Domingo, 13 de abril de 2014 | Hoy
PERSONAJES Nació en Pueblo Leguizamón, un caserío perdido en medio del monte del noroeste entrerriano fundado por su propio abuelo, donde se nutriría con las historias de los trabajadores, la gente del pueblo. De ahí en más, Stella Calloni encontró en la militancia y el periodismo formas de seguir adelante con el mandato de registrar, transmitir, dar testimonio: cronista de las encrucijadas del continente, corresponsal de guerra en Centroamérica, investigadora del Plan Cóndor, entrevistadora de políticos de la talla de Fidel Castro, Hugo Chávez y Evo Morales. Los periodistas Julio Ferrer y Héctor Bernardo cuentan de ella en Stella Calloni íntima (Ediciones Continente), retrato de una vida entreverada con la pasión por el oficio.
Por Angel Berlanga
Stella Calloni cuenta que su primera cobertura importante como periodista fue en 1970, en Santiago, Chile, cuando Salvador Allende era elegido presidente y el rojo decía de expectativas, para la izquierda, como esperanza de camino latinoamericanista, para los criminales de siempre como luz de alarma, preparen el veneno, los tanques, los puñales. En esos días inolvidables para ella conoció a Víctor Jara y a Isabel Parra, y estuvo en la fiesta de la Alameda cuando el júbilo del triunfo en las urnas, pero a la mañana siguiente supo que el odio que destilaba la clase alta prometía malos tiempos. Se fijó, por ejemplo, en las mujeres que vestían de negro, muchas de ellas esposas de militares, “de un conservadurismo tan brutal, de un fascismo tan duro”, observaba, que le dio mala espina. “Cuando me acerqué a esas mujeres –recuerda–, el odio que destilaban sus palabras era comparable con la oligarquía argentina frente a los ‘cabecitas negras’ en los años ’45-’55. De ese odio había surgido la Revolución Libertadora. Que noso-tros llamábamos ‘fusiladora’. Soy muy intuitiva, un poco chamana. De repente, miré todo eso que estaba sucediendo y me produjo una gran inquietud. Lo hablé con amigos, pero era lógico que todos estuvieran en la euforia del triunfo. Yo había trabajado tanto el tema de América latina, de la relación de dominación de Estados Unidos, que pensaba que Wa-shington no iba a tolerar al primer gobierno socialista que había llegado al gobierno por el voto popular.”
Las observaciones, los recuerdos, la cita, son parte de Stella Calloni íntima. Una cronista de la historia, un libro que compusieron los periodistas Julio Ferrer y Héctor Bernardo a partir de una larga entrevista en la que ella cuenta de su infancia y su formación, de la relación entre poesía y periodismo, de las políticas de dominación de Estados Unidos en el continente y de los gobiernos latinoamericanos que en los últimos años intentan pararles algo o bastante el carro, del significado de la Revolución Cubana, de su investigación sobre la Operación Cóndor. “Stella es, inobjetablemente, una reconocida especialista de la comunicación –escribe en el prólogo nada menos que Fidel Castro–; desentraña los objetivos de la guerra mediática como parte de la contrainsurgencia, la invasión silenciosa y la desinformación convertida en arma de guerra. Su testimonio es magisterio incuestionable para los entendidos y estudiantes de esta materia.”
El volumen cierra con una serie de entrevistas que Calloni hizo entre 1978 y 2011 a figuras como Omar Torrijos, Hugo Chávez, monseñor Arnulfo Romero, Evo Morales y al propio Fidel, cuya imagen acompaña desde tapa: no quedarán dudas de desde dónde se mira y qué se sustenta, esto es, la épica de resistencia y de difícil construcción frente al brazo de la CIA y a las elites conservadoras locales, sus herramientas que evolucionan, sus insaciabilidades (menos se incurre en las autocríticas, que críticas satanizantes reciben siempre). “Ya sea por la guerra o por el libre comercio, Estados Unidos intenta defender a dentelladas y reconquistar y reafirmar su lugar hegemónico en el mundo, económica, política y militarmente –sostiene Calloni–. En este trazo podemos ubicar su ofensiva para militarizar América latina, Medio Oriente, Europa del Este y Asia. Su guerra contra Irak forma parte de esa carrera por el control de los recursos estratégicos como el petróleo o los de la Amazonia y de crear ‘un mundo seguro para los inversionistas y las corporaciones’, es decir, un mundo seguro de dominio sin fronteras y sin límites.”
Stella Calloni nació en 1935 en Pueblo Leguizamón, a unos 170 kilómetros de Paraná, en el noroeste de Entre Ríos, “un pueblo perdido en el medio del monte, muy pequeño”, que fundó su propio abuelo, un constructor vasco llegado a principios del siglo pasado, que murió bastante joven. La familia, entonces, se instaló en Paraná, donde la abuela dispuso que sus hijas estudiaran para maestras. Una de ellas, María Josefa, la que sería su madre, se casó con Pietro Calloni, un laburante de la construcción italiano, al que Stella recuerda como narrador de historias fantásticas, alegre, gran bebedor, afectuoso, que cada tanto se ausentaba. “Yo siempre fui muy libre, como mi papá, hice lo que quise –asevera Calloni en el libro–. Con respecto a la política sigo tomando posiciones al precio que sea y no me importa si tengo que quedarme hablando en el desierto.” Resultó que a su madre le ofrecieron trabajar como maestra en la escuela rural de Pueblo Leguizamón: vuelta al pago. “Tuvo una fuerza y un coraje admirables para adecuarse a esa nueva vida –rememora–. Una fuerza que transmitió a sus alumnos y que hasta hoy perdura en muchos de ellos. No es fácil pasar de una vida acomodada, de niña cuidada, en la ciudad, a la vida dura del campo, aunque ella fuera maestra y no campesina. Yo la amaba muchísimo.” Mientras veía cómo enseñaba a los hijos de hacheros, jornaleros, campesinos, a los cuatro años Calloni aprendió a leer y a escribir. El trabajo conmovedor de su madre, la belleza del monte, las historias que escuchaba, los ríos: todo eso está en su raíz más profunda. “La vida de un niño allí no es lo mismo que la vida de un niño en la ciudad –dice–. Yo siempre seguiré siendo esa persona de Pueblo Leguizamón.”
Su madre la mandó a lo de unas tías, para que hiciera el colegio, primero en Paraná y luego en La Paz. A los quince se fue a vivir sola, en una pensión: se las arreglaba dando clases particulares. Dos recuerdos de Eva Perón: que respondiera a una carta de su madre con ropa, alimentos y útiles para los pibes de Puerto Algarrobo, y que se enfrentara a las “damas de beneficencia” cerrándoles un asilo para huérfanos y construyéndoles, en reemplazo, una escuela especial. “Creo que para ser de izquierda hay que conocer seriamente esas realidades, porque de lo contrario se podrá tener un gran discurso, pero nunca se podrá entender nada de esa realidad –sostiene Calloni–. ¿Por qué no podían entender el peronismo? Porque lo pensaban solo como asistencialismo, no entendían lo que pasó con esos miles de seres humanos que fueron tratados por primera vez con dignidad.”
Cuando terminó el colegio vivió un poco en Rosario, otro en Buenos Aires, algo más en La Plata: estudió unos años de medicina, se relacionó con grupos de poetas y también con militantes de la resistencia peronista y del PC. En ese tren conoció, por ejemplo, a Zelmar Michelini, a Miguel Angel Asturias, a Néstor Taboada Terán. Le agarró el gusto por las investigaciones históricas, las rebeliones de esclavos, las matanzas de indígenas en Latinoamérica. Y empezó a publicar en revistas como Política Internacional o Cristianismo y revolución. “Creo que necesitaba escribir ante la impotencia que sentía en el campo, donde nací –sostiene–. Desde muy niña fui impactada por las injusticias.” Y también: “Denunciar, mostrar al mundo, intentar demostrar la verdad histórica: ¿qué pasó?, ¿cómo fueron posibles tantas guerras, genocidios? Entré al periodismo por militancia. Por necesidad de verdad como militante política. Toda mi vida ha sido así. Pero hay algo que siempre señalo: un no rotundo al panfleto, tanto en el periodismo como en la poesía. El panfleto tiene su encanto de barricada y vale en eso. Pero empequeñece, limita, empobrece la escritura.”
En 1975 publica dos libros: Los subverdes (poemas) y Torrijos y el canal de Panamá (un ensayo que fue quemado por la Triple A). A esa altura ya escribía en la revista Crisis. Cuando se produjo el golpe, al año siguiente, vivía semiclandestina. Pasó parte del exilio en México, Panamá y Nicaragua, donde fue corresponsal de guerra y cubrió, para el diario Unomásuno, la insurrección del sandinismo y el surgimiento de la “contra” y de los grupos de tareas que proliferaron en Centroamérica con instructores militares argentinos. “Entraban, arrasaban y masacraban aldeas enteras, lo he visto con mis propios ojos –dice–. Ese horror es algo que te queda para siempre en la memoria, en tus días, en tus noches. Por eso, soy una fuerte luchadora por la paz y en contra de las guerras. No hubiera elegido nunca ser corresponsal de guerra. Estar en los conflictos armados y acostumbrarse a ver a la gente morir se transforma en un caminar constante con la muerte.”
“La elegimos porque es una figura central dentro del ejercicio periodístico e investigativo”, dice Julio Ferrer, coautor del libro, que define como documentos imprescindibles a los trabajos de Calloni como corresponsal, al libro Operación Cóndor. Pacto criminal, y también a sus trabajos sobre la concentración de medios a nivel global. “Estas son algunas de las cosas sobre por qué es tan necesaria para la batalla de ideas y la descolonización en todas sus formas de los pueblos que buscan su libertad –agrega Ferrer–. Y sin duda es una fuente de inspiración para las nuevas generaciones que abracen esta profesión.” “Pertenece a una generación de comunicadores en la que la protagonista de la noticia era la verdad y no quien la transmitía –asevera su coequiper, Héctor Bernardo–. Para ella lo principal siempre fue el mensaje y no el mensajero. Con el correr de los años, en nuestro país el vedettismo ha llevado a los periodistas a sentirse más importantes que la noticia. Calloni ejerce el periodismo con ética y rigor. Sin duda pertenece al mundo de las leyendas latinoamericanas, como Rodolfo Walsh, Rogelio García Lupo y Osvaldo Bayer.” Bernardo nació en 1973 y Ferrer en 1976: ambos son platenses, periodistas y docentes.
A Calloni le resultó bastante extraño estar del otro lado del grabador. “Especialmente porque te das cuenta de qué larga y tumultuosa ha sido la vida, en mi caso –dice la periodista a Radar–. También me resultó muy sorprendente ver por los atajos que tomé sin pensar, sin calcular, sólo siguiendo mis impulsos, a pesar de las inseguridades y demás. Entender con qué fuerza daba mis pasos, aunque yo sufría por una extrema sensibilidad. Y bueno, cuando te hacen preguntas que uno mismo no se hace, por supuesto, mirás tu vida en un espejo extraño. No siempre la imagen es feliz, pero es tu imagen y tu vida.” “Creo que ahora llegó el momento de rescatar el verdadero sentido del oficio –sigue–. El periodismo escribe la historia de su tiempo, pero la real, la verdadera. Y hoy, como nunca en la historia, la enorme concentración del poder mediático, que anula creaciones y lenguajes, destruyó lo mejor del oficio, su esplendor. Hoy podemos separar al periodismo, lo que es información, de lo que es escribir textos destinados a intereses comerciales, por ejemplo. Porque informar en favor de la banca, de los intereses de los dueños del periódico, del medio en el que trabajas, ya no es periodismo. Es un contrato de otro tipo. ¿Qué decir de la información para justificar un golpe de Estado, una guerra de intervención, una guerra por dominación de territorios? ¿Para justificar lo injustificable, incluyendo los crímenes contra la humanidad? Eso te hace partícipe necesario de todos los horrores que hoy afronta la humanidad. Cuando mientes a sabiendas es un delito. Y si por esa mentira sufren daños los pueblos, si tu mentira avala un genocidio, ya no eres periodista: eres un promotor de guerras, un promotor de injusticias. El discurso de la violencia en los medios es violencia lisa y llana. Son tiempos de un enorme compromiso con la humanidad, cada día más en peligro.”
Calloni recibió decenas de premios en el continente por sus trabajos periodísticos y publicó, a lo largo de 45 años, veinte libros. El año pasado se reeditó el último que escribió, Evo en la mira. CIA y DEA en Bolivia. Trabaja como corresponsal latinoamericana en La Jornada de México, un periódico que considera maravilloso por su escritura, independencia, lucidez y calidad. “Aun en este desierto de la desinformación, uno encuentra un oasis y allí puede contrastar la información y ayudar a construir la verdad –asevera Calloni–. Las opiniones pueden ser varias, pero la verdad es una. Para construir un periodismo que responda a este momento histórico de Latinoamérica creo que deberíamos pensar con generosidad en un tipo de construcción como ésta, que pueda caminar entre diversidades y tantas trampas tendidas por los que intentan recolonizaciones tardías. Un medio, o varios, que recojan las voces del continente, cada país lo suyo. Sería la integración informativa. Y se puede hacer si recuperamos la generosidad, la humildad, si descolonizamos cultura y lenguaje, academias y universidades, si descolonizamos nuestro pensamiento cotidiano. Para eso hay que despojarse de soberbias y vanidades y tener como objetivo un futuro definitivamente independiente, para una región que aún sufre la dependencia en este siglo XXI de la revolución tecnológica que debería liberarnos. Los medios alternativos son medios de lucha cotidiana, indispensable, pero no bastan frente a ese poder oscuro de la mentira. Necesitamos tomarnos todos los espacios de la comunicación utilizando algo que no se compra ni se vende: la imaginación en lo que los latinoamericanos somos, hoy por hoy, el poder luminoso que el mundo necesita.”
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