Domingo, 6 de abril de 2014 | Hoy
PERSONAJES Musa y protagonista de los años de gloria del rock argentino, Liliana Lagardé coescribió las canciones del fabuloso disco debut de David Lebón, padre de su hijo Tayda, y es la inspiración de “Nena boba”, la canción de Luis Alberto Spinetta. Hermosa y extrema, vivió años de exceso de drogas, un romance con Joe Strummer de The Clash e inquietos viajes por el mundo. Desde hace más de una década dejó atrás las adicciones y vive en Nueva York. Ahora, Lagardé está dedicada a componer canciones nuevas y tiene ganas de escribir un libro que cuente su recorrida por esos años de oscuridad y también este renacimiento.
Por Mariano Del Mazo
Es la protagonista y musa de dos instantes, si se quiere antagónicos en su propia valoración personal, que provocan las delicias de los degustadores de los relatos legendarios que adornan el medio siglo de rock argentino. Definitivamente Liliana Lagardé ocupa un sitio extraño en esa historia. Por un lado, es la coautora de las canciones de uno de los discos más hermosos de la década del ’70: el debut solista de quien era en ese momento su pareja, David Lebón. Por otro, ostenta el privilegio de haber sido la inspiración de una canción de Luis Alberto Spinetta, honor que la iguala por caso con Vincent Van Gogh y Carolina Peleritti. El detalle es que esa canción es “Nena boba”.
En la tensión de esos extremos, en esa contradicción, sin demasiado conciencia de lo que puede proyectar su nombre y apellido, Liliana Lagardé está en Buenos Aires y cuenta su historia. Vive en Brooklyn, Nueva York, y su relato se escucha tan triste como fantástico. En un bar de San Telmo –tecito y coquetería: “No-me-preguntes-la-edad”–, deja caer algunos términos en inglés que fluyen dentro de un cantito sajón, muy Lebón al fin. “Mi vida cambió la noche que vi un recital de Pescado Rabioso. David estaba vestido de mujer y me enamoré. A los pocos días él le estaba pidiendo permiso a mi mamá para salir conmigo.” Nació en La Plata, a los 7 cantaba en los cumpleaños y pasaba un sombrero. El padre la mandó a estudiar guitarra y piano. “Mi papá administraba unos viñedos familiares, era muy jugador.” A la chica la sorprendió el mejor rock posible: en 1968 se fue a Río de Janeiro, se revolcó en el flower power y le hicieron escuchar a Jimi Hendrix y a Carlos Santana.
Cuando regresó ya era una rockera pertinaz, de una belleza insondable. Días después de esa noche transfigurada de Pescado Rabioso, Liliana Lagardé estaba instalada en la casa que había sido de los abuelos de Lebón, en Astilleros y Mendoza. En ese momento Spinetta vivía con Lebón. Algo no funcionaba en esa casona de Belgrano y en semanas pasó de todo: Spinetta regresó a la casa de sus padres, Lebón dejó Pescado, Pescado se disolvió y Lagardé quedó embarazada. “¡Incluso nos casamos! Eramos muy jóvenes. No sabíamos lo que hacíamos”, dice ahora la señora.
¿Spinetta se enojó con vos?
–Yo no sé si se enojó. Yo creo que se decepcionó. Es que David y yo éramos una pareja, no había lugar para tres.
¿Qué sentiste cuando te dedicó “Nena boba”?
–Me gustó la canción, me pareció genial... Billy Bond venía a casa y me llamaba “la boba”. Venían todos a esa casa: venía Pappo, Black Amaya, Jhonny Tedesco. Jhonny estaba enamorado de Lidia, la hermana de David.
Es curioso que te parezca genial una canción que te trataba de boba...
–Rinaldo Rafanelli también me dedicó una canción: “Reina del confort”... Y estuvo muy bien. Siempre me gustó la buena vida. Volviendo a Luis, después todo estuvo bien. Incluso me invitó al concierto de las Bandas Eternas.
Debajo de la mirada que merece este pasaje impresionista del rock argentino (¿qué se ve realmente cuando ponemos la lupa ahí, en esas canciones perfectas del primer disco de Lebón? ¿Qué se ve más allá de las drogas, la ambigüedad glam y el gurú Maharishi? ¿Búsqueda espiritual, carne y hormonas o reviente?), el álbum es enorme y la figura de Lagardé aparece al mismo tiempo central y lateral. Mientras avanzaba el embarazo, en algunos pocos días compuso junto a su marido temas desarmantes en su estructura y nivel: “Hombre de mala sangre”, “Dos edificios dorados”, “Nube cien”, “Casas de arañas”. “Estábamos toda la noche componiendo. Era hermoso. Una época divina, nos reíamos mucho.” Nunca se sabrá hasta dónde llegó la colaboración de Lagardé, hasta qué punto no fue una decisión de David que los temas quedaran registrados como dupla. Hay evidencias de que muchas canciones fueron hechas ciento por ciento por el guitarrista: el ejemplo más comprobable es “Tema para Luis”, una declaración de amor y admiración de Lebón hacia Spinetta. “Esa sí es toda de él –dice Liliana–. En la mayoría de los temas yo le ayudaba en las letras. David había vivido mucho tiempo en los Estados Unidos y le costaba un poco escribir en español.” En varias entrevistas el guitarrista confirmó que finalmente ella lo ayudó en varias letras.
Entre el rock y el blues, entre esas bases mántricas a la manera del primer George Harrison solista, la producción y edición del disco fue una suerte de pago de una deuda que tenían Jorge Alvarez y Billy Bond con David por sus participaciones en trabajos de La Pesada del Rock & Roll. Se hizo muy rápido: bastó una semana durante el camporista otoño del 1973. Pasaron por el estudio y grabaron, entre otros, Pappo, Charly García, Alejandro Medina, Isa Portugheis y hasta Walter Malosetti, que metió un soberbio solo en el blues “Copado por el diablo”.
Muchas de las canciones tenían títulos estrambóticos, una reacción ante la prohibición de Sadaic de registrar nombres ya utilizados. “‘Hombre de mala sangre’, por ejemplo, se llamaba ‘Vuelve a mí’ –cuenta Lagardé–. El nombre se le ocurrió a Charly. La canción es muy simple, habla de la búsqueda interior: Vuelve a mí, yo soy la vida. Con él fuimos a registrar las canciones; él fue el que les cambió los nombres. Es más, Charly fue el primero que tuvo a Tayda en brazos apenas nació.”
García estuvo muy cercano a este disco. De hecho, décadas más tarde hizo una versión de “Dos edificios dorados” en El aguante. Algunas mentes alucinadas quisieron ver en ese tema una profecía del ataque a las Torres Gemelas. Charly acerca una –otra– teoría: “Siempre me pareció que ‘Dos edificios dorados’ tenía un mensaje, no satánico, pero sí como mesiánico –dijo–. Yo estaba cuando Lebón la compuso y el tema no se iba a llamar así. Recuerdo que estábamos con Liliana Lagardé. Como había una ley de Sadaic por la cual ningún tema podía repetir un título que ya estuviera, les ponía cualquier cosa. Ese se llama ‘Dos edificios dorados’ como podría haberse llamado ‘Dos dulces de leche blandos’...”. Tengo que seguir lo que yo empecé /yo ya estoy cansado/pero igual lo haré/tengo mis fuerzas basadas aquí/Pronto verán resurrecciones en el mundo, decía el tema. Otra joya es “Casa de arañas”, cuya letra sugiere la visión de alguien que sale de un delirium tremens. “Y nada que ver –señala Lagardé–. La letra dice que hasta las arañas nos cuidan porque estábamos tan felices, nos sentíamos tan invencibles, que creíamos que hasta las arañas que había en un rincón de la casa eran aliadas.”
David Lebón salió en el mismo año que otras dos obras maestras como Artaud, de Spinetta, y Muerte en la Catedral, de Litto Nebbia. Como pasó con Javier Martínez y el primer disco de Manal, Lebón debutó tan alto como solista que nunca pudo alcanzarse. La pareja se separó al poco tiempo. Los pasos de Lebón son conocidos; ella comenzó un largo y por momentos siniestro derrotero de drogas. Anduvo boyando por el mundo: primero Europa, después un largo período en Montreal... “Tenía problemas de adaptación, por eso no me quedaba quieta. Creía que eran los lugares; no me daba cuenta de que el problema era yo. En Londres, en 1980, conocí a Joe Strummer de The Clash y salimos.”
Increíble...
–Es que yo era muy linda. Salimos un año, más o menos. Era la época del disco Sandinista!, incluso metí unos coros ahí.
Contame más.
–Me fui de gira con ellos. En Nueva York paramos en el Gramercy Hotel, tomábamos brandy Alexander y mirábamos los noticieros. Era muy inteligente Joe. Muy político. El y todos los Clash: políticos, genios y locos.
Después de la temporada de brandy y punk rock empezó otra temporada, la del infierno. El derrape con las drogas se profundizó y, dice, pensó que no había retorno. A la cocaína le sumó el alcohol. “Siempre el tema fue la autoestima. Además era muy flaquita, todo me pegaba más y me daba una falsa euforia. Algunos dicen que era una groupie, pero no es así. Ocurre que estuve siempre rodeada de músicos... ¿con quién iba a salir? Groupies eran las chicas que se acostaban con David mientras yo cocinaba, embarazada.”
¿Lo consentías?
–Era muy doloroso, pero te repito: carecía de autoestima. Pensaba que era mejor permitir eso que perderlo a David.
Limpia desde hace 12 años, a partir de Narcóticos Anónimos empezó una segunda vida. “Es loco. Desde que dejé todo me encontré con una persona que no sabía quién era. Esa persona era yo. En Nueva York empecé a crecer como ser humano. Tengo una casita en Brooklyn, y arriba una habitación donde vive mi hijo Tayda. El se dedica a los tatuajes, es un tatoo artist, trabaja en el Greenwich Village.” Liliana Lagardé está pensando en grabar un disco. Por lo pronto, estudió todo lo referente a lo que ella llama sin ambages “mi enfermedad” y trabaja como consejera en terapias dirigidas a los que abusan de sustancias. “Me hace bien hacer lo que hicieron conmigo. A mí me salvaron la vida.”
Cada vez que viene a la Argentina visita a su anciana madre, que sigue en La Plata. Y se encuentra con amigos. Con algunos va a tocar este miércoles 9 de abril en Boris, nobles músicos de la vieja guardia como Machi Rufino, Black Amaya y el Pollo Raffo. Tiene algunos temas nuevos y ganas de versionar “Hombres de mala sangre”. Piensa escribir un libro. Quiere seguir ayudando a adictos. Mira por arriba de sus anteojos negros que esconden el armonioso rostro de una belleza antigua y dice: “Estoy viva de casualidad. Quiero pasarla lo mejor que pueda lo que me queda. Siento que no hay mucho tiempo. Quiero vivir limpia y sin miedos. Parece fácil...”.
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