Domingo, 18 de enero de 2009 | Hoy
OBAMA - MARILYN
Por Pola Oloixarac
En 2007, el senador Obama apareció en cueros en la sección “Beach Babes” (algo así como “Chongos playeros”) de la revista People, al lado de otros blancos de babeo femenino como Hugh Jackman. Se temió que las fotos dañaran su imagen pública: ya el demócrata Kerry había tenido que dar explicaciones por su remerita pegada al cuerpo mientras hacía windsurf, y se pensó que la exposición del cuerpo de Barack podía ser fatal para un político joven cuyo punto débil (o eufemismo favorito para quienes evitaban la palabra negro) sería la falta de experiencia.
Pero la historia del frenesí obámico recién empezaba, y la primera prueba hercúlea que testeó la fiereza de su encanto fue el combate contra la brava Hillary Clinton, su león de Nemea. Atlético como Muhammad Alí, elegante como Steve McQueen, Obama peleó como un caballero (y eso que Hillary no fue una dama) y descolló en la invención de un nuevo tipo de show político, que supo tener en vilo a una audiencia cautiva que rebasaba los tironeos del electorado. Obama rompía las casillas demográficas, era inexplicable y mesiánico. En su voz de ritmo yámbico resonaba el estilo directo del hip hop y la retórica de los cicerones; en su piel de chocolate se condensaban aspectos impensables, como la lucha de las minorías rezagadas y el culto de los dioses paganos de Hollywood. Era una nueva encarnación de esa fantasía yanqui que Norman Mailer catapultó cuando llamó al casamiento de Marilyn Monroe y Arthur Miller “la unión del Gran Cuerpo y la Gran Mente americanos”. El cuerpo de Obama era el símbolo que espejaba todas las esperanzas y los deseos.
Hijo de una unión mixta, como la que contrajeran el divino Zeus con la ninfa Tetis, la promesa de Obama prendió fuego en el sistema de excitaciones psicopolíticas más allá de la nación. Mimado de la prensa mundial y de la multitud de nicks que pueblan Internet, la guerra electoral local tenía un príncipe global a quien adorar con la nueva pleitesía web2.0, en videos, tributos y blogs. Obama baila hip hop en el programa de Ellen de Generes (visto cinco millones de veces); la pulposa “Obamagirl” baila y canta baladas de amor por Barack; por estos lares se organiza el Comité Obamagirls Argentina, que desparrama bombachas Obama por la causa; Obama habita remeras y stencils con el sombreado que Warhol diseñó para sus Marilyn.
Atractor de todos los ojos, Obama podía seducir y manejar la atención ya entrenada por el dispositivo democrático yanqui, Hollywood, y su sistema de realeza conforme al sueño americano. Como Marilyn, su cuerpo es el símbolo pop que cataliza las fantasías; como ella, es el glamour que se proyecta sobre una leyenda política, John F. Kennedy. Es la fantasía del cuerpo que está al lado de Kennedy, el chico de elite, la eugenesia imaginaria que le aporta glamour y calidad de estrella. Como ese matrimonio de Marilyn soñado por Normal Mailer, Obama casa en un solo giro el cuerpo de los bellos y los desplazados, y la mente de la política, que rige los destinos de los hombres. El cuerpo de Obama soberano era una mutación política de Marilyn: del pop de Marilyn a la fuerza de la política.
El Terminator que gobierna California, Schwarzenegger (segundo de la línea Reagan en capitalizar el estrellato de Hollywood en política) dijo que Barack era muy flacucho (skinny boy) para derrotar al veterano McCain. Obama, que va al gym 6 veces a la semana, sigue siendo fotografiado en malla por las playas de Hawaii y, por ahora, su cuerpo alcanza para reflejar el sueño pop del cuerpo político deseable (ya veremos cómo resuelve su mente educada en Harvard dos guerras y una megarrecesión). Un cuerpo posmoderno, donde todas las referencias conviven pacíficas bajo el máximo laurel de calidad contemporáneo: la belleza, más fuerte que las distancias raciales, sociales y políticas.
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