Domingo, 28 de julio de 2013 | Hoy
En 2006, en plena investigación por las cuentas secretas que el dictador chileno Augusto Pinochet tenía ocultas fuera del país, en el Banco Riggs, un grupo de funcionarios judiciales que realizaba una auditoría sobre sus finanzas descubrió uno de sus tesoros mejor guardados: su biblioteca, de 55 mil volúmenes. A partir de ese hallazgo, el periodista chileno Juan Cristóbal Peña escribió el libro La secreta vida literaria de Augusto Pinochet (Debate), un ensayo y biografía literaria que se sumerge en dos de las facetas menos conocidas del dictador: su fetichismo por los libros y su deseo de ser reconocido como intelectual. En diálogo con Radar en Santiago, Chile, Peña reconstruye el itinerario de Pinochet como profesor en la Escuela de Guerra, los excesos de algún biógrafo que pensó que, de no dedicarse a las armas, el dictador hubiera sido uno de los grandes escritores latinoamericanos, y los pormenores de la visita de Borges que le costaría el Premio Nobel para siempre.
Por Nicolás G. Recoaro
“Muchos que llevan estoque les temen a las plumas de ganso”, escribió Shakespeare en Hamlet. Se sabe, la historia ha demostrado más de una vez que la pluma es más poderosa que la espada. El dictador chileno Augusto Pinochet creía conocer la eficacia de ambas. Desde muy joven, durante sus días como mediocre estudiante y gris profesor de la Academia de Guerra chilena, Pinochet intentó sin demasiado éxito construirse un perfil de hombre de letras e intelectual de fuste que manejaba con la misma destreza la pluma y la pistola. Sus pésimas calificaciones y su baja capacidad intelectual, sin embargo, le jugaron en contra. De allí nació en Pinochet un profundo recelo y resentimiento por sus compañeros de camada más brillantes. Aquellos que, según el futuro tirano, sabían de sus limitaciones y complejos intelectuales.
Poco tiempo después de ordenar el bombardeo de La Moneda, derrocar al gobierno constitucional de Salvador Allende y decretar el inicio de la dictadura más sangrienta de la historia de Chile, Pinochet puso un inusitado empeñó en borrar de la memoria histórica o en eliminar físicamente a quienes, según su delirio, le habían hecho sombra desde sus años mozos, como el general Carlos Prats, su predecesor al frente del Ejército chileno y ministro de Defensa y del Interior del gobierno de la Unidad Popular, quien fue asesinado en 1974 por agentes de la DINA, durante su exilio en la Argentina. Las acciones de la dictadura también incluyeron quemas masivas de libros y la aparición de editoriales que ciegamente defendían al régimen y maquillaban la figura del tirano. “Pinochet se sacaba del camino a sus potenciales rivales o a los generales y oficiales más capaces. Y por otro lado se propone construirse un perfil de intelectual. Durante sus 20 años como profesor en la Academia de Guerra, Pinochet publicó libros e intentó validarse en ese campo pese a sus deficiencias. Pero cuando accede al poder, se convence de que debe hacer lo mismo ante el pueblo chileno. Que lo reconocieran como una persona capaz e intelectual. Y por eso se rodea de una corte de aduladores profesionales, de amanuenses que le escriben libros, en los cuales van construyendo la figura de un líder político, estratega militar y gran escritor. De este experimento surgen tramas excesivas, como la del biógrafo que escribe que si Pinochet no hubiese elegido la carrera de las armas, probablemente hubiera sido uno de los grandes escritores de Latinoamérica”, explica el periodista Juan Cristóbal Peña, en el barrio de Bellas Artes de la capital chilena. El autor de La secreta vida literaria de Augusto Pinochet señala que su nuevo libro permite asomarse a una faceta que hasta ahora había sido muy poco explorada: la pretensión del tirano de ser reconocido como un intelectual y el profundo sentimiento de inferioridad y resentimiento que gobernaron la psique del militar.
La secreta vida... es un libro que intenta trazar un perfil de Pinochet a partir de una “desconocida” vida intelectual. ¿Cómo definirías a Pinochet desde esa faceta?
–Hay que entender que si hay algo que define a Pinochet es su desconfianza, sus celos por dejarse leer, por dejarse penetrar. En ese sentido es un personaje sobre el cual se ha escrito bastante, pero sigue siendo difícil desentrañar su personalidad, porque siempre se preocupó por ocultar quién era, qué pensaba y qué sentía. Toda una coraza que tiene sus antecedentes mucho antes del golpe de Estado, y que surge prácticamente desde sus épocas en la academia militar. El entra a la academia en 1949, y ahí comienza a usar los lentes oscuros. Y la interpretación que le doy a ese gesto, y que incluso el propio Pinochet reconoce en una entrevista, es que comienza a aplicarles una lógica de guerra a sus acciones cotidianas y profesionales. Los lentes oscuros operan como una técnica de guerra para ocultar sus acciones. Y este juego de apariencias es lo que le permite llegar al poder, cuando da el golpe contra el gobierno de la Unidad Popular.
Por eso esta construcción lateral de su personalidad que realizás, tejiendo una suerte de biografía literaria, de alguna manera permite romper esas tácticas de ocultamiento que aplicaba.
–Sí, creo que la clave para entender a Pinochet está en el campo académico, intelectual. Una de las formas de romper con ese cerco es a través de sus lecturas, una interpretación que parece lateral, a través de su faceta literaria o de su carrera académica, y ahí surge algo muy interesante en sus años de estudiante, donde desarrolla un fuerte complejo de inferioridad intelectual, y a la vez genera un profundo resentimiento que deriva en venganza una vez que accede al poder. Y eso explica por qué intentó borrar de la memoria a los grandes intelectuales militares chilenos, hasta el punto de plagiar en uno de sus libros al general Gregorio Rodríguez Tascón, el profesor al cual le debe el inicio de su carrera académica. Todo eso obedece a un fuerte complejo de inferioridad intelectual, y también a un delirio.
Vestido de short blanco, chomba Lacoste celeste, zapatillas deportivas claras y medias al tono subidas casi hasta sus rodillas, el dictador, apoyado en su bastón, mira con recelo cómo los peritos revisan el más preciado de sus bienes: la biblioteca que atesora en su mansión de Los Boldos. Corre enero de 2006 y la Justicia le pisa los talones en la investigación por sus millonarias cuentas secretas en el Banco Riggs. Es la primera vez que el tesoro bibliográfico tasado en 3 millones de dólares, una de las mayores colecciones privadas del continente americano, sale a la luz pública. “La biblioteca se mantuvo oculta por empeño del propio Pinochet –cuenta Peña–. Siguiendo su lógica de guerra, la mantuvo en secreto, pese a ser una colección muy valiosa en términos patrimoniales y de cantidad de volúmenes. Pinochet nunca hizo gala ni ostentación de ella, muy por el contrario, son contadas las personas de su confianza que entraron a su biblioteca.” Peña recuerda que los funcionarios judiciales que realizaron el peritaje contaron que en los estantes de la biblioteca reinaba un gran caos que incluía chocolates, regalos sin terminar de abrir y una colección de bustos de Napoleón.
A partir de tomar nota del allanamiento, Peña escribió una crónica de largo aliento sobre el rastro de los 55 mil volúmenes que integran la biblioteca del dictador, que fue publicada en Ciper. El texto le valió en 2008 el Premio Nuevo Periodismo de la fundación de Gabriel García Márquez. Ahora, en La secreta vida literaria de Augusto Pinochet, su tercer libro, Peña se ha tomado el tiempo suficiente para profundizar en el tema y trazar un perfil intelectual del tirano. “Pinochet era un hombre muy solitario –arriesga Peña–, y pasaba mucho tiempo en su biblioteca. Tal vez eludiendo a su esposa, que era insoportable. Pero es un hecho que se encerraba y pasaba horas en su biblioteca, cuando volvía de la casa de gobierno y también durante los fines de semana. Les tenía mucho afecto a sus libros, y por eso lo afectó sobremanera que un equipo de peritos estuviera curioseando en su bien más preciado. En un libro que escribió Rodrigo García, uno de sus nietos, se cuenta que cae enfermo algunos días después del peritaje.”
¿Cómo está compuesta la biblioteca de Pinochet?
–La biblioteca de Pinochet se divide en tres partes. La de los 55 mil volúmenes, que está en poder de la familia, pese a que ha quedado demostrado que esos bienes fueron comprados en forma irregular con el uso de fondos públicos o con el tráfico de armas. La otra mitad de su biblioteca Pinochet la entregó en donación al ejército en el año 1989. Hasta hoy en día están en la academia militar, en la biblioteca llamada “Presidente Augusto Pinochet Ugarte”. Eso marca el respeto, el poder y la adoración que sigue teniendo el personaje. Y una tercera parte está en manos de la Fundación Augusto Pinochet, que maneja mucho dinero por los aportes de empresarios nostálgicos del pinochetismo, que también tienen mucho poder todavía. Ahí hay unos 600 libros que tienen la característica de que tuvieron un valor especial para Pinochet. Libros que le llevaron durante su detención en Londres, a los cuales les tenía cierto aprecio porque estaban autografiados, dedicados o bien subrayados por el propio Pinochet.
¿Cuáles eran esos libros a los que les tenía tanto aprecio?
–De los que detecté que se llevó a Londres durante su detención estaba El libro negro del comunismo, en el cual pude ver sus subrayados con fosforescente. Y también, curiosamente, libros sobre derechos humanos en regímenes comunistas. Lo que leía eran fundamentalmente textos genéricos sobre comunismo y también libros sobre la historia de Chile. Y en ese sentido, si bien Pinochet nunca demostró ser un lector ducho ni una persona de mucha cultura, más bien siempre fue bastante básico, tenía dominio de ciertas materias, como la geografía.
¿Qué tipo de coleccionista era Pinochet?
–Pinochet era un coleccionista compulsivo. Hay piezas muy valiosas en su biblioteca. Estamos hablando de textos de la Colonia, como una primera edición de la Histórica Relación del Reino de Chile, del año 1646, o de ejemplares de La Araucana, del siglo XVIII. Pinochet se dedicaba a coleccionar de manera compulsiva y enfermiza. Esencialmente libros de ciencias sociales, historia de Chile y geografía. Creo que Pinochet no era consciente de todo lo que tenía. Era más un fetichista que un dictador ilustrado.
También era un gran coleccionista de libros sobre marxismo, incluso en la foto de portada del libro se lo ve leyendo un libro sobre Gramsci.
–Sí, pero tengo serias dudas de que haya sido un gran lector en esta materia. Pinochet se ocupó de reunir todo lo que llegara a sus manos o existiera sobre marxismo o literatura de izquierda. Resulta difícil saber si Pinochet leía sobre esta y otras materias. Alguna vez él dijo en una entrevista que leía 15 minutos a la noche antes de dormirse, que –entre paréntesis– es un promedio bastante alto para lo que se lee en Chile.
Corría septiembre de 1976 y Pinochet recibió una visita largamente esperada por el régimen que comandaba a punta de pistola. En ese mes, Jorge Luis Borges visitó Santiago para recibir un título honoris causa y dictar una conferencia en apoyo a la dictadura, en un momento en el que las denuncias por violaciones de los derechos humanos asfixiaban al régimen chileno.
En la ceremonia en la Universidad de Chile, Borges pronunció un discurso que, para muchos, le costó el Nobel de Literatura. “Hay un hecho que debe conformarnos a todos, a todo el continente, y acaso a todo el mundo –dijo en la conferencia–. En esta época de anarquía sé que hay aquí, entre la cordillera y el mar, una patria fuerte. Lugones predicó la patria fuerte cuando habló de la hora de la espada. Yo declaro preferir la espada, la clara espada, a la furtiva dinamita. Y lo digo sabiendo muy claramente, muy precisamente, lo que digo. Pues bien, mi país está emergiendo de la ciénaga, creo, con felicidad. Creo que merecemos salir de la ciénaga en que estuvimos. Ya estamos saliendo, por obras de las espadas, precisamente. Y aquí ya han emergido de esa ciénaga. Y aquí tenemos: Chile, esa región, esa patria, que es a la vez una larga patria y una honrosa espada.” En su libro, Peña destaca que ni el mejor vocero de la dictadura podría haberla defendido en forma tan enfática y lírica.
¿Cómo se gestó la llegada de Borges a Chile en el año ’76?
–Hay un funcionario muy de segunda categoría que en algún momento oficia de profesor en la Universidad de Chile, al cual le encomiendan gestionar la venida de Borges a Chile para nombrarlo doctor honoris causa. Pinochet no era un lector de Borges, en su biblioteca no hay libros de Borges, no era lector de ficción y aborrecía todo lo que tuviera que ver con poesía. Ese funcionario, favorecido por la fortuna, logra comprometer a Borges a que visite Santiago. Fue absolutamente fortuito, y es un momento que coincide con su agrado por los regímenes dictatoriales. Es un capítulo cruzado por la comedia, por la fortuna y el azar, que termina con Borges entrevistándose con Pinochet en la sede del gobierno. Ahora bien, Pinochet era una persona que se creía escritor, tenía ínfulas de ser reconocido como tal, y se sintió muy halagado por esta visita de un par. Esa reunión fue muy afortunada para el régimen, y a la vez muy desafortunada para la humanidad, ya que Borges asumió la visita como una causa política.
¿Otros intelectuales y escritores visitaron Chile durante la dictadura para brindarle apoyo al régimen?
–Si bien la visita de Borges fue la más sonada, también hubo otras visitas y encuentros con escritores internacionales que simpatizaban con el régimen, como la del escritor y bestseller español J. J. Benítez, autor de las novelas Caballo de Troya, que llegó a Chile investigando casos de ovnis: una posible abducción de un soldado chileno, que en realidad eran acciones propagandísticas muy propias de la dictadura para esconder hechos o denuncias sobre violaciones de derechos humanos. Pero además Pinochet solía organizar encuentros, en el Palacio de la Moneda o en otras dependencias, donde se hablaba de historia, de política. Siempre se las ingenió para complacerse, para ir construyendo esa imagen del gran intelectual, y de que era uno más entre ellos.
El trabajo de Peña también posa su mirada sobre los fondos utilizados por Pinochet para adquirir su pantagruélica biblioteca. El tirano utilizaba a gusto los fondos del Estado para comprar volúmenes, tenía a sus dealers libreros favoritos que le garantizaban ediciones de lujo y hasta llegó a apropiarse de libros patrimoniales de museos. “Diez días después del golpe de Estado –afirma Peña–, Pinochet declara tener una casa, un auto y una biblioteca por un valor de 12 mil dólares, y al año 2006 tiene aproximadamente 55 mil volúmenes, de un valor estimado de 3 millones de dólares. Ese es un número muy conservador, ya que ese monto tendió a ser disminuido por una estrategia judicial, para que no fuera objetado por la defensa de Pinochet. Se le dio un valor mínimo a esta biblioteca que, de acuerdo con expertos y bibliófilos, vale muchísimo más.”
¿Cómo fue el trabajo de auditoría sobre su biblioteca?
–Los encargados de hacer la auditoría sobre la biblioteca hicieron un trabajo acelerado y exprés, con pocos recursos, y trabajaron contra el tiempo: tuvieron sólo dos semanas para visitar las bibliotecas de Pinochet. El equipo de expertos sólo llegó a revisar un 10 por ciento del total de los libros. En realidad no se sabe –ni siquiera Pinochet supo– qué es lo que tuvo en su poder. Además era una persona bastante desprolija y caótica como coleccionista: no tenía un orden ni estaba catalogada su colección.
Algo que llama la atención es que, durante las investigaciones sobre sus cuentas ocultas, Pinochet justifica su nivel económico amparándose en sus dotes intelectuales.
–En una de las declaraciones judiciales, Pinochet dice que era un hombre muy ahorrativo, y que en un momento escribía libros y artículos, y eso le permitió ganar dinero extra. Utiliza su faceta intelectual para justificar las cuentas y el dinero que tenía en el extranjero. Y fueron declaraciones que sorprendieron, eso de pensar a Pinochet como un intelectual, de justificar su fortuna a partir de sus dotes como escritor.
En el libro contás cómo Pinochet se burla de los peritos, cuando no encuentran sus libros más valiosos en la biblioteca.
–Pinochet tuvo tiempo de sacar las cosas más valiosas. En las bibliotecas tenía cajas fuertes, y cuando llegan los peritos con la orden judicial para abrirlas, lo que encuentran –incluso ante la presencia del propio Pinochet, que sonríe socarronamente– son papeles sin importancia y alguna colonia barata. Pinochet tuvo tiempo de sacar sus libros más valiosos.
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