mente.
Al público le cuesta mucho relajarse las noches de lunes.
Hay que construir vacíos en la vida. Pausas. Pausas reales.
Conseguir todo lo que uno quiere no tiene nada que ver con nada.
Si saliera a tocar solamente los hits, me sentiría muy distinto respecto de muchas cosas. Pero estamos tocando cosas buenas, y algunas son muy difíciles de tocar, la verdad. La idea de que veinte mil personas vienen a escucharnos tocar música que es bastante demencial y que ciertamente no pasan por la radio... Eso es algo bueno. Tocamos en Phoenix y Ed y yo salimos del escenario y nos quedamos mirándonos, asombrados. No lo podíamos creer.
No puedo imaginarme en veinte años porque estoy muy en el aquí y ahora.
Estas son las respuestas que Thom Yorke, el líder Radiohead, dio a la revista norteamericana Esquire para su extraordinaria sección “Lo que sé”.
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